Verba volant, scripta manent

domingo, 21 de julio de 2024

Los crímenes del Shindo Renmei

Miembros del Shindo Renmei


Los primeros inmigrantes japoneses llegaron a Brasil en 1908. El primer barco cargado de inmigrantes japoneses, el Kasato Maru, arribó al puerto de Santos el 18 de junio de 1908, con 165 familias a bordo. Aunque el gobierno brasileño no era muy proclive a permitir la llegada de inmigrantes asiáticos (unos años antes había prohibido la inmigración desde China, para dar prioridad a los inmigrantes europeos, sobre todo llegados desde Italia), la bajada en el número de inmigrantes italianos (que empezaban a elegir otros destinos como Estados Unidos o Argentina) y la perentoria necesidad de mano de obra en las grandes plantaciones de café, pilar fundamental de la economía brasileña, hicieron que las autoridades aceptaran a los japoneses. La mayoría se instalaron en el estado de Sao Paulo o en el vecino de Paraná.

La colonia japonesa en Brasil creció con rapidez. En 1915 ya había más de 15000 japoneses instalados en Brasil, y tras la Primera Guerra Mundial, cuando países como Estados Unidos, Australia o Canadá empezaron a poner trabas a la inmigración japonesa, su número se disparó: en 1940 contaba más de 200000 integrantes, entre los nacidos en Japón (issei) y sus hijos (nissei) y nietos (sansei) ya nacidos en Brasil, conformando la mayor comunidad japonesa del mundo fuera de Japón. Para entonces, tratándose de un colectivo trabajador y emprendedor, aunque una parte importante seguía trabajando en la agricultura, en plantaciones de café, té o arroz, otros muchos habían creado empresas de todo tipo.

Barrio da Liberdade (Sao Paulo)

Los japoneses en Brasil formaron una comunidad muy cerrada, a menudo hermética. Vivían en barrios prácticamente exclusivos (como el de Liberdade en Sao Paulo) y procuraban mantener las costumbres y tradiciones de su patria, radicalmente distintas a las de su país de acogida. Muchos de ellos eran personas de origen humilde, que aspiraban a regresar a Japón algún día con el dinero que habían ganado, por lo que no habían hecho ningún esfuerzo para integrarse. Un porcentaje muy elevado no hablaba portugués ni se relacionaba con los brasileños más que lo estrictamente necesario. Tenían tiendas japonesas, escuelas en japonés para sus hijos y medios de comunicación como emisoras de radio y periódicos en japonés (se calcula que cerca de un 90% de los inmigrantes japoneses estaba suscrito a algún periódico en japonés). Y este aislamiento acabó por generar desconfianza y suspicacias entre los brasileños, que con cierta frecuencia desembocaban en episodios de racismo o enfrentamientos entre miembros de ambas comunidades.

El 18 de abril de 1938 el gobierno del dictador Getúlio Vargas promulgaba el llamado Decreto 383, que buscaba exacerbar el sentimiento nacionalista brasileño imponiendo restricciones a las comunidades de inmigrantes más cerradas, como la japonesa o la alemana. Entre otras medidas, el decreto prohibía a los extranjeros formar asociaciones o intervenir en política, prohibía el uso de idiomas extranjeros en público o en la educación, en programas de radio, y prohibía la circulación de periódicos y revistas en idiomas extranjeros, a menos que fueran bilingües, lo que, debido a la subida de los costes, en la práctica abocó al cierre a la mayoría de los medios escritos en japonés. Pero estas medidas, lejos de conseguir integrar a los japoneses, solo lograron que sus comunidades, sintiéndose atacadas, se volvieran aún más cerradas.

Y llegó 1939 y estalló la Segunda Guerra Mundial. Como era natural los japoneses de Brasil seguían con interés las noticias que llegaban desde su país natal, aunque esas noticias, a menudo procedentes de fuentes oficiales, tenían un marcado carácter triunfalista, más encaminado a elevar la moral de los japoneses que a proporcionar una información veraz sobre el discurrir de la guerra. En agosto de 1942, en respuesta a los ataques a buques brasileños por parte de submarinos alemanes e italianos, el gobierno brasileño rompía relaciones con Alemania, Italia y Japón y les declaraba la guerra. Los inmigrantes japoneses pasaron a ser visto como potenciales traidores, espías o saboteadores, y se les impusieron nuevas y severas restricciones. Se prohibió la entrada en el país de ciudadanos japoneses, se cortaron los envíos de correo en ambas direcciones, se les prohibió residir o viajar por determinadas zonas estratégicas, e incluso se les prohibió poseer aparatos de radio, que fueron confiscados por las autoridades, para que no pudieran captar transmisiones de onda corta procedentes de Japón. En la práctica, la comunidad japonesa en Brasil sufrió un apagón informativo, quedando aislada y sin manera de recibir noticias de su país natal. Y es en este contexto en el que surge el Shindo Renmei.

Junji Kikawa

A principios de los años 40, un grupo de japoneses católicos había fundado, con la aprobación de las autoridades brasileñas y de la Iglesia Católica, una organización caritativa llamada la Pía, destinada a socorrer a los miembros más necesitados de la colonia japonesa. Entre los colaboradores de la Pía estaba un antiguo coronel del Ejército Imperial japonés llamado Junji Kikawa, un hombre de ideología profundamente nacionalista y tradicionalista. En 1942, tras un violento enfrenamiento entre japoneses y brasileños en la ciudad de Marília, Kikawa fundó el Shindo Renmei (Liga del Camino de los Súbditos), una sociedad cuyo objetivo era proteger a los miembros de la colonia japonesa, mantener los valores tradicionales japoneses y proteger el honor del Japón y de su emperador. No fue la única agrupación clandestina creada en el seno de la comunidad, pero si la que estuvo dispuesta a llegar más lejos. Así, muy pronto Kikawa empezó a incitar a los japoneses a sabotear determinadas actividades relacionadas con el esfuerzo bélico, como la cría de gusanos de seda (la seda se empleaba para confeccionar paracaídas) o el cultivo de menta (el mentol se usaba para elaborar explosivos y como refrigerante para motores). Y aunque hubo pequeños sabotajes por parte de agricultores japoneses, la policía brasileña apenas los investigó.

En 1944 Kikawa dejó la Pía, tras un enfrentamiento con su directiva, que rechazaba los métodos violentos defendidos por el ex-militar. El Shindo Renmei, sostenido gracias a las donaciones, creció con rapidez; llegó a tener miles de simpatizantes y hasta 64 sucursales en distintas localidades de Sao Paulo y Paraná, con su sede central en el 96 de la calle Paracatu de Sao Paulo. 

