domingo, 2 de noviembre de 2014

La Jura de Santa Gadea

Fernando I de León, el Grande (1016-1065)
Fernando I el Grande, rey de León y conde de Castilla, está en Valencia a finales de 1065, guerreando contra el rey moro de la ciudad, Abd al-Malik ben Abd al-Aziz al-Muzaffar, cuando se siente enfermo y decide regresar a León, a donde llega el día de Nochebuena. Consciente de que su tiempo se acaba, hace penitencia y prepara su alma, que entrega el día 27. A su muerte, siguiendo sus deseos, sus tierras se reparten entre sus hijos según el derecho navarro (el leonés establecía que las posesiones reales fuesen a parar a un único heredero), igual que había hecho su padre, Sancho Garcés III de Pamplona, con él y sus hermanos. Así, Sancho II el Fuerte se convierte en rey de Castilla; Alfonso pasa a ser Alfonso VI de León; Don García hereda Galicia, a la que añadiría el condado de Portucale; y sus hijas, Urraca y Elvira, las plazas fuertes de Zamora y Toro, respectivamente, amén del señorío sobre todos los monasterios de los tres reinos, lo que suponía una muy jugosa fuente de ingresos.

Sancho II de Castilla, el Fuerte (1038-1072)
Este reparto no agradó a todos los herederos, especialmente a Sancho (quien siendo el mayor de los hijos varones se consideraba con derecho a recibir todo el legado), que es también el primero en actuar. Tras la muerte de su madre, la reina Sancha, en 1067, el rey de Castilla intenta que Alfonso le ceda su trono, sin éxito. Luego se alía con él para derrocar a García, desterrándolo a Sevilla y repartiéndose su reino. Pero una vez destronado García, no tarda en volver a intentar hacerse con el trono leonés, esta vez por la fuerza: sus tropas, comandadas por su lugarteniente y hombre de confianza Rodrigo Díaz de Vivar El Cid, derrotan a las de Alfonso en Golpejera (1072) y se hace con el trono, encarcelando a su hermano, que acabaría huyendo y refugiándose en la corte de la taifa de Toledo. El cambio de rey no es bien visto por buena parte de la nobleza leonesa, muchos de los cuales se refugian en Zamora, donde Urraca, aliada de Alfonso, les da cobijo. Ante esto, Sancho intenta conquistar la ciudad, pero moriría durante el sitio, el 7 de octubre de 1072, en circunstancias no del todo claras. La tradición atribuye su muerte a un caballero zamorano llamado Vellido Dolfos, el cual habría fingido cambiar de bando para ganarse la confianza del rey, aprovechando un momento en el que ambos estaban a solas para apuñalarlo. No hay pruebas de que esta historia sea cierta; aparece citada por primera vez en la Crónica najerense, un siglo posterior, y la mayoría de los expertos creen que se trata de una invención literaria.

Alfonso VI de León, el Bravo (1047-1109)
Tras la muerte de Sancho, Alfonso VI volvió de su exilio y recuperó su trono; y como Sancho había muerto sin herederos, reclamó también Castilla y Galicia (para ello, encarceló a García, que también trataba de recuperar su reino, y lo mantuvo prisionero hasta su muerte). Es en este momento cuando la tradición sitúa la conocida como Jura de Santa Gadea. El Cid, uno de los caballeros más respetados de Castilla y representante de los intereses de la nobleza castellana, obliga a Alfonso a jurar, en unos términos durísimos y hasta humillantes para el rey, no haber tenido arte ni parte en la conspiración que llevó a la muerte de su hermano, si quiere su apoyo para subir al trono. Un juramento que habría tenido lugar en la burgalesa iglesia de Santa Gadea. Alfonso, mortificado por tal imposición, nunca perdonaría al Cid aquella afrenta y acabaría forzándolo al destierro.

Rodrigo Díaz de Vivar (1048-1099)
¿Cuanto hay de cierto en esta historia? Muy probablemente, nada. La mayoría de historiadores contemporáneos dudan de la historicidad de este suceso y lo consideran una leyenda o mito surgido con posterioridad; de hecho, no es hasta mediados del siglo XIII que aparece por primera vez mencionado. Muy al contrario, El Cid fue un valioso y leal colaborador de Alfonso VI durante los primeros años de su reinado, al que le fueron encomendadas misiones importantes como el cobro de los tributos de la taifa de Sevilla, e incluso le fue concedida la mano de doña Jimena Díaz, pariente del propio Alfonso. Fue muy posiblemente una incursión del Cid en territorio de la taifa de Toledo, aliada y amiga de Alfonso, la que enturbió sus relaciones e hizo que Rodrigo acabase convertido en un soldado de fortuna al servicio del rey árabe de Zaragoza, primero; y (tras una breve reconciliación con Alfonso que se truncaría con un nuevo destierro) posteriormente como caudillo independiente y conquistador de Valencia.
Pese a su falta de base histórica, la leyenda de la Jura de Santa Gadea alcanzó un enorme renombre, siendo durante siglos considerada como verídica y apareciendo en numerosas crónicas y romances. Uno de los más conocidos es, precisamente, el "Romance de Santa Gadea":

