Verba volant, scripta manent

domingo, 2 de octubre de 2016

El misterio del Mary Celeste

El Mary Celeste
Mucha gente decía que el Mary Celeste era un barco con mala estrella. Había sido construido en el astillero propiedad de Joshua Dewis, en la localidad canadiense de Spencer's Island (Nueva Escocia), y botado con el nombre de Amazon el 18 de mayo de 1861, con algo más de 30 metros de eslora y unas 200 toneladas de arqueo. Desde entonces, los incidentes y problemas se habían sucedido uno tras otro. El que iba a ser su primer capitán se ahogó antes siquiera de poner un pie sobre su cubierta. Asumió entonces la capitanía uno de sus propietarios, Robert McLellan; pero antes de que el barco emprendiera su viaje inaugural (llevando un cargamento de madera a Londres), el capitán McLellan enfermó y murió pocos días después. Aquel primer viaje tampoco estuvo libre de contratiempos: el Amazon chocó con una estructura de madera utilizada para la pesca frente a las costas de Maine, y al salir de Londres abordó y hundió un pequeño bergantín en el Canal de la Mancha.
En los siguientes años, el Amazon se dedicó al comercio con Europa y las Antillas Occidentales, hasta que en octubre de 1867 una violenta tormenta la hizo encallar en la costa de la isla del Cabo Bretón. El barco resultó tan dañado que sus propietarios renunciaron a repararlo y lo declararon como naufragio. Unos días más tarde, un habitante de una población cercana reclamó la propiedad de los restos y los vendió a un comerciante, el cual a su vez los vendió en noviembre de 1868 a un marino de Nueva York llamado Richard Haines, quien reparó el barco y lo renombró como Mary Celeste. Pero no lo tuvo mucho tiempo: incapaz de pagar las muchas deudas en las que había incurrido para comprar y reparar el buque, sus acreedores lo embargaron en noviembre de 1869.

El capitán Benjamin Spooner Briggs (1835-1872)
El barco acabó en manos de un consorcio neoyorquino cuyos accionistas fueron cambiando a lo largo de los años. En octubre de 1872, la propiedad del Mary Celeste estaba compartida por el empresario James H. Winchester (50%), el capitán del barco, Benjamin Spooner Briggs (dueño de una tercera parte) y dos pequeños accionistas, que poseían 1/12 cada uno. El capitán Briggs era un experimentado marino, hijo y hermano de capitanes, cristiano devoto, sobrio y honrado.
El 7 de noviembre de 1872 el Mary Celeste partía del puerto de Nueva York rumbo a la ciudad italiana de Génova, llevando como carga 1701 barricas de alcohol desnaturalizado para su uso industrial. A bordo iban el capitán Briggs junto a su esposa, Sarah, y la hija menor de ambos, Sophia, de dos años (el hijo mayor del matrimonio, Arthur, de siete años, se había quedado con su abuela porque tenía que asistir a la escuela), además de los siete miembros de la tripulación. Estos eran todos hombres irreprochables y que contaban con la aprobación del capitán. Albert G. Richardson, el primer oficial, estaba casado con una sobrina de James Winchester y ya había navegado anteriormente a las órdenes de Briggs. El segundo oficial, Andrew Gilling, tenía una amplia experiencia pese a su juventud. El cocinero, Edward William Head, recién casado, había sido recomendado por Winchester. Y los cuatro marineros eran alemanes, originarios de las islas Frisias, todos hombres de mar veteranos y de comportamiento intachable: Gottlieb Goodschaad, Arian Martens, y los hermanos Volkert y Boz Lorenzen. Antes de partir, Briggs había dicho que estaba completamente satisfecho, tanto con el barco como con la tripulación.
Ocho días después de su partida salía del puerto neoyorquino el Dei Gratia, un bergantín canadiense que transportaba un cargamento de petróleo hasta Génova, vía Gibraltar, y cuyo capitán, David Reed Morehouse, era amigo de Benjamin Briggs. El día 5 de diciembre, cuando el Dei Gratia se encontraba a mitad de camino entre las islas Azores y la costa portuguesa, en las coordenadas 38°20'N, 17°15'W, su timonel avistó a unas seis millas de distancia un barco que parecía dirigirse hacia ellos. El capitán Morehouse, al ver el rumbo errático del navío, supo que algo no iba bien, y envió a su primero oficial, Oliver Deveau, con cuatro hombres para investigar. Cuando se acercaron, pudieron ver que se trataba del Mary Celeste. Al subir a bordo, los hombres del Dei Gratia descubrieron con sorpresa que el barco estaba completamente desierto.

