lunes, 27 de octubre de 2014

La ruta de Urdaneta

Andrés de Urdaneta y Cerain (1508-1568)

Septiembre de 1559. El rey Felipe II envía una carta a Luis de Velasco y Ruiz de Alarcón, virrey de Nueva España, encargándole una delicada y secreta misión: disponer una expedición que se dirigiese hacia las Filipinas cruzando el Pacífico. Quiere que sean exploradas aquellas tierras, descubiertas durante el viaje de circunnavegación de Magallanes y Elcano, y reclamada su propiedad. Y quiere que se haga con toda la discreción posible, ya que ese viaje podría considerarse una violación del tratado de Tordesillas, que asigna esos territorios a Portugal. Pero no es su único interés; también quiere que la expedición busque una ruta de vuelta a América (el llamado tornaviaje), algo en lo que han fracasado otras cinco expediciones previas. Una ruta que sería muy beneficiosa para las colonias: permitiría el comercio directo entre América y Extremo Oriente, sin tener que pasar por las costas de las islas Molucas, de la India y de África, controladas por los portugueses. Y si de paso logran encontrar a los supervivientes de la expedición de Ruy López de Villalobos (1542-44), parte de los cuales permanecían retenidos por los portugueses en Malasia, mejor todavía. En su carta, además, el joven rey Austria indica quien debe ser el cosmógrafo de la misión, el encargado de fijar la ruta que seguirían las naves: Andrés de Urdaneta, navegante, explorador, geógrafo, que además conocía bien aquellas regiones. Velasco responde al rey: Urdaneta se halla retirado de la vida pública, ya que seis años atrás ha tomado los hábitos de la orden de los agustinos y vive en un monasterio de Ciudad de México. El siguiente mensaje del rey va dirigido al propio Urdaneta, pidiéndole que aceptara el encargo porque "según de mucha noticia que dizque tenéis de las cosas de aquella tierra y entender, como entendéis bien, la navegación della y ser buen cosmógrafo, sería de gran efecto que vos fuesedes en dichos navíos, así por lo que toca a la dicha navegación, como para el servicio de Dios Nuestro Señor".
Andrés de Urdaneta y Cerain, nacido en Ordizia en torno a 1508, en una familia distinguida (su padre llegó a ser alcalde de la villa), se había embarcado muy joven en la expedición de García Jofre de Loaisa, que partió del puerto de A Coruña el 24 de julio de 1525 rumbo a las Molucas. Siete naves, con unos 450 tripulantes, que llevaban como piloto al mismísimo Juan Sebastián Elcano. Naufragios, deserciones, tempestades, muertes (incluidas las del almirante Loaisa y de Elcano) y desapariciones (de la carabela San Lesmes nunca mas se supo y se dice que sus tripulantes pudieron ser los primeros europeos en pisar Australia y Nueva Zelanda) hicieron que sólo la nao Santa María de la Victoria, con un puñado de hombres, llegara a las Molucas en 1526, donde se las tuvieron con los portugueses, que también reclamaban su posesión. Los españoles se atrincheraron en la pequeña isla de Tidore y allí resistieron hasta que tuvieron que rendirse en 1529... para descubrir que todo había sido en vano: no fue hasta 1532 en que supieron que Carlos V había cedido los derechos sobre las Molucas a los portugueses en el Tratado de Zaragoza (1529).
Urdaneta había demostrado sus cualidades durante el viaje. Pese a que había embarcado como un simple sobresaliente (voluntario para aprender navegación y ganar experiencia militar), las muchas bajas y su propio talento le acabaron convirtiendo en el segundo al mando de la expedición. Además, aprovechó el tiempo del viaje y el que estuvo prisionero para aprender malayo y varios idiomas más de la zona, y redactar un minucioso informe sobre aquellas regiones (incluidos datos sobre las corrientes y los vientos de los mares de la zona), que le fue incautado por los portugueses cuando Urdaneta y sus compañeros fueron devueltos a Europa en 1536, aunque logró rehacer buena parte de él de memoria.
En 1539, Urdaneta abandonó España rumbo a México, dejando a cargo de su hermano a su hija, una niña mestiza nacida en las Molucas. En México le esperaba Pedro de Alvarado, que preparaba una nueva expedición a las Molucas. Dicha expedición no llegó a producirse por la muerte de Alvarado en 1541, pero Urdaneta se instaló en México, donde se ganó la confianza del virrey Velasco y ostentó, con habilidad y criterio, distintos cargos políticos hasta que, en 1553, llegó su inesperado ingreso en la orden de San Agustín.
