viernes, 10 de octubre de 2014

La Matanza de Boston

La Matanza de Boston (grabado de Paul Revere)

En el año de 1763, tras nueve años de guerra, terminaba oficialmente la llamada Guerra franco-india, que había enfrentado a las colonias norteamericanas de Francia e Inglaterra en el marco de la Guerra de los Siete Años, que ambas potencias dirimían en Europa. Como resultado, Francia perdió todas sus colonias norteamericanas: sus territorios canadienses pasaron a estar bajo dominio británico y Luisiana fue cedida a España.
La guerra, sangrienta y costosa, había dejado exhaustas las arcas de ambos países. Para evitar la bancarrota, el rey Jorge III de Inglaterra ordenó una enorme subida de los impuestos en las colonias norteamericanas, una decisión que soliviantó a los colonos, que veían cómo esta subida amenazaba con estrangular su economía. Esto dio lugar a una serie de protestas que las autoridades británicas trataron de silenciar trasladando varios regimientos de infantería a las colonias, algo que tuvo el efecto contrario al deseado; fue visto por la población como un intento de intimidación y extendió todavía mas el sentimiento antibritánico. Y como tras la derrota francesa los colonos no tenían ningún gran enemigo que los amenazara, por lo que no sentían necesidad de la presencia del ejército británico, y además muchos de los colonos habían adquirido experiencia militar durante los combates, la semilla de una revuelta estaba ya plantada en la sociedad norteamericana.
Uno de los lugares en los que habían sido estacionadas las tropas británicas fue Boston, la capital de la colonia de Massachusetts Bay, una de las ciudades donde más se habían dejado oir los que se oponían a la política impositiva británica (la Cámara de Representantes de Massachusetts había incluso enviado una petición a Jorge III para que anulase la subida de los impuestos). Los roces y las tensiones entre militares y ciudadanos fueron constantes, hasta desembocar en la llamada Matanza de Boston.
Todo comenzó en la tarde del 5 de marzo de 1770, un día gélido y con abundante nieve en las calles. Al edificio de la Aduana, situado en King Street, llegó un joven llamado Edward Garrick, aprendiz de un fabricante de pelucas, para reclamar al teniente John Goldfinch el pago de una factura que éste había dejado a deber a su maestro. Goldfinch se negó a abonarla, y cuando Garrick insistió, el soldado que estaba de guardia en el edificio, llamado Hugh White, sacó al joven con malos modos a la calle y lo golpeó con su mosquete en la cabeza. Ante este abuso, un amigo de Garrick llamado Bartholomew Broaders empezó a discutir con White. La discusión atrajo a los viandantes y pronto se formó un nutrido grupo que empezó a insultar a White e incluso a arrojarle piedras y bolas de nieve. Ante el cariz que estaba tomando la situación, White pidió ayuda y no tardó en presentarse el jefe de la guardia, el capitán Thomas Preston, acompañado de un cabo y seis soldados del 29º Regimiento de Infantería quienes, con los mosquetes cargados y las bayonetas caladas, formaron en semicírculo alrededor de las escaleras de la Aduana. Preston se dirigió entonces a la muchedumbre (que ya contaba con tres o cuatrocientas personas) y les pidió que se dispersaran, sin éxito.
Pese a sus intentos de calmar los ánimos, la multitud, muy enojada, seguía protestando y arrojando bolas de nieve, piedras, trozos de madera, etc. a los soldados. En un determinado momento, una piedra alcanzó al soldado Hugh Montgomery haciéndole caer al suelo. Enfurecido, Montgomery recogió su mosquete y, sin que Preston se lo ordenara, disparó contra la multitud. Hubo entonces una pequeña pausa, en la que ni soldados ni civiles parecían saber como reaccionar; pero pasados unos segundos, los demás soldados abrieron fuego contra el gentío.
Once personas fueron alcanzadas por los disparos de los soldados británicos. Tres de ellas (un fabricante de cuerdas llamado Samuel Gray, un marinero llamado James Caldwell y un esclavo huido llamado Crispus Attucks) murieron en el acto. Samuel Maverick, un aprendiz de sólo diecisiete años, moría de sus heridas a la mañana siguiente. Y Patrick Carr, un inmigrante irlandés, falleció pasadas dos semanas. Los otros seis resultaron heridos de diversa gravedad.
