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miércoles, 14 de mayo de 2014

La gran evasión (II): La persecución de los asesinos


La noticia de la ejecución de los 50 prisioneros huidos del campo de Stalag Luft III en marzo de 1944 causó una gran indignación en el Reino Unido. El pueblo británico exigió inmediatamente que los responsables recibieran su merecido, y en junio de ese mismo año, en la Cámara de los Comunes, el Secretario de Asuntos Exteriores, Anthony Eden, juró que los responsables serían encontrados y llevados ante la justicia.
Tan pronto como la guerra terminó, el SIB (Special Investigation Branch, la sección de la Policía Militar encargada de investigaciones criminales) de la RAF creó una unidad especial para investigar los asesinatos de los pilotos huidos. Como jefe del grupo fue nombrado Frank McKenna, un oficial de la RAF. McKenna no era un militar de carrera; tenía 38 años y se había alistado en 1944, cuando fue elevada la edad máxima de reclutamiento para la RAF. Aún así, había participado en 30 misiones sobre Alemania como tripulante de bombarderos Lancaster. Era un hombre callado, trabajador, religioso, honesto, metódico y minucioso, y además contaba con casi veinte años de experiencia como policía en Blackpool. Además, conocía personalmente a varios de los hombres que habían sido ejecutados, como el teniente Edgar Humphreys, e incluso su cuñado, Howard Luck, era uno de los presos que participaron en la huida, aunque no había podido escapar antes de que la fuga hubiese sido descubierta.
Frank McKenna (1906-1994)
La labor de McKenna se enfrentaba a numerosas dificultades. No había testigos ni escena del crimen, la mayoría de los archivos de la Gestapo habían sido destruidos y muchos de sus miembros estaban muertos o habían huido. Se vio obligado a reconstruir uno por uno el camino seguido por los presos que habían escapado, algo difícil, puesto que se habían dispersado en todas direcciones, unos hacia Suiza, otros hacia el Norte, algunos hacia Francia, a pie o en tren. Un trabajo enorme, teniendo en cuenta que McKenna tenía un número limitado de colaboradores a sus órdenes, que nunca superó los cinco oficiales y catorce suboficiales.
Finalmente, tras mucho rebuscar, McKenna encontró un indicio. Según supo por la declaración del comandante del campo, Wilhelm von Lindeiner, los cadáveres de los prisioneros ejecutados habían sido incinerados en secreto y sus cenizas devueltas al campo, a modo de macabra advertencia. La mayoría de estas cenizas venían acompañadas con una etiqueta en la que figuraba el nombre del prisionero y el lugar y la fecha de su incineración. Esto sirvió a McKenna como punto de partida; considerando que las ejecuciones tenían que haberse producido no muy lejos de aquellos crematorios (ya que no veía lógico que los cadáveres fueran transportados largas distancias), comenzó a buscar a los agentes de la Gestapo que operaban en las localidades próximas durante aquellas fechas.
Un mes después de comenzar su investigación, McKenna tenía una lista preliminar con 106 nombres de sospechosos; algunos eran altos cargos del régimen nazi, pero la mayoría eran agentes de la Gestapo de las ciudades donde habían sido asesinados los prisioneros. Yendo de una ciudad a otra a través de una Alemania devastada por la guerra, McKenna empezó a seguir las escasas pistas de que disponía, centrándose sobre todo en la zona occidental (la oriental, ocupada por los soviéticos, estaba fuera de su alcance). Los avances eran lentos; tras recorrer cientos de kilómetros por Alemania e interrogar a centenares de testigos, en los primeros meses sólo había logrado arrestar a cuatro sospechosos de su lista.
Una de sus primeras vías de investigación consistió en seguir los pasos de Roger Bushell. Sabía que había subido a un tren la misma mañana de su fuga con destino a Saarbrücken acompañado por Bernard Scheidhauer, teniente de las Fuerzas Aéreas de la Francia Libre, con el objetivo de llegar a Francia. En julio del 46, tras interrogar a un hombre que en la época de la fuga trabajaba de chófer para la Gestapo, averiguó que Bushell y Scheidhauer habían sido arrestados en la estación de Saarbrücken y ejecutados poco después. El principal dirigente de la Gestapo en la ciudad, Leopold Spann, había muerto durante la guerra, con lo que centraron sus pesquisas en otro agente, llamado Emil Schulz, que permanecía en paradero desconocido. No tardaron en encontrarlo, en una cárcel francesa, bajo un nombre falso. Tras ser interrogado, admitió que Spann y él habían sido los autores materiales de la ejecución de Bushell y Scheidhauer, pero que había sido obligado a hacerlo bajo amenazas.
