domingo, 30 de septiembre de 2018
Los tasaday
En junio de 1971, la oficina de Manila de la agencia de noticias Associated Press, informó de un suceso que alcanzó una gran repercusión en todo el mundo: el descubrimiento, en el interior de la jungla de la isla filipina de Mindanao, de una tribu desconocida, que había vivido aislada durante siglos y que se encontraba en un estado de civilización equivalente al de la Edad de Piedra.
El descubrimiento de la tribu se lo atribuyó Manuel Elizalde, un político filipino, estrecho colaborador del dictador Ferdinand Marcos y presidente de la PANAMIN, la agencia gubernamental filipina dedicada a la protección de las minorías. Según su versión, un cazador local le había hablado de que ocasionalmente se encontraba en aquellos bosques con personas desconocidas de aspecto primitivo. El propio Elizalde, acompañado de varios colaboradores, había acudido a la zona y finalmente había dado con los esquivos indígenas.
Ante el interés que provocó la noticia, Elizalde organizó un encuentro entre miembros de la tribu, que se llamaban a si mismos los tasaday, con periodistas, encuentro que tuvo lugar en marzo de 1972, y del que saldría un reportaje y una portada en el National Geographic. Poco después, en abril, el presidente Marcos decretaba una zona de unos 180 km2 en torno al hogar de los tasaday como reserva, para protegerlos de injerencias externas, y cuyo acceso estaba rigurosamente controlado por Elizalde.
Los tasaday resultaron ser una tribu extremadamente pacífica y amistosa. Vivían en absoluta armonía con su entorno, desconocían la violencia (hasta el punto de que en su idioma carecían de palabras como "guerra" o "enemigo") y apenas se cubrían con toscos taparrabos. No conocían la agricultura, ni la ganadería, ni los metales, se alimentaban de frutas y pequeños animales, y sus herramientas eran muy poco avanzadas. Tampoco construían edificios, sino que vivían en cuevas, y eran estrictamente monógamos. En una época turbulenta, con las convulsiones de la Guerra Fría o el conflicto de Vietnam, la aparición de los amables y cordiales tasaday suponía una agradable novedad para un mundo desasosegado.
Sin embargo, muy pronto comenzaron las dudas y las sospechas. Algunos investigadores encontraron raro que, tras tanto tiempo de aislamiento (se llegó a decir que llevaban 2000 años sin contacto con otros seres humanos), los tasaday no mostraran los problemas habituales provocados por la endogamia. También resultaba chocante que, pese a que había un poblado a algunos kilómetros de donde vivían, hubieran permanecido tanto tiempo sin relacionarse con otras personas. Además, un lingüista encontró sospechoso que utilizaran palabras que por su modo de vida no debían conocer, como "techo". Y, por si fuera poco, un equipo que analizó cuidadosamente la dieta de vegetales y renacuajos de los tasaday, concluyó que ese tipo de alimentación apenas les proporcionaría una tercera parte del aporte calórico necesario para su supervivencia.
Igualmente sospechoso resultaba el comportamiento de Manuel Elizalde. El autoproclamado portavoz y defensor de los tasaday controlaba personalmente todo lo que tuviera que ver con ellos. Mientras limitaba el acceso de periodistas y antropólogos a los miembros de la tribu, permitiéndolo solo en contadas ocasiones y por breves periodos de tiempo (siempre con la excusa de proteger el modo de vida de los tasaday), en cambio se mostraba muy permisivo cuando los visitantes eran turistas, especialmente si se trataba de celebridades (la actriz Gina Lollobrigida y el aviador Charles Lindbergh fueron algunos de los que se acercaron a la zona y se fotografiaron con los indígenas). Llegó incluso a autorizar la construcción de un helipuerto para facilitar el acceso a la zona, lo que no parecía casar bien con sus aireadas intenciones de mantener el aislamiento de la tribu.
