Verba volant, scripta manent

domingo, 12 de octubre de 2025

El secreto de Sylvia Bloom

Raymond Margolies y Sylvia Bloom

En el año 2016 fallecía en una residencia de ancianos de Nueva York una mujer de 96 años llamada Sylvia Bloom. Era una mujer sencilla y discreta, que había trabajado durante décadas como secretaria en un bufete de abogados. Hija de inmigrantes europeos, nacida en 1919, había vivido las penurias de la Gran Depresión de 1929 y había trabajado muy duro para salir adelante, trabajando de día y asistiendo a clases nocturnas para terminar sus estudios. Se había casado con Raymond Margolies, un bombero municipal que tras retirarse se había dedicado a la enseñanza, permaneciendo juntos hasta su muerte en 2002. La pareja no había tenido hijos, así que en su testamento Sylvia había establecido que la mayor parte de su herencia (salvo algunas pequeñas cantidades para su familia cercana) fuese destinada a obras de caridad.

Su sobrina Jane Lockshin era nombrada como albacea testamentaria, encargada de que se cumplieran sus últimas voluntades. Pero cuando Jane comenzó a revisar los documentos de Sylvia, y empezó a sumar los saldos de sus distintas cuentas, fondos de inversión y otros productos, descubrió para su sorpresa que el total de la fortuna de su tía ascendía a la sorprendente cantidad de nueve millones de dólares. ¿Como era posible que una modesta secretaria como ella hubiera acumulado semejante fortuna, sin que nadie de su entorno supiera nada?

Sylvia Bloom había sido contratada como secretaria el 24 de febrero de 1947 en el bufete Cleary, Gottlieb, Friendly & Cox, en Wall Street, que por aquel entonces era un incipiente bufete de reciente creación (Sylvia había sido su tercera empleada) y permaneció allí la friolera de 67 años. Cuando se jubiló en 2016 (pocos meses antes de su muerte) Sylvia era la empleada más longeva y una auténtica institución en el bufete, llamado ahora Cleary Gottlieb Steen & Hamilton LLP y convertido en una firma multinacional, con 16 oficinas y más de 1200 abogados trabajando para ellos en todo el mundo. Los que trabajaron con ella la recuerdan como una empleada leal, inteligente, honesta y con una ética de trabajo incomparable. 

Como recordaría más tarde su sobrina, en aquella época las funciones de una secretaria iban mucho más allá de las de una simple auxiliar administrativa. Era frecuente que las secretarias se encargaran también de gestionar la vida privada de sus jefes, sobre todo si estos no estaban casados: pagar sus facturas, hacer recados, recoger su ropa de la lavandería... y también encargarse de sus inversiones. Era normal que los abogados del bufete delegasen en Sylvia las comunicaciones con sus agentes de bolsa. Y Sylvia, hábilmente, había aprendido a copiar, dentro de sus posibilidades, los movimientos financieros de sus jefes. Si uno de ellos le decía que llamara a su agente para que comprara mil acciones de la Compañía X, Sylvia así lo hacía; y acto seguido llamaba a su propio corredor de bolsa y le ordenaba comprar cien acciones de esa misma empresa. Cuando sus jefes compraban, Sylvia compraba; cuando ellos vendían, Sylvia vendía. A lo largo de los años aquella discreta secretaria había ido acumulando beneficios poco a poco hasta amasar aquella considerable fortuna, de la que nunca habló a nadie, ni siquiera a su familia. Y dado que en toda la documentación figuraba únicamente el nombre de Sylvia, los que la conocían se inclinan a pensar que ni siquiera su marido Raymond llegó a saber nunca las verdaderas dimensiones de la fortuna de su esposa.

Sylvia nunca dio pistas sobre su fortuna. De acuerdo a su sobrina, ella y su marido vivían cómodamente, sin lujos ni excentricidades. Vivieron durante décadas en un modesto apartamento de alquiler de un solo dormitorio y con renta antigua en Brooklyn, del que Sylvia solo se fue cuando se mudó tras su jubilación a la residencia de ancianos (según ella, porque quería tener con quién jugar al bridge). Sus únicos caprichos eran viajes ocasionales; a Raymond le encantaba apostar y Sylvia era una gran fan de Elvis Presley, así que ambos fueron varias veces a Las Vegas, y también visitaron Europa.