La muchedumbre se dispersó tras el ataque, mientras Preston daba aviso al resto del Regimiento, que tomó posiciones defensivas alrededor de la Aduana. No obstante, el tumulto, lejos de disolverse, se recompuso formando varios grupos en las calles aledañas, que se dirigieron a la sede del Parlamento, donde el gobernador Thomas Hutchinson, en vista de lo caldeado que estaba el ambiente, tuvo que salir al balcón de la cámara del consejo para prometerles que habría un juicio para dirimir las responsabilidades de lo ocurrido si se iban a sus casas.
Para calmar los ánimos de los bostonianos, se tomó la decisión de retirar de Boston a los dos regimientos que había en ella, el 14º y el 29º, y acantonarlos en la fortaleza de Castle Island, al sur de la ciudad. El entierro de las cuatro primeras víctimas, celebrado el 8 de marzo, fue un acto multitudinario donde se volvió a pedir la marcha de las tropas británicas. El 27 de marzo se acusó formalmente de homicidio a Preston, a los ocho soldados (que permanecían bajo arresto) y a cuatro civiles que estaban en la Aduana y a los que algunos acusaban de haber disparado también contra la multitud.
El juicio se retrasó varios meses, hasta que se hubo rebajado la tensión existente. Curiosamente, el encargado de defender a Preston y a sus hombres fue John Adams, un destacado líder de los independentistas y que años más tarde se convertiría en el segundo presidente de los Estados Unidos. El capitán Preston, juzgado en octubre de 1770, fue absuelto de todos los cargos, tras demostrarse que no sólo no había ordenado abrir fuego, sino que se encontraba delante de sus hombres en el momento del tiroteo intentando evitar que éstos dispararan. El juicio de los ocho soldados comenzó el 27 de noviembre. Adams alegó que los soldados habían disparado en defensa propia, para defenderse de una masa furiosa que los amenazaba, y que debían ser absueltos o ser acusados de homicidio y no de asesinato. Finalmente, seis de ellos fueron absueltos y otros dos (Hugh Montgomery y Matthew Killroy) declarados culpables por haberse probado que dispararon directamente contra los civiles. Sin embargo, sus condenas se vieron enormemente reducidas gracias al llamado Benefit of clergy, una figura del derecho británico que originariamente era un privilegio que los clérigos podían reclamar para ser juzgados por un tribunal eclesiástico en lugar de uno secular, pero que en la época se había transformado en la práctica en un recurso para que los condenados por primera vez pudieran ver reducida su pena. Así, Montgomery y Killroy pasaron de una condena a muerte a recibir únicamente el castigo de ser marcados en el dedo pulgar. Los cuatro civiles fueron absueltos en diciembre, tras probarse que el único testigo que los acusaba (que acabó juzgado por perjurio, azotado y desterrado) había mentido. Preston dejó el ejército poco después del juicio y se instaló en Irlanda, de donde era originario.
La repercusión de estos sucesos acabó trascendiendo su importancia original. Para los partidarios de la independencia, la que sería bautizada como Masacre de Boston se convirtió en un recurso propangandístico de primer orden. Los patriotas norteamericanos la presentaron como una muestra de la tiranía, la crueldad y la injusticia del gobierno y el ejército británicos, contribuyendo a extender el sentimiento antibritánico y a que, cuando habían pasado apenas cinco años, estallase la rebelión que terminaría provocando la independencia de las colonias y el nacimiento de los Estados Unidos.

2 comentarios:

  1. Cuando fuerzas armadas, sean cuales sean, actúan donde no son queridos, con intención intimidatoria, algunos de sus miembros tienen propensión a actuar con autoridad desproporcionada y prepotente, como hizo el soldado White, a culatazos, un pequeño incidente puede acabar como el rosario de la aurora.
    Un saludo.

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    1. Los colonos no querían allí a los soldados, y los soldados sentían ese rechazo y respondían de mala manera. La tensión era mucha, y bastaba una chispa para que estallaran el incendio, que ya sería imposible de apagar. Un saludo

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