A pesar de las limitaciones, los tasaday fueron objeto durante algunos años de numerosos artículos de prensa, programas de televisión e incluso un documental producido por la National Geographic (The Last Tribes of Mindanao, 1972). Siempre, por supuesto, bajo la estrecha vigilancia de Elizalde o de sus funcionarios. Sin embargo, las sospechas siguieron creciendo hasta que en 1976 el presidente Marcos decretó, apoyándose en el estado de ley marcial que reinaba en el país desde 1972 y de nuevo con la excusa de proteger a la tribu, una prohibición total de visitas de cualquier tipo a su reserva. Durante una década, los tasaday desaparecieron de la vista del resto del mundo.
Hasta que en 1986 Marcos fue derrocado y se vio obligado a marchar al exilio. Fue entonces cuando, aprovechando la desaparición de las muchas trabas y restricciones gubernamentales, dos periodistas, el suizo Oswald Iten y el filipino Joey Lozano, se aventuraron en busca de los tasaday. Para su sorpresa, las cuevas en las que afirmaban vivir estaban desocupadas. Los indígenas que supuestamente vivían en la Edad de Piedra vivían en realidad en chozas similares a las de sus tribus vecinas, vestían ropas occidentales como pantalones vaqueros y camisetas, y utilizaban utensilios y herramientas de metal. Tras hablar con Iten, varios de ellos admitieron que Elizalde les había dado dinero, bienes y protección a cambio de fingir ser una tribu primitiva.
Por aquel entonces, Elizalde ya no estaba en Filipinas; se había retirado a Costa Rica en 1983, llevándose, según algunos rumores, una importante cantidad de dinero (se habló de 35 millones de dólares) procedentes de los fondos públicos que el gobierno de Marcos otorgaba a la PANAMIN. Sin embargo, cuando Iten hizo público su hallazgo, Elizalde regresó a Filipinas para defender la autenticidad de su descubrimiento, contando con el apoyo del nuevo gobierno filipino presidido por Corazón Aquino, amenazando incluso con llevar a los tribunales a los que pusieran en duda su palabra. Y lo siguió defendiendo hasta su muerte, acontecida en 1997.
En la actualidad, aunque sigue habiendo cierta controversia sobre el tema, muchos expertos están de acuerdo en que los tasaday si existen como grupo, basándose en indicios como su idioma (diferente al de sus vecinos, y que procede de una familia lingüística distinta), y que muy probablemente si es cierto que pasaron cierto tiempo aislados, aunque no tanto como afirmaba Elizalde, probablemente 150 o 200 años como mucho. Pero que el resto de su historia había sido notablemente exagerada para atraer la atención de la prensa y el turismo; en realidad, en 1971 los tasaday ya llevaban décadas manteniendo contactos mas o menos frecuentes con las demás tribus de su entorno, y desde luego su civilización y cultura no eran en absoluto los de una tribu de la Edad de Piedra, como se había dicho.
domingo, 23 de septiembre de 2018
El Buda de Oro
El Buda de Oro |
El descubrimiento de uno de los más fabulosos tesoros hallados en épocas recientes tuvo lugar de forma accidental un día de mayo de 1955. Todo comenzó en el templo de Wat Traimit, uno de los muchos templos budistas de la ciudad de Bangkok. Un templo humilde, situado además en un barrio de mala nota. Se estaban llevando a cabo una serie de reformas y se había construido un edificio nuevo, en el que se proyectaba colocar una vieja estatua de Buda que llevaba años semiabandonada en el patio del templo. La estatua, de gran tamaño, estaba hecha de estuco dorado y adornada con cristales de colores, y aparentemente no tenía apenas valor, ni artístico, ni histórico, ni mucho menos económico.
Precisamente, ese 25 de mayo de 1955 se estaba llevando a cabo el traslado de la pesada estatua a su emplazamiento definitivo. Y algo sucedió. Los cables que la sostenían se rompieron, y la estatua cayó al suelo con estrépito. Los trabajadores y los curiosos que observaban los trabajos creyeron que se trataba de un mal augurio, y abandonaron el lugar. Una violenta tromba de agua que cayó sobre la ciudad esa noche, provocando inundaciones y numerosos daños, pareció darles la razón. A la mañana siguiente, el monje al cargo del templo acudió a comprobar los daños. La estatua seguía en el mismo lugar donde había caído, y cuando trató de limpiar el barro que la cubría, el monje se sorprendió al ver que el estuco se había agrietado dejando ver en el interior de la estatua un brillo de metal dorado. Rápidamente, corrió a informar a las autoridades. La capa exterior de estuco fue retirada con precaución y de este modo se descubrió que aquella estatua que todo el mundo consideraba sin valor estaba en realidad hecha de oro macizo.
