Verba volant, scripta manent

miércoles, 28 de septiembre de 2016

De cuando Lord Nelson se dejó un brazo en Tenerife

El ataque británico a Tenerife (obra de Francisco Aguilar)

Corría el año de 1797 y España, como casi siempre, se hallaba en guerra contra Inglaterra. El 14 de febrero de ese año, una escuadra inglesa comandada por el almirante John Jervis había derrotado frente al cabo San Vicente (en el Algarve portugués) a un convoy español procedente de Cartagena de Indias. Cuatro navíos españoles habían sido capturados; pero el grueso de la flota había logrado ponerse a salvo en el puerto de Cádiz. Los ingleses, no queriendo renunciar a sus presas y a los tesoros que transportaban, bombardearon la ciudad y bloquearon su puerto en junio. Pero la defensa española hizo fracasar la operación y los ingleses, tras perder tres navíos, tuvieron que levantar el asedio a principios de julio.
Viendo así frustrado su principal objetivo, una flota británica, al mando del contralmirante Horatio Nelson, se dirigió hacia las islas Canarias con el fin de tomar la isla de Tenerife (y luego el resto del archipiélago), para de este modo comprometer el tráfico naval entre la península y las colonias americanas, y a su vez servir como base para la Royal Navy. Un plan que habían preparado con antelación, ya que se menciona en una carta de Nelson a Jervis del 12 de abril de 1797.

El almirante Horatio Nelson (1758-1805)

La flota británica estaba compuesta por tres navíos de línea: los HMS Theseus (como buque insignia), Culloden y Zealous; las fragatas HMS Seahorse, Emerald y Terpsichore; el cúter HMS Fox; y la bombarda Rayo, capturada a los españoles. Una vez iniciado el ataque se uniría a la flota un cuarto navío, el HMS Leander. En total, los británicos contaban con unos 4000 hombres, entre soldados y marineros, y casi 400 cañones. Mientras, en Santa Cruz de Tenerife había apenas 1700 defensores, de los que más de la mitad (900) eran milicianos locales de los regimientos de La Laguna, La Orotava, Garachico, Güímar y Abona, civiles sin apenas adiestramiento militar. Además, había unos 400 artilleros (de los que apenas 60 eran veteranos) para atender las 91 bocas de fuego de las 16 baterías que protegían la ciudad; 247 soldados del Batallón de Infantería de Canarias; 60 de las Banderas de Cuba y La Habana; y 110 franceses, tripulantes de la fragata La Mutine, capturada por los ingleses dos meses antes mientras estaba fondeada en la bahía de Santa Cruz. Al frente de los defensores, un veterano y curtido oficial, el general burgalés Antonio Gutiérrez de Otero y Santayana. El general Gutiérrez sospechaba que un ataque británico era inminente; estaba seguro de que aprovecharían que la flota española estaba bloqueada en Cádiz y, además, buques ingleses llevaban meses estudiando la costa de la isla con un descaro absoluto.

