Verba volant, scripta manent

sábado, 5 de noviembre de 2011

La historia del San Telmo

El San Telmo
El San Telmo era un imponente navío de línea de dos puentes y 74 cañones, botado en 1788 en el Real Astillero de Esteiro (Ferrol). Tuvo cierta fortuna durante las guerras napoleónicas: no participó en la batalla del Cabo San Vicente, ni en Trafalgar, y luego pasó bastante tiempo bloqueado en puerto y patrullando en el Mediterráneo, sin enfrentamientos de consideración.
Damos un salto en esta historia hasta 1819. Las colonias españolas de Sudamérica están en ebullición y a punto de declararse independientes (algunas ya lo han hecho). La corona española no tiene medios, ni económicos ni militares para evitarlo. Pero aún así, el rey Fernando VII decide enviar una fuerza militar para reforzar a las tropas españolas que combaten los levantamientos. Este contingente, al que se denomina de manera gandilocuente División Naval del Sur, está formado por cuatro barcos: además del San Telmo, el Alejandro I (otro navío de línea recientemente comprado a Rusia), la fragata Prueba, de 34 cañones, y el mercante Primorosa Mariana. En ellos viajan 1400 soldados, además de una importante cantidad de dinero para pagar a las tropas.
Los cuatro buques están en un estado deplorable debido al deficiente mantenimiento. Tal es así que resulta difícil encontrar voluntarios para mandar el convoy. Al final, el mando es encomendado al brigadier Rosendo Porlier, veterano marino perfectamente consciente de lo peligroso de la misión y de lo que suponía doblar el cabo de Hornos en invierno con esos barcos (se dice que antes de partir se despidió para siempre de sus amigos).
El convoy parte de Cádiz el 11 de mayo de 1819. El estado de los buques es tal que el Alejandro I se ve obligado a volver a puerto antes de cruzar el Ecuador, ya que sus numerosas averías y vías de agua lo ponían en serio peligro de hundimiento. Los otros tres navíos continuan hacia el sur y, tras hacer escala en Río de Janeiro y Montevideo, llegan en agosto al paso de Drake. Comienzan a sufrir entonces los fortísimos temporales invernales de la región, que los hacen separarse. El 2 de septiembre, el Primorosa Mariana avista por última vez al San Telmo, alejándose en dirección Sur en medio de una terrible tempestad, con graves averías, en las coordenadas 62º S 70 º O.
La Prueba llega a duras penas al puerto peruano de El Callao el 9 de octubre; la Primorosa Mariana arriba a Guayaqui (Ecuador) una semana más tarde. Ambas con numerosos desperfectos y buena parte de su tripulación enferma o herida. Se espera en vano la llegada del San Telmo. No se vuelven a tener noticias de él y el 6 de mayo de 1822 se le da oficialmente por perdido, a él y a su tripulación (642 soldados y marineros, además de dos oficiales del Real Cuerpo de Artillería): En consideración al mucho tiempo que ha transcurrido desde la salida del navío San Telmo del puerto de Cádiz el 11 de mayo de 1819 para el Mar Pacífico y a las pocas esperanzas de que se hubiera salvado este buque, cuyo paradero se ignora, resolvió el Rey, que según propuesta del Capitán General de la Armada fuera dado de baja el referido navío y sus individuos...
Podríamos pensar que ese es el final de la historia: desidia, incompetencia, corrupción, y 644 hombres que pagan con su vida. Pero aún queda un curioso epílogo por escribir. En febrero de ese mismo año de 1819 el capitán inglés William Smith, al mando del bergantín Williams, se sorprende al descubrir tierras desconocidas por debajo de los 61º S, mientras buscaba una nueva ruta para cruzar el cabo de Hornos. Intrigado, realiza nuevos viajes explorando esos nuevos territorios. Descubre así el archipiélago de Nueva Bretaña del Sur. Y en su cuarto viaje, desembarca en la isla Livingston. En su costa norte halla con sorpresa los restos de un naufragio, que el identifica como un navío español. Y lo que es más importante: numerosos restos de animales, sobre todo focas, que parecen haber sido cazadas. De vuelta en el continente, lo convencen para que no divulgue el hallazgo y así atribuírse el mérito del descubrimiento (aunque el primero en avistar la Antártida fué el capitán español Gabriel de Castilla en 1603). Posteriormente, tras la muerte de Smith, el Gobierno británico envía para continuar las exploraciones al capitán James Wedell, quien hace público el hallazgo. Y no sólo eso, sino que identifica los restos como los de un navío español de 74 cañones, seguramente perdido en travesía hacia Lima.
¿Se trataba del San Telmo? ¿Fueron acaso sus náufragos los primeros europeos en pisar suelo antártico? ¿Y qué fué de ellos? ¿Sobrevivieron alimentándose de aquellas focas cuyos restos hallaron los británicos, esperando en vano un  rescate, hasta que el frío y la enfermedad acabaron con ellos? Sin embargo, los ingleses no hallaron cadáveres. ¿Acaso constuyeron balsas utilizando los restos del naufragio e intentaron sin éxito volver por sus medios? Se han realizado diversas prospecciones arqueológicas en la zona, hallándose abundantes restos, pero ninguno que se haya comprobado fehacientemente que proceda del San Telmo. Quién sabe si en un futuro se hallarán pruebas definitivas, pero por el momento el destino final del desdichado navío y su tripulación permanecen sumidos en las tinieblas.

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