En septiembre de 1945 se anunció oficialmente la rendición de Japón. Pero una parte sustancial de los japoneses-brasileños se negó a creerlo. Creían de buena fe en la invencibilidad de Japón, veían imposible que el ejército japonés se rindiera mientras quedara un solo soldado en pie. Y empezaron a decir que todo había sido un montaje de los americanos, una maniobra de propaganda para desmoralizar a los japoneses, y que mientras tanto la guerra continuaba o incluso que había terminado, con Japón como vencedor, y que las tropas japonesas ya habían ocupado la Costa Oeste de los EEUU. Se produjo así un cisma en el seno de la comunidad japonesa. Por un lado, los kachigumi o "vencedores", los que defendían que todo era un engaño, que Japón no había sido vencido ni nunca lo sería. Eran los más numerosos, por lo general pertenecientes a las clases más humildes, aunque no todos eras seguidores del Shindo Renmei ni compartían sus métodos. Por otro, los makegumi o  "derrotistas", apodados peyorativamente "corazones sucios", los que sabían que era cierto que Japón se había rendido. Solían ser los miembros más acomodados de la colonia, los mejor integrados, los que hablaban portugués y se relacionaban con los brasileños y, por lo tanto, tenían acceso a medios de comunicación brasileños e internacionales. Los makegumi trataron de convencer a los kachigumi de la verdad, pero estos se resistían tozudamente a aceptarla. En medio de la confusión, algunos trataron de obtener beneficio, vendiendo a los kachigumi supuestos títulos de propiedad en las nuevas tierras conquistadas, o vendiendo yenes (que en aquel momento no valían nada) a aquellos que esperaban regresar a un Japón triunfante. Muchos kachigumi perdieron todos sus ahorros, y algunos incluso se suicidaron al verse arruinados.

Por supuesto el Shindo Renmei y sus seguidores creían firmemente que las noticias sobre la derrota de Japón eran falsas. Así que se dedicaron activamente a desmentirlas, haciendo circular panfletos y con emisiones clandestinas de radio. Pero hicieron algo más. Furiosos contra los makegumi por lo que consideraban una traición a su patria y a su emperador, decidieron que debían castigarlos por ello. No tardaron en empezar a redactar listas de makegumi que debían pagar por sus acciones. En primer lugar se enviaron una serie de cartas a algunos de los makegumi más prominentes en los que se los conminaba a suicidarse para expiar su culpa y restaurar su honor. Tienes un corazón sucio, así que debes lavarte la garganta (es decir, debes cortártela) era una frase común en todas ellas. Pero ninguno de los que las recibió aceptó suicidarse; estaban acostumbrados a recibir críticas y amenazas y no les dieron importancia, así que los miembros del Shindo Renmei decidieron imponer el castigo ellos mismos.

Según se supo más adelante, los atentados eran organizados y coordinados por Kamegoro Ogasawara, un destacado líder de la organización, propietario de una fábrica de tintes en Sao Paulo. Los ejecutores eran jóvenes voluntarios (algunos apenas adolescentes) altamente fanatizados, apodados tokkotai (contracción de tokubetsu kōgeki tai, el nombre de las unidades de operaciones especiales del ejército japonés, incluidas las misiones suicidas como los kamikazes). Su primera víctima fue Ikuta Mizobe, director general de la Cooperativa Agrícola de Bastos (a 460 kilómetros de Sao Paulo), que había confirmado a sus empleados en una circular que la rendición japonesa era cierta. Mizobe fue asesinado a tiros en su propia casa en la madrugada del 7 de marzo de 1946. A partir de ahí se sucedieron con regularidad los ataques, a veces con armas de fuego y a veces con katanas. En ocasiones los tokkotai ni siquiera mostraban intención de huir; permanecían junto a su víctima hasta que llegaba la policía brasileña, a la que explicaban que no tenían nada contra los brasileños, ni contra Brasil, y que simplemente estaban cumpliendo con su deber.

Las investigaciones de las autoridades se toparon con un muro de silencio. Nadie entre los japoneses quería hablar, ni siquiera aquellos que estaban directamente amenazados. Todos lo consideraban un asunto interno de la comunidad, algo en lo que los ajenos a ella no debían inmiscuirse. Aún así, con todas las dificultades, las autoridades siguieron investigando, y el 8 de mayo de 1946 una gran redada llevaba al arresto de Kikawa y los principales dirigentes del Shindo Renmei, así como de la mayoría de los tokkotai. Pero, aún habiendo descabezado a la organización, algunas células aisladas siguieron cometiendo ataques de manera independiente: el último asesinato atribuido al Shindo Renmei se produjo el 6 de enero de 1947. En total, las cifras oficiales hablan de 23 muertos y 147 heridos, todos de ascendencia japonesa, aunque hay sospechas de que hubo más casos que nunca fueron denunciados a las autoridades.

Ikuta Mizobe

Las autoridades brasileñas investigaron a más de 30000 ciudadanos de origen japonés de los que se sospechaba tenían vínculos con la organización. Finalmente, 376 de ellos fueron procesados, incluida la cúpula directiva y los tokkotai. De ellos 14 tokkotai fueron condenados a distintas penas de cárcel como autores materiales de los ataques. Asimismo, se decretó la expulsión del país de 155 inmigrantes japoneses, aunque las sucesivas apelaciones y la complicada burocracia brasileña provocó que ninguna de aquellas órdenes se llegara a ejecutar. 

A pesar del tiempo transcurrido, las acciones del Shindo Renmei siguen siendo un tema tabú en el seno de la comunidad japonesa-brasileña. Un asunto particular que los afecta solo a ellos, y que es mejor no sacar a colación, especialmente ante personas ajenas a la colonia. Aunque la gran mayoría de los implicados han muerto, y de que en la actualidad la mayoría de los japoneses-brasileños ya han nacido en Brasil y están completamente integrados, lo siguen considerando una cuestión interna de su comunidad.

lunes, 15 de julio de 2024

Libros perdidos (II)

Les Journées de Florbelle, del Marqués de Sade

Donatien Alphonse François de Sade, marqués de Sade (1740-1814)

Donatien Alphonse François de Sade, más conocido como el Marqués de Sade, pasó los últimos años de su escandalosa vida en el manicomio de Charenton, en relativa tranquilidad, acompañado de su amiga y amante Constance Quesnet, a la que hacía pasar por hija ilegítima suya y a la que nombró heredera universal en su testamento. Su familia costeaba su estancia y manutención, y él se entretenía con su extensa biblioteca y organizando obras de teatro con los demás enfermos como actores. Cuando el marqués muere, el 2 de diciembre de 1814, su hijo Claude-Armand, que se encontraba de visita, aprovecha la ausencia de Constance (de viaje en París) y, contrariamente a los deseos de su padre, lo hace enterrar en el cementerio local tras una sencilla ceremonia religiosa. Además, ordena quemar todos los manuscritos que el marqués conservaba en su habitación, así como varios más que habían sido confiscados por la policía en un registro unos años antes. Entre ellos, una novela inédita de carácter libertino en diez tomos titulada Les Journées de Florbelle ou la Nature dévoilée (Las jornadas de Florbelle o la Naturaleza desvelada), así como unas memorias en dos tomos tituladas Mes confessions (Mis confesiones) y otra obra titulada Réfutation de Fénelon (Refutación de Fénelon), que se cree que era una apología del ateísmo.

Las Memorias de Lord Byron

George Gordon Byron, Lord Byron (1788-1824)

Cuando el célebre y escandaloso poeta británico Lord Byron murió a causa de unas fiebres en la localidad griega de Missolonghi, donde se encontraba ayudando a los griegos en su lucha por independizarse del Imperio Otomano, dejó escritas unas Memorias, 78 folios redactados entre 1818 y 1821, al parecer bastante explícitas en cuanto a su vida, sus amores y sus ideas. Después las entregó a su amigo el también poeta Thomas Moore, para que las custodiase. Más tarde, entre 1820 y 1821, Byron añadiría un prolongación, totalizando unas 120000 palabras. En 1821 Moore las vendió, con el permiso del autor, al editor John Murray, con la condición de que no se publicasen hasta después de la muerte de Byron, y de que tanto él como Moore tuvieran derecho a volverse atrás y recomprarlas antes de que Lord Byron muriese.

