Verba volant, scripta manent

domingo, 3 de septiembre de 2023

Los Manuscritos de Dunhuang

Sutra del diamante (868)

La ciudad de Dunhuang, en el noroeste de China, fue por siglos una urbe populosa y vibrante. Surgida junto a un oasis en las puertas del desierto de Kumtag, fue durante mucho tiempo un puesto comercial de primer orden gracias a que en ella confluían las tres ramas de la Ruta de la Seda: norte, centro y sur. El continuo paso de mercaderes y caravanas no solo la convirtió en una ciudad rica y próspera, sino que la llegada de personas de muy diversos orígenes la convirtió en un extraordinario foco de intercambio cultural, donde personas de diferentes idiomas, religiones y costumbres interactuaban a diario intercambiando información e influyendo unas sobre otras.

Cuevas de Mogao

Fue en torno al siglo IV cuando empezaron a llegar a Dunhuang los primeros monjes budistas, que se instalaron allí para dar a conocer las enseñanzas de su maestro, aprendiendo para ello los muy variados idiomas que se hablaban en la ciudad para traducir sus textos sagrados. Según cuenta la leyenda, uno de aquellos monjes llamado Lo-tsun decidió excavar una cueva en un acantilado junto a un río, a las afueras de la ciudad, con el objetivo de poder meditar en silencio y soledad. Otros monjes lo imitaron y empezaron a excavar más cuevas, hasta construir un complejo conocido como las Cuevas de Mogao o Cuevas de los Mil Budas, un conjunto de centenares de cuevas dedicadas al culto y llenas de objetos sagrados, estatuas de Buda, pinturas murales, escritos... La fama de las cuevas atraía a miles de peregrinos desde los más remotos puntos de Asia.

Con el paso del tiempo, la importancia de Dunhuang comenzó a languidecer. Los cambios en las rutas comerciales y las invasiones externas, como la de los tangut en 1036 o la de los mongoles en 1227 acabaron por arruinar su antiguo esplendor y dejaron a la ciudad como una sombra de lo que había sido. En la actualidad, Dunhuang no llega a los 200000 habitantes y tiene escasa relevancia política y económica.

Wang Yuanlu (1849?-1931)

Los monjes budistas también acabaron por marcharse de la despoblada y arruinada Dunhuang. Las Cuevas de Mogao quedaron abandonadas en torno al final del siglo XIV y permanecieron así durante siglos. Hasta que a finales del siglo XIX llegó a Dunhuang un curioso personaje. Se llamaba Wang Yuanlu y era un monje taoísta que utilizaba el nombre de Fazhen. Había tenido una vida errante, tras nacer en la más absoluta pobreza, y se había dedicado a múltiples oficios, incluido el de soldado, antes de hacerse monje. Al llegar a Dunhuang descubrió la existencia de las Cuevas y decidió por su cuenta dedicarse a proteger y restaurar el complejo, con el escaso dinero que pudo recaudar mediante donativos y pequeñas contribuciones por parte de las autoridades locales.

Y en esas andaba cuando, el 25 de junio de 1900, Wang hizo un gran descubrimiento. Al parecer, mientras dirigía a un grupo de trabajadores que llevaba a cabo algunas obras de limpieza en una de las cuevas, conocida actualmente como Cueva 16, se fijó en que el humo del tabaco que estaba fumando se filtraba entre las rocas de lo que parecía una pared sólida al fondo de la cueva. Intrigado, ordenó a sus obreros que retiraran la arena y las rocas frente a aquella pared y para su sorpresa hallaron una puerta disimulada que conducía a otra habitación. Esta habitación, conocida como Cueva 17 o Cueva de la Biblioteca, estaba literalmente atestada de textos. Miles y miles de escritos, en pergamino, papel o tablillas de madera, formando columnas de hasta tres metros de altura.

