Verba volant, scripta manent

lunes, 4 de noviembre de 2019

El código navajo



Cuando en diciembre de 1941, tras el ataque japonés a Pearl Harbor, Estados Unidos se vio arrastrado a la Segunda Guerra Mundial, su Alto Mando se dio cuenta de que, en determinados aspectos, su ejército se encontraba muy atrasado en comparación a los de otras potencias. Una de las áreas en las que esta desigualdad era más evidente era el cifrado de sus comunicaciones. El encargado del cifrado y descodificación de información era el Signal Intelligence Service (SIS), un departamento menor de la NSA fundado en 1930, y que, en aquel momento, contaba con un presupuesto irrisorio y solo cuatro empleados, tres matemáticos sin experiencia en criptología bajo el mando de William Friedman, genetista de formación y criptólogo autodidacta. Incluso la máquina encriptadora que utilizaban, la Herbern Rotor Machine, era un aparato obsoleto y con sensibles defectos, muy por debajo de otras como la Enigma alemana, la TypeX británica o la Purple japonesa. Y aunque el gobierno norteamericano se puso manos a la obra para subsanar estas deficiencias (al final de la guerra, el SIS contaba con más de 10000 empleados, buena parte de ellos mujeres expertas en criptología y matemáticas) en los primeros momentos de la guerra en el Pacífico esta desventaja se hizo notar: los japoneses disponían de un excelente equipo de operadores de radio bilingües, muchos de ellos educados en EEUU, que interceptaba y descifraba las comunicaciones del ejército norteamericano sin demasiada dificultad, llegando incluso a copiar sus códigos y enviar comunicaciones falsas a sus tropas.

Hebern Rotor Machine
Precisamente, a principios de 1942 Philip Johnston, un ingeniero civil residente en Los Ángeles, leyó un artículo en el periódico en el que se hablaba de la carencia de un código para las comunicaciones militares. Johnston, nacido en Topeka (Kansas) en 1892 y veterano de la Primera Guerra Mundial, era hijo de un misionero protestante que en 1896 había fundado una misión 12 millas al norte de Leupp (Arizona), en plena reserva de la tribu de los navajo. Había pasado la mayor parte de su infancia viviendo en esa reserva, y había aprendido a hablar con fluidez el idioma de la tribu. Leyendo aquel artículo, a Johnston se le ocurrió pensar que, además de él y un puñado más de personas, nadie fuera de la reserva sería capaz de entender el idioma navajo, y muy probablemente nadie fuera de EEUU sabría hablarlo. Por eso, pensó que el navajo podía muy bien ser la clave para el código que tanto buscaba el ejército. No era la primera persona a la que se le ocurría algo parecido: ya durante la Primera Guerra Mundial las Fuerzas Expedicionarias Norteamericanas desplegadas en Europa habían empleado a nativos americanos (fundamentalmente, choctaws originarios de Oklahoma y enrolados en los Regimientos 141, 142 y 143 de Infantería, aunque también algunos comanches) como operadores de comunicaciones, para evitar que los alemanes interceptaran sus mensajes. La idea tuvo un éxito total: los confusos alemanes jamás pudieron descifrar aquellos mensajes, y ni siquiera estaban seguros de que aquel galimatías fuera un idioma de verdad (llegaron a pensar que los americanos habían fabricado una máquina para hablar debajo del agua).

Philip Johnston (1892-1978)
De este modo, en febrero de ese año Johnston se presentó en Camp Elliot, cerca de San Diego, para entrevistarse con el teniente coronel James E. Jones, oficial de comunicaciones del cuerpo de Marines, y exponerle su idea. Sin embargo, Jones no mostró demasiado entusiasmo ante la idea. Creía que los códigos basados en lenguajes nativos eran demasiado vulnerables porque carecían de palabras para términos militares específicos, como armas o vehículos. Pero Johnston tenía bien desarrollada su idea. Explicó a Jones como el navajo era un idioma que no se parecía a ningún otro, de gramática compleja y sin registros escritos, que jamás había sido estudiado en profundidad ni se enseñaba en ninguna institución, y que solo unas pocas personas que no fueran de origen navajo (30 o 40) eran capaces de comprender, probablemente nadie fuera de EEUU. En cuanto a los términos ausentes en el idioma navajo, Johnston proponía sustituirlos por una o varias palabras ya existentes. De este modo, por ejemplo, "acorazado" pasaba a ser "lotso" (ballena), "bombardero" se diría "yeisho" (abejorro) y "artillería" se traducía como "be-al-doh-tso-lani" (muchas armas grandes).

