Verba volant, scripta manent

domingo, 18 de mayo de 2025

Baldomera Larra, la inventora de la estafa piramidal

Baldomera Larra Wetoret (1833-1915)

Baldomera Larra Wetoret vino al mundo en Madrid en 1833, siendo la menor de los tres hijos nacidos del infortunado matrimonio entre el escritor y periodista Mariano José de Larra y la joven Josefa Wetoret Velasco. Baldomera nació varios meses después de la separación de sus padres, y tenía cuatro años cuando su padre se suicidó de un disparo a causa de un desengaño amoroso. De los tres hijos, el mayor, Luis Mario, fue un célebre dramaturgo y libretista de zarzuelas, autor de los libretos de algunas de las obras más conocidas del género, como El barberillo de Lavapiés. La mediana, Adela, apodada La dama de las patillas por su extravagante peinado, se casó con un político de buena familia al que destinaron a La Habana, aunque ella prefirió quedarse en Madrid, y alcanzó notoriedad al convertirse en amante del rey Amadeo I de Saboya (1871-1873). En cuanto a Baldomera, se casó con un reconocido médico llamado Carlos de Montemayor, que acabaría siendo médico de la Casa Real de Amadeo I.

Pero cuando en 1873 Amadeo, harto de los españoles, abdica, el doctor Montemayor, quizá temiendo alguna represalia política por su vinculación con el Saboya, decide buscar nuevos horizontes y se marcha a América, dejando en precaria situación económica a su esposa y a sus cinco hijos. Baldomera se las ve y se las desea para sacar adelante a su familia, llegando en ocasiones a tener que recurrir a prestamistas. Es en esta época cuando empieza a conocer los manejos de aquel turbio mundo de la usura y la especulación. Y probablemente cuando empieza a pensar en sacar provecho de ellos.

Según cuentan, Baldomera comenzó su "negocio" pidiéndole prestada una onza de oro a una vecina, asegurándole que en un mes le devolvería el doble. Y tal como había prometido, lo cumplió. Luego, repitió el mismo proceso con otra vecina. Y luego otra. Muy pronto se corrió la voz de la rentabilidad de las "inversiones" de Baldomera y de la puntualidad de sus pagos. Ante la cada vez mayor afluencia de personas deseosas de participar, Baldomera funda su llamada Caja de Imposiciones, con sede en un local de la Calle de la Greda. Con la promesa de elevados intereses, de hasta el 30% mensual, cientos de personas de todas las clases sociales acuden a invertir su dinero, formándose grandes colas ante su oficina. El negocio va tan bien que Baldomera tiene que trasladar su sede a un local más amplio y céntrico, primero en la Plaza de la Cebada y luego en la de la Paja. Su fama cruza fronteras; periódicos franceses y belgas hablan de ella, y desde fuera de España llegan más inversores dispuestos a entregarle su dinero.

Por supuesto, su negocio acaba despertando el recelo y las dudas de personas que no entienden la naturaleza de las actividades de Baldomera. Esta, al ser cuestionada sobre su negocio, prefiere responder con evasivas. "Mi negocio es tan sencillo como el huevo de Colón" es una de sus respuestas favoritas. Otras veces alude de pasada a unas supuestas minas en América; lo cual muchos encuentran razonable, sabiendo que era allí a donde se había marchado su marido. Y cuando le preguntan por las garantías en caso de quiebra, simplemente dice "¿Garantía? Una solo: tirarse del viaducto", haciendo referencia al viaducto de Segovia, en la calle Bailén, uno de los lugares favoritos de los suicidas.

En realidad, como se sabría más tarde, no había ningún negocio detrás. Baldomera había creado lo que con el tiempo acabaría por llamarse estafa piramidal, también conocido en ocasiones como esquema Ponzi (en referencia a Carlo Ponzi, un estafador italoamericano que llevó a cabo una estafa similar en 1919). Tal estafa consiste en que el responsable capta dinero de inversores crédulos, generalmente prometiéndoles enormes intereses. Y en un primer momento, esos intereses se pagan puntualmente; pero en realidad, el negocio es un montaje, y los intereses se pagan con el dinero aportado por los nuevos inversores. La estafa se mantiene hasta que lega un punto en el que los intereses a pagar son tan elevados que superan el importe de los nuevos ingresos; en ese momento, todo el tinglado se viene abajo, y es generalmente entonces cuando el estafador se da a la fuga (o lo intenta) con el dinero que todavía le queda. La de Baldomera Larra fue la primera estafa de este tipo de la que hay noticia.