Antonio Gutiérrez de Otero y Santayana (1729-1799)
Por eso, cuando el 19 de julio un vigía situado en la Punta de Anaga avistó la flota británica, Gutiérrez ya había tomado medidas para recibirla. El primer intento de los británicos tuvo lugar la madrugada del 22 de julio, cuando una treintena de lanchas, con cerca de un millar de hombres al mando del capitán sir Thomas Troubridge, comandante del Culloden, trataron de desembarcar al noroeste de Santa Cruz, amparados en la oscuridad. Pero el desembarco fracasó debido al desconocimiento de los ingleses de las mareas y las corrientes de la isla; al amanecer fueron descubiertos y el fuego de artillería del castillo de Paso Alto los obligó a retroceder.
Nelson, contrariado por este primer revés, ordenó un nuevo desembarco. Sobre las diez de la mañana del día 22, luchando contra las corrientes y eludiendo la artillería española, un millar de soldados británicos desembarcaban en la playa del Bufadero. El plan de Nelson consistía en que sus tropas tomasen Paso Alto y desde allí bombardearan la ciudad, a la vez que la infantería atacaba por tierra hasta rendir Santa Cruz. Pero nada más desembarcar, los británicos quedaron encajonados en Valleseco, sin poder avanzar por lo escabroso del terreno, por la artillería de Paso Alto y por la presencia de 200 soldados españoles apostados en las salidas de Valleseco. Tras un día entero sin avanzar, bajo un sol abrasador y sin posibilidad de salir de aquella ratonera, Troubridge ordenó la retirada en la tarde del día 23.
Nelson no había previsto tantas dificultades. Había subestimado la combatividad de los españoles y el talento de su comandante. Impaciente e insatisfecho, cambió su estrategia y decidió dar un golpe de mano, un ataque directo y a gran escala. La noche del 24 de julio 1300 británicos, con el propio Nelson a la cabeza, se embarcaban en 30 lanchas, el Fox y una goleta capturada días antes, y se dirigían directamente hacia el puerto de Santa Cruz. Su objetivo era desembarcar a ambos lados del castillo de San Cristóbal, cuartel general de Gutiérrez, para tomarlo. Amparados por la oscuridad, con lonas cubriendo las lanchas para no ser vistas y en completo silencio, trataban de llegar a tierra inadvertidamente. Sin embargo, Gutiérrez, que había anticipado este movimiento, ya se había preparado, acumulando tropas en la ciudad y distribuyéndolas en lugares estratégicos.
A eso de la una y media de la mañana del día 25, los hombres de la batería del puerto descubrieron a la flotilla británica que se aproximaba y dieron la alarma. De inmediato, las baterías del muelle y las de San Cristóbal, Santo Domingo, San Pedro, Paso Alto, San Telmo y La Concepción abrieron fuego, alcanzando y dispersando a las embarcaciones británicas. El Fox fue alcanzado y hundido, y se fue al fondo del mar llevándose consigo armas, municiones, pertrechos y un centenar de hombres. Unos 700 hombres lograron desembarcar en la ciudad. Una parte desembarcó en la playa de las Carnicerías, desde donde se internaron en la ciudad, pero su avance se vio detenido en la plaza de Santo Domingo por la feroz resistencia local. Otra parte, entre los que estaba Nelson, desembarcó en la playa de la Alameda, cercana a San Cristóbal. Pero el almirante, antes de poner pie en tierra, ya había recibido el impacto de un cañonazo en su brazo derecho, destrozándoselo. Nelson salvó la vida gracias a su hijastro, el teniente Josiah Nisbet, que le hizo un torniquete con su cinturón evitando que se desangrara. Evacuado de urgencia al Theseus, el cirujano se vio obligado a amputarle el brazo por debajo del codo. Tradicionalmente, se ha atribuido el "mérito" del disparo al llamado Cañón Tigre, que disparaba a través de una tronera abierta expresamente en el muro del castillo de San Cristóbal el día anterior al ataque por iniciativa del teniente de artillería Francisco Grandi Giraud, y cuya metralla hacía estragos entre los británicos.

