El 10 de enero de 1964 un bombardero de largo alcance B-52H Stratofortress partía de las instalaciones de la aeronáutica Boeing en Wichita para llevar a cabo una misión poco corriente. El avión, con matrícula 61-0023, había sido cedido temporalmente por la Fuerza Aérea norteamericana a la Boeing, la cual estaba llevando a cabo un estudio para medir los efectos de las turbulencias sobre la estructura del avión en vuelos a baja altura. Por ello, el avión había sido preparado con sensores y aparatos de medición en distintas partes de su fuselaje, para medir el estrés al que eran sometidas. A bordo, una tripulación de cuatro hombres, comandada por el piloto, Charles "Chuck" Fischer, un veterano de la Segunda Guerra Mundial.
El plan de vuelo contemplaba dirigirse al oeste, cruzando los estados de Kansas y Colorado, hasta llegar a las inmediaciones de las Montañas Rocosas, para luego virar hacia el norte, manteniéndose paralelos a dicho sistema montañoso. El bombardero se mantendría en piloto automático a una altura de unos 500 pies (unos 150 metros) y a una velocidad de entre 280 y 400 nudos.
Sin embargo, una ver se hubieron dirigido hacia el norte, los instrumentos del avión comenzaron a registrar una serie de fuertes turbulencias y ráfagas de aire que afectaban especialmente a la sección de cola. No queriendo comprometer la seguridad del aparato, la tripulación decidió retomar el control del avión y ascendió hasta los 14000 pies (casi 4300 metros), considerando que a esa altura la intensidad de las turbulencias sería menor.
Sin embargo, al poco, mientras pasaban cerca del llamado East Spanish Peak, una zona donde son frecuentes las turbulencias y las fuertes rachas de viento, el avión se vio repentinamente sacudido por una serie de fuertes ráfagas de viento que lo lanzaron primero a la izquierda y luego a la derecha. Acto seguido una fuerte vibración se sintió en el aparato y los controles del timón dejaron de funcionar.
La primera intención de los tripulantes fue la de abandonar la aeronave y saltar en paracaídas. Pero Fischer descubrió que todavía conservaba un cierto "control marginal", así que trataron de mantener la estabilidad longitudinal con los frenos de aire y trasvasando el combustible de unos depósitos a otros para conservar el centro de gravedad en una posición más adelantada.
Los tripulantes del B-52 no eran conscientes de los daños sufridos por su avión. Pero un F-100 Super Sabre que había acudido a su llamada de auxilio pudo confirmar visualmente que la mayor parte de su estabilizador de cola había sido arrancada de cuajo por la violenta turbulencia. La aleta de cola y el timón, con un peso conjunto de una tonelada, sencillamente habían desaparecido.
Los tripulantes del bombardero pusieron de inmediato rumbo a Wichita, desde donde los ingenieros de la Boeing les recomendaron bajar el tren de aterrizaje trasero para compensar la pérdida del estabilizador, así como colocar todo el peso posible detrás del centro de gravedad del avión, para aumentar su equilibrio. El B-52 llevaba también un misil AGM-28 Hound Dog, con capacidad de portar ojivas nucleares (aunque, tratándose de una misión civil, iba armado con una cabeza convencional). Se valoró la posibilidad de eyectarlo pero al final no se hizo porque se consideró que su peso ayudaría a mantener la estabilidad del avión.
Las malas condiciones meteorológicas en Wichita obligaron a buscar un aeródromo alternativo para que el B-52 aterrizara. Se decidió que fuera la base de Blytheville, en Arkansas. El bombardero se acercó a la pista a baja velocidad, unos 160 nudos, y desplegó sus restantes trenes de aterrizaje, con los motores a la mínima potencia y los frenos de aire accionados. La tripulación notó al acercarse a la pista de aterrizaje que el avión se desviaba hacia la izquierda, lo que precipitó el aterrizaje. Afortunadamente, el aterrizaje no tuvo otras incidencias y, con la ayuda del paracaídas de emergencia, el B-52 se detuvo con normalidad. Había volado en total cinco horas sin el estabilizador y los instrumentos de medición indicarían luego que el avión había estado sometido a ráfagas de viento "más intensas que ninguna otra medida en un avión de gran tamaño".
Aquel B-52 sería posteriormente reparado y volvería al servicio activo durante otros 44 años. El 24 de julio de 2008 fue retirado del servicio y trasladado al cementerio de aviones de la base aérea de Davis-Monthan, en Arizona, junto a otros aviones de su mismo modelo.
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