martes, 27 de julio de 2021

Un millón de páginas

Pues bueno, pues ha llegado el momento que nunca creí que llegaría cuando empecé este blog hace once años ya. En algún momento de estas últimas 24 horas este humilde blog ha alcanzado el millón de páginas vistas. Algo que jamás imaginé cuando comencé con lo que no era más que una especie de diario de historias curiosas o sorprendentes a las que soy  muy aficionado.

Gracias, de verdad, infinitas gracias a todos aquellos los que lo habéis hecho posible. A todos los que se siguen fielmente mis publicaciones (aunque a veces mi falta de tiempo las haga aparecer con menor frecuencia de lo deseado), a todos los que se pasan ocasionalmente, a todos los que visitaron el blog puntualmente por cualquier motivo, gracias a todos.

Un abrazo.

Anécdotas de cine

Jack Nicholson rechazó el papel de Michael Corleone en El padrino (1972) por dos motivos: por agotamiento (había rodado 26 películas en 13 años) y porque creía que el papel (que luego interpretaría Al Pacino) debía ser para un actor de origen italiano. Por la misma época Nicholson también rechazó protagonizar, entre otras películas, El exorcista, El golpe y Chacal.

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Durante el rodaje de Doble sacrificio (A bill of divorcement, 1932), sus dos protagonistas, Katherine Hepburn y John Barrymore, se llevaron fatal y tuvieron numerosas discusiones. Tras finalizar el rodaje de la última escena de la película, Hepburn exclamó "¡Gracias a Dios ya no tengo que actuar más contigo!", a lo que Barrymore tranquilamente respondió: "No me había dado cuenta de que lo habías estado haciendo, querida".

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En cierta ocasión el director Guillermo del Toro olvidó en el asiento trasero de un taxi todas las notas, documentos, escenas escritas, diseños, etc. para la película El laberinto del fauno, un material que le había costado años reunir. El mismo reconoció que si el taxista no se hubiese dado cuenta de su importancia y posteriormente buscado para devolvérselo, probablemente el filme nunca se habría rodado.

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En una entrevista, el director de ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, Robert Zemeckis, admitió que tanto él como Steven Spielberg, productor de la película, querían a Bill Murray como protagonista, pero como nadie sabía donde encontrarlo ni como ponerse en contacto con él, el papel lo acabó interpretando Bob Hoskins. Cuando Murray leyó la entrevista sufrió un ataque de ira y se puso a gritar en público, porque era un papel que le habría encantado interpretar.

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Por sorprendente que parezca, la película ET el extraterrestre fue estrenada con restricciones de edad en los países nórdicos: en Suecia se prohibió para los menores de 11 años, en Noruega para los menores de 12 y en Finlandia a los menores de ocho. ¿El motivo? La supuestamente "aterradora y amenazante" atmósfera del filme.

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Fidel Castro dijo de Tiburón (1972) que era "una devastadora crítica marxista del capitalismo norteamericano".

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Durante el rodaje de la película Skippy (1931) el director Norman Taurog necesitaba que el actor infantil Jackie Cooper llorara para una escena. Para hacerlo llorar, Taurog hizo creer a Cooper (que además era su sobrino) que la policía se había llevado a su perro y le había pegado un tiro.

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Durante el rodaje de Aguirre, la cólera de Dios (1972) el actor Klaus Kinski causó tantos problemas que, cuando intentó abandonar el rodaje de una escena especialmente complicada, el director Werner Herzog lo amenazó con dispararle si lo hacía, y cuando el jefe de una tribu local (el filme se rodó en la selva amazónica) le ofreció asesinarlo por él, Herzog rechazó la idea "solo porque necesitaba que Kinski acabara el rodaje".

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Quentin Tarantino se gastó todo el presupuesto para la banda sonora de Reservoir dogs en conseguir los derechos de una única canción, Stuck in the middle with you, de Stealers Wheel. Los derechos del resto de las canciones los consiguieron los productores del filme gracias a un acuerdo con varias discográficas para la edición de la banda sonora.

