viernes, 1 de enero de 2016

La Guerra de los Pasteles


A la independencia de México en 1821 la siguió un periodo de inestabilidad política, social y económica. Aún así, el recién nacido país era un nuevo y apetecible mercado para los comerciantes de las grandes potencias europeas. Fueron los franceses los que tomaron ventaja y comenzaron a asentarse en las principales ciudades mexicanas como comerciantes, industriales o artesanos. Los gobiernos de ambas naciones firmaron en 1827 las Declaraciones Provisionales, un tratado previo al establecimiento de relaciones entre los dos países. En 1830 Francia reconocía oficialmente la independencia mexicana y en 1831 y 1832 se firmaron sendos tratados comerciales que concedían a los franceses privilegios como nación preferente en sus tratos comerciales. Por aquel entonces, la colonia francesa en México era ya numerosa, próspera e influyente.
No obstante, la situación del país seguía siendo complicada, y los sucesivos gobiernos se vieron obligados a tomar medidas drásticas e impopulares: nuevos impuestos y tasas, "préstamos forzosos" y medidas para limitar los privilegios de los ciudadanos extranjeros. Estas decisiones sentaron muy mal a los comerciantes franceses, que, sintiéndose agraviados, elevaron sus quejas al embajador francés en México, el barón Antoine-Louis Deffaudis, quien a su vez las transmitió a principios de 1838 al presidente de México, Antonio Bustamante. Deffaudis exigía modificar dos artículos del tratado de 1827 para asegurar determinados privilegios para los súbditos franceses, además de una compensación de 600000 pesos para aquellos que se consideraban perjudicados por los disturbios sucedidos en el país o por la acción del gobierno mexicano. Entre los demandantes estaba un tal señor Remontel, dueño de una pastelería en Tacubaya, que reclamaba que tiempo atrás unos oficiales del ejército del general Antonio de Santa Anna se habían comido unos pasteles en su establecimiento y no sólo no los habían pagado, sino que habían causado ciertos destrozos en el local. Este detalle hizo que el posterior enfrentamiento pasase a ser conocido popularmente como la Guerra de los Pasteles.


El gobierno de Bustamante rechazó de plano las exigencias del embajador francés. Esta rotunda negativa, unida al fusilamiento de un francés en Tampico acusado de piratería, enfureció a Deffaudis, quien abandonó México rumbo a Francia. Volvió ya en marzo, pero no lo hizo solo, sino que llegó acompañado de una flota de buques de guerra al mando del almirante Bazoche. Desde uno de estos barcos, Deffaudis envió el 21 de marzo un ultimátum al gobierno mexicano exigiendo el pago de la indemnización pedida y las modificaciones en el acuerdo entre ambas naciones. Como los mexicanos se negaran a negociar mientras hubiese fuerzas navales extranjeras frente a sus costas, el 16 de abril Bazoche decretó el bloqueo de todos los puertos mexicanos del Golfo, empezando por el de Veracruz.

Fortaleza de San Juan de Ulúa, frente al puerto de Veracruz
En octubre, visto que los mexicanos seguían sin aceptar sus reclamaciones, los franceses enviaron otros 20 barcos de guerra, mandados por el contraalmirante Baudin, que además ostentaba el cargo de ministro plenipotenciario del gobierno galo. Baudin se sentó a negociar en Xalapa con el ministro mexicano de Relaciones Interiores y Exteriores, Luis Gonzaga Cuevas. Los franceses pedían los 600000 pesos de la compensación a sus compatriotas, mas otros 200000 por los gastos de la flota desplazada a las costas mexicanas, y la firma de un tratado de amistad, comercio y navegación que concediese privilegios y derechos preferentes a los franceses. Este último punto fue rechazado de plano por Cuevas, con lo que Baudin, enojado, decidió pasar de las palabras a los hechos. El 27 de noviembre de 1838, la flota francesa bombardeaba el fuerte de San Juan de Ulúa y el puerto de Veracruz. De inmediato, el general Santa Anna (que había pasado al retiro tras la dolorosa derrota en la guerra contra los texanos) volvió al servicio activo y se puso al frente de las tropas que defendían Veracruz, pero aún así los franceses tomaron la ciudad el 4 de diciembre y el propio Santa Anna perdió una pierna en los combates. Para entonces, el gobierno mexicano ya había declarado la guerra a Francia.

Antonio de Padua María Severino López de Santa Anna y Pérez de Lebrón (1794-1876)
Los enfrentamientos se prolongaron durante varios meses, hasta que intervino el diplomático inglés Richard Pakenham, ministro plenipotenciario del gobierno británico, que había arribado a las costas mexicanas en diciembre acompañado de una poderosa flota. Los comerciantes británicos estaban perdiendo mucho dinero a consecuencia del bloqueo y tampoco les interesaba que Francia lograra un acuerdo comercial demasiado ventajoso que les hiciera competir en inferioridad de condiciones, así que Pankeham, en parte con diplomacia y en parte con la amenaza de una intervención británica, logró sentar en febrero de 1839 a Baudin con los negociadores mexicanos, Guadalupe Victoria y Eduardo Gorostiza. El tratado de paz definitivo se firmó el 9 de marzo; México aceptó pagar los 600000 pesos, en cómodos plazos, pero sin aceptar la firma del nuevo tratado que querían los franceses, y éstos renunciaron a reclamar los gastos de guerra, aceptando de nuevo el tratado de 1827 y liberando los buques capturados durante el bloqueo.
Poco después de la firma del tratado, Santa Anna (cuya popularidad había vuelto a crecer debido a este incidente) sustituyó a Bustamante como presidente de México. El bloqueo francés no se levantaría completamente hasta el 7 de abril, y el rey francés Luis Felipe I de Orleans enviaría a un nuevo embajador en sustitución de Deffaudis, el barón Alleye de Ciprey, cuya actitud prepotente y pendenciera dejaría una larga ristra de incidentes de todo tipo durante los seis años que estuvo en el cargo.
Pese al conflicto, los franceses siguieron gozando de un destacado protagonismo en la vida comercial y cultural de México. No sería esta la última vez que Francia interviniese en los asuntos mexicanos; en 1862 las tropas francesas invadirían el país para imponer al año siguiente al infortunado Maximiliano de Habsburgo como emperador.

2 comentarios:

  1. Si la historia de España en el XIX pensamos que es complicada, la de México no se queda atrás. Este episodio y los que seguirían, con las intervenciones extranjeras, la española incluida, son prueba.
    Muchas gracias por esta entrada, y también por su comentario en el mío. Los buenos comentarios son el mejor premio para cualquier entrada.
    Un saludo.

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    1. Me complace mucho que le haya gustado esta entrada. Gracias por pasarse por este modesto blog.
      Un saludo.

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