Conforme a los deseos de Sylvia, su fortuna se dedicó a obras de caridad. La mayor parte (6'24 millones de dólares) fue a parar a la Henry Street Settlement, una entidad benéfica del Lower East Side de Manhattan que se encarga de proporcionar cuidados y servicios a los más desfavorecidos de Nueva York, y que empleó ese dinero en crear un fondo de becas para estudiantes sin recursos. Otro millón de dólares fue entregado al Hunter College, una universidad pública en la que Sylvia había estudiado, y un millón más a otro fondo de becas cuyo nombre no fue revelado.

domingo, 5 de octubre de 2025

Pequeñas historias (XLIII)

La cuestión de los johatsu (en japonés, "personas evaporadas") es un peculiar fenómeno típico de la cultura japonesa. Los johatsu son personas que, llegados a cierto punto, se sienten incapaces de soportar su vida como hasta entonces y deciden literalmente desaparecer, abandonando familia, amigos y trabajo, dejando atrás su identidad y su pasado. Los motivos que les llevan a tomar esta decisión son variados: una deuda que no pueden pagar, un fracaso sentimental, o haber perdido su empleo. Muchos se instalan con nombres falsos en barrios marginales o periféricos de las grandes ciudades (el distrito tokiota de Sanya es uno de sus favoritos), trabajando en la economía sumergida y viviendo en pensiones o habitaciones alquiladas. Las estrictas leyes japonesas de protección de la privacidad los benefician (ni sus familias pueden consultar sus datos personales sin su permiso, y la policía tampoco interviene si no hay sospechas de que se ha cometido un delito). Hay incluso empresas que se dedican a organizar estas "desapariciones" y ayudarlos a instalarse en sus nuevas direcciones. El número de estas desapariciones no está claro; no hay estadísticas oficiales y muchas familias no lo denuncian por la vergüenza que supone tener un johatsu en la familia, pero algunos investigadores los cifran en hasta 100000 desaparecidos cada año.

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Filipo II, rey de Macedonia y padre de Alejandro Magno, amenazó a los espartanos si no se sometían a su dominio: "Os aconsejo someteros sin mayor demora, porque si entro con mi ejército en vuestra tierra, destruiré vuestras granjas, mataré a vuestra gente y arrasaré vuestra ciudad". Los espartanos respondieron con una única palabra: "Si". Ni Filipo II ni su hijo llegaron jamás a atacar a los espartanos.

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En 1948 un anciano llamado "Brushy Bill" Roberts, residente en la ciudad de Hamilton (Texas) saltó a las portadas de los periódicos tras afirmar ser el legendario forajido Billy el Niño, supuestamente muerto en 1881 a manos del sheriff Pat Garrett. Según Roberts, a quién había matado Garrett (quien en el momento del tiroteo estaba acompañado solo de dos ayudantes, ninguno de los cuales conocía a Billy) era a otro pistolero llamado Billy Barlow, tras lo cuál él había huido a México. Roberts afirmaba llamarse William Henry Roberts y haber nacido en 1859 cerca de Abilene (Texas), y que a lo largo de su vida había usado diversos alias como Henry McCarthy o William H. Bonney; pero su familia defendía que, según estaba escrito en la Biblia familiar, se llamaba en realidad Ollie Partridge Roberts y había nacido en 1879, es decir, no había cumplido los dos años cuando el Niño había muerto. Su caso despertó controversia; varios ancianos que habían conocido en su juventud a Billy el Niño (incluido Jim McDaniels, antiguo miembro de la banda del forajido Jim Evans) afirmaron estar convencidos de que Roberts era realmente el Niño. Roberts parecía conocer al dedillo la vida de Billy el Niño; incluso aportó datos desconocidos que coincidían con huecos inexplicados en la biografía del forajido. Por otra parte, Billy el Niño sabía leer y escribir y hablaba español con fluidez; Roberts era analfabeto y apenas chapurreaba algunas frases en español. Las comparaciones entre fotografías de Billy y de Roberts tampoco fueron concluyentes. Roberts murió en Hico (Texas) a finales de 1950, tras haber anunciado su intención de reclamar el perdón que según él le había prometido el gobernador de Nuevo México Lew Wallace en 1879. Todavía hoy en día sigue sin aclararse de manera definitiva si era o no Billy el Niño.