Selilah o rezo penitencial hebreo (s. VIII-IX)

No se sabe con exactitud el número total de textos que había allí acumulados, pero se habla de entre 40 y 50000 ejemplares completos y muchos miles más de fragmentos, amén de otros objetos como pinturas o esculturas. Aunque en su mayor parte son manuscritos, también hay libros impresos, extraordinariamente raros y valiosos. Su antigüedad va desde el siglo VI al XI, y están escritos en al menos 17 idiomas y 24 alfabetos diferentes. Una gran parte son chinos, escritos tanto en chino clásico (pinyin) como vernáculo (baihua), pero también hay obras en sánscrito, sogdiano, tangut, tibetano (algunos de estos textos son considerados los ejemplos de escritura tibetana más antiguos que se conocen), siríaco, uigur, jotanés, turco arcaico e incluso en árabe y hebreo. También hay libros en idiomas desconocidos que se supone que se trata de nam y zhangzhung, dos idiomas sino-tibetanos extintos de los que apenas se conservan textos.

En cuanto a su contenido, una parte muy significativa son textos budistas. Hay sutras (colecciones de aforismos), tratados, comentarios, narraciones, apuntes de estudiantes... También aparecen obras del budismo tántrico tibetano como el Mahayoga o el Atiyoga, y comentarios sobre ellas. Igualmente hay textos de otras religiones, como el taoísmo, el maniqueísmo, el judaísmo (se ha hallado una copia del Antiguo Testamento en hebreo) o el cristianismo nestoriano. Entre las obras no religiosas, hay mucha documentación sobre la administración y la vida del día a día de la comunidad monástica (recibos, contratos, facturas, libros de cuentas); hay libros de filosofía, matemáticas, astronomía (incluido un mapa astronómico fechado a principios del siglo VIII), medicina o geografía. Hay libros de adivinación como el Irk Bitig, hay diccionarios, hay libros con partituras musicales y pasos de baile, y hay un buen puñado de obras que podíamos calificar de "literatura popular" (cuentos, poesías). Hay incluso un manual para jugar al go, el llamado Manual de go de Dunhuang. Un auténtico tesoro de información que durante décadas ha nutrido investigaciones en campos de lo más variado, de la historia a la lingüística.

Irk Bitig

Todavía es objeto de debate el motivo por el que los monjes acumularon en aquella habitación todos aquellos libros y luego sellaron la entrada. Por algunas inscripciones se sabe que aquel cuarto era el aposento de un monje del siglo VIII. Probablemente tras su muerte la estancia quedó sin uso y fue más tarde aprovechada. Los manuscritos más modernos están datados en torno al año 1002, con lo que se cree que fueron guardados allí y sellados en torno a esa fecha. Algunos opinan que se trata simplemente de un almacén: los monjes depositaron allí todos esos escritos sencillamente porque no tenían otro lugar donde meterlos. Cuando la habitación se llenó, simplemente sellaron la entrada y buscaron otro lugar. También hay quien opina que se trata de una especia de "basura sagrada": libros obsoletos, anticuados e inútiles, que ya no tenían valor para los monjes pero que, dada su antigüedad y el carácter religioso de muchos de ellos, se resistían a destruir, así que como mal menor, los acumularon en la habitación y los dejaron allí. Una tercera teoría, menos verosímil, dice que los monjes guardaron los libros en aquella estancia para protegerlos porque temían una invasión por parte de los tangut o de los karajánidas.

Wang quedó muy sorprendido por lo que había hallado. No sabía el valor de todos aquellos libros, pero intuyó que se trataba de un descubrimiento importante que debía ser protegido. Se puso en contacto con las autoridades locales pidiéndoles ayuda, e incluso regaló a algunos de ellos algunos de los libros de la habitación, pero nadie pareció darle demasiada importancia. Por aquel entonces el país estaba inmerso en plena rebelión de los boxers y a nadie parecía preocuparle el destino de un montón de papeles viejos. No fue hasta 1904 en el que el gobierno de la provincia de Gansu, a la que pertenece Dunhuang, ordenó que la habitación fuera nuevamente cerrada y encargó a Wang la custodia de los escritos, pero sin tomar ninguna otra medida. 

