Verba volant, scripta manent

sábado, 22 de julio de 2017

Carlos Káiser, el mayor fraude de la historia del fútbol

Carlos Henrique Raposo, "Káiser"

En la larga lista de caraduras que nos ha dado la historia del deporte, el brasileño Carlos Henrique Raposo figura en un lugar destacado. Este simpático personaje demostró que para ganarse la vida como futbolista a veces saber jugar es lo de menos.

A Raposo, nacido en Río de Janeiro el 2 de abril de 1963, le apodaban "Káiser" porque decían que se parecía (en el físico, no en lo futbolístico) al legendario líbero alemán Franz Beckenbauer. Como buen brasileño, le apasionaba el fútbol y soñaba con ser jugador profesional, pero la naturaleza no lo había bendecido con el talento necesario. Pero Carlos tenía otras habilidades. Extrovertido, simpático, con don de gentes, sabía hacerse amigo de las personas adecuadas, especialmente futbolistas y gente del mundo del fútbol.

Su primera oportunidad como profesional le llegó con 23 años, en 1986, en el Botafogo de Río de Janeiro. Y fue gracias a Mauricio de Oliveira, amigo íntimo suyo desde la infancia y que acababa de fichar por el club carioca. Mauricio era un buen jugador (llegaría a ser internacional con Brasil) y en el club tenían gran confianza en él, así que no le fue difícil convencerlos de que ficharan a su amigo. El resumen de esa temporada para Káiser: cero partidos jugados y más tiempo en la enfermería que en el campo de entrenamiento. Él mismo confesó su método: "Hacía algún movimiento raro en el entrenamiento, me tocaba el muslo, y me quedaba 20 días en el departamento médico. En esa época no existía la resonancia magnética. Cuando los días pasaban, tenía un dentista amigo que me daba un certificado de que tenía algún problema. Y así, pasaban los meses”.

Su temporada en blanco no fue obstáculo para que al año siguiente fichara por otro de los equipos clásicos de Río, el Flamengo, donde jugaba otro de sus amigos futbolistas, el gran Renato Gaúcho, internacional en 43 ocasiones con la selección brasileña. El propio Renato hablaba así de Carlos: "Káiser era un enemigo del balón. En el entrenamiento acordaba con un colega que le golpeara, para así marcharse a la enfermería". Una de las estratagemas que utilizaba para darse importancia era hablar en "inglés" por uno de aquellos enormes teléfonos móviles de la época (que entonces era un objeto de lujo), supuestamente con clubes europeos interesados en contratarle. Luego resultaría que el teléfono era de juguete y sus charlas en inglés eran chácharas sin sentido. De nuevo, cero partidos jugados. Eso si, no perdía el tiempo a la hora de seguir cultivando valiosas amistades y acudía con frecuencia a discotecas y locales de moda frecuentados por futbolistas.

De izquierda a derecha, Carlos Káiser, Renato Gaúcho y Luis Tofoli "Gaúcho", en los carnavales de Río de Janeiro
Al año siguiente, a Káiser le tentó la aventura internacional y fichó por el Puebla mexicano. Hay que entender que por aquel entonces no había la saturación de información que hay hoy en día. Muchos fichajes se hacían por referencias de terceros, sin haber visto al jugador en directo. Y Carlos Káiser contaba con el aval de haber jugado en dos de los equipos más prestigiosos de Brasil y de poder presentar varios artículos periodísticos alabando su cualidades. Artículos que, por supuesto, habían escrito periodistas amigos suyos, a cambio de regalos o información interna de sus equipos. En México estuvo unos meses, sin llegar a debutar, antes de poner rumbo a EEUU y enrolarse en las filas del modesto El Paso Sixshooters, de la cuarta división del fútbol norteamericano.