Sin embargo, solo unas semanas después de la muerte de Lord Byron, Moore, Murray, el escritor John Hobhouse y varios conocidos más del difunto se reunieron en Londres, primero en casa de Hobhouse y luego en la de Murray, y decidieron que lo mejor era destruir el manuscrito, porque consideraban que su contenido era tan escandaloso y licencioso, que probablemente mancharía el nombre de Byron y de su familia para siempre. ¿Qué había tan inmoral en aquellas Memorias? Lo cierto es que en la vida del poeta había motivos más que suficientes para el escándalo. Cuando leas mis memorias comprenderás los males, tanto morales como físicos, de la verdadera disipación. Puedo asegurarte que mi vida es muy entretenida y muy instructiva, le dijo en una conversación al poeta Thomas Medwin. Probablemente hablaba de sus numerosas aventuras sexuales, muchas de ellas con mujeres casadas; de su más que probable bisexualidad; o incluso de la relación incestuosa que había mantenido con su medio hermana, Augusta Leigh, fruto de la cual supuestamente habría nacido una de las hijas de Augusta, Elizabeth. Sea como fuere, y pese a las protestas de Moore, que opinaba que era suficiente con eliminar los pasajes más escabrosos, el manuscrito original y la única copia existente fueron quemados en la chimenea de la casa de Murray, en lo que en Inglaterra aún llaman "el mayor crimen literario de la historia".

La segunda parte de Almas muertas, de Nikolai Gogol


Nikolái Vasílievich Gógol (1809-1852)


El escritor ruso Nikolai Gogol publicó en 1842 la que posiblemente sea su obra más importante, Almas muertas, una obra capital de la literatura rusa del siglo XIX. En 1848, después de una peregrinación a Tierra Santa, Gógol, llevado por sus profundas convicciones religiosas, decidió abandonar la literatura para dedicarse en exclusiva a la religión. La noche del 24 de febrero de 1852, cuando había retomado su carrera como escritor, sufrió una crisis depresiva y quemó la segunda parte de Almas muertas, que tenía prácticamente acabada. Al parecer, lo hizo después de que su guía espiritual, un monje llamado Matvey Konstantinovsky, le insistiera repetidamente que su obra literaria era pecaminosa y maligna. Sin embargo, Gógol se arrepintió de inmediato, creyéndose víctima de una broma que le había gastado el mismísimo demonio. Cayendo en un estado de profunda depresión, Gógol se acostó en su cama, rechazando toda comida, y murió nueve días después.

La Isla de la Cruz, de Herman Melville

Herman Melville (1818-1891)

Es sabido que, tras el relativo fracaso de sus novelas Moby Dick (1851) y Pierre o las ambigüedades (1852) Herman Melville decidió abandonar su idea de dedicarse en exclusiva a la literatura y buscar otros trabajos, como marinero o agente de aduanas, para mantener a su familia. Desde ese momento, y hasta su muerte en 1891, Melville se dedicaría fundamentalmente al relato y a la poesía, y solo publicaría tres novelas más (una de las cuales, Billy Budd, dejó inacabada). Sin embargo, gracias a su correspondencia y a la de algunos de sus familiares, se sabe que en 1852 escribió una novela titulada La Isla de la Cruz, cuyo argumento ofreció previamente a su amigo Nathaniel Hawthorne (autor entre otras obras de La letra escarlata), que lo rechazó. La Isla de la Cruz se inspira en un suceso real del que Melville había oído hablar en un viaje a la isla de Nantucket, la historia de una mujer llamada Agatha, hija de un farero, que salva la vida de un náufrago al que el mar ha arrojado a la costa. Agatha lo cuida hasta que se recupera, y luego se casa con él, pero más tarde él la abandona. Melville escribió la novela en la segunda mitad de 1852 y la ofreció al año siguiente a sus editores, Harper & Brothers, a los que no les disgustó pero la rechazaron, temiendo una denuncia por parte de la familia de la mujer. A partir de ahí no se supo más del manuscrito de la novela, ni si se extravió en la editorial ni si el propio Melville lo destruyó.

The Temple at Thatch, de Evelyn Waugh

Arthur Evelyn St. John Waugh
Evelyn Waugh es considerado uno de los grandes novelistas del siglo XX, pero sus inicios no fueron sencillos. Comenzó a escribir la que iba a ser su primera novela, titulada The Temple at Thatch, en 1924, cuando tenía 21 años y estaba a punto de graduarse en el Hertford College de Oxford, y siguió trabajando en ella a lo largo de los siguientes doce meses. Pero cuando la tuvo lista, se la dio a leer a su amigo Harold Acton, el cual hizo una crítica bastante negativa acerca de ella. Waugh, desencantado, acabó por quemar el manuscrito, lo que, unido a otros problemas personales, le llevaron incluso a considerar el suicidio, antes de experimentar lo que él llamó "un súbito regreso al sentido común". Waugh, no obstante, no se volvió a atrever a escribir una novela hasta 1928, cuando publicó Decadencia y caída, con gran éxito. Es posible que alguna de las ideas y personajes de The Temple at Thatch fueran luego reutilizadas por Waugh en un relato titulado The Balance, publicado en 1925.


Double exposure, de Sylvia Plath

Sylvia Plath (1932-1963)
Tras el suicidio de la escritora y poetisa norteamericana Sylvia Plath en 1963, su marido, el también escritor Ted Hughes, del que Sylvia estaba separada pero no divorciada, se convirtió en su heredero universal. Plath dejó diversas obras inéditas, poemas, sus diarios, y también una novela, titulada provisionalmente Double exposure, que habría sido la segunda novela publicada por Plath, después de La campana de cristal. Sin embargo, esa novela nunca fue publicada, y Hughes afirmaría haber "perdido" el borrador de la novela en algún momento de la década de 1970, sin saber qué fue de él e incluso acusando a la madre de Plath, Aurelia, de haberlo robado. 

Hughes admitiría en un prólogo que escribió para la edición en 1982 de los diarios personales de su esposa que había "extraviado" uno de sus diarios y destruido otro, porque no quería que sus hijos lo leyeran. Quienes pudieron echar un vistazo a Double exposure cuentan que se trata de la historia de una mujer que descubre que su marido la está engañando; la misma historia que Plath vivió en su matrimonio con Hughes. Hay quien piensa que en realidad Hughes escondió o destruyó la novela por su carácter autobiográfico y porque revelaba detalles muy personales de la relación del matrimonio.


domingo, 14 de julio de 2024

Libros perdidos (I)

Desgraciadamente, solo una fracción de toda la literatura escrita por las distintas civilizaciones a lo largo de la historia ha llegado hasta nosotros. La desidia, el abandono, a veces la acción de invasores o saqueadores, o incluso la voluntad de sus propios autores o de sus herederos, han provocado que múltiples obras, incluidas muchas que en su día fueron famosas y admiradas, no hayan llegado hasta nuestros días. Estas son algunas de esas obras que probablemente nunca conoceremos.


El Margites  de Homero

Homero (c. s. VIII a. C.)

Al poeta griego autor de la Ilíada y la Odisea se le atribuye también la composición del Margites, un poema cómico que parodia la Odisea protagonizado por un personaje proverbial por su estupidez. Aunque algunos autores lo atribuyen a Pigres de Halicarnaso (un escritor autor de la Batracomiomaquia, una parodia de la Ilíada protagonizada por ratones y ranas), Platón y Aristóteles lo atribuían a Homero, y de hecho Aristóteles dice del poema que era una obra fundamental y un ejemplo para todo el que quisiera escribir comedias. 