Urdaneta terminó por aceptar el encargo real, aunque era de la opinión de que la expedición debería dirigirse a Nueva Guinea y no a las Filipinas. Con la colaboración de Velasco, comenzó a preparar minuciosamente el viaje. Como comandante de la flota, se eligió a Miguel López de Legazpi, escribano mayor del ayuntamiento de México, que no tenía experiencia marina previa, pero era un hombre honesto, inteligente y muy capaz (además, era pariente de Urdaneta, por parte de madre). Andrés de Urdaneta supervisó personalmente la mayor parte de los detalles del viaje. En lugar de comprar barcos, los hizo construir ex-profeso para la misión, en la costa oeste de México (para evitar tener que rodear todo el continente y cruzar el peligroso Estrecho de Magallanes). Se construyeron cinco navíos: las naos San Pedro (que era la capitana) y San Pablo, los pataches San Juan y San Lucas y el pequeño bergantín Espíritu Santo. También se encargó de que los barcos llevasen a bordo una generosa provisión de cocos y piñas para paliar los efectos del escorbuto, que Urdaneta conocía bien de la expedición de Loaisa. Asimismo, procuró alistar a una tripulación homogénea, con muchos marineros de origen común (un tercio de ellos eran guipuzcoanos) para evitar roces, y se ocupó de que estuvieran bien pagados, para evitar descontentos. En total, unos 380 hombres, entre los que estaban el sobrino de Urdaneta, Andrés de Mirandaola; el nieto de Legazpi, Felipe de Salcedo (que contaba tan sólo 18 años); y un indígena filipino converso, llamado Gerónimo Pacheco, como guía e intérprete.
La escuadra partió del puerto mexicano de Barra de Navidad el 21 de noviembre de 1564, aprovechando la ruta de los vientos alisios, y llegó a las Filipinas apenas dos meses después, tras recorrer casi 8000 millas y pasar por los archipiélagos de las Marshall y las Marianas. El secretismo de la misión era tal, que la mayor parte de la tripulación y los oficiales no supieron el verdadero destino de su viaje hasta que Legazpi abrió el sobre lacrado con las órdenes del rey, cuando se hallaban ya 300 millas mar adentro. Tras unos meses en las islas, Urdaneta, a bordo de la San Pedro, capitaneada por Salcedo, partió el 1 de julio de 1565 del puerto filipino de San Miguel para tratar de encontrar la ruta de vuelta a América, mientras el resto de la expedición continuaba la exploración y colonización del archipiélago. Aprovechando los vientos del monzón, tomó rumbo nordeste y su habilidad como navegante le permitió encontrar en torno a los 40º de latitud norte la llamada corriente de Kuroshio o Kuro-Shivo. Esta corriente, que nace en Taiwan y se dirige hacia el este hasta las costas norteamericanas, le permitió volver a México tras un largo y penoso viaje de cinco meses sin escalas, llegando a Acapulco el 8 de octubre (de la treintena de hombres que llegaron, apenas la mitad estaban en condiciones de trabajar). Allí supieron que se les habían adelantado: el patache San Lucas, al mando del capitán Alonso de Arellano, que se había separado del resto de la expedición el 1 de diciembre de 1564 y había sido dado por perdido, había llegado a México en agosto. No obstante, pese a haber sido el primero, Arellano fue acusado de desertor y traidor (él siempre defendió que se había separado de la partida de Legazpi a causa de una tormenta y no había sido capaz de volver a encontrarla), pasó cierto tiempo en prisión y quedó totalmente desacreditado. Además, Arellano apenas había recogido datos en sus diarios y mapas, que estaban llenos de errores e inexactitudes, y ni siquiera había registrado el itinerario de vuelta, mientras que Urdaneta y los pilotos del San Pedro si llevaron a cabo un registro minucioso de su rumbo y sus posiciones.

Itinerario de Urdaneta
Urdaneta continuó viaje hacia España, donde fue recibido en audiencia por el rey en mayo de 1566. Urdaneta presentó a Felipe II un informe detallado de sus descubrimientos (sus cartas y derroteros habían quedado en posesión de la Real Audiencia de México). Cumplida su misión, regresó a su convento de México, donde permanecería hasta su muerte, en 1568. La ruta de vuelta a América pasó a llamarse ruta de Urdaneta y permitió los viajes regulares del llamado Galeón de Manila durante más de dos siglos. Todavía hoy en día sigue siendo una de las rutas marítimas más utilizadas del mundo.

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