Verba volant, scripta manent

martes, 4 de agosto de 2015

La rebelión de los Turbantes Amarillos


La llegada al trono chino de la dinastía Han en el año 206 a. C. supuso el inicio de una época de riqueza y prosperidad para el país. Se ampliaron las fronteras con la anexión de Nanye, Tarim y el norte de Vietnam y Corea. Se fomentó la agricultura, aplicando nuevas técnicas, lo que generó un aumento de la producción de cereales que a su vez trajo consigo un notable aumento demográfico, llegando hasta los 50 millones de habitantes. El comercio se desarrolló enormemente; las manufacturas chinas llegaban habitualmente a los mercados romanos (si bien a través de intermediarios). Y en el plano cultural, también fue una época de esplendor, en buena medida gracias a la invención del papel. La historia, la literatura y la filosofía, basada fundamentalmente en las ideas de Confucio en detrimento del taoísmo, brillaron enormemente. No obstante, este bienestar no alcanzó por igual a todos los estamentos, ya que las capas más humildes de la sociedad, especialmente los campesinos, seguían viviendo en la pobreza, sometidos a la autoridad de funcionarios y terratenientes.
Pero, tras casi cuatro siglos de gobierno, a finales del siglo II d. C. la dinastía Han empezó a dar señales de decadencia. El emperador Ling era un hombre débil e influenciable, y quienes ejercían el verdadero poder en la capital Louyang eran los intrigantes eunucos de la corte y los jefes militares del emperador. Mientras, en las provincias, los poderosos terratenientes controlaban la producción agrícola, monopolizaban las minas de sal y de hierro y se rodeaban de guardias armadas que en ocasiones eran verdaderos ejércitos y les permitían ser prácticamente independientes del poder central. Mientras, los campesinos veían cómo sus condiciones de vida empeoraban sin cesar; a la rapacidad de los funcionarios imperiales se unían los impuestos y abusos de todo tipo de los terratenientes. Por si no bastara, en la década de 170 se produjeron una serie de inundaciones provocadas por la crecida del río Amarillo que arruinaron numerosas cosechas, a las que se sumaron nuevos impuestos decretados por el emperador para construir fortificaciones y armar ejércitos frente a las invasiones extranjeras. El descontento cundía por doquier y el inicio de una insurrección parecía inminente.
Los líderes de la rebelión fueron los hermanos Zhang: Zhang Jue (el mayor), Zhang Bao y Zhang Liang, naturales de la provincia de Hebei, pero que se trasladaron a Shandong, donde ejercían como curanderos. Los tres eran seguidores del taoísmo, atendían a menudo de forma gratuita a pacientes que no podían pagar sus servicios y conocían de primera mano el sufrimiento y la miseria que padecían los más desfavorecidos. No tardaron en fundar una secta taoísta que rendía culto a una divinidad llamada Huang-Lao y que defendía, entre otros, los principios de igualdad de derechos para todas las personas y de una redistribución equitativa de la propiedad de la tierra. Los Zhang predicaban a sus seguidores que cuando el cielo se volviese amarillo, la dinastía Han caería y el orden del mundo cambiaría. Sus enseñanzas pronto se extendieron por buena parte del país mientras los preparativos para la rebelión se iban completando. No obstante, una traición hizo que sus seguidores de Luoyang fueran descubiertos y arrestados, forzando a que el levantamiento se produjera antes de tiempo, a principios del  año 184 d. C. Decenas de miles de hombres se alzaron en armas por todo el país; muchos de ellos, seguidores de los Zhang, combatían con un pañuelo amarillo en la cabeza, simbolizando el cielo amarillo que habría de cambiar el mundo, lo que le valió a la rebelión el nombre de la Rebelión de los Turbantes Amarillos.