Para probar la eficacia de su idea, Jhonston accedió a someterla a una prueba. Basándose en un diccionario elaborado por él, se escribió un mensaje de 20 palabras para ser descifrado. Una máquina codificadora tardó casi media hora; Johnston lo hizo en apenas 20 segundos. Impresionado, Jones le pidió una nueva demostración. Dos semanas después, de nuevo en Camp Elliot, cuatro navajos contratados por Johnston, que trabajaban en los astilleros del puerto de Los Ángeles, divididos en dos parejas, fueron capaces de codificar, enviar y descifrar un mensaje en apenas dos minutos y medio, mientras un equipo de marines especialistas en comunicaciones tardó varias horas. A la demostración asistió también el general de los Marines Clayton B. Vogel, el cual, impresionado, envió de inmediato sendas cartas al presidente Roosevelt y al comandante del cuerpo de Marines, el teniente general Thomas Holcomb, pidiendo el alistamiento de 200 indios navajos para ser entrenados como oficiales de comunicaciones y enviados al Pacífico lo antes posible. No obstante Holcomb, que no tenía demasiada fe en la idea, le autorizó únicamente a reclutar a una treintena, a modo de prueba.

Y así, en el mes de abril de 1942, varios reclutadores del ejército se presentaron en las reservas de los navajo buscando voluntarios para alistarse, aunque sin revelarles la verdadera naturaleza de su misión, diciendo solamente que servirían como "especialistas" en el frente. El 4 de mayo, 29 voluntarios se subían a un autobús en Fort Defiance (Arizona). Los más jóvenes tenían unos 15 años; el mayor, 36. Ni unos ni otro habrían podido alistarse, por estar fuera del rango de edad establecido, pero como la mayoría de los navajos carecían de partida de nacimiento y el ejército tenía prisa por comenzar su entrenamiento, todos fueron aceptados. Fueron primero llevados a Camp Elliot, donde se sometieron  al entrenamiento estándar de siete semanas que pasaban todos los reclutas del cuerpo de Marines, y luego fueron trasladados a Camp Pendleton, también cerca de San Diego, donde comenzó su entrenamiento como codificadores. A este primer grupo se unieron otros tres soldados navajos que ya se habían alistado previamente en los Marines.


La idea original de Johnston era que el navajo podía ser empleado de manera directa, sin necesidad de códigos. No obstante, el ejército prefirió, por precaución, desarrollar un código de comunicaciones por si eventualmente los japoneses lograban identificar el idioma como navajo. Cuando los japoneses supieron de qué idioma se trataba, lograron encontrar a alguien que lo hablaba: el sargento Joe Kieyoomia, un soldado navajo del 200º Regimiento de Infantería, capturado durante la invasión de Filipinas. Pero Kieyoomia, pese a ser torturado, no les pudo ayudar a descifrarlo: para él, como para cualquier hablante de navajo que desconociera el código, los mensajes de las tropas norteamericanas no eran más que un sinsentido de frases a medias, palabras inconexas y expresiones absurdas.

El código inicial constaba de 211 palabras, traducción de los términos más habituales en las conversaciones militares. Más tarde, por consejo de uno de los criptógrafos de Camp Elliot, el código se aumentó, creándose dos listas de palabras: una, el llamado Código Tipo I, constaba de 63 palabras para designar las 26 letras del alfabeto (cada letra tenía varias palabras para designarla, para evitar que los japoneses lo descifraran si había demasiadas repeticiones), que servía para deletrear nombres y lugares concretos; y el llamado Código Tipo II, 411 palabras cada una de las cuales hacía referencia a un término en concreto. Este "diccionario" se acabó de perfeccionar con la ayuda de aquellos primeros 29 reclutas navajos, y por motivos de seguridad nunca fue llevado al frente; los reclutas tuvieron que aprendérselo de memoria.