Curiosamente, la Odisea y la Ilíada forman parte del llamado Ciclo Troyano, un conjunto de ocho poemas que narran los acontecimientos de la guerra de Troya y del cual ambas son los únicos que nos han llegado completos. De los otros seis apenas se conocen algunos versos citados por autores diversos y un resumen de ellos que aparece en una obra llamada Crestomatía, escrita por un tal Proclo. Se trata del Ciprias (atribuido a Estasino de Chipre), la Etiópida y la Iliupersis (de Arctino de Mileto), la Pequeña Ilíada (de Lesques de Pirra), el Nóstoi (atribuido a Agias de Trecén o a Eumelo de Corinto) y la Telegonía (de Eugamón de Cirene). Se ordenan cronológicamente por los sucesos narrados en ellos así: Ciprias, Ilíada, Etiópida, Pequeña Ilíada, Iliupersis, Nóstoi, Odisea y Telegonía.

Esto no es algo infrecuente en la literatura clásica. Baste señalar que solo se conoce una fracción de la obra de los tres grandes poetas trágicos de la Grecia clásica: Eurípides escribió más de noventa obras y solo conocemos diecinueve enteras y fragmentos de otras veinte; de las noventa de Esquilo solo siete han llegado íntegras hasta nuestros días, y otras siete fragmentadas; y de las en torno a ciento treinta que escribió Sófocles, conocemos siete enteras y fragmentos dispersos de varias decenas más.

La República de Zenón

Zenón de Citio (334-262 a. C.)

El filósofo Zenón de Citio fue el fundador de la filosofía estoica. De su amplia obra sobre ética, lógica o política solo conocemos fragmentos dispersos. Eso incluye también a su primera obra, Politeia (República), escrita cuando todavía era discípulo del cínico Crates de Tebas. Al parecer, la escribió como una respuesta a la República de Platón y, al igual que esta, pretende esbozar los principios de un estado ideal, en su caso desde el punto de vista del estoicismo primigenio. Así, en ella Zenón imagina una sociedad igualitaria para hombres y mujeres virtuosos, que lleven vidas ascéticas y sencillas, en ciudades sin templos, tribunales ni escuelas, viviendo en comunidad y sin utilizar dinero.

La obra fue recibida con disparidad de opiniones. Fue muy popular en la antigüedad y recibió muchos elogios, incluso de autores opuestos al estoicismo como Plutarco, pero también recibió feroces críticas e incluso acusaciones de que hacía apología del incesto y el canibalismo. Incluso el principal discípulo de Zenón, Crisipo de Solos, escribió Sobre la República, un tratado explicativo en el que intentaba clarificar algunos puntos oscuros y malentendidos sobre las teorías de su maestro.


Las obras perdidas de Arquímedes

Arquímedes (287-212 a. C.)

El griego Arquímedes de Siracusa fue uno de los más grandes científicos de la antigüedad. Matemático, ingeniero, astrónomo, físico, llevó a cabo aportes fundamentales en todos los campos que estudió. También dejó una amplísima bibliografía que solo parcialmente ha llegado hasta nuestros días. Algunos de sus tratados nos han llegado en griego, en su versión original; otros los conocemos gracias a que en la Edad Media fueron traducidos al árabe por científicos musulmanes. Aún así, se conoce al menos una decena de obras, citadas por autores como Herón o Papo de Alejandría, que se consideran perdidas, entre ellas Sobre los fundamentos de la geometría, Sobre los círculos tangentes, el Libro de las palancas, Sobre la construcción de esferas o sus Elementos de mecánica.

Ab urbe condita, de Tito Livio

Tito Livio (59 a. C.-17 d. C)

El historiador romano Tito Livio fue el autor de una monumental obra que le ocupó la mayor parte de su vida: Ab urbe condita (Desde la fundación de la ciudad), una detallada historia del estado romano desde su fundación en el año 753 a. C. hasta sus días. Cuando la obra estuvo terminada ocupaba 142 volúmenes, de los cuales solo 35 se conservan hoy en día, los que van del 1 al 10 y del 21 al 45. Durante siglos la obra de Livio fue un ejemplo de estilo y una fuente de información para los historiadores. Pero durante la Edad Media, dado lo extensa que era la obra y lo caro que resultaba copiarla entera, comenzaron a circular versiones resumidas o parciales, con lo que muchos se desentendieron de las copias íntegras, que se perdieron total o parcialmente. Cuando durante el Renacimiento la figura de Livio se reivindicó y se empezaron a valorar de nuevo sus trabajos, pese al esfuerzo de destacados admiradores como el poeta Francesco Petrarca o el papa Nicolás V solo se pudieron rescatar íntegros los pocos volúmenes que ahora conocemos.


La Enciclopedia Yongle

Emperador Yongle (1360-1424)

En el año 1403, poco después de llegar al trono, el emperador Yongle (cuyo nombre real era Zhu Di), perteneciente a la dinastía Ming, concibió la idea de crear una gran enciclopedia que sirviera de referencia y facilitara la investigación. Por ello, encargó a sus eruditos que redactaran una enciclopedia que resumiera todo el conocimiento del imperio chino, desde la antigüedad hasta su propia época, incluyendo arte, astronomía, ciencias naturales, tecnología, historia, religión, medicina o agricultura. Más de 2000 eruditos trabajaron durante cinco años, entre 1403 y 1408, para tenerla terminada, viajando por toda China en busca de libros antiguos o desconocidos que pudieran aportar nueva información a la enciclopedia. El resultado, la conocida como Enciclopedia Yongle o Yongle Dadian, constaba de 22937 artículos agrupados en 11095 volúmenes manuscritos, que ocupaban 40 metros cúbicos y cuya extensión multiplicaba por seis la de la Enciclopedia Británica (fue la mayor enciclopedia general de la historia hasta el advenimiento de la Wikipedia), de la que no se hizo más que una copia.

En 1557 un gran incendio destruyó tres de los palacios de la Ciudad Prohibida y estuvo a punto de afectar a la Enciclopedia. Por ello, en 1562 el emperador Jiajing (1507-1567) ordenó que se hiciera una copia. La copia original desapareció poco después (se cree que pudo quemarse en el gran incendio de la Ciudad Prohibida provocado en 1644 por un rebelde llamado Li Zicheng). La copia del siglo XVI llegó prácticamente íntegra hasta el siglo XIX; sin embargo, los incendios y los saqueos provocados por las tropas europeas durante la Segunda Guerra del Opio (1856-1860) y la Guerra de los Bóxers (1900-1901) hicieron desaparecer la práctica totalidad de la obra. Hoy en día se conservan apenas 395 volúmenes, menos del 4% del total, repartidos entre bibliotecas y museos de todo el mundo.