El Dei Gratia
El buque, privado de gobierno, navegaba lentamente, a apenas dos nudos. Las velas y los aparejos tenían algunos daños, producto de llevar algún tiempo a la deriva, y el agua de la sentina alcanzaba un metro de profundidad, elevado pero no preocupante, teniendo en cuenta que, como pudieron comprobar, las bombas de achique funcionaban bien. Notaron que faltaba el bote salvavidas del barco; que el aparejo del bote había sido cortado y el antepecho lateral, por donde debía de haber sido arriado, estaba abierto, lo que parecía indicar que quien se hubiera ido en él lo había hecho de forma muy precipitada. En el interior, todo parecía estar en orden. Todo estaba en su sitio y no había señales de que nada hubiera pasado. Las pertenencias de los tripulantes seguían en sus camarotes, incluido el dinero y las joyas de la señora Briggs. En una mesa había restos de comida, como si se hubieran ido tan apresuradamente que hubieran dejado su almuerzo a medias. Sólo echaron en falta la documentación del barco y los instrumentos de navegación del capitán, como el sextante. Lo único fuera de lugar era que el cristal de la bitácora estaba roto. En el camarote del capitán apareció el diario de a bordo; la última anotación era del día 24 de noviembre, y situaba el barco a unas 110 millas al oeste de la isla de Santa María, la más meridional de las Azores. Había una anotación posterior, del día 25, no en el diario sino en la pizarra del puente, que situaba al barco a seis millas al suroeste de Santa María; es decir, a unas 400 millas del punto en el que fue hallado por el Dei Gratia. Y esa es la última noticia de que hubiera alguien a bordo del Mary Celeste.

El capitán David Reed Morehouse
El capitán Morehouse decidió llevar el Mary Celeste a Gibraltar para ponerlo a disposición de las autoridades, y también para reclamar la recompensa que, según las leyes marítimas, les correspondía por rescatarlo. La tripulación del Dei Gratia se repartió entre ambos buques y así, navegando juntos, ambos llegaron a Gibraltar el 12 de diciembre. De inmediato el almirantazgo británico abrió un proceso, presidido por el magistrado sir James Cochrane, para esclarecer lo ocurrido. El fiscal general de Gibraltar, Frederick Solly Flood (que fue descrito como un hombre obstinado, arrogante y no demasiado inteligente), defendió con insistencia la teoría de que la tripulación del barco se había emborrachado con el alcohol de la carga (a pesar de que aquel alcohol era altamente tóxico) y, llevados por un frenesí alcohólico, habían asesinado al capitán y a su familia y luego habían huido en el bote. No tenía más pruebas que unas manchas rojizas en la borda y en el sable del capitán que parecían sangre (resultaron ser de óxido) y unos cortes en la proa del barco, de los que no había manera de saber cómo ni cuándo se habían producido. Además, James Winchester, llegado a Gibraltar para hacerse cargo del barco, testificó asegurando la honradez y profesionalidad de todos los miembros de la tripulación. Finalmente, ante la ausencia de pruebas, Flood retiró su acusación el 25 de febrero. El 8 de abril, el juez Cochrane fijó en 1700 libras (aproximadamente una quinta parte del valor del Mary Celeste y su carga) la recompensa a recibir por los hombres del Dei Gratia. Winchester reclutó tripulantes en Gibraltar y, bajo el mando de un capitán norteamericano, el Mary Celeste continuó viaje hasta Génova.
¿Qué había pasado con los tripulantes del Mary Celeste? Jamás se supo con certeza. La hipótesis más lógica, la que cuenta con más defensores, es que algo asustó tanto al capitán Briggs y a sus hombres, que abandonaron el barco a toda prisa para salvarse y luego se perdieron en el océano. Una de las teorías propuestas era que se había producido una fuga de alcohol; el capitán Briggs, temiendo que el alcohol convertido en gas se incendiase e hiciese explotar la carga, habría ordenado evacuar el barco, quizá solo como medida de precaución, esperando que el alcohol se disipara, pero por algún motivo no habían sido capaces de regresar a bordo. Otra posibilidad que se apuntó es que por algún motivo creyesen que el barco tenía una vía de agua y se estaba hundiendo. Esa era la teoría que propuso Oliver Deveau al hallar abandonada en cubierta la sonda que se usaba para medir el nivel de agua en la sentina. Si por algún motivo (un mal funcionamiento de las bombas, o una zona de bajas presiones) el agua de la sentina había aumentado rápidamente, podían haber supuesto que había un agujero en el casco; pero parece poco creíble para una tripulación veterana como aquella. También se especuló con que el barco había quedado atrapado en una zona de calma y la deriva lo había acercado al arrecife de Dollabarat, en la isla de Santa María. Temiendo encallar, Briggs había ordenado evacuar el navío.
No faltaron los que apuntaron a que todo era una elaborada estafa, una compleja trama urdida para estafar al seguro y repartirse con los marineros del Dei Gratia la recompensa por el rescate del barco, destacando la extraña casualidad de que, de todos los barcos que pudieron haber hallado el Mary Celeste, lo hizo uno cuyo capitán era amigo de Briggs. Una idea con numerosos puntos débiles; ni la cantidad obtenida era tan alta como para justificar el montaje (sobre todo, con tantas personas para repartirla), ni parece lógico que el capitán Briggs se hubiera arriesgado a llevar con él a su familia, ni que luego hubiera abandonado a su hijo Arthur. Incluso se habló de piratas norteafricanos pero ¿qué clase de piratas viajan mil millas mar adentro, abordan un barco, hacen desaparecer a sus tripulantes sin dejar ni rastro, y luego se van, dejando el barco y su carga intactos, y sin llevarse nada? En fin, como suele pasar en todo suceso misterioso, no faltaron las hipótesis extravagantes que hablaban de monstruos marinos o de que todos habían caído al mar a la vez al ser golpeado el barco por una ola cuando casualmente todos estaban asomados a la borda.


