martes, 29 de abril de 2014
El crimen de Cuenca
La dictadura del general Franco siempre tuvo un especial cuidado a la hora de censurar las expresiones artísticas, especialmente el cine. Los primeros órganos de censura aparecieron antes incluso de haber concluido la Guerra Civil: el 21 de mayo de 1937 se crean las dos primera Juntas de Censura (una en A Coruña y otra en Sevilla) para decidir qué películas se podían proyectar en la zona controlada por el ejército nacional. El 18 de noviembre de ese mismo año, se crean la Junta Superior de Censura y el Gabinete de Censura Cinematográfica, que un año después pasarían a depender del Ministerio de Gobernación. La Junta se encargaba de las producciones españolas mientras que el Gabinete hacía lo propio con las extranjeras.
Estos organismos estaban compuestos por representantes del gobierno y de la Iglesia católica, sin permitir la presencia de delegados de la industria cinematográfica. Su misión era vigilar escrupulosamente para impedir que fuese exhibido ningún contenido que fuera crítico con el régimen franquista o con la Iglesia, que atentase contra la buena imagen del ejército, que fomentara ideas "izquierdistas" como la lucha de clases... y también todo lo que pudiera considerarse "inmoral", es decir, todo lo referente al sexo (incluída la homosexualidad), los desnudos, los bailes sugerentes, las conductas inapropiadas, las costumbres "liberales"...
Esta censura se llevaba a cabo a varios niveles. En ocasiones se prohibía directamente el estreno del filme, y otras veces se sometía a una censura parcial, suprimiendo escenas o, incluso, alterando los diálogos originales en el doblaje. Casos célebres fueron por ejemplo los de Mogambo (1953), donde para ocultar un adulterio se transformó a un matrimonio en hermanos (pasando así del adulterio al incesto); o el de la mítica Casablanca (1942), donde se suprimió en un diálogo una alusión al pasado del personaje que interpretaba Humphrey Bogart como combatiente republicano en la Guerra Civil.
Estos organismos pasaría más tarde a depender del Ministerio de Información y Turismo, y ya en 1975, del Ministerio de Cultura. Después de la muerte de Franco, la actividad censora se rebajaría mucho, hasta que el 1 de diciembre de 1977, por un decreto del Ministerio de Cultura se suprimieron definitivamente los órganos censores.
La desaparición de la censura permitió que se pudieron estrenar por fin docenas de películas, muchas de ellas clásicos del cine, que no habían podido exhibirse en su día: El gran dictador (Chaplin), Por quién doblan las campanas (Wood), Senderos de gloria y La naranja mecánica (Kubrick), La edad de oro y Viridiana (Buñuel), El último tango en París (Bertolucci)... También provocó que en aquellos años las pantallas se llenaran de numerosas películas con mujeres desnudas, la mayoría de ínfima calidad (las películas, no las señoritas), en un fenómeno que se denominó "destape" y que convirtió en mitos eróticos a actrices como Nadiuska, Susana Estrada, Bárbara Rey o Ágata Lys. Parecía que la libertad de expresión se había impuesto por fin... hasta que llegó El crimen de Cuenca.
El crimen de Cuenca, dirigida en 1979 por Pilar Miró, está basada en un suceso real ocurrido a principios de siglo. En 1910 José María Grimaldos, un joven pastor apodado "El Cepa", natural del pueblo conquense de Tresjuncos, desapareció sin dejar rastro tras vender unas ovejas. Su familia acusó entonces a León Sánchez y Gregorio Valero, dos habitantes del pueblo vecino de Osa de la Vega que solían burlarse del Cepa por su baja estatura y su escasa inteligencia, de haberlo asesinado para robarle. Fueron arrestados e interrogados, pero finalmente el caso se sobreseyó en 1911 por falta de pruebas. Pero en 1913, un nuevo juez reabrió el caso por la petición de la familia de Grimaldos. Sánchez y Valero fueron detenidos de nuevo por la Guardia Civil y, tras ser brutalmente torturados, acabaron confesando el asesinato del Cepa, que fue declarado oficialmente muerto. En 1918 fueron juzgados (en un juicio lleno de irregularidades) y declarados culpables de asesinato, siendo condenados a 18 años de cárcel (un posterior indulto hizo que fueran liberados en 1925, tras doce años en prisión). Sin embargo, en 1926 el Cepa apareció de improviso en el pueblo para buscar su partida de bautismo para poder casarse en el pueblo de Mira (también en Cuenca) donde llevaba años viviendo, tras haber estado trabajando como pastor en distintos lugares de la provincia de Valencia. Preguntado por su marcha, se limitó a decir que todo había sido fruto de "un barrunto". La sorprendente noticia alcanzó una gran repercusión popular y el Ministerio de Gracia y Justicia ordenó que el Tribunal Supremo revisara el caso, revisión que concluyó en la anulación de la sentencia, la declaración de inocencia de los acusados (que llevaban un año libres) y la anulación del acta de defunción de Grimaldos.
En el momento de rodarse la película, la situación política y social española era complicada. Pese a que ya se estaban dando pasos importantes hacia la democracia, amplios sectores de la sociedad y del ejército, leales todavía al franquismo, se mostraban disconformes con el rumbo del país. En 1978 se había desbaratado una conspiración golpista y muchos militares estaban molestos. Y en ese contexto hay que situar El crimen de Cuenca. La película daba una imagen tan negativa de la justicia y de la Guardia Civil (cuerpo con funciones policiales pero sujeto al régimen y disciplina militares) que provocó la inmediata reacción del Estado Mayor del ejército: la película fue secuestrada y Pilar Miró, sometida a un juicio militar acusada de injurias a las Fuerzas Armadas. Esto fue posible porque el Código de Justicia Militar de 1945 (que se mantendría vigente hasta 1980) reconocía a la justicia militar competencias para juzgar casos más allá del ambiente estrictamente castrense. En esos años, también serían denunciados por el mismo delito revistas como El Viejo Topo o Interviú y periodistas como el director del periódico Diario 16, Miguel Ángel Aguilar.
Finalmente, Miró fue absuelta y la película se estrenó en agosto de 1981, convirtiéndose en la única película que había sido prohibida durante la democracia.
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