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lunes, 25 de abril de 2022

Los burakumin, los intocables de Japón

Burakumin (finales del siglo XIX)

La transición del siglo XVI al XVII trajo importantes cambios políticos y sociales a Japón. El shogunato Ashikawa, que duraba desde el siglo XIV, llegó a su fin, y fue sustituido por un nuevo shogunato, el del clan Tokugawa. Los Tokugawa introdujeron profundas reformas sociales, entre ellas, la división de la población japonesa en castas, en función de su oficio. En la cúspide del sistema estaba el emperador, considerado una divinidad viviente, seguido de la aristocracia y los miembros de la corte imperial o kuge, el propio shogun y los daimyo (los poderosos señores feudales que poseían ejércitos con los que controlaban sus dominios). A continuación estaban las órdenes religiosas y los samurais, la poderosa casta guerrera. Y por último estaba el pueblo llano: campesinos, artesanos y comerciantes.

Pero todavía quedaba un grupo de personas excluidas de esta clasificación: aquellos que tenían ocupaciones consideradas kegare (impuras) por la tradición sintoísta, en especial aquellas relacionadas con la muerte: sepultureros, matarifes, verdugos, carniceros, curtidores... Estas personas y sus familias quedaron literalmente al margen de la sociedad, privados de muchos de sus derechos y obligados a vivir en guetos o aldeas propias, apartados del resto del pueblo. Profundos prejuicios arraigaron entre el resto de la sociedad japonesa hacia ellos; se decía que eran salvajes, violentos, que apenas podían ser considerados humanos. Se les denominó eta (inmundos) y su marginación llegó hasta el punto de que un samurai podía matar a un eta sin necesidad de juicio si lo encontraba culpable de un delito grave.

Esta profunda discriminación se prolongó durante siglos e incluso sigue presente en nuestros días. La situación no cambió cuando en el año 1871 el sistema de castas fue oficialmente abolido. Es más incluso perdieron algunos de los pocos privilegios que tenían, como el de disponer de los cadáveres de caballos y reses muertas. Todavía en el siglo XIX un juez llegó a escribir que "un eta vale una séptima parte de una persona común" y en 1880 el entonces ministro de Justicia japonés los describió como "la gente más baja, parecida a los animales". Por esta época, empezó a caer en desuso el término eta y pasaron a ser llamados burakumin ("gente de la aldea").

Con la llegada del siglo XX se produjo un incremento de las movilizaciones y el activismo de los burakumin para poner fin a la atroz discriminación de la que eran objeto. Agrupaciones en defensa de sus derechos como la Sociedad para la Igualdad de Japón (1922), la Liga de Liberación Buraku (1955) o la Alianza Nacional de Liberación Buraku (1979), vinculada al Partido Comunista de Japón, lucharon sin descanso para terminar con los prejuicios hacia los burakumin. Ello no evitó que la discriminación que padecían continuara; hasta fechas muy cercanas, los burakumin seguían manteniendo tasas de analfabetismo y desempleo muy superiores a la media japonesa. En los años 60, el gobierno japonés promulgó la Ley de Medidas Especiales para Proyectos de Asimilación, que a lo largo de más de tres décadas invirtió miles de millones de yenes en dotar a las comunidades burakumin de servicios tales como centros de salud, bibliotecas o saneamientos.

En 1975 la sección de Osaka de la Liga de Liberación Buraku denunció la existencia del llamado Tokushu Buraku Chimei Sōkan (Una lista comprensible de nombres de áreas buraku), un libro manuscrito de unas 300 páginas cuyas copias eran vendidas por correo por una empresa de la ciudad a empresas e individuos de todo el país, y que contenía un listado de nombres y direcciones de asentamientos burakumin, que podían ser utilizados para averiguar si una persona (un aspirante a un empleo o un candidato para un matrimonio) procedía de una zona burakumin. Varias de las principales compañías del país (Toyota, Honda, Nissan) fueron acusadas de haber comprado copias de este libro. Aunque se prohibió la producción de la copia y la venta del libro, se cree que numerosas copias siguen circulando y, aunque se establecieron sanciones para las empresas que lo emplearan, la baja cuantía de las mismas y el poco interés de las autoridades (la primera sanción de este tipo no se impuso hasta 1997) hace que haya fundadas sospechas de que se sigue utilizando, al menos en determinados niveles.

Uno de los factores que ha jugado en contra de la voluntad de normalización de los burakumin ha sido la elevada presencia de personas de tal origen en las filas del crimen organizado. No hay estadísticas oficiales, pero hay quien dice que al menos un tercio de los miembros de la yakuza pueden tener raíces burakumin, y que en algunas familias este porcentaje puede llegar al 70%. Ellos lo explican diciendo que, irónicamente, el crimen organizado es una de las pocas auténticas meritocracias de Japón, donde si eres trabajador y leal a tus jefes puedes progresar sin que a nadie le importe tus orígenes.

Bandera de la Liga de Liberación Buraku

Es difícil saber cuantos burakumin hay hoy en día en Japón. Un estudio de 1994 estimaba que habría en torno a un millón en todo el país. La Liga de Liberación Buraku eleva la cifra a tres millones. A pesar de que poco a poco el rechazo entre las nuevas generaciones ha ido disminuyendo, todavía permanece, arraigado sobre todo entre los sectores más conservadores y tradicionalistas de la sociedad japonesa, pese a que los burakumin son indistinguibles, física y culturalmente, del resto de la sociedad japonesa. En una encuesta llevada a cabo por el gobierno de Tokio en 2014, la mitad de los entrevistados no mostraron reservas a que sus hijos pudieran casarse con alguien con antepasados burakumin, pero un diez por ciento todavía se oponía. Por ello muchas personas de este origen, en especial aquellos con estudios superiores, prefieren ocultar su ascendencia para evitar ser marginados. Entre los que mantienen estos prejuicios, es habitual que estos se extiendan no solo a los burakumin, sino también a aquellos que, sin tener antepasados eta, si desarrollan alguno de los empleos que tradicionalmente se han atribuido a ellos, como pueden ser los empleados de los mataderos.

Aunque es algo prohibido desde hace décadas, hay quien denuncia que se sigue utilizando el Registro Familiar japonés o Koseki para investigar los orígenes de determinadas personas por parte de potenciales empleadores o casamenteros que buscan arreglar un matrimonio concertado y ver, entre otros aspectos, si tiene antepasados burakumin o extranjeros (chinos o coreanos). Aunque los datos del Koseki en teoría son privados y no accesibles para el público en general, abogados y detectives pueden acceder a ellos bajo determinadas circunstancias.

Personas célebres de origen burakumin han sido, entre otros, los políticos Jiichirō Matsumoto (1887-1966), considerado el padre del movimiento de liberación burakumin; Tōru Hashimoto (1969), antiguo gobernador de la prefectura de Osaka y alcalde de Osaka City y Hiromu Nonaka (1925-2018), aspirante en su día a primer ministro; el actor Rentarō Mikuni (1923-2013); o el empresario Tadashi Yanai, fundador y presidente de Uniqlo.

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