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El actor chino Jackie Chan sufrió un grave accidente en 1986 mientras rodaba la película La armadura de Dios, al golpearse la cabeza con una piedra. Desde entonces tiene un agujero en el cráneo, cubierto con un implante de plástico, lo que no le ha impedido rodar docenas de películas de acción hasta hoy.

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El mítico final de la película Con faldas y a lo loco (1959), en el que Jack Lemmon le dice a su pretendiente "No me comprendes, Osgood... ¡soy un hombre!" y él responde "Bueno, nadie es perfecto" no estaba en el guión original de la película, y no se añadió hasta la noche previa al último día de rodaje.

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Durante el rodaje de Abyss (1989) el actor Ed Harris estuvo a punto de ahogarse mientras filmaba una escena en la que su personaje desciende al fondo del océano. La intervención de un cámara evitó males mayores. Posteriormente, Harris le pegaría un puñetazo en la cara al director James Cameron por haber seguido filmando mientras casi se ahogaba.

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Ramiro Alanis, un habitante de Florida, entró en el Libro Guinness de los Records  después de haber visto la película Avengers: Endgame en el cine 191 veces, lo que equivale a 576 horas, 24 días completos.

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En una ocasión le preguntaron al actor Michael Caine sobre su actuación en la película Tiburón, la venganza (1987). Caine, con mucha ironía, respondió: "Nunca la he visto, y según todas las referencias es terrible. Pero si he visto la casa que me compré con el dinero que me pagaron por ella, y es estupenda".


domingo, 18 de julio de 2021

 El robo del Retrato del duque de Wellington

Retrato del Duque de Wellington (Francisco de Goya, 1812)

Francisco de Goya pintó su célebre Retrato del duque de Wellington en 1812, coincidiendo con la entrada del militar británico en Madrid al frente de sus tropas, tras haber derrotado a los franceses en Arapiles. El retrato, pintado al óleo sobre una tabla de caoba, muestra al duque de medio cuerpo, con su uniforme cargado de medallas, y fue un encargo privado del propio Wellington, quien llegó a posar para el pintor. El propio Goya retocó en 1814 el cuadro, a petición de Wellington, para añadirle varias condecoraciones que el general había recibido en esos dos años por sus méritos combatiendo a las tropas de Napoleón. Goya también hizo un retrato a tiza del duque, que a día de hoy se encuentra en el Museo Británico, y un Retrato ecuestre del duque de Wellington, de gran tamaño, que se conserva en Apsley House, la residencia londinense de los duques de Wellington. Un estudio de este Retrato ecuestre con rayos X llevado a cabo en 1960 reveló que Goya había pintado el rostro de Wellington sobre un cuerpo pintado con anterioridad, y que se cree que correspondía al político Manuel Godoy o bien al rey José I Bonaparte.

El cuadro permaneció en poder de Wellington hasta su muerte en 1852. Después de eso, pasó a manos de Louisa Catherine Caton, cuñada de su hermano mayor Richard, marqués de Wellesley (casado con la hermana de Louisa, Marianne), viuda de Felton Hervey-Bathurst, hombre de confianza y amigo personal de Wellington (hasta el punto de que el duque había sido uno de los testigos de su boda) y entonces casada en segundas nupcias con Francis D'Arcy-Osborne, 7º duque de Leeds. El cuadro perteneció durante más de un siglo a los duques de Leeds hasta que en 1961 John Francis Osborne, 11º duque, reconocido manirroto, decidió venderlo para saldar algunas de sus muchas deudas. La subasta tuvo lugar en la célebre casa Sotheby's y el cuadro acabó siendo adjudicado al magnate petrolero y coleccionista de arte norteamericano Charles Wrightsman por la elevadísima suma de 140000 libras. Wrightsman no tuvo problema en anunciar que su intención era llevarse el cuadro a EEUU para donarlo al célebre Museo Metropolitano de Arte de Nueva York.

