martes, 16 de septiembre de 2014
La rebelión de los Zanj
A mediados del siglo IX, el califato abasí ocupaba la Península Arábiga, Mesopotamia, Oriente Medio, Armenia, Egipto y se extendía al este hasta lo que hoy es Afganistán y Pakistán. Aquel siglo IX fue para el califato pródigo en revueltas, sublevaciones y asonadas varias.
Al sur de Mesopotamia, en la región del delta del Tigris y el Éufrates, cerca de la ciudad de Basora, había grandes extensiones de terreno baldío. La emigración masiva de los campesinos y las continuas crecidas habían convertido aquellas tierras en salobres e improductivas. Dichas tierras fueron entregadas luego a terratenientes para que las hicieran de nuevo fértiles. Y al final lo consiguieron, con gran esfuerzo. Era un trabajo durísimo drenar y roturar aquellas parcelas hasta lograr que de nuevo dieran fruto. Un trabajo que, ante la escasez de mano de obra, tuvieron que llevar a cabo los esclavos.
Aquellos terratenientes importaron masivamente esclavos, en número de muchos miles, procedentes de África Oriental y la región de los Grandes Lagos, a los que llamaron genéricamente zanj o zany (que significa "negros"). Por lo general, en el Islam los casos de explotación de esclavos no eran frecuentes, solían ser tratados con corrección y era habitual que los esclavos que consentían en convertirse al Islam fueran liberados. Sin embargo, los zanj eran la excepción. Soportaban unas condiciones extremas, con un trabajo extenuante y mal alimentados, lo que hacía su esperanza de vida bastante corta. Muchos también trabajaban en las salinas, abundantes en la región. A costa de su sacrificio y su sudor, las que eran tierras incultas se acabaron convirtiendo en fértiles, con cultivos muy apreciados como la caña de azúcar, lo que, gracias a las buenas comunicaciones con los mercados de las populosas ciudades de Bagdad y Samarra (que se alternaron durante aquel siglo en la capitalidad del califato), dio mucho dinero a sus propietarios. No obstante, eso no mejoró las condiciones de vida de los zanj.
De los orígenes de Ali bin Muhammad no se conoce demasiado. Se sabe que era descendiente de esclavos y que se crió en Samarra, Allí fue testigo de la llamada "Anarquía de Samarra": nueve años, entre el 861 y el 870, de anarquía y luchas de poder entre grupos de militares y familias influyentes como los Tahirid, en los que se sucedieron cuatro califas de cortos reinados. Ali, según se dice, era cercano a los círculos de confianza del primero de aquellos cuatro califas, Al-Muntasir (861-862), y allí aprendió mucho sobre el funcionamiento y las debilidades del califato. Tras la muerte de Al-Muntasir (posiblemente asesinado), Ali bin Muhammad se marchó a Bahrein, donde dijo haberse convertido al chiismo y comenzó a reclutar seguidores para un levantamiento contra el califato. Llegó a tener un número elevado de fieles, tanto que incluso recaudaban impuestos en su nombre. Pero finalmente las autoridades desbarataron sus planes y Ali se vio obligado a huir a Basora en el año 868.
En Basora Ali trató de repetir la jugada, predicando en la mezquita contra el califato y a favor del pueblo, tratando de aprovechar el enfrentamiento entre los dos regimientos turcos asentados en la ciudad, los Bilaliyah y los Sa'diyah para ganar partidarios, sin éxito. Entonces recurrió a los esclavos zanj; se presentó ante ellos proclamándose descendiente del califa Ali (el cuarto califa de los musulmanes, primo y yerno del profeta Mahoma) y enviado por Alá para liberarlos de su cautiverio. Adoptó el nombre de Sahib al-Zanj ("el amigo de los zanj") y logró que le siguieran masivamente gracias a su doctrina, que tomaba muchos de sus preceptos del jariyismo, una rama teológica minoritaria del islamismo, que proclama entre otras cosas la guerra santa contra los infieles (incluidos los musulmanes no jariyitas) y que un califa debía ser elegido por la comunidad de los creyentes, que debían escoger al que más se lo mereciera, aunque fuera un esclavo negro.
La rebelión, iniciada en el 869, se extendió con rapidez aprovechando la inestabilidad política. A ella, además de los esclavos, se sumaron numerosos campesinos libres (atosigados por los impuestos del califato), nacionalistas persas (molestos con los árabes, a los que seguían viendo como intrusos), tribus beduinas, los kurdos en el norte y todos los descontentos en general, abriendo numerosos frentes. Además, en aquellos mismos días había estallado en el este una rebelión encabezada por la dinastía saffarí, lo que contribuyó a dividir las tropas del califa. No hay un consenso en el número de los sublevados, pero algunos autores hablan incluso de medio millón de hombres.
Los zanj no tardaron en ocupar Basora y sus alrededores, para luego extenderse por buena parte del sur y el centro del actual Irak, desplegando una eficaz estrategia de guerra de guerrillas contra los ejércitos del califa. También destacaron por su habilidad como constructores, erigiendo fortalezas impenetrables que entorpecieron el avance de sus enemigos. Demostraron ser también unos consumados maestros armeros e incluso formaron una nutrida flota con la que mantuvieron a raya la armada califal. Varios ejércitos enviados por el califa sufrieron severas derrotas a manos de los revolucionarios.
Durante casi quince años, la rebelión resistió en sus dominios los intentos de las tropas abasíes para sofocarla. Incluso construyeron una ciudad que se convirtió en su capital, a la que llamaron al-Mukhtara (La Ciudad Elegida). Sin embargo, conforme pasaba el tiempo, las rencillas y las luchas por el poder resquebrajaron los ideales de igualdad y solidaridad con los que se había iniciado la revuelta. Se formó una élite de dirigentes que empezaron a acumular riquezas y a comportarse de la misma manera que sus odiados amos habían hecho. Además, la derrota de los saffaríes en el 876 en Dayr al-'Aqul permitió al califa Al-Muwaffaq dedicar más tropas y medios a la guerra en el sur, y sus tropas empezaron a tomar algunas localidades que estaban bajo el control de los rebeldes. Finalmente, en el año 881 las tropas del califa derrotaron a los zanj, dividiendo sus fuerzas y sitiando al-Mukhtara. Tras dos años de sitio, la ciudad fue tomada. Ali y algunos fieles lanzaron un ataque a la desesperada tratando de abrirse paso luchando, pero fueron derrotados. La cabeza cortada de Ali fue exhibida por toda la región para convencer a sus seguidores que todavía seguían luchando de que se entregaran; pero muy pocos lo hicieron. La mayoría rechazó volver a convertirse en esclavo. Los que no cayeron peleando o murieron de hambre y sed en el desierto tratando de huir formaron bandas de forajidos que siguieron actuando por la región durante años, hasta que fueron finalmente exterminados. Habían sido catorce años de dura lucha que habían sacudido al califato y contribuido al aumento de la inestabilidad política de la región. Aprovechando la coyuntura, un oficial turco llamado Ahmad ibn Tulun había declarado la independencia de Egipto, dando origen a una nueva dinastía, los Tulúnidas, que se mantendrían apartados del califato durante casi cuarenta años.
La rebelión de los zanj provocó profundos cambios económicos y sociales en la región, y también en el trato que recibían los esclavos. Se tomaron medidas contra el trabajo abusivo y los malos tratos a los esclavos, muchos de los cuales acabarían siendo manumitidos más adelante y fueron poco a poco siendo sustituidos por campesinos y siervos.
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