Marc Aurel Stein (1862-1943)

Para entonces la noticia del hallazgo ya se había extendido por la región. En 1907 llegó a Dunhuang el arqueólogo y etnógrafo británico de origen húngaro Marc Aurel Stein, quien, al escuchar las noticias sobre los manuscritos, acude de inmediato a entrevistarse con Wang, el cual, pese a mostrarse reacio en un principio, acaba accediendo a venderle a Stein parte del contenido de la habitación. En total, a cambio de la modesta suma de 130 libras esterlinas, Stein se hace con 7000 documentos completos y fragmentos de otros 6000. El británico, sin embargo, no es un experto en la cultura china; habla sánscrito y persa, pero no chino, así que desconoce el verdadero contenido de muchos de los libros que se lleva. De algunos, como el llamado Sutra del loto, se lleva inadvertidamente varias copias. Eso si, también se hace con algunos ejemplares de inmenso valor, como un ejemplar del Sutra del diamante fechado el 11 de mayo de 868 y considerado el libro impreso más antiguo que se conoce. Stein reparte estos documentos entre Inglaterra y la India (cuyo gobierno colonial ha financiado parte de su expedición).

Paul Pelliot (1878-1945)

Un año después aparece en Dunhuang el francés Paul Pelliot. Pelliot, a diferencia de Stein, si que era un sinólogo experto, y hablaba y leía chino con fluidez. Él también convence a Wang para comprar parte de los manuscritos, pero además también obtiene permiso para examinar previamente el contenido de la habitación. Durante tres semanas, Pelliot revisa frenéticamente las pilas de documentos, trabajando día y noche y llegando a examinar un millar de libros al día. Finalmente, a cambio de noventa libras, se marcha de Dunhuang con 10000 documentos de la habitación, incluidas muchas obras únicas y de extraordinario valor que Stein no ha sabido reconocer. También se lleva obras de arte y otros objetos, y más documentos que encuentra en las Cuevas 464 y 465 del complejo, datados en la dinastía Yuan (siglos XIII y XIV), varios siglos más modernos. 

Uno de los documentos hallados en la Cueva de la Biblioteca es una carta de presentación para un monje chino en su peregrinación a la India, solicitando a los templos que encuentre en su viaje que le proporcionen alojamiento y guía (c.968)

Pelliot envía sus adquisiciones a París. Se queda, eso sí, con algunos de los ejemplares más valiosos, que más tarde enseñará a algunos expertos chinos durante su estancia en Pekín. Los eruditos chinos, desconocedores del hallazgo, quedan asombrados por las extraordinarias obras que les muestra Pelliot, y escandalizados porque aquel tesoro tan valioso esté siendo expoliado sin que nadie haga nada. Uno de aquellos expertos, Luo Zhenyu, acude a las autoridades para pedir que se tomen medidas de inmediato para proteger los manuscritos. No es hasta 1910 que por fin se deciden a hacer algo. Los manuscritos chinos que todavía quedaban, unos diez mil ejemplares, son trasladados a Pekín, donde hoy en día se conservan en la Biblioteca Nacional de China. Varios miles de ejemplares más, escritos en tibetano, son ignorados por las autoridades y dejados atrás; acabarían en diversos museos e instituciones de la región. El expolio había continuado hasta poco antes de la retirada de los manuscritos; trescientos documentos habían sido vendidos ese mismo año por Wang a una expedición japonesa liderada por el conde Kozui Otani, quien posteriormente los repartiría por diversas instituciones de Japón, China y Corea. Y en 1915, el orientalista ruso Sergey Oldenburg se haría con varios centenares más de documentos que habían quedado en manos de habitantes de la zona. En los años siguientes diversos coleccionistas privados adquirirían obras olvidadas o directamente robadas de la Cueva 17, e incluso en la década de 1940, años después de la muerte de Wang, se halló otro paquete de documentos que aparentemente el propio monje había escondido.

En la actualidad, los manuscritos de Dunhuang se hallan desperdigados por museos, universidades, bibliotecas y centros de investigación de numerosos países por todo el mundo. En 1994 se lanzó el llamado Proyecto Internacional Dunhuang, encabezado por la British Library y la Bibliothèque nationale de France, dos de las entidades que atesoran mayor cantidad de documentos de Dunhuang. El ambicioso proyecto, con el que colabora la práctica totalidad de las instituciones que poseen alguno de estos manuscritos, busca restaurar y digitalizar todos los documentos de la Cueva 17 y ponerlos de manera gratuita a disposición de los investigadores a través de Internet. De este modo se cumpliría uno de los anhelos que múltiples investigadores han expresado a lo largo de décadas: poder estudiar el hallazgo en todo su conjunto, permitiendo por ejemplo reunir fragmentos de una misma obra repartidos en distintos lugares, o consultar distintas versiones de la misma obra.

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