Verba volant, scripta manent

domingo, 20 de mayo de 2018

El B-52 que aterrizó sin estabilizador de cola


El 10 de enero de 1964 un bombardero de largo alcance B-52H Stratofortress partía de las instalaciones de la aeronáutica Boeing en Wichita para llevar a cabo una misión poco corriente. El avión, con matrícula 61-0023, había sido cedido temporalmente por la Fuerza Aérea norteamericana a la Boeing, la cual estaba llevando a cabo un estudio para medir los efectos de las turbulencias sobre la estructura del avión en vuelos a baja altura. Por ello, el avión había sido preparado con sensores y aparatos de medición en distintas partes de su fuselaje, para medir el estrés al que eran sometidas. A bordo, una tripulación de cuatro hombres, comandada por el piloto, Charles "Chuck" Fischer, un veterano de la Segunda Guerra Mundial.

El plan de vuelo contemplaba dirigirse al oeste, cruzando los estados de Kansas y Colorado, hasta llegar a las inmediaciones de las Montañas Rocosas, para luego virar hacia el norte, manteniéndose paralelos a dicho sistema montañoso. El bombardero se mantendría en piloto automático a una altura de unos 500 pies (unos 150 metros) y a una velocidad de entre 280 y 400 nudos.

Sin embargo, una ver se hubieron dirigido hacia el norte, los instrumentos del avión comenzaron a registrar una serie de fuertes turbulencias y ráfagas de aire que afectaban especialmente a la sección de cola. No queriendo comprometer la seguridad del aparato, la tripulación decidió retomar el control del avión y ascendió hasta los 14000 pies (casi 4300 metros), considerando que a esa altura la intensidad de las turbulencias sería menor.

Sin embargo, al poco, mientras pasaban cerca del llamado East Spanish Peak, una zona donde son frecuentes las turbulencias y las fuertes rachas de viento, el avión se vio repentinamente sacudido por una serie de fuertes ráfagas de viento que lo lanzaron primero a la izquierda y luego a la derecha. Acto seguido una fuerte vibración se sintió en el aparato y los controles del timón dejaron de funcionar.

La primera intención de los tripulantes fue la de abandonar la aeronave y saltar en paracaídas. Pero Fischer descubrió que todavía conservaba un cierto "control marginal", así que trataron de mantener la estabilidad longitudinal con los frenos de aire y trasvasando el combustible de unos depósitos a otros para conservar el centro de gravedad en una posición más adelantada.

Los tripulantes del B-52 no eran conscientes de los daños sufridos por su avión. Pero un F-100 Super Sabre que había acudido a su llamada de auxilio pudo confirmar visualmente que la mayor parte de su estabilizador de cola había sido arrancada de cuajo por la violenta turbulencia. La aleta de cola y el timón, con un peso conjunto de una tonelada, sencillamente habían desaparecido.

Los tripulantes del bombardero pusieron de inmediato rumbo a Wichita, desde donde los ingenieros de la Boeing les recomendaron bajar el tren de aterrizaje trasero para compensar la pérdida del estabilizador, así como colocar todo el peso posible detrás del centro de gravedad del avión, para aumentar su equilibrio. El B-52 llevaba también un misil AGM-28 Hound Dog, con capacidad de portar ojivas nucleares (aunque, tratándose de una misión civil, iba armado con una cabeza convencional). Se valoró la posibilidad de eyectarlo pero al final no se hizo porque se consideró que su peso ayudaría a mantener la estabilidad del avión.


Las malas condiciones meteorológicas en Wichita obligaron a buscar un aeródromo alternativo para que el B-52 aterrizara. Se decidió que fuera la base de Blytheville, en Arkansas. El bombardero se acercó a la pista a baja velocidad, unos 160 nudos, y desplegó sus restantes trenes de aterrizaje, con los motores a la mínima potencia y los frenos de aire accionados. La tripulación notó al acercarse a la pista de aterrizaje que el avión se desviaba hacia la izquierda, lo que precipitó el aterrizaje. Afortunadamente, el aterrizaje no tuvo otras incidencias y, con la ayuda del paracaídas de emergencia, el B-52 se detuvo con normalidad. Había volado en total cinco horas sin el estabilizador y los instrumentos de medición indicarían luego que el avión había estado sometido a ráfagas de viento "más intensas que ninguna otra medida en un avión de gran tamaño".


Aquel B-52 sería posteriormente reparado y volvería al servicio activo durante otros 44 años. El 24 de julio de 2008 fue retirado del servicio y trasladado al cementerio de aviones de la base aérea de Davis-Monthan, en Arizona, junto a otros aviones de su mismo modelo.

jueves, 17 de mayo de 2018

La Operación Merlin


Como hemos podido constatar hace bien poco, una de las obsesiones de la política exterior norteamericana de las últimas décadas es el programa nuclear iraní. Los norteamericanos y sus aliados israelíes no han perdido jamás una ocasión de entorpecer o sabotear los avances iraníes en materia atómica, ya sea por medios oficiales o bien recurriendo a operaciones al margen de la legalidad. Algunas de estas operaciones encubiertas tuvieron éxito, como el célebre gusano informático Stuxnet, que en 2010 paralizó durante semanas varias instalaciones industriales y nucleares de Irán. Pero en otras ocasiones no han tenido el éxito que buscaban; es el caso de la llamada Operación Merlin, considerada uno de los más notables fiascos de la CIA en tiempos recientes.

