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lunes, 28 de abril de 2025

La catástrofe que casi fue: la crisis del Citicorp Center

El Citigroup Center, en la actualidad

El Citigroup Center (originariamente Citicorp Center) es uno de los rascacielos más característicos de skyline de Manhattan. Se eleva hasta los 279 metros de altura, con 59 plantas y más de 120000 metros cuadrados de oficinas. Situado en la Calle 53, entre la Avenida Lexington y la Tercera Avenida, resulta fácilmente identificable gracias a su peculiar cima, inclinada 45º, y a estar sostenido sobre cuatro columnas de 35 metros. Esta disposición elevada tiene que ver con el origen mismo del edificio, pero también con una grave crisis provocada por una serie de errores humanos que estuvieron a punto de terminar en una catástrofe.

El edificio fue concebido como sede de Citibank, la división de consumo de la multinacional de servicios financieros Citigroup (entonces denominada Citicorp). El proyecto se anunció en 1973 y se inauguró oficialmente en octubre de 1977, aunque la adquisición del terreno había empezado bastante antes, en 1968. Poco a poco, de manera individual y sin darle publicidad, para prevenir una subida de los precios, la empresa fue comprando hasta 31 parcelas que constituían casi una manzana completa limitada por las avenidas Lexington y Tercera y las calles 53 y 54; en su mayor parte, casas unifamiliares, tiendas y una pequeña clínica. Ahí tuvieron el primer problema: la Iglesia Evangélica Luterana de San Pedro, que ocupaba la esquina entre Lexington y la 54 desde 1905, se negó tozudamente a trasladarse, rechazando todas las ofertas por su terreno.

Fue entonces cuando al ingeniero estructural William LeMessurier, uno de los  más prestigiosos de EEUU y responsable del proyecto junto a los arquitectos Hugh Stubbins y Edward Larrabee Barnes, se le ocurrió la idea de construir el rascacielos por encima de la iglesia. LeMessurier imaginó un rascacielos sostenido sobre cuatro columnas colocadas no en las esquinas, como era lo habitual, sino en el centro de dada uno de sus lados. La iglesia entonces aceptó permitir que el edificio se construyera sobre ella, con la condición de que su viejo edificio fuera demolido y se construyera una iglesia nueva en el mismo lugar, sin conexión con el rascacielos ni columnas que la atravesaran.

La construcción comenzó en abril de 1974 y se completó tres años y medio más tarde. La principal preocupación era la estabilidad del edificio, y de como resistiría al recibir el empuje de vientos intensos al estar levantado sobre columnas, así que LeMessurier introdujo una serie de novedosas medidas para darle una mayor resistencia. Incluyó en el proyecto una serie de refuerzos estructurales en forma de chevrones invertidos en el interior de cada fachada del edificio, diseñados para absorber el exceso de tensión causado por el empuje del viento y dirigirlo hacia las columnas principales. Además, el rascacielos fue el primer edificio de Nueva York dotado de un amortiguador de masa: un sistema que permite absorber vibraciones mediante el balanceo controlado de un contrapeso, habitual en edificios construidos en zonas de actividad sísmica habitual. En el caso del rascacielos, consistía en un contrapeso de 400 toneladas de hormigón flotando en aceite cuyo movimiento se controlaba con un dispositivo electrónico. LeMessurier calculó las cargas de viento en las cuatro caras del edificio, y concluyó que el diseño era más que suficiente para soportar cualquier viento que pudiera soplar.

Esquema del Citicorp Center, con los refuerzos de las fachadas destacados

Sin embargo, la compañía responsable de la construcción del edificio quiso buscar atajos para recortar tiempo y dinero e introdujo algunos cambios por su cuenta. Así, mientras el diseño original especificaba que los tirantes de carga debían estar soldados a la estructura del edificio, la compañía prefirió atornillarlos, lo que resultaba más barato. La oficina de LeMessurier fue informada, pero por algún motivo el ingeniero no llegó a conocer esas modificaciones.