Las obras perdidas de William Shakespeare

William Shakespeare (1565-1616)

A William Shakespeare se le atribuye oficialmente la autoría de 36 obras de teatro, entre comedias, tragedias y obras históricas, y hay otras tres (las comedias Pericles y Los dos nobles parientes y la histórica Eduardo III) cuya autoría se le atribuye en ocasiones, aunque no está del todo clara. Además, se conservan menciones a al menos otras dos obras suyas que no han llegado hasta nuestros días. Una lleva por título Love's Labour's Won y aparece mencionada en varias listas de obras de Shakespeare confeccionadas cuando el escritor aún vivía. Se especula con que pudiera tratarse de una secuela de su obra Love's Labour's Lost (en español, Trabajos de amor perdidos), o bien que se trate de un título alternativo de alguna de sus obras conocidas, probablemente La fierecilla domada. La otra obra se conoce como Cardenio o Historia de Cardenio y está basada en uno de los personajes del Quijote. Shakespeare la escribió en colaboración con su amigo y colega John Fletcher y se sabe que se representó al menos en dos ocasiones en 1613.

Además, el escritor Thomas Lodge (1557-1625) menciona en uno de sus libros una obra de teatro titulada Ur-Hamlet (en alemán, Hamlet primordial) que se representaba en The Theatre (un teatro en la localidad de Shoreditch) a finales de 1587, protagonizada por un personaje llamado Hamlet y en la que aparecía un fantasma que pedía a Hamlet que lo vengara. Como el Hamlet de Shakespeare fue escrito en torno a 1600, este Ur-Hamlet se atribuye bien a Thomas Kyd (en cuyo caso habría servido de inspiración a Shakespeare) o bien al propio Shakespeare (en cuyo caso se trataría de una versión primigenia de Hamlet).

domingo, 7 de julio de 2024

La historia de Robert Wright y Kenneth Moore

Iglesia de Angoville-au-Plain

Angoville-au-Plain es una pequeña localidad de la región francesa de Normandía, de apenas unas docenas de habitantes. Es tan pequeña que en 2016 dejó de ser una comuna autónoma y pasó a integrarse con otras varias pequeñas comunas en una mayor recién creada, la de Carentan-les-Marais. Su monumento más destacado es su iglesia, construida en el siglo XII. Y es precisamente esa iglesia la que tuvo un papel fundamental en el que posiblemente sea el suceso más destacado de la historia del pequeño lugar.

Kenneth Jack Moore (1924-2014)

El 6 de junio de 1944 tiene lugar el célebre Desembarco de Normandía, el inicio del traslado de las tropas aliadas que se habían ido reuniendo en suelo británico hasta la Europa continental. Previamente, esa madrugada tres divisiones aerotransportadas, la 82ª y la 101ª norteamericanas y la 6ª británica, eran lanzadas en paracaídas detrás de las líneas alemanas, con la misión de tomar y asegurar determinadas posiciones estratégicas (puentes, carreteras) que facilitasen luego el avance de las tropas desembarcadas. Angoville era uno de los objetivos de los paracaidistas aliados: no solo se encuentra a apenas unos kilómetros tierra adentro de Utah Beach, uno de los cinco puntos en los que se produjo de manera simultánea el desembarco, sino que por ella pasa la carretera que une París y Cherburgo, que luego se revelaría esencial para el avance de las tropas aliadas por suelo francés.

Robert Edward Wright Sr. (1924-2013)

Las tropas aerotransportadas sufrieron algunos problemas y apenas un 10% de las tropas lanzadas al oeste de Utah Beach saltaron en el lugar correcto. No obstante un grupo de soldados de la 101ª lograron abrirse paso hasta Angoville para ocuparla como estaba previsto. Uno de los soldados que toman tierra es un enfermero llamado Kenneth J. Moore, perteneciente al 2º Batallón del Regimiento 501º. Como había practicado en los entrenamientos, Moore se libra de su paracaídas y corre hacia el pueblo, donde ya han empezado los combates entre los hombres de la 101 y los defensores alemanes. Al aproximarse, distingue entre las sombras la silueta de la iglesia, y piensa que es un buen lugar para instalar un puesto provisional de primeros auxilios. Al entrar en la iglesia se encuentra con Robert E. Wright, otro sanitario de su mismo batallón, que ha tenido la misma idea. Juntos preparan sus escasos suministros y se disponen para atender a los heridos. El combate continúa y los heridos no tardan en empezar a llegar. Algunos llegan por su propio pie, a otros son los sanitarios los que salen a buscarlos, llevándolos hasta la iglesia incluso en una carretilla.

Vidrieras de la iglesia de Angoville

La tarde de ese día 6 Ken Moore lleva un nuevo herido hasta la iglesia. Pero esta vez es diferente: se trata de un soldado alemán. Años después, preguntado por qué decidió atender también a los alemanes, Moore diría "Porque eran hombres jóvenes como nosotros, simplemente llevaban otro uniforme". Wright no dice nada; simplemente comienza a atender al alemán, como ha hecho con sus propios compañeros. Ninguno de los otros pacientes se atreve a poner objeciones. Conforme avanza el día, llegan más heridos, aliados y alemanes, y todos son atendidos. En un determinado momento, un soldado alemán abre de golpe la puerta de la iglesia y apunta con su arma a los presentes; pero, al ver que se trata de un puesto médico y de que también están atendiendo a heridos alemanes, baja su arma y, sin decir palabra, se santigua y se va. Wright, preocupado por si se produce algún incidente o confusión, decide recoger todas las armas de los heridos y dejarlas fuera, en la puerta de la iglesia; a partir de ese momento, para evitar malentendidos, no permitirán ningún arma dentro de la iglesia.

Al caer la noche, un oficial de la 101 se acerca a la iglesia para informar a los sanitarios de que, debido a la contraofensiva de los alemanes, los americanos se ven obligados a retirarse de Angoville y deben evacuar inmediatamente; pero, como no disponen de vehículos, no pueden llevarse a los heridos y deben dejarlos atrás. Wright y Moore no dudan; ambos deciden quedarse atendiendo a los heridos, aunque ello suponga caer prisioneros de los alemanes. A lo largo de esa madrugada los alemanes vuelven a ocupar el pueblo y llevan a la iglesia a sus heridos.

A la mañana siguiente, un oficial alemán se presenta en la iglesia con varios soldados. Tienen intención de entrar, pero Wright les advierte de que no permiten armas en el interior de la iglesia. Sorprendentemente, el oficial se muestra de acuerdo y ordena a sus hombres dejar las armas en el exterior. Tras comprobar el estado de sus hombres, el oficial agradece a los sanitarios su labor y les estrecha las manos, preguntando antes de irse si necesitan algo. Suministros y un médico, le responde Wright. No han recibido medicamentos ni material médico desde que aterrizaron, y se las han tenido que arreglar con lo que llevaban encima. El oficial alemán les promete enviarles ayuda en menos de 24 horas, pero no tendría ocasión de hacerlo.

La baldosa de la iglesia de Angoville donde impactó el mortero

Poco después se reanudan los combates. Los soldados de la 101 han recibido refuerzos y vehículos y vuelven a la carga. Los combates son incluso más intensos y acaban por alcanzar a la iglesia. Un proyectil de mortero alcanza el tejado, causando algunos daños y sembrando la preocupación entre sanitarios y pacientes. Poco después un segundo proyectil atraviesa una ventana y se estrella en el suelo de la iglesia. Milagrosamente, el proyectil no llega a estallar, lo que sin duda habría causado numerosas bajas entre los ocupantes, y Wright se apresura a recogerlo y lanzarlo fuera de la iglesia. Más tarde las ventanas de la iglesia son destruidas por el fuego de la ametralladora de un tanque Sherman norteamericano, que cree erróneamente que se trata de un puesto alemán. Wright sale al exterior para advertirles de su error, pero uno de los soldados de la 101 se le adelanta y, encaramado al tanque, comienza a golpear la escotilla advirtiendo a sus ocupantes de que se trata de un puesto médico. 

