Verba volant, scripta manent

martes, 2 de febrero de 2016

Manaos y la fiebre del caucho

Manaos, a principios del siglo XX
La ciudad brasileña de Manaos, actual capital del estado de Amazonas, nació en torno al Forte de São José da Barra do Rio Negro o Fortim de São José, una fortaleza construida por los portugueses en 1669 en la orilla izquierda del río Negro, algo más arriba de la confluencia con el rio Solimões. Aquel fortín con sus toscas murallas de piedra y barro buscaba proteger la frontera norte de las posesiones portuguesas y a su alrededor fue creciendo una pequeña comunidad, formada por blancos e indígenas, que nunca fue demasiado numerosa, dado que la zona carecía de recursos que atrajeran el interés de nuevos pobladores. No fue hasta 1832 que la localidad recibió el título de "villa".

Extracción del látex de una Hevea brasiliensis
Pero el destino de Manaos iba a cambiar poco después. En la segunda mitad del siglo XIX, las pujantes industrias norteamericanas y europeas descubrieron las múltiples aplicaciones del caucho, un polímero elástico obtenido de las secreciones de determinados géneros de plantas tropicales. Las principales fuentes de caucho eran las plantas del género Hevea, especialmente el árbol del caucho o seringueira (Hevea brasiliensis), originario de la cuenca del Amazonas. La demanda de caucho se disparó; los precios empezaron a subir como la espuma y enseguida la obtención del llamado oro blanco del Amazonas se convirtió en un negocio fabuloso. Ciudades como Iquitos (Perú) o Belem (Brasil) vivieron tiempos de crecimiento sin precedentes. pero sin duda alguna fue Manaos la que más se benefició de aquel comercio. Situado en medio de una zona densamente poblada de Heveas, aquel villorrio muy pronto empezó a recibir oleadas de inmigrantes en busca del cotizado producto. Y más cuando en 1887 John Boyd Dunlop inventó el neumático, disparando aún más la demanda.
Gracias a las oleadas de dinero generadas por el comercio del caucho, Manaos crecía sin freno, y no tardó en surgir una élite de potentados que controlaban las principales zonas de producción y amasaron con gran rapidez increíbles fortunas. Unas fortunas creadas a base de sangre y muerte: las explotaciones caucheras funcionaban con el trabajo de miles de indios, en condiciones de esclavitud y sometidos a los más atroces abusos por parte de capataces sin escrúpulos que seguían las órdenes de sus jefes de producir caucho a la mayor velocidad posible, sin atender a ninguna otra consideración. Miles de indios murieron, por hambre, enfermedad o agotamiento, pero también asesinados a manos de sus despiadados guardianes, y muchos otros sufrieron palizas, torturas o violaciones, en unas explotaciones que se parecían más a campos de concentración donde no había más ley que la que imponían sus señores. Según cálculos del antropólogo canadiense Edmund Wade Davis, por cada tonelada de caucho que se producía morían diez indígenas y muchos otros eran azotados, torturados o prostituidos.


Ese torrente de dinero no podía menos que reflejarse en la ciudad y en sus habitantes, especialmente en los más ricos. En sólo unos años, Manaos se convirtió en la ciudad más próspera de Brasil y una de las más ricas del mundo. Su renta per cápita llegó a duplicar la de la región cafetera, que hasta entonces había sido la mayor del país. El París de los trópicos, como era llamada, comenzó a crecer: amplias avenidas, lujosas mansiones, imponentes edificios públicos (su Palacio de Justicia costó dos millones de dólares de la época). Fue la primera ciudad de Brasil en disponer de alumbrado eléctrico, alcantarillado y agua corriente. Por sus calles circulaban tranvías eléctricos mientras en ciudades como Nueva York todavía eran tirados por caballos. Acaso el mejor resumen de aquella época de lujo y despilfarro fuese la construcción del monumental Teatro Amazonas: un teatro de la ópera que no llegaba al millar de localidades, cuyos costosos materiales fueron traídos expresamente desde Europa. Así, los materiales del techo vinieron de Alsacia (incluidos 36000 azulejos de cerámica con los colores de la bandera brasileña, que recubren la cúpula exterior), las paredes de acero de Escocia, las escaleras, columnas y estatuas son de mármol de Carrara, hay 198 lámparas de araña (de ellas, 32 de cristal de Murano) y el mobiliario fue traído desde París, de la prestigiosa casa Koch Frères. El telón, pintado también en Paris, es obra del pintor brasileño Crispim do Amaral, mientras que los techos fueron decorados por el italiano Domenico de Angelis. El Teatro fue inaugurado el último día de 1896 y en él actuaron figuras de primerísimo nivel de la escena operística mundial, entre ellas el mismísimo Enrico Caruso.