El llamado Buda de Oro o Phra Phuttha Maha Suwana Patimakon mide unos tres metros de altura y pesa alrededor de cinco toneladas y media, lo que lo convierte en la estatua de oro macizo más grande del mundo. Buda se halla representado sentado en la posición de loto, en la pose conocida como bhūmi sparśa mudrā, tocando la tierra con su mano derecha, tomándola como testigo, y que representa el momento en el que Buda, estando bajo el árbol Bodhi, resolvió el problema de como acabar con el sufrimiento. La estatua está formada por nueve piezas que pueden separarse, y que están fabricadas con oro de distinta pureza. Así, el cuerpo de la estatua presenta una pureza de un 40%, mientras que el oro entre el mentón y la frente es de una pureza de un 80%, y el pelo y el tocado de la estatua (una pieza de unos 45 kilos) están hechos de un oro 99% puro. Algunos de sus detalles (los tres pliegues en el cuello o los lóbulos de las orejas elongados) simbolizan el anterior estatus de Buda como príncipe. El valor de la estatua, solo por el oro del que está hecha, sin tener en cuenta otros condicionantes, se calcula en unos 250 millones de dólares.
La cabeza del Buda de Oro, antes de que fuera retirado el estuco que la cubría |
Se supone que la estatua fue luego trasladada a la ciudad de Ayutthaya, capital del reino del mismo nombre, del que Sukhotai era vasallo, en algún momento a principios del siglo XV. Y allí habría permanecido hasta 1767, fecha en la que una invasión birmana arrasó el reino, sitiando la capital, que posteriormente sería saqueada y quemada. Seguramente fue en esta época cuando la estatua fue cubierta de estuco, para ocultar su verdadero valor a los invasores birmanos. En algún momento, su auténtico valor quedó olvidado y la estatua permaneció abandonada entre las ruinas de Ayutthaya sin que nadie pudiera imaginar el tesoro que escondía en su interior.
En 1801 el entonces rey de Tailandia Rama I (1737-1809) trasladó la capital del reino desde Thonburi a una nueva ciudad que había ordenado construir en la orilla oriental del río Chao Phraya, a la que llamó Rattakanosik y que es la actual Bangkok. Como parte de su plan para restaurar la moral y el espíritu de su país tras años de guerras internas y externas, Rama I hizo construir numerosos templos budistas por toda la ciudad. Y además, ordenó que de todo el país se llevaran a la ciudad estatuas de Buda que permanecían en templos abandonados o destruidos, para instalarlas en los nuevos templos. Fue en esta época cuando la estatua aparentemente hecha de estuco fue trasladada desde las ruinas de Ayutthaya hasta la nueva capital, donde fue instalada en el templo de Wat Chotanaram, ya bajo el reinado de Rama III (1821-1854), nieto de Rama I.
Allí permaneció hasta la década de 1930. En esos años se llevaron a cabo una serie de obras para acondicionar las orillas del Chao Phraya y se decidió derribar Wat Chotanaram, que llevaba años abandonado y en ruinas. Como a ningún budista se le ocurriría destruir una estatua de Buda, la estatua fue trasladada en 1935 a un santuario no muy lejano, Wat Traimit, donde, al no disponer de sitio para albergarla, la mantuvieron durante dos décadas en el patio, cubierta únicamente con un precario techo de hojalata. Hasta que una caída accidental reveló el secreto que había permanecido oculto casi dos siglos.
El templo de Wat Traimit |
domingo, 16 de septiembre de 2018
No eran submarinos soviéticos, eran arenques con gases
A principios de la década de 1980, los sistemas de escucha submarina de la Armada sueca empezaron a registrar unos extraños sonidos en las aguas cercanas a una de sus bases navales. Dichos sonidos, una especie de chasquidos o crepitación metálica, desconcertaron a los suecos, que en un principio no sabían a qué atribuírselos, pero luego fueron clasificados como provenientes de algún tipo de submarino desconocido (presumiblemente soviético) que habría entrado de manera ilegal en aguas suecas.