Este anuncio provocó una conmoción entre los británicos. La idea de que una de sus obras de arte más notorias estuviese a punto de salir del país, probablemente para siempre, causó un enorme revuelo y numerosas peticiones se elevaron para que el gobierno impidiera la marcha de una obra de tanta importancia artística e histórica. Ante tantas presiones, Wrightsman accedió a vender la obra por la misma suma que había pagado. Finalmente, una organización benéfica, la Wolfson Foundation, aportó cien mil libras mientras el gobierno británico ponía las otras 40000, y el cuadro acabó yendo a parar a la National Gallery de Londres, donde se exhibió desde el 2 de agosto de 1961. Y justo diecinueve días después, el 21 de agosto... el cuadro era robado.

Los británicos se levantaron aquel día con la noticia del robo en todos los medios. El cuadro se había literalmente desvanecido sin dejar rastro; el ladrón había logrando eludir el sofisticado sistema de seguridad de la National Gallery sin dejar huellas, indicios ni testigos. Fue un golpe tan limpio que la policía de inmediato pensó que era obra de algún experto ladrón de arte. Tratándose de un cuadro tan famoso, que en modo alguno podía ser vendido de forma convencional, se manejaron dos opciones: que se tratara de un robo por encargo, por orden de algún coleccionista caprichoso que quería poseer el retrato aun cuando no pudiera enseñárselo a nadie; o bien que los autores solicitasen un rescate por su devolución.

Se inició, por supuesto, una operación de búsqueda a gran escala. Se interrogó a numerosos sospechosos, se escudriñó el mercado ilegal de arte, se dio aviso a la Interpol por si el cuadro ya había salido de Gran Bretaña, se ofreció una recompensa de 5000 £ e incluso el director de la National Gallery, abochornado, renunció a su puesto. Pero todo fue inútil. No se encontró ni el más mínimo indicio sólido del paradero del cuadro. Mientras, en la agencia de noticias Reuters se había recibido una carta de alguien que decía ser el ladrón del cuadro y que pedía por su devolución la cantidad de 140000 libras (la misma cantidad que se había pagado por él) para obras de caridad y la amnistía para el ladrón. Nadie tomó demasiado en serio esta petición, por más que el anónimo remitente enviase más cartas a aquel y a otros destinatarios, reiterando su ofrecimiento y señalando que su intención era emplear el dinero en pagar las licencias de televisión (el impuesto obligatorio que pagan todos los habitantes del Reino Unido que poseen una televisión, y que se dedica a financiar la BBC) de "los ancianos y los pobres olvidados por una sociedad opulenta", y que su intención era "recaudar dinero de los bolsillos de los que aman más el arte que la caridad".

007 contra el Doctor No (1962)

La investigación policial acabó en un punto muerto. Sin ningún indicio del paradero del cuadro, su destino acabó siendo parte de la cultura popular. Un ejemplo de ello es la película 007 contra el Doctor No (1962), la primera de la saga Bond, que incluye un divertido guiño al caso: James Bond se infiltra en la guarida secreta de su enemigo, el villano Doctor Julius No, y allí aparece el retrato de Wellington, sobre un caballete, Bond lo mira durante un momento y murmura irónicamente "Así que aquí estaba".

Así hasta que en mayo de 1965 el periódico sensacionalista Daily Mirror recibía un mensaje anónimo que indicaba que el cuadro desaparecido se encontraba en el interior de una taquilla de la estación de tren de New Street, en Birmingham. La policía acudió al lugar y, efectivamente, allí estaba el cuadro, sin su marco, pero en un aparente buen estado de conservación. Tras un breve estudio que confirmó que se trataba del cuadro original y no de una copia, fue devuelto a la National Gallery, de donde no ha vuelto a salir.

Esto no hizo más que añadir nuevos interrogantes al caso. ¿Por qué habían devuelto el cuadro de repente, después de casi cuatro años? ¿Por qué, si no habían conseguido nada a cambio? La investigación se reactivó pero de nuevo los policías se encontraron sin pistas que seguir. Hasta que dos meses después de la aparición del Goya, un hombre llamado Kempton Bunton se entregaba en una comisaría de Londres afirmando haber sido el autor del robo. 