Un teniente americano informa a los sanitarios de que necesitan acceso al campanario de la iglesia, para utilizarlo como puesto de observación; pero ambos se niegan rotundamente. La iglesia es un lugar seguro para los heridos, y hasta entonces así lo han entendido ambos ejércitos. Permitir que sea utilizado por uno de los bandos sería convertirlo en un objetivo para el otro. Esa noche, para sorpresa de todos, dos soldados alemanes bajan del campanario de la iglesia, donde llevaban dos días escondidos sin que nadie se diera cuenta, y se rinden a Wright y Moore.

Los bancos de la iglesia, todavía manchados con la sangre de los heridos

Al final, ya avanzado el día 8, las tropas norteamericanas logran eliminar los últimos reductos de resistencia y asegurar Angoville, permitiendo la evacuación de los heridos. Wright y Moore han pasado tres días y dos noches atendiendo a sus pacientes, sin apenas descansar. Por la iglesia han pasado más de ochenta hombres de ambos bandos, habiendo que lamentar la muerte de solo dos de ellos, y un niño del pueblo llamado Jean-Vienne, herido por un impacto de mortero.

Angoville nunca olvidó la heroica actuación de los dos enfermeros norteamericanos. Las vidrieras de la iglesia fueron sustituidas por otras nuevas, una de las cuales recuerda a Wright y Moore y otra, la actuación de los paracaidistas norteamericanos. Aún se conservan en la iglesia los bancos manchados de sangre en los que yacieron los heridos a los que ambos atendieron y la baldosa rota por el impacto del mortero que no llegó a estallar. En el patio de la iglesia, un monumento recuerda el heroísmo de ambos.

Wright y Moore recibirían la Estrella de Plata por sus actuación en Angoville (Wright también recibiría una Estrella de Bronce y tres Corazones Púrpura). Ambos fueron licenciados tras el final de la guerra y regresaron a EEUU, donde formaron sus respectivas familias y llevaron vidas pacíficas hasta su muerte. Regresaron en varias ocasiones a Francia, para conmemorar el Día D y visitar los lugares en los que habían estado, incluido Angoville, donde ambos fueron homenajeados. En 2011, Wright recibió la Legión de Honor francesa.

6 de junio de 2011. Robert Wright recibe la Legión de Honor

A su muerte, en 2013, Robert Wright pidió ser enterrado en la iglesia de Angoville. Sin embargo, la complicada burocracia lo impidió. No obstante, su familia logró cumplir, de alguna manera, su última voluntad. Su cuerpo fue incinerado y sus cenizas se repartieron; parte de ellas descansan en el Cementerio Nacional de Florida, en la ciudad de Bushnell. El resto fueron llevadas a Francia y enterradas junto a la iglesia de Angoville, bajo una sencilla lápida en la que figuran únicamente sus iniciales, R E W. En cuanto a Moore, fallecido en 2014, sus cenizas se esparcieron en su California natal.



lunes, 1 de julio de 2024

El Encubierto de Valencia

Paz de las Germanías (Marcelino Unceta)

La revuelta social conocida como las Germanías (del valenciano germá, hermano), que afectó al reino de Valencia y, en menor medida, al de Mallorca, comienza en 1519 (casi al mismo tiempo que otra célebre rebelión, la de las Comunidades de Castilla, cuya fama a menudo oscurece la de las Germanías), pero las causas que la provocan venían de bastante tiempo atrás. Los abusos de poder de los nobles, la complicada situación económica y los elevados impuestos, que los gremios de artesanos juzgaban excesivos, habían provocado un descontento general entre la burguesía y los artesanos del reino y una notable animadversión hacia la nobleza y hacia los mudéjares (musulmanes residentes en territorio cristiano), en su mayoría vasallos de los nobles.

En 1519 una epidemia de peste se desata en el reino y provoca la huida masiva de los nobles de las ciudades al campo, escapando de la enfermedad, lo que crea un vacío de poder que es ocupado por las germanías, organizadas a partir de las milicias ciudadanas que el rey Fernando el Católico había autorizado años antes para que los valencianos pudieran defenderse de los habituales ataques de los piratas berberiscos. El movimiento se inicia en Valencia, dirigido por una especie de comité o concilio llamado la Junta de los Trece, y posteriormente se extiende a otras localidades como Alzira, Gandía, Sagunto o Alcoy. 

En un primer momento el movimiento de las germanías es mayormente pacífico, e incluso la Junta envía una comitiva, liderada por el tejedor Guillem Sorolla, a Alemania, a entrevistarse con Carlos I, quien se hallaba allí presentando su candidatura al trono imperial. Al principio el rey les reconoce el derecho a continuar portando armas y a mantener el control de sus ciudades. Mese más tarde, sin embargo, la presión de los nobles y los militares hace que Carlos I rectifique y desautorice a las milicias, que sin embargo se niegan a disolverse.

Las germanías empiezan entonces una progresiva radicalización, sobre todo a raiz de la muerte de su primer líder, el cardador de lana Joan Llorenç, de carácter moderado, y la elección como nuevo líder del terciopelero Vicent Peris, mucho más radical. A partir de ahí se suceden los ataques a posesiones de la nobleza, las conversiones forzadas de mudéjares y los enfrentamientos con las tropas reales, mandadas por el virrey de Valencia, Diego Hurtado de Mendoza. El 25 de julio de 1521 los agermanados logran una gran victoria en la batalla de Gandía, obligando al virrey Mendoza a refugiarse en el Castillo de la Atalaya en Villena.

No obstante a partir de ese momento las disensiones entre los agermanados y la llegada de refuerzos provocan un debilitamiento del movimiento. Los siguientes enfrentamientos son desfavorables para los sublevados y las tropas del virrey no tardan en tomar el control de todo el sur del reino, desde Alicante a Onteniente. En febrero de 1522 Peris viaja a Valencia para tratar de mantener la unidad de las distintas facciones de la germanía local, pero es capturado por un grupo de soldados. Apenas unas semanas después las tropas reales ocupan la ciudad y Peris y sus colaboradores más cercanos son ejecutados, con lo que el núcleo de la sublevación pasa a estar en Xátiva y Alzira.

La muerte de Peris, popular y con un gran ascendiente sobre los agermanados, siembra la confusión y la pesadumbre en las filas de los rebeldes. Y es entonces cuando hace su aparición un curioso personaje que se haría popular: el llamado Encubierto de Valencia.

Se hacía llamar Enrique Manrique de Ribera, aunque no se sabe con certeza si era ese su verdadero nombre. Se desconoce prácticamente todo sobre sus orígenes, pero se cree que debía contar por entonces con unos veinticinco o treinta años y era andaluz, probablemente de ascendencia judía. Descrito como bajo, delgado y poco agraciado físicamente, era sin embargo una persona elocuente y con gran poder de convicción. Había vivido durante cuatro años en la ciudad norteafricana de Orán, al servicio de un comerciante llamado Juan de Bilbao, del que había llegado a ser íntimo amigo e incluso a vivir en su casa, hasta que el mercader, sospechando que el tal Enrique y su esposa eran amantes, lo había echado a la calle. Se había instalado luego en la Huerta de Valencia hasta que habiendo estallado la revuelta se había unido a ella. El 10 de marzo, poco después de la ejecución de Peris, pronuncia un discurso ante una multitud congregada en la Plaza de la Seo de Xátiva, clamando por un castigo divino contra los responsables de la muerte del líder agermanado, y poco después encabeza una expedición de castigo contra los vasallos mudéjares de Rodrigo Hurtado de Mendoza, marqués de Zenete y hermano del virrey, que le granjea fama y popularidad.

