Verba volant, scripta manent

sábado, 27 de octubre de 2012

La batalla del Vado de Jacob

                                                Escudo de armas del Reino de Jerusalén

Después de la Primera Cruzada (1099) se creó en Tierra Santa el reino de Jerusalén, en constante conflicto con sus vecinos musulmanes. En él se estableció una dinastía cuyo primer rey fué el francés Godofredo de Bouillón. Él y sus sucesores extendieron los dominios del reino conquistando Acre, Sidón, Beirut y Trípoli.
Allá por el año de 1174 subió al trono de Jerusalén con sólo trece años Balduino IV, también llamado el rey leproso, pues padecía dicha enfermedad desde su infancia. Pese a su enfermedad y su juventud, demostró ser un hábil gobernante. Frente a él tenía como oponente a uno de los más grandes gobernantes de la historia: Salah ad-Din Yusuf, el mítico Saladino, sultán de Siria y Egipto. Saladino atacó Jerusalén en 1177, pero Balduino logró batirle en la batalla de Montgisard, pese a hallarse en una gran desventaja numérica. A consecuencia de ello, entre ambos reinos se estableció una especie de "pacto de no agresión" que muchos en ambos bandos, por ambición o fanatismo, estaban ansiosos por dar por terminado.
En 1178, el Gran Maestre de los templarios, Eudes de Saint-Amand, concibe la idea de construir un castillo sobre una colina en las inmediaciones del llamado Vado de Jacob. Dicho vado era el principal lugar para cruzar el río Jordán, por él pasaba la carretera que unía Damasco y Jerusalén y por el cruzaban la inmensa mayoría de peregrinos sirios que iban a Jerusalén. Construir una fortaleza desde la que se podía dominar el vado, y a apenas unos días de camino de Damasco, era una provocación en toda regla para Saladino. Y así lo entendió Balduino, quien en un principio rechazó la idea de Eudes. Pero los templarios ya no eran la humildísima orden militar que sólo unas décadas antes habían formado nueve caballeros franceses para defender a los peregrinos que iban a Tierra Santa. Ahora era una poderosa orden, con centenares de soldados a sus órdenes y gran poder, influencia y riquezas. Al final, Balduino dió su brazo a torcer y se inició inmediatamente la construcción.
Saladino quedó muy sorprendido cuando fué informado de los planes cristianos. Pero, prudentemente, trató primero de llegar a un acuerdo pacífico, y ofreció una gran suma de dinero a los templarios (primero ofreció 60000 dinares, y luego aumentó la oferta hasta los 100000) si cesaban las obras del castillo y se retiraban. Pero sólo obtuvo una rotunda negativa.
La construcción avanzaba rápidamente; fueron llamados a participar en ella los principales maestros de obra de Jerusalén. Pero, terminada la imponente muralla exterior (de diez metros de altura y cinco de ancho) las obras se ralentizaron. El lugar elegido para el castillo tenía una indudable ventaja: poseía un pozo, lo que garantizaba el suministro de agua. Con suficientes víveres, la guarnición del fuerte podía resistir un largo asedio mientras esperaba refuerzos. Ello movió a Saladino a decidirse a atacar antes de que su construcción hubiese terminado, concentrando su ejército en las inmediaciones del vado.
En agosto de 1179 tiene lugar un serio revés para los cristianos. Parte del ejército de Saladino se tropieza con una importante comitiva que se dirige al castillo y en la que se hallan el mismísimo rey Balduino y Eudes de Saint-Amant. El combate que inmediatamente se produce termina muy mal para los jerosolimitanos, que pierden entre muertos y prisioneros a 200 hombres. Eudes es capturado (moriría en cautiverio en octubre, tras rechazar negociar su rescate) y Balduino, herido, escapa a duras penas.
Enterada la guarnición del fuerte, se apresura a preparar la defensa. Perdido el elemento sorpresa, Saladino decide lanzar un ataque frontal masivo, que fracasa. Opta entonces por sitiar la fortaleza, dividiendo sus tropas en cuatro campamentos, cada uno en un flanco del fuerte. Y aconsejado por sus asesores, concibe un nuevo plan: ordena a sus zapadores cavar un túnel que lleve justo bajo la cara norte de la muralla, con la intención de quemar luego la estructura de madera que soportaba el túnel, para que éste colapsara y al hundirse derrumbara la muralla. El túnel se terminó en el plazo record de cuatro días, pero el plan no resultó: la muralla no se derrumbó y los expertos de Saladino concluyeron que el túnel no tenía la longuitud requerida, no llegaba hasta la parte inferior de la muralla, y era necesario ampliarlo. Se inició así un penoso proceso para apagar los rescoldos del incendio, limpiar y ventilar el túnel y volver a cavar para extenderlo, volverlo a llenar de materiales incendiarios y volver a prenderle fuego. Todo a gran velocidad, porque Balduino estaba reuniendo un ejército en Tiberiades, a apenas dos jornadas de marcha, para acudir en socorro de los sitiados.
A la segunda salió bien: la muralla se derrumbó y por la brecha el ejército de Saladino entró en el castillo. Era el 30 de agosto de 1179. Los defensores se defendieron con desesperación, tratando de resistir hasta la llegada de los refuerzos, pero la superioridad numérica de los sarracenos era enorme. De los 1500 defensores, entre soldados, caballeros y obreros, 800 murieron en la batalla y otros 700 fueron tomados como prisioneros y ejecutados poco después. El combate fué feroz: se han hallado cadáveres con miembros amputados y otros con el cráneo destrozado a espadazos.
Balduino llegó al frente del ejército apenas seis horas después; pero, al ver la espesa nube de humo procedente del castillo, se dió cuenta de que había llegado demasiado tarde y no podía hacer nada por los suyos, por lo que se volvió sin presentar batalla.
Para que a nadie se le ocurriese volver a reconstruir la fortaleza, Saladino ordenó demoler los muros y arrojar muchos de los cadáveres al interior del pozo, contaminando así el acuífero. Lamentablemente para sus hombres, el elevado número de cadáveres, unido al calor reinante, provocó una epidemia que mató a muchos soldados, incluídos a diez de sus comandantes.
Esta batalla fué el preludio de la caída de Jerusalén. Balduino IV murió en 1185, con sólo 23 años, respetado y admirado tanto por los cristianos como por los musulmanes. Le sucedió su sobrino Balduino V, quien era sólo un niño, y murió al año siguiente. Luego la corona pasó a la hermana de Balduino IV y madre de Balduino V, Sibila, quien a su vez abdicó en favor de su marido, Guido de Lusignac. Guido fué un pésimo rey, autoritario, ambicioso e imprudente. Buscó atacar a Saladino, pero su impericia le valió una severa derrota en 1187 en la batalla de los Cuernos de Hattin, donde el propio Guido cayó prisionero. Saladino no tardó en conquistar todo el reino, incluída Jerusalén, lo que provocó el inicio de la Tercera Cruzada (en la que participó el mítico Ricardo Corazón de León).

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