Teatro Amazonas
El estilo de vida de aquellos opulentos comerciantes no iba a la zaga. Había familias de Manaos que enviaban su ropa sucia a Portugal para que la lavaran, hombres que encendían puros con billetes de cien dólares y daban de beber champán a sus caballos, las principales casas de modas parisinas hacían envíos regulares a sus numerosas clientas, y lo mismo las mejores joyerías europeas (en aquellos años Manaos llegó a ser una de las ciudades con mayor comercio de diamantes), las grandes mansiones estaban amuebladas con mobiliario traído de Francia o Inglaterra... Una prosperidad reflejada también en aspectos más siniestros: en la ciudad funcionaban elegantes burdeles donde los "caballeros" podían encontrar chicas de cualquier edad y procedencia que eran "renovadas" con regularidad.
La fortuna se prolongó durante años, desde la década de los setenta del siglo XIX hasta comienzos del siglo XX, en que se cruzó en el camino de los brasileños la tradicional habilidad de los británicos para sacar tajada de todo lo que pueda dar dinero. En 1876 el botánico inglés Henry Wickham logró sacar de Brasil miles de semillas de la seringueira (algo que las autoridades brasileñas habían prohibido expresamente) y llevarlas de contrabando a Inglaterra. Desde allí fueron enviadas a las colonias británicas de Malasia, Birmania, Ceilán y África, donde muy pronto empezaron a crecer grandes plantaciones de Hevea (en Brasil los intentos de cultivar artificialmente el árbol habían fracasado por las infecciones fúngicas). Cuando a partir de 1915 el caucho británico empezó a llegar a los mercados, lo hizo a un precio sensiblemente menor que el de Brasil: las plantaciones británicas, gestionadas más eficientemente, no tenían tantas complicaciones como las explotaciones en la selva brasileña, su producto era más fácilmente exportable (en Brasil el caucho tenía que viajar cientos de kilómetros por la selva hasta el puerto más cercano) y los impuestos también eran más bajos. La industria cauchera brasileña no pudo soportar la competencia y se hundió.

Plantación de Heveas en la India
Muchos de aquellos ricachones se arruinaron, y otros abandonaron Manaos, como también hicieron muchos trabajadores que habían llegado atraídos por el dinero del caucho. La ciudad perdió el esplendor que un día había tenido y languideció con numerosas casas abandonadas y altas tasas de desempleo hasta 1967, en que se creó la Zona Franca de Manaos, lo que contribuyó a atraer a la región a industrias e inversores. La explotación del caucho viviría un pequeño repunte durante los años de la Segunda Guerra Mundial, cuando las plantaciones del sudeste asiático cayeron en manos japonesas y los aliados tuvieron que recurrir al caucho brasileño para mantener su producción.

2 comentarios:

  1. Esa fotografía de 1900 es fantástica. Siempre me ha parecido asombroso cómo en una entorno tan adverso, y con aquellas comunicaciones, se desarrollara la ciudad que vemos en esa magnífica foto.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sin duda, debía de ser algo espectacular ver surgir entre la selva amazónica aquella espléndida ciudad, moderna y bulliciosa. Casi como en un cuento de hadas.
      Un saludo.

      Eliminar