La rebelión tuvo tres focos principales: al norte del río Amarillo (comandada por el propio Zhang Jue), en la provincia de You (en el nordeste de China, en la frontera con Corea) y en las comanderías de Yingchuan, Runan y Nanyang, en la provincia de Yu (centro). En un primer momento, la prioridad de las autoridades fue mantener a salvo la capital; por eso, los rebeldes tuvieron la iniciativa y consiguieron algunos éxitos, como la derrota y muerte de los grandes administradores de Nanyang y Runan, y la derrota, en marzo, de un ejército imperial en Yingchuan. Poco después, tres ejércitos partían a sofocar la rebelión; uno se dirigió al encuentro de Zhang Jue y los otros dos, rumbo a Yingchuan, Runan y Nanyang. A la vez, los generales del emperador solicitaron la ayuda de Sun Jian, un poderoso señor de la guerra del sur del país, que acudió con sus hombres. Y el rumbo del conflicto comenzó a girar. Al poco, los generales Huangfu Song y Zhu Jun derrotaban a Bo Cai, uno de los principales líderes de la revuelta, y al mes siguiente destruyeron a los rebeldes de Runan en la batalla de Xihua. Las tropas imperiales, bien armadas y entrenadas, no tardaron en hacer retroceder a los rebeldes en todos los frentes. A principios de 185 cayó Wan, la última gran población bajo control rebelde. Para entonces los hermanos Zhang habían muerto en combate y los rebeldes que quedaban, divididos y a la fuga, eran perseguidos por las tropas del emperador. En febrero de 185 se dio por sofocada la rebelión, aunque ésta rebrotó dos meses después y se extendió por el norte del país. Los combates continuarían en los años siguientes y los últimos reductos rebeldes no serían eliminados hasta el 205.
Los efectos de la rebelión fueron devastadores. Miles de muertos, docenas de pueblos destruidos, cosechas arrasadas, comarcas enteras saqueadas por ambos ejércitos. Regiones enteras habían quedado incomunicadas con la capital, debido a la muerte o la huída de los funcionarios. Los campesinos tuvieron que soportar el acoso de grupos de bandidos formados por antiguos combatientes. Muchos se vieron obligados a esconderse en los bosques o convertirse en liu-li-chia (vagabundos), y otros muchos se convirtieron en vasallos de los terratenientes, que se habían apropiado de las tierras que habían quedado desocupadas. En torno al año 200, aproximadamente cinco de cada seis chinos vivían de una u otra manera bajo el dominio de los poderosos latifundistas.
La rebelión precipitó el final de la dinastía Han. A la muerte del emperador Ling en el 189, se desató una lucha de poder entre los eunucos y el poderoso general He Jin, cuñado del emperador, por la tutela del heredero, menor de edad. He Jin acabó asesinado pero su aliado, el general Yuan Shao, se vengó ordenando una espantosa matanza de eunucos. Poco después, Dong Zhuo, el poderoso y cruel señor de Liangzhou ocupó la capital, depuso al emperador y nombró a un emperador títere bajo su control llamado Xian Di. Esto a su vez provocó que los demás señores de la guerra se aliasen contra él, terminando por derrotarlo en el 192.
A partir de ahí se abre un periodo de conflictos y luchas que desembocaría en la partición del país en tres reinos: Wei (gobernado por Cao Cao, un antiguo señor de la guerra) en el norte y el centro, Wu (gobernado por Sun Ce, hijo de Sun Jian) en el sur y el este y Shu (gobernado por Liu Bei, un hábil general de origen plebeyo) en el oeste. En el año 220 Cao Pi, hijo y heredero de Cao Cao, obligó a abdicar del trono a Xian Di, dando fin a la dinastía Han.

4 comentarios:

  1. Realmente, te doy las gracias, no encontraba ninguna página adecuada que pudiera explicarme este hecho tan complejo de una manera que yo pudiera entender. Me has salvado la vida, realmente, necesitaba investigar sobre la historia China y creo que este es un buen lugar para empezar, tengo pensado leer también El Romance de los Tres Reinos y al parecer, esta rebelión toma un importante papel dentro de la novela. Gracias, muchísimas gracias.

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    1. Me alegro de que este modesto relato te haya servido de ayuda. Gracias a ti por visitar mi blog. Saludos.

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