"Nelson herido en Tenerife", cuadro de Richard Westall (1806)
A pesar del duro castigo que estaban recibiendo, los británicos lograron tomar la batería del puerto, clavando los cañones para inutilizarlos, e incluso intentaron un asalto al castillo de San Cristóbal por su parte trasera, que fue rechazado sin problemas, dispersándose a continuación. Durante la madrugada se sucedieron las escaramuzas y los enfrentamientos por las calles de la ciudad entre los británicos y los españoles (tanto soldados como civiles), que desde las esquinas, las ventanas y los tejados acribillaban a los invasores.
El capitán Troubridge, que había desembarcado con algunos hombres en la playa de la Caleta, logró abrirse paso hasta la plaza de la Pila, donde se hizo fuerte. Pero, al ver que la situación no pintaba bien, Troubridge y los suyos abandonaron la Pila y se dirigieron hacia Santo Domingo, donde se reunieron con los que allí resistían. Sin embargo, ante el acoso de los españoles, se vieron obligados a atrincherarse en el convento que había en la plaza.
Troubridge y los suyos estaban en una ratonera. Rodeados por todas partes, acosados por los francotiradores españoles, el silencio de la ciudad les reveló que ellos eran los únicos combatientes británicos que todavía quedaban en la ciudad. Aún así, el capitán trató de buscar una salida y amenazó con "quemar el convento y la ciudad" si no le dejaban retirarse, quizá buscando ganar tiempo para que llegaran refuerzos. Pero el general Gutiérrez ya había movido ficha. Había enviado un destacamento al puerto para evitar la llegada de más tropas británicas y reforzado el cerco en torno al convento. Nelson, aún convaleciente, intentó hacer llegar refuerzos a los sitiados, mandando quince botes con soldados, pero la artillería española hundió tres de ellos, matando a treinta hombres y obligándoles a dar media vuelta.


Al verse atrapados y sin posibilidad de recibir ayuda, los británicos refugiados en el convento se vieron obligados a negociar. Gutiérrez, no deseando provocar un mayor derramamiento de sangre, fue generoso y accedió a que se negociase una capitulación honrosa, que permitió a los británicos retirarse con sus armas, y no una rendición. La capitulación fue firmada en el castillo de San Cristóbal la mañana del 25 de julio, por el general Gutiérrez por el bando español y el capitán Samuel Hood, comandante del Zealous, por los británicos. El almirante Nelson se comprometió a que ninguna escuadra británica volviese a atacar Tenerife, y a llevar a Cádiz una carta de Gutiérrez al gobierno español anunciando la victoria.
Los algo más de 300 soldados británicos que se habían refugiado en el convento fueron reembarcados en el puerto, en botes británicos y canarios, de vuelta a sus navíos. En total, los ingleses habían tenido 231 muertos (44 en combate y 177 ahogados), entre ellos el capitán de la Terpsichore, Richard Bowen; 123 heridos y cinco desaparecidos, amén de 300 prisioneros. Los españoles sólo tuvieron 32 muertos y 40 heridos. Nelson y Gutiérrez mantuvieron un cortés intercambio de cartas (las primeras que Nelson escribía con su mano izquierda), en las que el británico agradecía la consideración del general español y el buen trato dado a los soldados británicos heridos. Posteriormente, Nelson trataría de maquillar su derrota afirmando haberse enfrentado a 8000 defensores (justo el doble de sus efectivos) y diría que Tenerife había sido "el más horrible infierno que había tenido que soportar, y no sólo por la pérdida de su brazo".

El "Cañón Tigre"
La heroica victoria contra los ingleses le valió a Santa Cruz de Tenerife el título de Muy Noble, Leal e Invicta Villa, Plaza y Puerto de Santa Cruz de Santiago de Tenerife, y numerosas condecoraciones a los que se habían distinguido (tanto soldados como civiles) en los combates. Hoy en día se conmemora en Tenerife la fecha con la celebración de la Recreación de la Gesta del 25 de Julio. En lo que queda del castillo de San Cristóbal, hoy convertido en museo, se dedica un amplio espacio a recordar este enfrentamiento, incluido el famoso Cañón Tigre. Además, en el Centro de Cultura e Historia Militar de Canarias se conservan dos banderas británicas, capturadas a los ingleses durante los combates.

4 comentarios:

  1. Hubo un tiempo en que España era imperalista y dictaba la moda del mundo. Hoy lucha por no desintegrarse en pedazos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Otros países se enorgullecen de su historia sin reparos. Los españoles también deberíamos conocer nuestro pasado; hay páginas muy oscuras, pero también otras deslumbrantes.
      Un saludo.

      Eliminar