El 21 de marzo Manrique pronuncia un nuevo discurso, en el mismo lugar que el anterior, que es el que verdaderamente le encumbra y le hace famoso. En él, mezclando elementos religiosos y políticos, proclama ser hijo del príncipe Juan, único hijo varón de los Reyes Católicos, y de su esposa Margarita de Austria. Según cuenta la historia, Juan muere en 1497, sin llegar a cumplir los veinte años, seis meses después de su boda, y su esposa, embarazada, daría a luz meses después a una hija póstuma de Juan, que moriría poco después de nacer. Pero según Manrique, todo era falso. Él era el verdadero hijo del príncipe, y por lo tanto el legítimo heredero del trono, pero una conspiración para favorecer a Felipe el Hermoso (esposo de la infanta Juana "la Loca" y rey de Castilla entre 1504 y 1506) encubre su nacimiento y le arrebata sus derechos, enviándolo a Gibraltar, donde es criado por una pastora. El responsable de esta conspiración es un personaje bien conocido (y odiado) en Valencia: el poderoso cardenal Mendoza, padre del virrey Diego y de su hermano Rodrigo. Cuando se hizo mayor conoció su verdadero origen, y desde entonces permaneció oculto (lo que le valdría el apodo entre sus seguidores de el rey Encubierto) por designio divino, esperando el momento en el que su presencia fuera necesaria para sus atribulados súbditos. Todo ello mezclado con proclamaciones mesiánicas y ataques a la nobleza, a la Iglesia y al rey Carlos.

La muchedumbre, huérfana de un líder y abatida por los reveses militares, acoge con entusiasmo la revelación del supuesto rey. Su poder de convicción es tal que sus "súbditos" pasan por alto las incoherencias de su relato (por ejemplo, el cardenal Mendoza había muerto en 1495, dos años antes de su supuesto nacimiento). Aunque los dirigentes de la germanía no acaban de creerse su historia, no se atreven a oponerse a él y le reconocen como líder. El Encubierto no pierde el tiempo: se instala en una lujosa casa, con criados y mayordomo, se viste con ostentosos ropajes y se apropia del tesoro de la catedral, con el que recluta una guardia montada de veinte hombres. A la vez, busca el apoyo de Alzira, la otra población importante que todavía queda controlada por las germanías.

En las siguientes semanas, el Encubierto dirige varias escaramuzas contra las tropas reales. En una de ellas sale milagrosamente vivo de una lluvia de flechas que le lanzan los soldados del virrey, lo que sus seguidores interpretan como una señal de la protección divina. Empiezan a circular rumores sobre él diciendo que es un santo en vida, que obra milagros, que es capaz de levitar o que solo puede morir en Jerusalén. Ante el riesgo de que consiga reunir bajo su mando a los restos de las germanías y se reavive el levantamiento, las autoridades valencianas consiguen que el papa Adriano VI declare hereje al Encubierto y a la vez, el virrey Mendoza y el gobernador de Valencia, Lluís de Cabanyelles, ofrecen una generosa recompensa a quien lo entregue, vivo o muerto, o a quien informe de su paradero. 

En mayo de 1522 el Encubierto encabeza una expedición que se dirige a Valencia; planea asesinar al marqués de Zenete como venganza por la muerte de Peris,  restablecer la germanía local y retomar el control de la ciudad. Se entrevista en secreto con algunos de los antiguos dirigentes locales, como Joan Martí, antiguo alcaide del castillo de Xátiva. Sin embargo, uno de aquellos líderes, llamado Guillem Cardona, lo traiciona y lo denuncia al virrey, obligándolo a huir y a refugiarse primero en Benimaclet y luego en Burjassot (Joan Martí es apresado y ejecutado poco después). El 19 de mayo de 1522, el Encubierto es asesinado a puñaladas en Burjassot a manos de dos de sus seguidores, deseosos de cobrar la recompensa que ofrecen por él. Su cuerpo es llevado a Valencia, donde es sometido a juicio post-morten por la Inquisición, que lo declara culpable de herejía. Su cabeza es expuesta en la Puerta de Quart, mientras que el resto del cuerpo es quemado en la hoguera.

Tras la muerte del Encubierto, Xátiva y Alzira no tardan en ser conquistadas, poniéndose fin a las germanías. Germana de Foix, viuda de Fernando el Católico, es nombrada virreina, y gobernará junto a su esposo, Fernando de Aragón, duque de Calabria, hasta su muerte en 1538. La mayoría de los antiguos agermanados se acogerían a un indulto concedido por la virreina en 1524 y a un perdón general otorgado por Carlos I en 1528; aún así, a lo largo de varios años se siguieron produciendo arrestos y ejecuciones de antiguos dirigentes de las germanías (se habla de hasta 800 condenas a muerte, a las que habría que sumar otras 200 en el reino de Mallorca).

domingo, 23 de junio de 2024

Anécdotas de cine


El gato al que Marlon Brando acaricia en una de las escenas más recordadas de El Padrino no formaba parte del rodaje. Era un gato callejero que se coló en el estudio y al que el director Francis Ford Coppola puso en los brazos de Brando de manera improvisada. Durante la escena el gato ronroneaba tan fuerte que hubo que volver a grabar parte del diálogo.



En Django desencadenado (2012) hay una escena en la que Calvin J. Candie, el personaje al que da vida Leonardo DiCaprio, se corta en la mano al golpear una mesa y continúa la escena con la mano ensangrentada. Eso no estaba en el guión; la herida es real, DiCaprio se cortó con una taza de porcelana al golpear la mesa, pero siguió actuando como si todo fuera parte de la escena.


Audrey Tatou no sabía hacer que las piedras rebotaran sobre la superficie del agua, así que esta escena de Amelie (2001) tuvo que ser creada con CGI.



El clásico de la ciencia-ficción Tron (1982) no fue nominado al Oscar a los mejores efectos especiales porque, según su director Steven Lisberger, la Academia de Cine consideraba que utilizar ordenadores para crear los efectos era "hacer trampas".


Esta escena, que con el paso del tiempo se ha convertido en una de las más recordadas de Pretty woman (1990) no estaba en el guión. Richard Gere la improvisó en el momento y la reacción de Julia Roberts es auténtica.


La escena final de El retorno del rey en la que Frodo se despide de sus amigos en los Puertos Grises para partir rumbo a las Tierras Imperecederas tuvo que ser rodada no una, ni dos, sino tres veces. La primera grabación se descartó porque, una vez terminada, se dieron cuenta de que Sean Astin (Samsagaz Gamyi) se había olvidado de ponerse el chaleco después de un descanso, rompiendo la continuidad y haciendo que a lo largo de la escena apareciese con y sin chaleco. La segunda vez que se grabó tampoco sirvió, ya que el celuloide se estropeó accidentalmente durante el procesado. La tercera vez, ya, fue la definitiva.


Tras el final del rodaje de 2001: una odisea del espacio, el director Stanley Kubrick ordenó que todos los decorados construidos para la película fueran destruidos, para asegurarse de que no fueran utilizados para otro filme de menor calidad.