La primera promoción de codificadores navajos salida de Camp Pendleton
Una vez terminada su instrucción, 29 de aquellos primeros voluntarios fueron enviados al Pacífico, mientras que los otros tres permanecían en EEUU para reclutar nuevos voluntarios navajos y colaborar en su entrenamiento. El primer grupo de navajos llegó a Guadalcanal el 18 de septiembre de 1942, y el resto, el 4 de enero de 1943, y fueron repartidos entre distintas unidades de la 1ª y la 2ª Divisiones de Marines. Mientras, en EEUU, Johnston, que por su condición de civil no había podido tomar parte en el desarrollo del código, solicitó su readmisión en el ejército, con el rango de sargento, para participar en el programa como instructor.

Inicialmente, los operadores navajos no fueron demasiado bien recibidos por sus nuevos superiores, quienes eran bastante escépticos acerca de la utilidad del nuevo código. No obstante, no tardaron en darse cuenta de la eficacia de los nuevos reclutas, hasta el punto de que el general Alexander Vandegrift, comandante de la 1ª División de Marines, envió una carta al comandante de los Marines solicitando otros 83 operadores navajos de la siguiente promoción para disponer de ellos en su división. La siguiente promoción de codificadores navajos, graduada en agosto de 1943, constaba de 190 hombres (en total, a lo largo de la Segunda Guerra Mundial 421 operadores navajos se graduaron en Camp Pendleton). Participaron en todas las grandes operaciones del Pacífico (Guadalcanal, Tarawa, Iwo Jima, Peleliu), y recibieron grandes elogios; el mayor Howard Connor, que los tuvo a sus órdenes en Iwo Jima (donde murieron dos navajos), llegó a decir que "si no fuera por los navajos, los Marines nunca habrían tomado Iwo Jima".

bandera de la nación navajo
Algunos de los comandantes bajo cuyas órdenes sirvieron los navajos les asignaron a cada uno de ellos un guardaespaldas para su protección. Se decía que sus órdenes eran impedir bajo cualquier circunstancia que el operador cayera en manos de los japoneses y que estos pudieran hacerse con el valioso código, llegando a su eliminación si era necesario, aunque en realidad, en la mayoría de los casos se trataba de una precaución para evitar incidentes por fuego amigo: por sus rasgos faciales, en ocasiones los navajos eran confundidos con japoneses por sus compañeros.

Los operadores navajos no fueron los únicos nativos americanos a los que el ejército norteamericano utilizó como operadores de radio durante la Segunda Guerra Mundial. Veintisiete indios meskwaki tuvieron esa misma función durante la campaña del Norte de África, y catorce comanches de la 4ª División de Infantería actuaron como operadores de radio durante el desembarco de Normandía y en posteriores acciones en suelo europeo.

Chester Nez (1921-2014)
Una vez terminada la guerra, el programa de los operadores navajos quedó clausurado. La mayoría de los operadores navajos se licenciaron y regresaron a sus hogares, aunque algunos prefirieron seguir en el ejército y participaron en las guerras de Corea y Vietnam (el último de ellos se licenció en 1972). No recibieron ningún tipo de reconocimiento oficial y su participación en la guerra cayó en el olvido durante años. Su labor empezó a conocerse a partir de 1968, cuando el gobierno norteamericano desclasificó la información relativa al programa, que hasta entonces había sido considerada secreta. En 1982 el presidente Ronald Reagan reconoció públicamente su labor y decretó el 14 de agosto como "Día de los Codificadores Navajos". En el año 2000 el presidente Clinton concedió la Medalla de Oro del Congreso a los primeros 29 voluntarios del programa, mientras que al año siguiente el presidente Bush condecoraba personalmente a los cuatro supervivientes (el último de ellos, Chester Nez, moriría en 2014). En la actualidad sobreviven cinco de los operadores navajos que tomaron parte en la guerra.

El presidente George W. Bush condecora a los codificadores navajos supervivientes (26 de julio de 2001)