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En cierta ocasión Federico II el Grande, rey de Prusia, llevó a cabo una visita de inspección a una cárcel de Berlín. Mientras numerosos prisioneros se acercaban a él pidiendo clemencia y alegando ser inocentes, uno de ellos se mantenía apartado y en silencio. A él se dirigió el rey preguntándole "Tú... ¿por qué estás aquí?" "Por robo a mano armada, Su Majestad" "¿Y eres culpable?" "Si, Su Majestad, lo soy, y merezco mi castigo". Inmediatamente el rey llamó al director de la cárcel y le ordenó poner en libertad a aquel hombre, diciendo "No lo mantendré en esta prisión, donde acabará corrompiendo a todos estos pobres inocentes".

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Durante su etapa universitaria en el Bard College en los años 60 el actor y cómico Chevy Chase tocaba la batería en una banda llamada The Leather Canary, que había formado con sus amigos Walter Becker y Donald Fagen. Llegó un momento en el que Chase decidió que la música no era lo suyo, así que dejó el grupo para mudarse a Los Angeles y dedicarse a la interpretación. Becker y Fagen, por su parte, decidieron seguir con su carrera musical; se convirtieron en un dúo y alcanzaron el éxito con el nombre de Steely Dan.

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En enero de 2020 un hombre llamado Sauntore Thomas se dirigió a la sucursal que el TCF Bank tiene en Livonia (una ciudad del extrarradio de Detroit) para ingresar en su cuenta varios cheques por un valor total de 99000 $, que había recibido como indemnización tras demandar a su antiguo empleador por discriminación racial. Sin embargo, en el banco se negaron a ingresarle ese dinero, y tras preguntarle varias veces por su origen, llamaron a la policía y lo acusaron de fraude. Thomas explicó cómo había obtenido el dinero, incluso hizo que su abogada le enviara copias de la sentencia para demostrar que los cheques eran legítimos, pero aún así el banco se negó a aceptarlos. Thomas entonces cerró su cuenta en el banco (que había abierto más de dos años atrás) y se llevó su dinero a otro banco en la misma calle, donde pudo ingresar los cheques sin problemas. Acto seguido denunció al TCF Bank por discriminación racial. El banco acabó pagándole a Thomas una generosa indemnización para que retirara la denuncia.

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En 2013 Simon Bramhall, que era por aquel entonces uno de los cirujanos hepáticos más prestigiosos del Reino Unido, fue acusado de haber grabado sus iniciales en los hígados de dos de sus pacientes durante sendas intervenciones en febrero y agosto de ese año, utilizando un láser de argón que se emplea para cauterizar vasos sanguíneos. Su acción se descubrió cuando uno de aquellos pacientes se sometió a una operación de seguimiento y el médico que lo operaba descubrió las iniciales SB grabadas en su hígado. Bramhall fue despedido poco después del Hospital Queen Elizabeth de Birmingham; en 2017 se declaró culpable de agresión, siendo condenado a una multa de diez mil libras y a varios meses de trabajos comunitarios. En 2022 se le retiró definitivamente la licencia para ejercer la medicina.

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El escritor y filósofo francés Voltaire (1694-1778) tuvo que marchar al exilio tras un desencuentro con el caballero De Rohan, permaneciendo en Londres entre 1726 y 1729. Esa estancia coincidió con un repunte del sentimiento antifrancés en toda Inglaterra. Un día, caminando por las calles de la ciudad, el escritor se vio rodeado por una multitud enfurecida que gritaba"¡Colgadlo!¡Colgad al francés!". Sin perder la calma, Voltaire se dirigió a ellos y dijo "¡Ingleses! Queréis matarme porque soy francés. ¿Es que no es suficiente castigo el no haber nacido inglés?". Al oír esto, la multitud rompió a reir y acompañó a Voltaire a salvo hasta su alojamiento.