A su vuelta a EEUU, el barco fue incapaz de librarse de la mala fama que tenía como "barco maldito". A sus propietarios les resultaba difícil encontrar marineros que se atrevieran a enrolarse en él. Finalmente, en 1874 lo vendieron, a muy bajo precio, a un grupo de comerciantes neoyorquinos. En 1879 su entonces capitán, Edgar Tuthill, enfermó y murió en la isla de Santa Elena, reforzando la idea de que el barco estaba gafado. En 1880 cambió de manos, siendo comprado por un grupo de inversores de Boston. El 3 de enero de 1885, el Mary Celeste encalló en el banco de Rochelois, un arrecife de la isla de Gonâve, en Haití, y fue dado por perdido. Sus propietarios reclamaron al seguro más de 30000 $ por el barco y su carga, pero la investigación de la aseguradora descubrió que la carga del barco carecía de valor (era fundamentalmente chatarra y basura), y que en realidad el capitán del navío, Gilman Parker, había hundido el barco a propósito, confabulado con los propietarios para estafar al seguro. Fueron juzgados en Boston y, pese a que se enfrentaban a penas severas (sobre todo Parker, que podía ser condenado a muerte por hundir el barco a propósito) se libraron devolviendo el dinero que ya habían cobrado. No obstante, Parker, arruinado y desprestigiado, murió en la pobreza varios meses después; otro de los acusados se suicidó, y un tercero perdió la razón, como si la maldición del Mary Celeste se hubiera prolongado más allá de la desaparición del barco.
El misterio que rodeaba la desaparición de la tripulación del Mary Celeste hizo que el caso se hiciera célebre, disparando el número de hipótesis, especulaciones y teorías. Algunos relatos del suceso empezaron a añadir detalles falsos para darle mayor intriga, como decir que cuando los hombres del Dei Gratia subieron a bordo la comida y el té que había en la mesa todavía estaban calientes. Fue tal la atención que despertó la desaparición, que el mismísimo Arthur Conan Doyle publicó en 1884 un relato inspirado en aquellos hechos, titulado J. Habakuk Jephson's Statement.  Aún hoy, el misterio del Mary Celeste ocupa un lugar destacado en todas las antologías de sucesos misteriosos y sin explicación.
En 2001, una expedición liderada por el novelista Clive Cussler halló los supuestos restos del Mary Celeste en la costa de Gonâve, aunque sólo consiguieron recatar algunos maderos y pequeños objetos.

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