Dicho contacto se repitió con cierta regularidad durante los años 80. En varias ocasiones, los suecos lanzaron operaciones de búsqueda de los supuestos sumergibles, enviando barcos y aviones en un esfuerzo que a la postre resultó infructuoso: los misteriosos submarinos se desvanecían sin dejar más rastro que un reguero de pequeñas burbujas que algunos de los participantes en las búsquedas decían haber visto en la superficie del mar.
Estos encuentros ponían de los nervios al Estado Mayor sueco. En plena Guerra Fría, les preocupaba el motivo que llevaba a los soviéticos a poner a prueba sus defensas. Unos años antes, en 1981, un submarino soviético de la flota del Báltico había encallado muy cerca de Estocolmo después de "haber confundido el rumbo" y temían estar asistiendo al preludio de una invasión. Pero, como era de esperar, los soviéticos negaron repetidas veces que ninguno de sus submarinos hubiera entrado en aguas suecas sin permiso.
Tras el colapso de la Unión Soviética a finales de la década, la actividad de los submarinos ex-soviéticos decreció y las defensas suecas se relajaron. No obstante, en junio de 1993 volvió a captarse aquel misterioso sonido, y el contacto se repitió en los meses sucesivos, lo que estuvo a punto de causar un incidente diplomático: el entonces primer ministro sueco, el conservador Carl Bildt, envió en 1994 una carta oficial de protesta al presidente ruso Boris Yeltsin, quejándose de la actitud de sus submarinos. De nuevo, los rusos negaron tener nada que ver con aquel asunto. Y en el ejército sueco, alguien comenzó a pensar que quizá era cierto que no se trataba de submarinos y a lo mejor había que buscar una hipótesis alternativa sobre su origen.
En 1996, el biólogo Magnus Wahlberg, de la University of Southern Denmark y reconocido experto en bioacústica (los sonidos producidos por animales) fue contratado por el gobierno sueco para tratar de arrojar algo de luz sobre el misterioso caso. Wahlberg, junto a varios especialistas en bioacústica, fue llevado a la base de Bergen, donde se les permitió escuchar las grabaciones del sonido que tantos quebraderos de cabeza había causado en Suecia (por aquel entonces, las grabaciones todavía eran top secret y pocos eran los civiles autorizados a escucharlas). El informe final de Wahlberg, tras un pormenorizado análisis, sin duda, provocó tranquilidad y bochorno a partes iguales entre los altos mandos de las fuerzas armadas suecas: algunos de los sonidos registrados podían haber sido causados por animales como nutrias o visones chapoteando en aguas poco profundas, pero la mayor parte de los contactos registrados, los más preocupantes, se debían a los pedos de grandes bancos de arenques (Clupea harengus).
Clupea harengus |
En realidad, no se trata de auténticas flatulencias. El arenque del Atlántico (y su primo, el arenque del Pacífico o Clupea pallasii) es capaz de absorber y acumular gases de su entorno y expulsarlos luego a través de una abertura cercana al ano, aunque los que lo han escuchado reconocen que recuerda mucho al sonido de una pedorreta. Este fenómeno se denomina Fast Repetitive Tick (algo así como "Chasquido Rápido Repetitivo) o FRT y al parecer los arenques lo utilizan como medio de comunicación, variando el tono y la frecuencia de los sonidos, especialmente cuando se agrupan en grandes cardúmenes, de miles de individuos; los grandes movimientos coordinados de estos bancos se organizan en buena medida con este sistema. Así lo estableció un estudio publicado en el 2003 en la revista Biology Letters por los investigadores Ben Wilson (de la Universidad de la Columbia Británica), Lawrence Drill (de la Universidad Simon Frasier) y Robert Batty (de la Asociación Escocesa para la Ciencia Marina). Al parecer, aunque los encargados de las escuchas tenían protocolos para identificar las ventosidades de grandes animales acuáticos (ballenas, focas...) nadie hasta entonces había sospechado que los arenques también expulsaran gases, y mucho menos que cuando se juntaban en grupos lo suficientemente numerosos la intensidad del sonido era tan alta que podía llegar a ser detectada por los sensibles micrófonos submarinos de los sistemas de defensa.