Kempton Bunton era justo lo opuesto que esperaba encontrar la Policía. En lugar del sofisticado ladrón de arte que habían imaginado, Bunton era un conductor de autobuses retirado de 61 años, miope, con sobrepeso y numerosos achaques, y que vivía con su esposa cobrando una pequeña pensión. Tan diferente era de lo que esperaban, que en un primer momento no lo creyeron, y lo tomaron por un chiflado que buscaba notoriedad. Solo después de los detalles que Bunton les dio en su declaración, muchos de los cuales no se habían hecho públicos, se convencieron de que, efectivamente, había sido él el autor del robo.

Kempton Cannon Bunton (1904-1976)

Bunton era un hombre testarudo y cabezota, siempre dispuesto a defender sus ideas a cualquier coste; a lo largo de su vida, había sido despedido en varias ocasiones por sus discusiones con sus jefes o compañeros de trabajo, empeñado en hacer prevalecer sus puntos de vista. Precisamente, el pago de la licencia de televisión era una de sus grandes obsesiones. Bunton lo consideraba un impuesto injusto y arbitrario, y se había negado a pagarlo durante años; eso le había costado varias multas e incluso pasar 13 días en la cárcel, lo que había aumentado aún más su resentimiento contra el gobierno. Por eso, cuando supo lo que ese gobierno había gastado en el cuadro, mientras seguía cobrando la licencia de televisión a personas como él, que a duras penas llegaba a fin de mes con su exigua pensión, se enfureció de tal manera, que decidió que era hora de mostrar de alguna manera esa indignación. Y fue entonces cuando germinó en su mente la idea de robar el retrato.

El robo en si había sido ridículamente sencillo. Charlando con uno de los vigilantes de la National Gallery, este, confiado por el aspecto inofensivo de Bunton, le había contado con una monstruosa ingenuidad que cada mañana, a primera hora, el complejo sistema de alarma del museo se desconectaba por completo para que las mujeres de la limpieza pudieran trabajar con libertad. A Bunton le bastó con dejar entreabierta la ventada de uno de los baños y, a la mañana siguiente, con las alarmas apagadas, se coló por ella y se llevó el cuadro tranquilamente, sin que nadie le viera. Durante cuatro años, mientras todo el país se preguntaba donde estaba el retrato de Wellington, el cuadro había permanecido en el dormitorio de Bunton, escondido detrás de un armario para que su mujer no lo viese.

¿Por qué había decidido devolverlo? Porque después de cuatro años se había dado cuenta de que no iba a obtener lo que quería y estaba harto de vivir con miedo a ser descubierto. No obstante, unas semanas más tarde, tras haber bebido demasiado en un pub, había hablado demasiado y, temiendo ser delatado, había decidido entregarse. En ningún momento se mostró arrepentido de lo que había hecho, e incluso durante su declaración bromeó diciendo que si no hubiese devuelto el cuadro los agentes no lo habrían encontrado "ni en 800 años".

El juicio de Kempton Bunton se celebró poco después, levantando gran expectación. Aquel anciano gruñón y cascarrabias, al que la prensa había apodado el nuevo Robin Hood, se había ganado la simpatía de los británicos que, si bien no justificaban sus actos, si comprendían sus motivaciones. La defensa de Bunton fue llevada de manera desinteresada por Jeremy Hutchinson, un reconocido abogado de la época, quien consiguió que el jurado desestimara la mayoría de los cargos contra él, incluido el principal, el del robo del cuadro, alegando que Bunton nunca había querido quedarse con la pintura ni obtener un beneficio económico (esta resolución obligó a cambiar las leyes sobre robo de Inglaterra y Gales, pasando a considerarse delito el retirar sin permiso un objeto expuesto en un edificio público). Al final Bunton fue condenado a tres meses de cárcel por el robo... del marco del cuadro, que no había sido devuelto. Cumplió su pena y regresó a su vida anónima hasta su muerte en 1976.

