A principios de la década de 1980, los sistemas de escucha submarina de la Armada sueca empezaron a registrar unos extraños sonidos en las aguas cercanas a una de sus bases navales. Dichos sonidos, una especie de chasquidos o crepitación metálica, desconcertaron a los suecos, que en un principio no sabían a qué atribuírselos, pero luego fueron clasificados como provenientes de algún tipo de submarino desconocido (presumiblemente soviético) que habría entrado de manera ilegal en aguas suecas.
Dicho contacto se repitió con cierta regularidad durante los años 80. En varias ocasiones, los suecos lanzaron operaciones de búsqueda de los supuestos sumergibles, enviando barcos y aviones en un esfuerzo que a la postre resultó infructuoso: los misteriosos submarinos se desvanecían sin dejar más rastro que un reguero de pequeñas burbujas que algunos de los participantes en las búsquedas decían haber visto en la superficie del mar.
Estos encuentros ponían de los nervios al Estado Mayor sueco. En plena Guerra Fría, les preocupaba el motivo que llevaba a los soviéticos a poner a prueba sus defensas. Unos años antes, en 1981, un submarino soviético de la flota del Báltico había encallado muy cerca de Estocolmo después de "haber confundido el rumbo" y temían estar asistiendo al preludio de una invasión. Pero, como era de esperar, los soviéticos negaron repetidas veces que ninguno de sus submarinos hubiera entrado en aguas suecas sin permiso.
Tras el colapso de la Unión Soviética a finales de la década, la actividad de los submarinos ex-soviéticos decreció y las defensas suecas se relajaron. No obstante, en junio de 1993 volvió a captarse aquel misterioso sonido, y el contacto se repitió en los meses sucesivos, lo que estuvo a punto de causar un incidente diplomático: el entonces primer ministro sueco, el conservador Carl Bildt, envió en 1994 una carta oficial de protesta al presidente ruso Boris Yeltsin, quejándose de la actitud de sus submarinos. De nuevo, los rusos negaron tener nada que ver con aquel asunto. Y en el ejército sueco, alguien comenzó a pensar que quizá era cierto que no se trataba de submarinos y a lo mejor había que buscar una hipótesis alternativa sobre su origen.
En 1996, el biólogo Magnus Wahlberg, de la University of Southern Denmark y reconocido experto en bioacústica (los sonidos producidos por animales) fue contratado por el gobierno sueco para tratar de arrojar algo de luz sobre el misterioso caso. Wahlberg, junto a varios especialistas en bioacústica, fue llevado a la base de Bergen, donde se les permitió escuchar las grabaciones del sonido que tantos quebraderos de cabeza había causado en Suecia (por aquel entonces, las grabaciones todavía eran top secret y pocos eran los civiles autorizados a escucharlas). El informe final de Wahlberg, tras un pormenorizado análisis, sin duda, provocó tranquilidad y bochorno a partes iguales entre los altos mandos de las fuerzas armadas suecas: algunos de los sonidos registrados podían haber sido causados por animales como nutrias o visones chapoteando en aguas poco profundas, pero la mayor parte de los contactos registrados, los más preocupantes, se debían a los pedos de grandes bancos de arenques (Clupea harengus).
Clupea harengus |
En realidad, no se trata de auténticas flatulencias. El arenque del Atlántico (y su primo, el arenque del Pacífico o Clupea pallasii) es capaz de absorber y acumular gases de su entorno y expulsarlos luego a través de una abertura cercana al ano, aunque los que lo han escuchado reconocen que recuerda mucho al sonido de una pedorreta. Este fenómeno se denomina Fast Repetitive Tick (algo así como "Chasquido Rápido Repetitivo) o FRT y al parecer los arenques lo utilizan como medio de comunicación, variando el tono y la frecuencia de los sonidos, especialmente cuando se agrupan en grandes cardúmenes, de miles de individuos; los grandes movimientos coordinados de estos bancos se organizan en buena medida con este sistema. Así lo estableció un estudio publicado en el 2003 en la revista Biology Letters por los investigadores Ben Wilson (de la Universidad de la Columbia Británica), Lawrence Drill (de la Universidad Simon Frasier) y Robert Batty (de la Asociación Escocesa para la Ciencia Marina). Al parecer, aunque los encargados de las escuchas tenían protocolos para identificar las ventosidades de grandes animales acuáticos (ballenas, focas...) nadie hasta entonces había sospechado que los arenques también expulsaran gases, y mucho menos que cuando se juntaban en grupos lo suficientemente numerosos la intensidad del sonido era tan alta que podía llegar a ser detectada por los sensibles micrófonos submarinos de los sistemas de defensa.
Wahlberg, Wilson, Drill y Batty, junto al sueco Hakan Westerberg (de la Junta Nacional de Pesquerías de Suecia) fueron galardonados en 2004 con el premio IgNobel (la famosa parodia de los premios Nobel que destaca cada año estudios e investigaciones excéntricas o inusuales) en su categoría de Biología, por el hallazgo de este tipo de comunicación. En cuanto a los suecos, un informe posterior calcularía en unos 3000 millones de coronas (unos 300 millones de euros) el coste total para las arcas públicas de la persecución de los inexistentes submarinos, sumando el despliegue de barcos y aviones en las búsquedas y el dinero gastado en mejorar y modernizar los sistemas defensivos costeros.
Recuerdo perfectamente estos incidentes, que incluso acabaron en "persecuciones" por parte de unidades de superficie, e incluso el lanzamiento de alguna carga de profundidad.
ResponderEliminarPero hay que retroceder a los años 80 para conocer el origen de esta histeria. Por entonces, la URSS contaba con una buena cantidad de submarinos en activo, y la doctrina de OTAN para las marinas de sus socios era dar prioridad a la lucha anti-submarina.
Esto lo puedo certificar yo, en la Armada Española también había cundido la histeria de los "submarinos rojos", y casi todo el esfuerzo en material y hombres se centraba en este asunto.
En si el caso se parece mucho al de las "armas de destrucción masiva" iraquíes que nunca aparecieron. En aquella época era inminente la entrada en servicio de los sumergibles de la nueva clase "Kilo" en la armada soviética. Estos buques contaban con una propulsión diesel-eléctrica muy afinada y silenciosa.
Unas informaciones de inteligencia incompletas sobre la cantidad de barcos en servicio y sus auténticas capacidades provocó el pánico en las marinas occidentales.
Y la realidad era muy diferente, la mayor parte de la flota submarina de la URSS eran viejas unidades de la clase "whiskey", tan ruidosas como un viejo tramvia, relativamente fáciles de detectar sin mucho esfuerzo.
Al final, de la clase "Kilo" se botaron muy pocas unidades relativamente. Por entonces, la URSS ya había empezado su declive económico e industrial.
Nunca sabremos la cantidad de dinero que le costó a la OTAN esta histeria colectiva.
Saludos
La paranoia siempre es mala consejera, y el miedo al "terror rojo" llevó a decisiones y comportamientos que hoy, vistos con la perspectiva que da el paso del tiempo, nos parecen totalmente fuera de lugar.
EliminarUn abrazo, Rodericus.