Wahlberg, Wilson, Drill y Batty, junto al sueco Hakan Westerberg (de la Junta Nacional de Pesquerías de Suecia) fueron galardonados en 2004 con el premio IgNobel (la famosa parodia de los premios Nobel que destaca cada año estudios e investigaciones excéntricas o inusuales) en su categoría de Biología, por el hallazgo de este tipo de comunicación. En cuanto a los suecos, un informe posterior calcularía en unos 3000 millones de coronas (unos 300 millones de euros) el coste total para las arcas públicas de la persecución de los inexistentes submarinos, sumando el despliegue de barcos y aviones en las búsquedas y el dinero gastado en mejorar y modernizar los sistemas defensivos costeros.
domingo, 9 de septiembre de 2018
¡Sigan a esa isla!
La clase Jan van Amstel fue un grupo de dragaminas construidos por la marina holandesa a finales de los años 30 con el objetivo de defender las aguas territoriales de los Paises Bajos, tanto las europeas como las de sus colonias asiáticas, las Indias Orientales Neerlandesas. Inicialmente se construyeron y botaron ocho de las doce unidades previstas, todas nombradas con nombres de destacados marinos de la historia holandesa: Jan van Amstel, Pieter de Bitter, Abraham Crijnssen, Eland Dubois, Willem van Ewijck, Pieter Florisz, Jan van Gelder y Abraham van der Hulst. Un octavo barco fue construido en 1940 para sustituir al Willem van Ewijk, hundido en 1939 al chocar con una mina; fue capturado por los alemanes antes de entrar en servicio y nombrado como M 552, y cuando regresó a manos holandesas tras la guerra fue rebautizado como Abraham van der Hulst (el Abraham van der Hulst original había sido hundido en 1944). Eran barcos de pequeño porte, de unos 55 metros de eslora y menos de 600 toneladas de desplazamiento, sin apenas armamento de superficie (un cañón de 75 mm y dos antiaéreos, que podían ser cañones de 20 mm o ametralladoras gemelas del calibre 50) y una tripulación de 46 hombres.
A finales de 1941, tras el ataque a Pearl Harbor, las tropas japonesas comenzaron la invasión del sudeste asiático. El 8 de diciembre, solo tres días después del bombardeo de la base de Hawai, las tropas japonesas desembarcaban en Malasia y Tailandia, que eran ocupadas en pocas semanas. En febrero de 1942 caía Singapur, el gran bastión británico en el sudeste asiático, donde 130000 británicos eran hechos prisioneros por los japoneses.
Las Indias Orientales Holandesas también eran objetivo japonés. Una flota al mando del contraalmirante Takeo Takagi puso rumbo a la costa oriental de la isla de Java, y para tratar de detenerla, los aliados reunieron una flota compuesta por barcos británicos, holandeses, norteamericanos y australianos. La flota aliada y la japonesa se enfrentaron en tres combates consecutivos: la Batalla del Mar de Java (27 de febrero de 1942), la Batalla del Estrecho de Sonda (28 de febrero-1 de marzo) y la Segunda Batalla del Mar de Java (1 de marzo). El resultado del triple enfrentamiento fue catastrófico para los aliados, que perdieron cinco cruceros, seis destructores y varios miles de hombres, mientras que los japoneses solo perdieron algunos buques de menor importancia con muy pocas bajas.
Ante la evidente superioridad nipona, los aliados se vieron obligados a cambiar de estrategia: a los barcos que habían sobrevivido a los combates se les ordenó abandonar la región y buscar refugio en Australia. Entre los buques que recibieron esta orden estaban los navíos holandeses con base en el importante puerto de Surabaya; incluidos el destructor Witte de With (hundido el 2 de marzo de 1942 en un ataque aéreo japonés) y cuatro dragaminas de la clase Jan van Amstel: el Jan van Amstel, el Pieter de Bitter, el Eland Dubois y el protagonista de nuestra historia, el Abraham Crijnssen.