Hubo quien puso en duda que Kempton Bunton hubiese sido el autor material del robo. Dadas sus condiciones físicas, su edad, sus problemas de salud y su notorio sobrepeso (medía 1'82 metros y pesaba más de 110 kilos) a algunos les pareció poco menos que imposible que se las hubiera arreglado para trepar hasta la ventana por la que el ladrón entró en el museo, por lo que pensaron que había tenido un cómplice que habría sido el verdadero autor del robo. Las sospechas se dirigieron hacia los dos hijos de Bunton, John y Kenneth. En 2012 se hizo público un informe oficial según el cual John Bunton habría confesado ser el autor del robo en 1969, tras ser detenido por un delito menor. No obstante, la Fiscalía consideró que John no era un testigo fiable y que su declaración no era prueba suficiente para reabrir el caso, por lo que no se tomó ninguna medida.

domingo, 11 de julio de 2021

La historia de Kenny y Betty Anne Waters

Kenny Waters y su hermana Betty Anne

El 21 de mayo de 1980 la pequeña localidad de Ayer, en el estado norteamericano de Massachusetts, quedó conmocionada tras descubrirse el cadáver de una de sus vecinas. Katherina Reitz Brown, de 48 años, había sido brutalmente apuñalada en su propia casa no mucho antes de las 10:45 de la mañana, cuando su nuera encontró su cuerpo. Se echaron en falta joyas y otros objetos de valor, así como cierta cantidad de dinero en efectivo que guardaba en un sobre, por lo que se concluyó que el móvil del crimen había sido el robo.

El examen de la escena reveló huellas y cabellos que no pertenecían a la víctima. También se halló el arma del crimen: un cuchillo ensangrentado que el asesino había tirado a la basura, y en el que se encontraron dos tipos de sangre, probablemente de la víctima y del asesino, que se habría herido durante el apuñalamiento.

La policía de Ayer interrogó a varios sospechosos, pero no encontró pruebas para acusar a nadie. Uno de los que fueron interrogados fue Kenny Waters, un joven de 26 años que tenía algunos antecedentes por peleas y delitos menores. Eso, y el hecho de que viviera con su novia Brenda Marsh cerca de la casa de Katherina y trabajara en un restaurante al que ella solía acudir, bastaron para que fuera considerado sospechoso. Pero no se encontraron pruebas que lo incriminaran. Es más, Kenny tenía una coartada aparentemente sólida: ese día había trabajado hasta las nueve de la mañana, hora en la que un compañero le había llevado a casa para que pudiera cambiarse de ropa y acudir al juzgado para encontrarse con su abogado con motivo de un juicio que tenía pendiente. Había permanecido en el juzgado hasta las once de la mañana (después de haberse hallado el cuerpo de Katherina), donde incluso lo había visto uno de los policías que lo interrogaron, y luego había vuelto al trabajo. Sus huellas no coincidían con las halladas en el escenario y no presentaba heridas, por lo que fue puesto en libertad. Meses más tarde fue llamado de nuevo para someterse a una prueba de estrés de voz (una técnica similar a un detector de mentiras, pero cuya validez ha sido cuestionada en numerosas ocasiones), que pasó sin problemas.

Casi dos años y medio más tarde, en octubre de 1982, con el crimen aún sin resolver, un hombre llamado Robert Osborne, pareja entonces de Brenda Marsh, acudió a la policía de Ayer, donde ofreció a una agente llamada Nancy Taylor información sobre el asesinato a cambio de dinero. Esto bastó para que Kenny Waters fuera arrestado y acusado formalmente del asesinato. En el juicio, Brenda Marsh y otra ex-novia de Waters, Roseanna Perry, afirmaron haber oído a Kenny confesar el robo y el asesinato. Con estas declaraciones y algún hecho circunstancial (como el que la sangre del asesino era 0+, el mismo grupo que la de Kenny), bastaron para que fuera condenado a cadena perpetua en mayo de 1983 (Massachusetts no tiene pena de muerte).

Kenny Waters en la foto de su ficha policial

La sentencia supuso un shock para Kenny y su familia. Todos estaban convencidos de que el terrible error del que era víctima se resolvería durante el juicio. Ninguno pensaba ni por un momento en una sentencia condenatoria. El propio Kenny se había negado a contratar un abogado (temía gastarse todo su dinero) y confió en el de oficio, un abogado con poca experiencia y saturado de casos. 

