La pirámide de Micerino, con la cicatriz de los trabajos ordenados por Al-Aziz bien visible |
Cuando el legendario sultán Al-Nāsir Ṣalāḥ ad-Dīn Yūsuf ibn Ayyūb, llamado por los europeos Saladino, murió en 1193 a causa del tifus, su inmenso imperio se repartió entre su numerosa prole, diecisiete hijos varones, y varios de sus hermanos. Al primogénito, Al-Afdal ibn Salah ad-Din, le correspondió Siria y Palestina, y el liderazgo de la dinastía iniciada por su padre, la ayubí. Su segundo hijo, Al-Malik Al-Aziz Osman bin Salahadin Yusuf, se convirtió en sultán de Egipto.
Al-Malik Al-Aziz Osman bin Salahadin Yusuf, llamado generalmente Al-Aziz Utman, había nacido en El Cairo en torno a 1171. Se desconoce cuál de las numerosas esposas y concubinas de su padre fue su madre; si se sabe que no fue su esposa favorita, Ismat ad-Din Khatun, con la que Saladino no llegó a tener hijos. Era un joven ambicioso que anhelaba gobernar todo el imperio que había sido de su padre. Y lo cierto es que su hermano mayor le puso las cosas fáciles. Al-Afdal era un gran general (había sido uno de los comandantes del ejército de Saladino) pero resultó ser un pésimo gobernante. Una de las decisiones que tomó fue la de deponer a todos los ministros de su padre, que huyeron a Egipto y aconsejaron a Al-Aziz declararle la guerra. Al-Aziz vio la oportunidad y atacó a Al-Afdal en 1194, aunque la intermediación de su tío Al-Adil, señor de Kerak, logró acordar una tregua entre ambos. Al año siguiente, Al-Aziz volvió a la carga, pero Al-Afdal logró derrotar a su ejército y hacerlo retroceder a Egipto.
Al-Nāsir Ṣalāḥ ad-Dīn Yūsuf ibn Ayyūb, Saladino (1137-1193) |
Pero en 1196 la situación cambió. Harto de las torpezas de Al-Afdal como gobernante, Al-Adil se alió con Al-Aziz y entre ambos derrotaron y depusieron a Al-Afdal, quien tuvo que exiliarse en la ciudad siria de Saljad. De este modo Al-Aziz quedó convertido en señor de Siria y Egipto (al menos en teoría, ya que Al-Adil era el que verdaderamente gobernaba Siria) y cabeza de la dinastía ayubí. Estaba en la cúspide de su poder y quiso demostrar su dominio con un gesto grandilocuente que dejara bien clara su autoridad: nada menos que demoler las tres pirámides de Guiza.
A diferencia de su padre Saladino, quien había sido un musulmán moderado y tolerante, Al-Aziz era mucho más riguroso y fanático. Veía a las pirámides como un vestigio del pasado pagano de Egipto y un desafío a la hegemonía del Islam. Y decretó que las pirámides fuesen desmontadas, piedra a piedra, para poder aprovechar más tarde ese material paras otras construcciones. Al menos, esa era su intención.
Porque la tarea de destruir las pirámides se reveló no menos colosal que su construcción. Empezaron por la más pequeña de las tres, la del faraón Menkaura (Mykerinos para los griegos, Micerino en su versión castellanizada), hijo de Kefrén y nieto de Keops. Los obreros contratados para la labor no tenían otra forma mejor de hacerlo que ir sacando las piedras de la pirámide una a una, usando cuñas y palancas, y luego arrastrándolas con cuerdas hasta dejarlas caer al suelo. Pero de esta manera las rocas se enterraban en la arena del desierto, siendo casi imposibles de mover, con lo que la única manera de retirarlas era hacerlas pedazos, con lo cual tampoco servían para usar en otras construcciones, como Al-Aziz había previsto. El trabajo era tan pesado y dificultoso que los obreros apenas eran capaces de retirar un par de piedras al día, a un ritmo exasperantemente lento.
Así que pasados ocho meses de trabajo, el único resultado era un costurón o hendidura en su cara norte, visible todavía hoy en día. Estaba claro que a ese ritmo desmantelar las tres pirámides tardaría décadas, con un coste desorbitado. Así que a Al-Aziz no le quedó otra que renunciar a su gran plan y ordenar que cesaran los trabajos. No tuvo demasiado tiempo para lamentarlo, porque apenas un año más tarde, en 1198, murió en un accidente de caza al caerse de su caballo. Lo sucedió su hijo Al-Mansur Nasir al-Din Muhammad, todavía un niño. Al-Afdal aprovechó para volver de su exilio, convertirse en regente de Egipto y declararle la guerra a su tío Al-Adil, el cual logró derrotar una vez más a Al-Afdal. Después de eso, Al-Adil, convertido en soberano de Siria y Egipto, exilió a Al-Afdal a la ciudad de Samósata (en la margen occidental del Éufrates) y depuso a Al-Mansur, enviándolo al exilio en Alepo bajo la custodia de otro de los hijos de Saladino, Al-Zahir Ghazi, donde moriría en una fecha desconocida.
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