En 1978 una estudiante de ingeniería en la Universidad de Princeton llamada Diane Hartley decidió hacer su tesis de fin de carrera sobre el Citicorp Center. Como parte de esa tesis, analizó el diseño y calculó por su cuenta las tensiones causadas por el viento, y se sorprendió al ver que sus resultados eran más altos que los resultados "oficiales" que le habían proporcionado en la oficina de LeMessurier. Además, esos resultados se referían únicamente a las tensiones causadas por el empuje del viento directamente sobre las cuatro caras del edificio, no sobre los vientos que incidían de manera oblicua sobre las esquinas. Hartley preguntó específicamente por esos resultados, pero no los obtuvo ya que no se habían calculado: las normas de construcción de la época no los requerían, y tampoco era habitual hacerlos. Y LeMessurier tampoco había considerado necesario calcularlos, creyendo que los vientos directos eran los que más tensión generarían en el edificio. Desde la oficina del ingeniero le aseguraron que el edificio tenía la resistencia necesaria y no había motivo para preocuparse. Hartley se limitó a expresar sus dudas en su tesis, sin investigar más a fondo, y no hay constancia de que LeMessurier hubiera sido informado de sus preocupaciones.

William James LeMessurier, Jr. (1926-2007)

Algo más tarde, en julio de ese año, un joven estudiante de primer año de arquitectura en el Instituto Tecnológico de Nueva Jersey llamado Lee DeCarolis llamó a LeMessurier para hablar sobre el Citicorp Center. DeCarolis había hecho un trabajo sobre el edificio para una de sus asignaturas, y su profesor había expresado algunas dudas sobre la integridad del edificio. LeMessurier habló con él durante un buen rato, asegurándole que el diseño era seguro y no tenía de qué preocuparse. Sin embargo, la llamada había inquietado a LeMessurier, quien había sabido solo unas semanas antes que los refuerzos del edificio habían sido atornillados y no soldados como él había pedido. Así que decidió repetir los cálculos, incluyendo esta vez los vientos oblicuos. Para su sorpresa, sus resultados mostraban que los vientos oblicuos podían causar hasta un 40% más de tensión que la que había calculado para los vientos directos, y que las juntas atornilladas podían ser sometidas hasta a un 160% más de tensión que la esperada. El proyecto original podía haber resistido esos vientos; pero las modificaciones introducidas durante la construcción habían debilitado su estructura y podían causar un fallo catastrófico si se veía sometida a vientos del orden de 110 km/h.

Para estar seguro, LeMessurier pidió al ingeniero Alan Garnett Davenport, profesor de la Universidad de Western Ontario y experto de fama mundial en túneles de viento, que revisara sus datos. El equipo de Davenport concluyó que no solo los resultados eran correctos, sino que incluso podía haberse quedado corto a la hora de calcular las tensiones. Un angustiado LeMessurier analizó el problema y concluyó que había una posibilidad entre 55 de que un año cualquiera se produjera un episodio climatológico lo suficientemente intenso como para poner en peligro la integridad del rascacielos. Pero, además, si durante ese episodio el amortiguador de masa estaba desconectado (por ejemplo, si se producía un corte de electricidad, algo habitual durante un huracán) la posibilidad aumentaba a uno entre 16. Y si el rascacielos se venía abajo, causaría una catástrofe sin precedentes, ya que, al estar rodeado de otros rascacielos, si se desplomaba probablemente arrastraría en su caída a otros, provocando un letal efecto dominó que podría causar miles de víctimas.