Kenny fue enviado a una prisión de máxima seguridad. Él y su familia contrataron a varios abogados, presentaron recursos, apelaciones, sin éxito. Y con cada revés, con cada puerta que se le cerraba, su esperanza se apagaba y su ánimo decaía.

Kenny tenía ocho hermanos y hermanas, pero de todos ellos con quien mejor se entendía era con su hermana pequeña Betty Anne. Se llevaban apenas dos años y habían sido inseparables desde pequeños. Ella le conocía mejor que nadie, y cada vez que lo visitaba en la cárcel, lo encontraba peor, hasta que se dio cuenta de que se había convertido en un suicida en potencia. En una de sus visitas Betty Anne trató de levantarle el ánimo, anunciándole que iban a contratar nuevos abogados y presentar más recursos, Pero eso no pareció consolar a Kenny, hasta que éste de repente le dijo a su hermana ¿Por qué no te conviertes tú en mi abogada?.

Betty Anne Waters era una mujer divorciada y con dos hijos, que trabajaba como camarera en un bar y que ni siquiera había terminado el instituto. La idea de convertirse en abogada le parecía una locura, y así trató de hacérselo entender a su hermano. Incluso en el caso de que lo consiguiera, podía llevarle muchos años. Pero a Kenny no le importaba. Estaba convencido de que nadie que no estuviera realmente implicado con él pondría el empeño y el esfuerzo necesario para demostrar su inocencia. Finalmente, Betty Anne y él llegaron a un acuerdo: Yo voy a la universidad y tú te mantienes vivo.

Tal y como había dicho, fue un proceso largo y agotador. A la vez que trabajaba y cuidaba de su familia, Betty Anne se las arregló para graduarse en el instituto, primero, y más tarde estudiar leyes en la Universidad Roger Williams. Le llevó años pero, una vez hubo conseguido su título y pasado el reglamentario examen para colegiarse, se puso de inmediato manos a la obra con el caso de su hermano. Mientras era aún una estudiante, Betty Anne había entrado en contacto con The Innocence Project, una asociación sin ánimo de lucro dedicada a exonerar a personas que afirman haber sido condenadas erróneamente, utilizando fundamentalmente las pruebas de ADN. Estas pruebas aún no existían cuando Kenny había sido condenado, pero Betty Anne se convenció de que era la mejor opción para sacar a su hermano de la cárcel.

Sin embargo, había pasado más de una década, y las pruebas del caso se habían perdido en el laberinto judicial norteamericano. Pese a que en varias ocasiones le dijeron que lo más probable es que hubieran sido destruidas, nunca se dio por vencida, y finalmente, casi de manera milagrosa, logró encontrar las pruebas, olvidadas en un almacén del juzgado. Con la ayuda de The Innocence Project Betty Anne logró que se autorizara un análisis de ADN de la sangre del asesino, que demostró que no era la de Kenny Waters. Posteriormente, Brenda Marsh y Roseanna Perry admitirían que habían mentido en su declaración llevadas por su deseo de vengarse de Kenny tras el final de sus noviazgos, y que la policía de Ayer les había amenazado con procesarlas si no mantenían su declaración en el juicio. Ante la absoluta falta de pruebas incriminatorias, Kenny Waters fue declarado inocente y puesto en libertad el 15 de marzo de 2001, tras haber permanecido 18 años, 5 meses y 3 días en prisión.

Desgraciadamente, Kenny Waters murió el 19 de septiembre de 2001, apenas seis meses después de su liberación, tras golpearse la cabeza en una caída accidental. Su hermana diría más tarde que Kenny había sido realmente feliz durante aquellos seis meses, en los que había recibido el apoyo y el cariño de multitud de personas que habían conocido su caso, y en los que había retomado el contacto con la hija que había tenido con Brenda, a la que llevaba años sin ver. Posteriormente, Betty Anne Waters presentó una demanda contra el cuerpo de policía de Ayer y los agentes que habían llevado el caso de su hermano, acusándolos de haber manipulado las pruebas para acusar falsamente a Kenny. En septiembre de 2009 un tribunal concedió a la familia de Kenny Waters una indemnización de más de 10 millones de dólares por el tiempo que había estado encarcelado y por los daños físicos y morales que había sufrido. 