En 1989 estaba de vuelta en Brasil, en las filas del Bangu, también en Río de Janeiro, donde llegó a debutar y (dice la leyenda) a marcar un gol. Allí tuvo lugar otra de las geniales anécdotas que jalonan su carrera de engaños. En un partido en el que, debido a las numerosas bajas que tenía el equipo, Káiser estaba convocado, el Bangu perdía 2-0 cuando el presidente del club, Castor de Andrade, un sujeto turbio vinculado al mundo de las apuestas clandestinas, ordenó al entrenador que sacara a un delantero. El único disponible era Káiser, y le mandaron ponerse a calentar. Káiser, viéndose en la tesitura de tener que salir a jugar, se dirigió a un aficionado rival, lo insultó y comenzó una discusión que desembocó en pelea. El jugador fue expulsado sin tan siquiera saltar al campo y, cuando Andrade le pidió explicaciones en el vestuario, Káiser le dijo, entre lágrimas: "Dios me dio un padre y me lo quitó, y luego me dio otro (refiriéndose a él). Así que nunca voy a permitir que digan que mi padre es un ladrón" Andrade, emocionado, le prolongó el contrato seis meses más.

Sus compañeros de equipo, por supuesto, se daban cuenta de que Káiser era un fraude, que no tenía ni idea de jugar al fútbol. Otro de sus amigos futbolistas, el defensa Ricardo Rocha, que llegó a jugar en el Real Madrid, decía entre risas: "Es un gran amigo, una excelente persona. Pero no sabía jugar ni a las cartas. Tenía un problema con el balón. Nunca lo vi jugar en ningún equipo. Te cuenta historias de partidos, pero nunca jugó un domingo a las cuatro de la tarde en Maracaná, estoy seguro" "El único problema de Carlos era el balón. Él decía que era delantero, pero era un delantero tan completo que nunca marcó y nunca dio una asistencia de gol. Siempre decía estar lesionado. Cuando la pelota estaba a la izquierda, él se iba a la derecha y viceversa. No tenía talento para jugar, pero era muy, muy buena persona. Todo el mundo le quería mucho". Era normal que todo el mundo lo quisiese. Él sabía ganarse el aprecio y la confianza de sus compañeros. Una de las cosas que hacía era, cuando el equipo se concentraba en un hotel, alquilar algunas habitaciones un par de pisos por debajo de las suyas y llenarlas de chicas. "De noche nadie huía de la concentración. Todo lo que teníamos que hacer era bajar las escaleras".


Tras acabar su contrato con el Bangu, Káiser tuvo breves pasos por el Palmeiras y el Guaraní. Casi siempre pedía firmar el contrato más corto, por unos meses; cobraba las primas y se las arreglaba para disimular su falta de talento hasta que el contrato expiraba. Y llegó el momento en el que a Káiser se le presentó la oportunidad de "jugar" en el fútbol europeo. Su "víctima" fue el equipo francés del Ajaccio. Para un club modesto como el corso, la contratación de un jugador brasileño suponía un hito. Káiser fue presentado en un estadio a rebosar de hinchas y se preocupó; si le pedían que diera unos toques al balón, como es costumbre al presentar a un jugador, todos se darían cuenta de que no sabía jugar al fútbol en su primer día. Pero a él nunca le faltaban recursos. Lo que hizo fue ir pateando todo balón que se le ponía por delante hacia la grada, para regalárselos a los aficionados, a la vez que saludaba y se besaba el escudo de la camiseta. Los hinchas enloquecieron; sin haber jugado ni un minuto, Carlos Káiser se los había ganado. Permaneció toda la temporada en el Ajaccio, jugando con cierta regularidad, aunque casi siempre saliendo del banquillo y jugando los últimos minutos.

De vuelta en Sudamérica, Carlos Káiser afirma haber jugado en el Fluminense (otro de los clubes importantes de Río), donde habría llegado a participar en 15 encuentros; y en el Independiente de Avellaneda argentino. Sin embargo, ambos clubes lo niegan y no hay ningún registro oficial que lo pruebe. Si parece que pasó por el América de Río antes de cerrar su carrera en el modesto Guarany de Camaquã, con 39 años. En toda su carrera, según sus cuentas, no habría jugado "más de 20 o 30 partidos".

En 2011, Carlos Káiser reveló en una entrevista al programa deportivo Esporte Espectacular los detalles de su inusual carrera futbolística, alardeando de sus "hazañas" y de su amistad con numerosos futbolistas conocidos, como Carlos Alberto Torres (campeón del mundo con Brasil en 1970), Luis Tofoli "Gaúcho", Romario, Bebeto o Edmundo. En ningún momento se mostró arrepentido de sus engaños: "No me arrepiento de nada. Los clubes han engañado y engañan mucho a los futbolistas: alguno tenía que vengarse por todos ellos". Palabra de Káiser, que en la actualidad trabaja como entrenador personal.

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