El Pieter de Bitter no llegó a salir de Surabaya; inmovilizado por problemas mecánicos, su comandante dio la orden de hundirlo para que no cayera en manos de los japoneses. Los otros tres dragaminas se hicieron a la mar, sabiendo la arriesgada travesía a la que se enfrentaban, a través de unas aguas controladas ya sin oposición por los japoneses. El 8 de marzo, mientras navegaba por el estrecho de Madura, entre la isla de Java y la de Madura, el Eland Dubois sufrió una avería en las calderas que le impidió seguir navegando. Su comandante, el capitán De Jong, ordenó entonces hundir el buque haciendo estallar sus cargas de profundidad, siendo su tripulación recogida por el Jan van Amstel, que navegaba junto a él. Desgraciadamente, ese mismo día el Jan van Amstel fue descubierto y hundido por el destructor japonés Arashio (que a su vez sería hundido por la aviación norteamericana un año más tarde, en la Batalla del mar de Bismarck) cerca de la isla de Gili Radja. 23 holandeses perdieron la vida y el resto cayeron prisioneros.
Quedaba, pues, el Abraham Crijnssen como único superviviente de aquellos cuatro dragaminas, enfrentado a una travesía nada sencilla, atravesando en solitario unas aguas infestadas de enemigos, sabiendo que con su escaso armamento no resistirían un ataque aéreo o un combate con un buque de mayor porte. Fue entonces cuando a su capitán se le ocurrió una idea aparentemente excéntrica y singular: disfrazar el barco como si fuera una isla.
La tripulación del barco bajó a tierra y cortó gran cantidad de vegetación en la jungla de las islas más próximas, ramas, maleza, incluso troncos enteros. Luego esa vegetación fue dispuesta sobre el Abraham Crijnssen de modo que cubriese la mayor parte posible de su superficie. Las partes que quedaban al descubierto fueron pintadas de modo que parecieran rocas o acantilados. Y para reforzar el camuflaje, el barco navegaba únicamente de noche; de día permanecía anclado e inmóvil cerca de la costa pretendiendo ser un inofensivo islote, uno de los muchos del archipiélago indonesio.
La original estrategia resultó ser todo un éxito; tras ocho días de travesía, el Abraham Crijnssen llegó al puerto australiano de Geraldton, antes de dirigirse a la importante base naval de Fremantle, unos 400 kilómetros al sur, a donde arribó el 20 de marzo de 1942. Fue el último buque aliado en escapar de Java, y el único de su clase que sobrevivió en toda la región.
Tras su llegada a Australia, el Abraham Crijnssen fue sometido a varias reformas (entre otras mejoras, se le instalo un nuevo sistema de sonar) y fue incorporado a la marina australiana con el nombre de HMAS Abraham Crijnssen. Su tripulación fue reforzada con marinos británicos supervivientes del destructor HMS Júpiter (hundido en los prolegómenos de la Batalla del Mar de Java al chocar con una mina holandesa) y australianos. Volvería a formar parte de la marina holandesa en 1943, pero permanecería en Australia la mayor parte de lo que quedaba de guerra, actuando principalmente como escolta de convoyes, aunque hacia el final del conflicto tomó parte en algunas acciones menores como la liberación de la isla de Timor.
Una vez finalizada la guerra, el Abraham Crijnssen regresó a las Indias Holandesas, donde fue utilizado como patrullera. Tras la independencia de Indonesia, regresó a Europa en agosto de 1951, siendo reconvertido en buque de defensa costera. En 1960 fue retirado del servicio y donado al Zeekadetkorps Nederland, un grupo de asociaciones juveniles que tienen como objetivo acercar a jóvenes y adolescentes a la vida y el trabajo en el mar. Entre 1962 y 1972 estuvo atracado en La Haya, y posteriormente fue trasladado a Rotterdam, una época en la que el barco llegó a ser utilizado como almacén.
En 1995 el barco pasó a formar parte de los fondos del Museo de la Marina Holandesa en la ciudad de Den Helder. Fue reformado para recuperar su disposición original y desde entonces permanece anclado en Den Helder, donde se halla una de las principales bases navales del país.