Betty Anne Waters no volvió a ejercer la abogacía y regresó a su trabajo como camarera. Su historia fue llevada al cine en una película de 2010 titulada Conviction, dirigida por Tony Goldwin y con Hillary Swank (Million dollar baby) y Sam Rockwell (Tres anuncios en las afueras) en los papeles protagonistas.

El asesino de Katherina Reitz Brown sigue sin ser identificado.

domingo, 4 de julio de 2021

 Atuk, el guión maldito que nadie quiere rodar


En 1963 el escritor canadiense Mordecai Richler publicó The Incomparable Atuk (El incomparable Atuk), una novela satírica que contaba las peripecias de Atuk, un poeta esquimal que desde su hogar en la bahía de Baffin viajaba a Toronto, donde poco a poco abandonaba sus costumbres tradicionales para ir asumiendo el estilo de vida de la gran ciudad. Richler aprovechaba para burlarse de las élites culturales canadienses, varios de cuyos miembros (escritores, críticos, políticos) aparecían en la novela caricaturizados bajo otros nombres.

La novela tuvo cierto éxito y a principios de la década de 1970 el productor y director Norman Jewison (El violinista en el tejado) compró los derechos para el cine. Su plan era empezar a rodarla en cuanto hubiera terminado el rodaje del musical Jesucristo Superstar (1973), pero por diversas circunstancias la producción no comenzó hasta principios de la siguiente década. El guión, obra del escritor Tod Carroll, estuvo listo a principios de 1982 e incluía sustanciales cambios con respecto a la novela original. Atuk pasaba a ser un habitante de Alaska, hijo de un misionero y una mujer esquimal, que, deseoso de ver el mundo fuera de su pueblo natal, aterrizaba en Nueva York tras colarse como polizón en el avión de un equipo de televisión que se encontraba en la zona rodando un documental. El argumento pasaba a ser más una sucesión de malentendidos debido a las diferencias culturales entre Atuk y sus nuevos amigos que una auténtica sátira, como era la intención de Richler en su novela.

John Adam Belushi (1949-1982)

Carroll había escrito su guión teniendo en mente desde un principio a un único candidato para el papel protagonista: John Belushi. Belushi (The Blues Brothers), actor, cómico y músico, encajaba perfectamente en el personaje, tanto por su constitución física como por su talento cómico, y en cuanto leyó el guión aceptó el papel principal. Lamentablemente, en aquel momento Belushi había caído en una espiral autodestructiva de adicciones al alcohol y las drogas. El 5 de marzo de 1982, apenas unas semanas después de aceptar el papel, Belushi era encontrado muerto en un bungalow del hotel Chateau Marmont en West Hollywood, a causa de una sobredosis de speedball, una peligrosa combinación de cocaína y heroína. Su muerte no solo dejaba pendiente de rodar Atuk, sino también otros proyectos como Cazafantasmas (donde Bill Murray acabó interpretando el papel que Belushi tenía destinado).

Samuel Burl Kinison (1953-1992)

Unos años después de la muerte de Belushi, la productora United Artists, ya sin la presencia de Jewison, volvió a reactivar el proyecto contratando como protagonista al que muchos veían como uno de los sucesores de Belushi: Sam Kinison. Kinison, nacido en el seno de una familia muy religiosa de cristianos pentecostales e hijo de un predicador, había sido él mismo predicador antes de descubrir su gusto por la interpretación. Tras dejar su labor religiosa y dedicarse a la comedia, logró una gran popularidad con sus monólogos, muchos de los cuales estaban dedicados a ridiculizar a los predicadores, y con sus apariciones en programas de televisión, incluido el legendario Saturday Night Live, del que Belushi había sido uno de sus fundadores. Tras algunos pequeños papeles en el cine, esta era la primera oportunidad de Kinison como protagonista.

