Verba volant, scripta manent

domingo, 6 de febrero de 2022

Carlos Cuarteroni, la inspiración española de Sandokán



Carlos Domingo Antonio Genaro Cuarteroni Fernández nace en Cádiz el 19 de septiembre de 1816, hijo del italiano Giovanni Cuarteroni, dueño de una tienda que aprovisionaba a los buques que partían rumbo a América o a Filipinas, y de Ramona Fernández, natural de Sanlúcar de Barrameda. Era una familia de profundas creencias religiosas; de los nueve hijos del matrimonio (de los que Carlos era el cuarto) dos se hicieron sacerdotes y un tercero, misionero seglar.

Habiendo nacido a un paso del puerto de Cádiz, relacionándose con el ambiente marinero por el negocio familiar, y escuchando historias de barcos, marineros y viajes, no es de extrañar que Carlos sintiera desde muy pequeño la llamada del océano. Teniendo vetada la carrera naval militar, por ser hijo de un comerciante, ingresa muy joven en una academia privada para ser piloto de buques mercantes. Allí, viendo su enorme talento, sus profesores les recomendaron a sus padres que lo embarcaran lo antes posible. Y así, en 1829, con apenas 13 años, Carlos embarca como ayudante del piloto del mercante Indiana, que parte de Cádiz rumbo a Manila, un viaje largo y peligroso.

Regresa a Cádiz dos años más tarde para obtener el grado de tercer piloto. Cuatro años más tarde, con 19 años y de vuelta en Manila, obtiene el título de segundo piloto y recibe el mando de un bergantín, con el que realizaría varios viajes entre Filipinas, Hong Kong, Singapur y Cantón. Mandaría luego la fragata Buen Suceso durante otros dos años, hasta que en 1841 obtiene el título de capitán de la Marina Sutil en Filipinas, para pasar luego a comandar otra fragata, la Bella Vascongada. Era por entonces, pese a su juventud, uno de los capitanes más valorados de Filipinas: excelente navegante, brillante cartógrafo, hablaba con fluidez inglés, francés, malayo, tagalo y bisayo, y numerosos dialectos locales del sudeste asiático.

Y entonces, en 1842, toma una decisión cuando menos sorprendente. Renuncia a su mando, abandona la marina mercante y compra en Manila una goleta a la que llamará Mártires de Tonkín y con la que, tras enrolar a una tripulación de 27 marineros filipinos, se dedica a la búsqueda de perlas y tortugas carey en el Mar de China. Una ocupación peligrosa, pero muy lucrativa. Varias de esas conchas de tortuga las envía como regalo a sus parientes de Cádiz, cuyos descendientes aún las conservan.

Pero no son solo perlas y tortugas lo que le interesa. Cuarteroni aprovecha sus viajes para buscar el Christian, un mercante inglés que había desaparecido en ruta de Macao a Bombay llevando en sus bodegas una inmensa cantidad de monedas de plata, fruto del comercio de opio en China. Y contra todo pronóstico, lo consigue tras catorce meses de búsqueda, encontrándolo hundido en un arrecife cercano a la isla malaya de Labuán, en las coordenadas 118º 55" 03 de longitud y 8º 51" 13 de latitud. Tras recuperar el tesoro, lo deposita no en Manila, como cabría esperar (¿por estar demasiado familiarizado con el carácter de los funcionarios locales, quizá?), sino en Hong Kong, despertando las suspicacias y el resquemor de las autoridades españolas, que tiempo después lo acusarían de corsario y saqueador. Algo que desmiente el hecho de que Cuarteroni devuelve el tesoro (exceptuando, claro, la parte que le corresponde a él por el rescate, que repartirá luego con su tripulación) a sus legítimos propietarios, los cuales quedan tan encantados que llegan a invitar a Cuarteroni a viajar a Londres para poder agradecerle en persona su honestidad.

Carlos Cuarteroni tiene solo 26 años y ya es poseedor de una respetable fortuna. Puede hacer lo que desee, y lo que hace en los siguientes años es dedicarse a viajar en su goleta explorando las islas de Extremo Oriente, especialmente Borneo y los archipiélagos cercanos. Cartografía las costas por las que pasa, corrigiendo los errores de los mapas ya existentes (sus mapas son tan precisos que las autoridades españolas y filipinas le piden copias de ellos, aunque él se niega), describe minuciosamente las islas por las que pasa, sus habitantes, sus costumbres... Se hace amigo del inglés sir James Brooke, el llamado rajá blanco de Sarawak, al que el sultán de Brunei ha otorgado el gobierno de dicha región. En torno a 1846 empieza a rescatar a cautivos cristianos, capturados y esclavizados por los piratas musulmanes de Malasia. Para ello recorre las principales rutas del tráfico de esclavos, visita algunos de los puertos más peligrosos del mundo y negocia directamente con los jefes piratas. Logra liberar, pagando los rescates de su propio bolsillo, a cientos de esclavos, mayoritariamente filipinos, a los que luego envía de regreso a sus hogares. Cuarteroni nunca había simpatizado con la esclavitud; pero tras ver las condiciones en las que viven los hombres, mujeres y niños a los que rescata, se convierte en un abolicionista militante, y luchará durante el resto de su vida contra una institución tan abyecta.