Los orígenes de esta que sería llamada Operación Merlin se remontan a 1996. Ese año, la División de Contraproliferación, un departamento de la CIA de reciente creación, dirigido por un veterano agente de la Compañía llamado James L. Pavitt, contactó con un ingeniero nuclear ruso, antiguo miembro del programa soviético de armas nucleares, que había desertado, prometiéndole la nacionalidad norteamericana y un generoso sueldo a cambio de que trabajara para ellos. Un documento desclasificado de la CIA de principios de 1997 parece indicar que originalmente la intención de la agencia norteamericana era usarlo como agente doble, tratando de infiltrarlo en el programa nuclear iraní. Documentos posteriores muestran sin embargo que el objetivo de la misión había cambiado: ya no se trataba de infiltrar al ingeniero ruso en el programa iraní, sino de usarlo como "caballo de Troya" para hacerles llegar información aparentemente valiosa para su investigación, pero que en realidad contendría errores lo suficientemente graves como para que no solo fuera inútil, sino que al intentar utilizarla retrasara toda la investigación de los iraníes en lo referente a la construcción de un arma nuclear.

Tras varios años madurando el plan, a principios de 2000 todo parecía estar listo para llevar a cabo la fase definitiva de la misión. El ingeniero ruso, haciéndose pasar por un desertor avaricioso dispuesto a vender secretos nucleares soviéticos a cambio de dinero, fue enviado a Viena para llevar a cabo el intercambio. La información que a modo de cebo se les había ofrecido a los iraníes eran los planos del llamado Set de Disparo TBA-480, un dispositivo empleado en las armas nucleares soviéticas que permite llevar a cabo una serie de múltiples detonaciones simultáneas con gran precisión, algo esencial para detonar una bomba nuclear. Pero los esquemas que iban a recibir los iraníes tenían una serie de pequeños errores, difícilmente detectables, preparados para que en el caso de que el dispositivo fuera construido según esas especificaciones, se produjera un "error fatal" en el caso de que intentaran utilizarlo; algo que, según las previsiones de la CIA, podría retrasar meses o incluso años todo el programa armamentístico nuclear de los iraníes. Finalmente, la entrega tuvo lugar en marzo de 2000, cuando el ingeniero proporcionó la información a la delegación iraní de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (IAEA), con sede en Viena.

Pero la misión se fue al traste por un detalle que los de la CIA no habían considerado: el factor humano. Al ingeniero ruso le pudo la curiosidad y le echó un vistazo a los documentos que debía entregar. Resultó ser un ingeniero bastante competente y fue capaz de detectar los errores que los norteamericanos habían incluido cuidadosamente en los esquemas del TBA-480. Nadie le había dicho la verdadera naturaleza de su misión, y él creía que los planes que debía entregar eran genuinos, así que decidió incluir junto a los documentos una carta suya dirigida a sus colegas iraníes en los que los advertía de los errores y les daba consejos de como subsanarlos. Los iraníes compararon esta información con la que disponían de otras fuentes (fundamentalmente, la facilitada por el físico pakistaní A. Q. Khan) y pudieron así obtener un dispositivo plenamente operativo. La misión que debía retrasar el desarrollo nuclear iraní tuvo, según los expertos, justamente el efecto contrario, y posiblemente lo que consiguió fue todo lo contrario, acelerarlos.

El fracaso de la misión se mantuvo algún tiempo en secreto. En 2003 el New York Times estuvo a punto de publicar algunos detalles sobre la Operación Merlin, algo que evitó la intervención directa de la asesora para la Seguridad Nacional del presidente George W. Bush, Condoleezza Rice. Sin embargo, a principios de 2006 el periodista del Times James Risen, dos veces ganador del Premio Pulitzer, publicó un libro titulado Estado de Guerra: la historia secreta de la CIA y la administración Bush, en el que desvelaba algunos de los episodios vividos por la agencia en los anteriores años; entre ellos, los detalles de la Operación Merlin, a la que calificaba como "una de las mayores meteduras de pata de la historia reciente de la CIA".

Risen se negó a revelar las fuentes que le habían revelado información secreta de la CIA, pese a que fue llevado a juicio en dos ocasiones (una por la administración Bush y otra por la de Obama) para que confesara quién era su informador. En 2010, un antiguo agente de la CIA llamado Jeffrey Alexander Sterling fue acusado de ser el chivato que había revelado a Risen la información sensible sobre la agencia, y condenado a tres años y medio de cárcel (de los que cumpliría dos años y medio), siendo liberado en enero de 2018.