Y esto es también lo que le pasó a Baldomera y su Caja de Imposiciones. Aunque en apariencia todo iba viento en popa: la Caja contaba ya con cinco empleados (un secretario, tres escribientes y un recadero) y Baldomera vivía acomodadamente con su familia en un lujoso piso de la Calle del Sordo. Pero las sospechas en torno a sus actividades no dejan de crecer. La prensa cuestiona cada vez con mayor intensidad su negocio y los rumores que ponen en duda su solvencia se multiplican. Baldomera lo rechaza todo, calificándolo de difamaciones y envidias; pero sabe que no aguantará mucho tiempo.

Una noche de diciembre de 1876 Baldomera acude al Teatro de la Zarzuela, como acostumbraba a hacer. Vestida de punta en blanco, reparte saludos y sonrisas a los presentes, aparentando la más absoluta normalidad. Pero en el intermedio de la obra, Baldomera abandona el teatro discretamente y se sube a un carruaje que la espera y que la llevará fuera de España. Deja atrás un elevado número de afectados, que el escritor Juan Eduardo Zúñiga cifra en no menos de 5000, con una cantidad total de dinero estafado de en torno a unos 22 millones de reales, el equivalente al presupuesto de un ministerio. Muchos de los afectados, confiados en sus palabras, le han entregado todos sus ahorros, y algunos incluso han llegado al extremo de vender sus propiedades para poder invertir también ese dinero.

Cuando se hace pública su fuga, decenas de afectados se reúnen ante su oficina, intentando entrar a la fuerza en ella y obligando a que actúen las fuerzas del orden. El registro de la Caja y de la casa de Baldomera apenas da fruto: solo unos miles de reales y ningún libro de contabilidad o registro. Los empleados de la Caja son arrestados e interrogados; pero todos niegan saber nada de los manejos de su jefa, ni de su intención de huir. Mientras, Baldomera, que se ha llevado consigo una cantidad indeterminada de dinero (se habla de varios millones de reales) se instala tranquilamente en Suiza, donde vive con todas las comodidades.

Pero pasado algún tiempo la fugitiva comete un error. Convencida de que toda la situación se ha calmado ya, y de que nadie se acuerda de ella, decide instalarse en Francia, en la localidad de Auteuil, cerca de París, bajo el alias de "Madame Varela". Las autoridades francesas no tardan en descubrirla; según algunas versiones es su propia hermana, Adela, la que la denuncia. Baldomera es arrestada y extraditada a España, donde ingresa de inmediato en la cárcel acusada de estafa y alzamiento de bienes.

Como era de esperar, su juicio despierta un enorme interés. De los miles de afectados, solo 55 se presentan como parte afectada en la causa. Baldomera se muestra desafiante y resuelta, defendiendo la legalidad de su negocio y echando la culpa de su fracaso a los rumores malintencionados difundidos por la prensa. Su abogado intenta que se anule todo el proceso; según él, al ser Baldomera una mujer casada, necesitaba el permiso de su marido, por lo que todas las operaciones que había firmado eran nulas de derecho. Sin embargo, el tribunal no queda convencido y el 26 de mayo de 1879 dicta sentencia, declarando a Baldomera culpable y condenándola a seis años y un día de cárcel y a devolver los créditos, mientras que sus colaboradores son absueltos. Solo cumpliría una parte de la condena; un indulto del gobierno, impulsado por una multitudinaria campaña de recogida de firmas, le permitiría recuperar la libertad en 1881.

Una vez libre, con su reputación arruinada y rechazada por su propia familia, Baldomera decide que lo más sensato es cambiar de aires y pone rumbo a América. Sobre su destino circulan distintas versiones; unos dicen que marchó a La Habana y allí se reunió con su marido. Otros, que se instaló en Buenos Aires. En todo caso, fue en tierras americanas donde murió, en torno a 1915.


2 comentarios:

  1. ¡Wow! Y es que a Baldomera sí que le sobraron para mentir y darse la vida loca. Este tipo de delitos por épocas han azotado a Colombia, conociéndose otra versión del mismo proceso llamada 'El avión'.

    ¿El resultado de siempre? El que aquí has expuesto: gente que le sacó el provecho, o estuvo de buenas, y la mayoría que se quedó con el rabo entre las piernas... Y continuarán dándose estas patrañas, amigo, mientras haya mundo.

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    1. Si, es una estafa bastante habitual, aunque hay que reconocerle a Baldomera haber sido la pionera.

      Saludos.

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