En 1847 Cuarteroni adquiere una goleta inglesa, la Lynx, que había sido usada para el tráfico de opio en China, y que se ve obligado a quemar con toda su carga dos años después, tras ser acusado por las autoridades españolas de Luzón de pirata y contrabandista. Ese mismo año de 1849 Carlos Cuarteroni viaja a Roma donde, tras entrevistarse con el papa Pío IX, se ordena sacerdote y toma el hábito de la Orden de los Trinitarios, dedicada a redimir a los cautivos y a socorrer a los oprimidos, y regresa a Asia. Desde entonces todo su esfuerzo y su fortuna se dedicarán a seguir combatiendo la esclavitud, a rescatar cautivos (independientemente de su origen y religión) y a extender el catolicismo por las islas de Extremo Oriente.

En 1855 envía al Vaticano su Spiegazione e traduzione dei XIV Quadri relativi alle isole di Salibaboo, Talaor, Sanguey, Nanuse, Mindanao, Celebes, Bornéo, Bahalatolis, Tambisan, Sulu, Toolyan e Labuan, un extenso y prolijo relato sobre las cualidades de dichas islas, en buena parte desconocidas en Occidente, y de sus habitantes. En 1857 Pío IX lo nombra prefecto apostólico de Borneo y Labuán, un cargo creado ex profeso para él. Su fama se acrecienta, su nombre es conocido en todos los mares de Extremo Oriente. Para unos es un loco, para otros un enviado de Dios, para casi todos es una leyenda. En Borneo funda varias misiones católicas, en terrenos cedidos por su amigo Brooke y por el sultán de Brunei.

Sigue luchando incansablemente contra el tráfico de esclavos e intenta que el gobierno español se involucre, para defender a sus súbditos filipinos. En 1858 presenta al gobernador de Filipinas, Fernando Norzagaray y Escudero, una propuesta de tratado a firmar entre el sultán de Brunei y la reina Isabel II para colaborar en la protección y rescate de los filipinos capturados por los piratas, pero su propuesta es ignorada. Igualmente caen en saco roto sus peticiones para frenar el radicalismo de algunos sultanes y jefes militares musulmanes. Al verse ignorado por los sucesivos gobernadores de Filipinas (Norzagaray, Rafael Echagüe, José de la Gándara, Carlos María de la Torre) Cuarteroni eleva sus peticiones directamente al gobierno español y a la Casa Real, pero lo único que obtiene es una pequeña asignación concedida por el rey Amadeo I.

En torno a 1880, enfermo, cansado y arruinado, Carlos Cuarteroni decide regresar a Europa. Visita Roma, donde se entrevista con el papa León XIII, y el 9 de marzo de 1880 pone el pie por primera vez en más de cuatro décadas en su Cádiz natal, donde fallecerá tan solo tres días más tarde, el 12 de marzo. Sus restos están enterrados en la cripta de la Catedral de Cádiz. El original de su Spiegazione y muchas de las cartas que dirigió al Vaticano se conservan hoy en día en el Museo Misionero de Propaganda Fide, en Roma, dedicado a la historia de las evangelizaciones.

Emilio Carlo Giuseppe Maria Salgari (1862-1911)

En 1883, solo tres años después de su muerte, el escritor italiano Emilio Salgari publica por entregas la novela El tigre de Malasia, que más tarde se publicaría como libro con el título Los tigres de Mompracem. En él aparece por primera vez el más popular de los personajes creados por Salgari: el pirata Sandokán, antiguo rey de Borneo enfrentado a los británicos, que le han arrebatado el trono y asesinado a su familia. Y todo apunta a que fue la figura de Carlos Cuarteroni la principal inspiración del escritor a la hora de crear a Sandokán. Es muy posible que Salgari, que nunca salió de Europa pero se documentaba extensamente para sus obras, hubiese tenido acceso a los escritos y las cartas de Cuarteroni y hallado en ellos las líneas principales para imaginar las aventuras de su personaje, incluyendo sucesos, lugares e incluso personas reales (como Brooke, al que convierte en el archienemigo de Sandokán). 

No se conoce retrato alguno de Cuarteroni, y solo detalles aislados de su aspecto físico (se dice que era alto, de porte distinguido, cabello ondulado y mirada profunda y penetrante), características similares a como Salgari describe a Sandokán, lo que no hace sino reforzar la idea que que fue el aventurero español, cuyas hazañas han sido injustamente ignoradas durante mucho tiempo, la principal fuente en la que se basó el escritor para dar vida al célebre pirata.

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