En Santa Gadea de Burgos do juran los hijosdalgo, allí toma juramento el Cid al rey castellano, sobre un cerrojo de hierro y una ballesta de palo. Las juras eran tan recias que al buen rey ponen espanto. --Villanos te maten, rey, villanos, que no fidalgos; de las Asturias de Oviedo, que no sean castellanos; mátente con aguijadas, no con lanzas ni con dardos; con cuchillos cachicuernos, no con puñales dorados; abarcas traigan calzadas, que no zapatos con lazo. Traigan capas aguaderas, no capuces ni tabardos; con camisones de estopa, no de holanda ni labrados; cabalguen en sendas burras, que no en mulas ni en caballos. Las riendas traigan de cuerda, no de cueros fogueados; mátente por las aradas, no en camino ni en poblado. ¡Sáquente el corazón vivo, por el siniestro costado, si no dices la verdad de lo que te es preguntado! Si tú fuiste o consentiste en la muerte de tu hermano. Las juras eran tan fuertes que el rey no las ha otorgado. Allí habló un caballero de los suyos más privado: --Haced la jura, buen rey, no tengáis de eso cuidado, que nunca fué rey traidor, ni Papa descomulgado. Jura entonces el buen rey, que en tal nunca se ha hallado. Después habla contra el Cid malamente y enojado: --Mucho me conjuras, Cid, Cid, muy mal me has conjurado, mas si hoy me tomas la jura, después besarás mi mano. --Aquesto será. buen rey, como fuer galardonado, porque allá en cualquier tierra dan sueldo a los hijosdalgo. --¡Vete de mis tierras, Cid, mal caballero probado, y no me entres más en ellas desde este día en un año! --Que me place --dijo el Cid--, que me place de buen grado, por ser la primera cosa que mandas en tu reinado. Tú me destierras por uno, yo me destierro por cuatro. Ya se partía el buen Cid sin al rey besar la mano; ya se parte de sus tierras, de Vivar y sus palacios: las puertas deja cerradas, los alamudes echados. Las cadenas deja llenas de podencos y de galgos; sólo lleva sus halcones, los pollos y los mudados. Con él iban los trescientos caballeros hijosdalgo. Los unos iban a mula y los otros a caballo; todos llevan lanza en puño, con el hierro acicalado, y llevan sendas adargas con bordas de colorado. Por una ribera arriba al Cid van acompañando; acompañándolo iban mientras él iba cazando.

2 comentarios:

  1. Coincido contigo en que la "jura" casi seguramente es un mito añadido posteriormente a la leyenda que se fraguó alrededor de Rodrigo Díaz. El mejor ensayo historico sobre la figura reál del CId. el de Menendez Pidál también la descarta como falsa. Probablemente lo que hubo entre Alfonso y Rodrigo fue una "divergencia de intereses", añadiendo a eso el que Rodrigo fuese el Alférez Reál del rey Sancho, su jefe militár, puesto que perdió a la muerte de este en favor de otro noble mas afín y sumiso a Alfonso.

    Pero de todas formas, el texto de la "jura" que reproduces es una autentica joya literaria, y como dicen los italianos, "si no es verdad está muy bien inventado".

    Una gran figura historica la del Cid, y como todas las grandes figuras, muy manipulada después. Pero la realidad que hay tras el personaje histórico, supera incluso a su leyenda.

    Gracias por tus palabras de apoyo.

    Un abrazo

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    1. Es muy poco probable que hubiera sucedido así, más teniendo en cuenta que Alfonso era un rey de carácter fuerte y el destierro del Cid tardó casi diez años (Alfonso subió al trono en 1072 y el Cid marchó al exilio a finales de 1080) durante los cuales le fueron encomendadas importantes misiones. Pero es una historia tan magnífica que merecería ser cierta, sobre todo por los magníficos frutos que produjo en la literatura española.
      Me alegro de que estés mejor. Un saludo, Rodericus.

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