El rodaje comenzó en febrero de 1988 en Toronto. Pero este proyecto duró apenas una semana para Kinison. Argumentando que su agente le había prometido el control artístico absoluto sobre el proyecto (algo que la productora jamás había aceptado) Kinison se empeñó en reescribir el guión. La United Artists se negó; Kinison los amenazó con interpretar mal a propósito su papel y no participar en su promoción, y la productora acabó despidiéndolo (tras haberse gastado 4'5 millones de dólares y haber rodado una única escena) y llevándolo ante los tribunales por incumplimiento de contrato. El caso seguía en litigio cuando el 10 de abril de 1992 Kinison, que viajaba en su coche camino de una actuación en Lauglin (Nevada), chocó contra una furgoneta conducida por un joven de 17 años en estado de embriaguez. Kinison sobrevivió al impacto pero murió en el mismo lugar del accidente antes de poder ser llevado a un hospital.

John Franklin Candy (1950-1994)

Tras el despido de Kinison, el proyecto quedó paralizado durante un tiempo, antes de que la productora preparara un nuevo intento para materializarlo de una vez por todas. El nuevo protagonista elegido parecía tan adecuado para el papel que muchos se preguntaron cómo no le habían ofrecido el papel hasta entonces: John Candy. Uno de los cómicos más populares de la década de los 80 por películas como La loca historia de las galaxias (1987) y Solos con nuestro tío (1989) parecía perfecto para interpretar a Atuk y además era un seguro en taquilla. Lamentablemente, también él arrastraba una adicción; no al alcohol y las drogas, sino a los dulces. Llegó a pesar 150 kilos y una de sus exigencias habituales cuando aceptaba un papel era que en el set de rodaje hubiera neveras enteras llenas de chocolate y golosinas para servirse cuando le apeteciera. El 4 de marzo de 1994, mientras se encontraba en México rodando Caravana al Este, sufrió un fulminante ataque al corazón que acabó con su vida cuando contaba apenas 43 años.

Christopher Crosby "Chris" Farley (1964-1997)

Por aquel entonces ya circulaba por Hollywood la leyenda de que el guión de Atuk estaba maldito; los tres actores que habían aceptado protagonizar la película habían muerto trágica y prematuramente sin poder rodarla. Pero aún habría un nuevo intento de materializarla, con el protagonismo de un cómico al que señalaban como el heredero de Belushi, por su estilo y su presencia física: Chris Farley. Farley, que al igual que Belushi y Kinison procedía de la inagotable cantera del Saturday Night Live (también Candy había pasado brevemente por el programa) ya había tenido éxitos en el cine como Tommy Boy (1995) y La salchicha peleona (1997) antes de mostrar interés en Atuk. Pero por cuarta vez la tragedia frustró el rodaje de la película: el 18 de diciembre de 1997, con solo 33 años, Farley era encontrado muerto en su apartamento a causa de un ataque al corazón provocado por una sobredosis de cocaína y morfina, agravada por el notable sobrepeso del actor.

Tras la muerte de los cuatro actores que en uno u otro momento habían aspirado a protagonizar la película, la leyenda de la maldición de Atuk alcanzó una gran difusión y, según dicen, hizo que la productora desistiera definitivamente de llevarla a la pantalla, ya que ningún otro actor habría aceptado el papel. Muchos señalaron que no era más que una desafortunada coincidencia; los cuatro actores elegidos llevaban estilos de vida claramente perjudiciales para su salud, con sobrepeso y abuso de alcohol y drogas, y que otros actores que en algún momento fueron relacionados con el proyecto (Will Ferrell, John Goodman, Jack Black) no han tenido el mismo destino que ellos. El propio Carroll desmintió la supuesta leyenda en una entrevista concedida al periódico Los Angeles Times en 1999: "No me importa lo que piensen, creo que es una coincidencia y tiene una explicación práctica, no soy una persona supersticiosa".