Angustiado por las consecuencias de su error, LeMessurier llegó a pensar en el suicidio antes de que se hicieran público los problemas del rascacielos. Al final, decidió ponerse en contacto primero con el abogado de Stubbins y con su compañía de seguros, y a continuación con los abogados de Citicorp. A todos les expuso de manera clara la situación y les instó a una reparación urgente, soldando placas de acero sobre las uniones atornilladas para aumentar su resistencia. Tras varias reuniones entre los representantes de Citicorp, los equipos de Stubbins y LeMessurier y las autoridades locales se dio luz verde al proyecto de reparación, cuyos costes asumieron las aseguradoras. La verdadera naturaleza del problema quedó limitada a un reducido círculo que incluía a la cúpula de Citicorp, al alcalde de la ciudad Ed Koch y varios de sus funcionarios de alto rango, y al jefe del sindicato de soldadores, al que hubo que recurrir para reunir a un número suficiente de trabajadores. Los soldadores, que habían firmado un acuerdo de confidencialidad que les prohibía hablar de lo que estaban haciendo allí, comenzaron a trabajar en agosto, con toda la discreción posible. Los trabajos se realizaban de noche, cuando el edificio estaba vacío, y a quien preguntaba se le decía únicamente que se trataba de un procedimiento rutinario y que no había ningún problema con el rascacielos. El secretismo se vio favorecido por una huelga de los trabajadores de prensa que paralizó entre agosto y noviembre de ese año la publicación de los tres principales periódicos de la ciudad, el Times, el Post y el Daily News.

El edificio en la actualidad. En primer término, la nueva Iglesia de San Pedro 

El momento más crítico se vivió a principios de septiembre, cuando los trabajos aún distaban de estar completos. Un huracán, el Ella, empezó a formarse al sur del cabo Hatteras y existía un elevado riesgo de que se dirigiese a Nueva York. Las autoridades prepararon un plan de evacuación de emergencia, que finalmente no se aplicó ya que se consideró que con el refuerzo que se había añadido el rascacielos podría resistir el embate del huracán. Finalmente Ella giró hacia el nordeste, dirigiéndose al mar y evitando la ciudad. 

Los trabajos de refuerzo se dieron por concluidos en octubre. Además de soldar las zonas atornilladas, se instaló un generador de emergencia para que el amortiguador de masa nunca se quedara sin energía y se instalaron medidores de tensión en zonas críticas del edificio. Dado que en la práctica no sucedió nada, todo el asunto se mantuvo en secreto hasta 1995, en el que el periodista Joe Morgenstern lo contó en un artículo publicado en la revista The New Yorker, tras haber oído la historia por casualidad en una fiesta, y tras haberlo confirmado con el propio LeMessurier. 

Ya bien entrado el siglo XXI, el NIST (Instituto Nacional de Estándares y Tecnología) llevó a cabo un estudio exhaustivo de la estructura del edificio con tecnología moderna. Su conclusión era que tanto Hartley como LeMessurier habían sobreestimado el efecto de las cargas de viento y que los refuerzos que tan apresuradamente se hicieron quizá ni siquiera eran necesarios.

En la actualidad, el edificio ya no pertenece a Citigroup, que lo vendió en 2001 a Boston Properties, una empresa de gestión de propiedades inmobiliarias especializada en edificios de alto standing en las zonas más exclusivas de las principales ciudades norteamericanas. Boston Properties lo renombró en 2009 como 601 Lexington Avenue.

2 comentarios:

  1. Impactante a mi parecer esta historia, muchacho, y sobre un tema en el que al menos yo no suelo pensar ni por error como la arquitectura. Que tanto nos rodea en nuestra vida diaria, pero al que no solemos dedicarle un mínimo de atención con lo fundamental que resulta.

    Y años después, se viene a descubrir que tanto temor resultó ser infundado, hasta el extremo de provocar ideas suicidas: qué loco. Excelente historia, brother; cada vez más, me sigue gustando tu blog, una compañía muy grata para mí.

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    1. Es increíble como un pequeño descuido puede llegar a tener consecuencias tan graves.
      Me alegra mucho que te gusten estas pequeñas historias que voy publicando y que las sigas con tanto interés. Cuando empecé con el blog nunca pensé que duraría tanto tiempo, ni que habría gente que las leería con tanta fidelidad. Muchas gracias por todo, amigo.

      Un abrazo.

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