Después de un año de investigaciones, McKenna había arrestado a diez miembros de la Gestapo, acusados de once asesinatos. Entre ellos, Eric Zacharias, autor material de las muertes de Thomas Kirby-Green (británico) y Gordon Kidder (canadiense), que había sido declarado "inofensivo" por las autoridades aliadas y trabajaba tranquilamente en el puerto de Bremen. Uno de los casos que más se le resistía era el de un grupo de cuatro prisioneros formado por James Catanach (australiano), Arnold Christensen (neozelandés) y Haldor Espelid y Nils Flugesand (noruegos), que habían sido vistos por última vez en un tren en dirección a Berlín. Las urnas con sus cenizas habían llegado un mes después al campo sin más datos que sus nombres. Dado que dos de ellos eran noruegos y Christensen era hijo de inmigrantes daneses, McKenna supuso que habrían intentado llegar a Dinamarca y de allí pasar a Suecia. Por ello, comenzó a registrar los archivos de los crematorios de las ciudades del norte de Alemania. Y así, en los registros de un crematorio de Kiel, encontró que a finales de marzo del 44 habían sido incinerados allí los cuerpos de cuatro "agentes enemigos" capturados por la policía en Flensburg, cerca de la frontera danesa, y entregados luego a la Gestapo de Kiel. Los interrogatorios de varios miembros de la Gestapo de Kiel que estaban en prisión les permitieron acusar a uno de ellos, Hans Kaehler, y añadir dos nuevos nombres a su lista de buscados: Fritz Schmidt, oficial que había dado la orden de ejecutar a los cuatro prisioneros, y Johannes Post, autor material de la muerte de Catanach. Tardó otro año más en dar con Post, prisionero bajo un nombre falso. Post reconoció haber ejecutado a Catanach sin ningún tipo de remordimiento; es mas, se mostró orgulloso de haber acabado con numerosos "subhumanos" (no arios, judíos, prisioneros de guerra...) y sólo lamentaba no haber podido matar a mas. Johannes Post acabaría siendo ejecutado en la horca, en febrero de 1948, junto a Emil Schulz y Hans Kaehler.
Cuando se dio por concluida su misión, McKenna podía estar satisfecho. No había resuelto todos los asesinatos de los fugados, ni había capturado a todos los responsables (nunca se averiguaron, por ejemplo, las identidades de los asesinos de Leslie Bull, Reginald Kierath o Jerzy Mondschein), muchos de los cuales habían muerto durante la guerra (como el comandante de las SS Arthur Nebe, quien se cree que seleccionó a los 50 prisioneros que serían ejecutados), pero si había permitido presentar cargos contra 69 personas, muchos de ellos miembros de la Gestapo y las SS, de los cuales:
- 19 fueron condenados a muerte y ejecutados
- 12 fueron condenados a distintas penas de prisión
- 8 se suicidaron antes de ser juzgados
- 8 estaban ilocalizables (cuatro de ellos probablemente muertos en combate)
- 7 murieron durante la guerra (entre ellos, un miembro de la Gestapo de Breslau apellidado Lux presente en al menos 27 ejecuciones)
- contra 7 se retiraron los cargos o se desestimó el caso
- 3 estaban encarcelados en prisiones soviéticas (dos de ellos morirían en prisión; uno de ellos era Wilhelm Scharpwinkel, dirigente de la Gestapo de Breslau presente en al menos 15 de las ejecuciones)
- 2 fueron liberados de campos de prisioneros rusos sin llegar a ser juzgados
- 1 huyó de prisión y desapareció
- 1 residía en la zona oriental y los soviéticos se negaron a entregarlo
- 1 fue absuelto
- contra 1 no se presentaron cargos sino que fue requerido como testigo
Sin embargo, la búsqueda de los culpables no se detuvo ahí; los que no fueron atrapados siguieron en busca y captura, y Fritz Schmidt fue detenido en 1967 y juzgado por las autoridades alemanas, aunque sólo fue condenado a dos años de cárcel. También fue procesado en su día Wilhelm von Lindeiner; pero todos los antiguos presos del campo que declararon como testigos afirmaron que su comportamiento había sido siempre ejemplar y respetuoso con los prisioneros; él mismo declaró haber sentido "repugnancia" por aquellos crímenes atroces y afirmó que si le hubiesen ordenado a él las ejecuciones, se habría suicidado. Finalmente, salió absuelto.
Frank McKenna volvió a su trabajo como policía a principios de febrero de 1948, aunque volvería brevemente al servicio en los años 50, durante los enfrentamientos provocados en Chipre por la guerrilla nacionalista de la EOKA. Posteriormente, trabajó para el servicio de personal del Ministerio de Defensa hasta su jubilación en 1971. Nunca quiso hablar con detalle sobre sus actividades como investigador de la RAF, aunque años después confesaría en una entrevista que su principal motivación había sido hacer justicia a aquellos hombres que habían sido asesinados por cumplir con su deber.

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