El collar que luce Nicole Kidman en la película Moulin Rouge (2001) es auténtico y fue fabricado por la casa australiana de joyería Canturi Jewels específicamente para la película. Está fabricado con oro blanco de 18 quilates y lleva engarzados más de 1300 diamantes, con un peso total de 134 quilates. Recibió el nombre de "Satine" (el del personaje de Kidman en la película) y su valor supera el millón de dólares.


La alfombra del comedor de primera clase de la película Titanic (1997) fue fabricada por la misma empresa que había fabricado las alfombras del auténtico Titanic, la escocesa BMK/Stoddard, siguiendo los mismos diseños que las originales.


Durante el rodaje de la película Wimbledon (2004), ambientada en el célebre torneo, el actor Paul Bettany golpeó al cámara con una pelota de tenis en tres ocasiones diferentes. Después de la tercera le regaló una botella de whiskey como disculpa.


La película The French Connection (1971) tenía un presupuesto bastante limitado de apenas 1'5 millones de dólares, por lo que el director William Friedkin tuvo que economizar todo lo posible. Entre otras cosas, las escenas de persecuciones en coche se rodaron sin pedir permiso a las autoridades, en calles abiertas al tráfico normal, y para rodar el atasco en el puente de Brooklyn, varios agentes de policía fuera de servicio, que colaboraban en el rodaje, pararon sus coches en mitad del puente, cortando el tráfico en ambas direcciones. El propio Friedkin reconocería años más tarde que "fue un milagro que nadie, ni miembros del equipo ni transeúntes, resultara herido o muriera".


Jimmy fue un cuervo amaestrado propiedad del entrenador de animales Curly Twiford que entre las décadas de 1930 y 1950 participó en el rodaje de al menos un millar de películas. Era un animal extremadamente inteligente, capaz de entender centenares de órdenes, y el director Frank Capra (Qué bello es vivir) estaba tan convencido de que le traía suerte que lo hizo participar en todas las películas que rodó entre 1938 y 1946.

lunes, 17 de junio de 2024

El homenaje a los músicos del Titanic



Tras el hundimiento del Titanic la madrugada del 15 de abril de 1912 y la llegada a Nueva York de los supervivientes a bordo del Carpathia, comenzaron de inmediato a circular relatos sobre los últimos momentos del transatlántico. Muchos de esos relatos hablaban de comportamientos heroicos o de personas que se enfrentaban a la muerte con calma y dignidad. Personas como el millonario norteamericano Benjamin Guggenheim, quien tras asegurarse de que su amante, Mme. Aubart, y la criada de esta se subían a uno de los botes salvavidas, estuvo ayudando a otras mujeres y niños a subirse a los botes, y luego se vistió de etiqueta y se negó a subir a un bote diciendo que "Ninguna mujer se quedará a bordo de este barco porque Ben Guggenheim fuera un cobarde" y que "Nos hemos vestido con nuestras mejores galas y estamos preparados para hundirnos como caballeros" (su cuerpo nunca fue recuperado). O como la orquesta del Titanic.

La orquesta del Titanic estaba formada por ocho músicos: los violinistas Wallace Hartley (que también ejercía como director), Jock Hume, Georges Krins y John Clarke; los violoncelistas Percy Taylor, John Wesley Woodward y Roger Bricoux; y el pianista Theodore Brailey. No eran empleados de la White Star Lane, propietaria del barco, sino que trabajaban para la C.W. & F.N. Black de Liverpool, que surtía de músicos a los navíos de varias navieras. Generalmente, tocaban divididos en dos grupos: un quinteto que actuaba en la sobremesa, a la hora del té y en ceremonias religiosas, y un trío que actuaba en el restaurante a la carta y en el café parisien. Según contaban los supervivientes, los miembros de la banda habían seguido tocando mientras el barco se hundía y la gente trataba de ponerse a salvo, sin dejar de hacerlo haste el mismo momento del hundimiento. Ninguno de ellos sobrevivió, y solo se recuperaron los cuerpos de Hartley, Hume y Clarke.

Casi desde el momento del hundimiento se empezó a hablar de organizar un concierto de homenaje, que sirviera tanto para reconocer el valeroso comportamiento de la banda como para recaudar fondos para sus familias. The Orchestral Association, un sindicato dedicado a defender los derechos de los músicos británicos, asumió la responsabilidad de la organización del concierto, que se hizo con gran rapidez; todo el mundo se mostraba dispuesto a ayudar para una causa tan noble. La fecha del concierto quedó pronto establecida el 24 de mayo de 1912, poco más de un mes más tarde del hundimiento, haciéndolo coincidir con la festividad del Día del Imperio, para asegurarse de que todo el que quisiera pudiera asistir. El lugar escogido, la célebre sala de conciertos londinense del Royal Albert Hall.

Para el concierto se congregó la que fue anunciada como "la mayor orquesta profesional jamás reunida". Nada menos que 473 músicos, procedentes de siete de las orquestas más reputadas de Londres, The Philharmonic Orchestra, The Queen's Hall Orchestra, The London Symphony Orchestra, The New Symphony Orchestra, The Beecham Symphony Orchestra, The Royal Opera Orchestra y The London Opera House Orchestra, además de algunos músicos de The Orchestral Association y la famosa contralto australiana Ada Crossley como solista. Especialmente emotiva fue la presencia de miembros de la London Symphony Orchestra, cuyos componentes se habían salvado por poco de la catástrofe: contratados para una gira de tres semanas por Estados Unidos y Canada, tenían billetes reservados en el Titanic pero un cambio de fechas de última hora les hizo tener que partir una semana antes, a bordo de otro trasatlántico, el SS Baltic.

El concierto comenzó a las tres de la tarde. La sala estaba a rebosar, con sus más de 5200 asientos ocupados por gente de toda condición, que habían pagado desde un chelín por las entradas más económicas hasta tres guineas por un asiento en los palcos más exclusivos. Además, los organizadores decidieron dejar las puertas de la sala abiertas, para que los transeúntes pudieran disfrutar también de la música. 

A lo largo de la actuación siete directores diferentes se fueron turnando para dirigir la orquesta. La mayoría eran los titulares de las orquestas que aportaban músicos al concierto, como sir Edward Elgar (London Symphony Orchestra) o sir Henry J. Wood (Queen's Hall Orchestra). también contaron con un invitado de excepción, el holandés Willem Mengelberg, uno de los directores de orquesta más prestigiosos de Europa, que fue director de la Orquesta Real del Concertgebouw de Ámsterdam durante cincuenta años.

El programa contemplaba dos partes, separadas por un intervalo de descanso. En la primera mitad se interpretaron obras de Chopin (la Marcha Fúnebre de su Sonata para piano nº2), Mendelssohn (el aria Descansa en el Señor de su oratorio Elías) o Tchaikovsky (el tercer movimiento de su Sinfonía nº6, la Patética). La segunda se dedicó casi exclusivamente a Wagner (la Cabalgata de las Walkirias, el preludio de Lohengrin o la obertura de Tannhauser). La actuación se cerró con la interpretación de un himno religioso llamado Near, my God, to thee (Cerca de ti, señor) del que se decía que había sido la última pieza que había interpretado la orquesta antes de que el Titanic se hundiera, aunque hay serias dudas de que así fuera. Fue un momento tremendamente emotivo, en el que la mayoría del público acabó entonando el himno y muchos rompieron a llorar con la emoción.

Todos los beneficios del concierto fueron entregados a las familias de los ocho músicos del Titanic.