Verba volant, scripta manent

domingo, 9 de octubre de 2016

Gladys Aylward

Gladys Aylward (24/2/1902-3/1/1970)

Desde que era una niña, Gladys Aylward soñaba con ser misionera en el Lejano Oriente. Había nacido en 1902 en Edmonton, un barrio del norte de Londres, en el seno de una familia de extracción humilde, y desde muy joven había trabajado como criada, pero nunca renunció a su sueño, y por eso se inscribió en la llamada China Inland Mission, una asociación cristiana que formaba y enviaba misioneros a China. Sin embargo, Gladys había recibido una educación limitada. Le costaba aprender el idioma y las costumbres chinas, por mucho que se esforzaba, y al final la institución la descartó como aspirante.
A pesar de ello, no se dejó desanimar. Consiguió trabajo como criada en la casa de sir Francis Younghusband, militar y explorador famoso por sus numerosos viajes por Asia, autor de numerosos libros de viajes y que había sido presidente de la Royal Geographical Society, el cual, al saber de las intenciones de su empleada, puso a su disposición su enorme biblioteca y sus colecciones de objetos traídos de Asia, para que pudiera familiarizarse con la sociedad y la cultura chinas.
En 1932 Gladys oyó hablar de una anciana misionera británica llamada Jeannie Lawson, que buscaba a una mujer más joven que ella para que la ayudara en su misión evangelizadora. Contactó con ella por correo y logró que la aceptara, si conseguía llegar a China. Con los escasos ahorros que había reunido, partió de Inglaterra hacia China, cruzando la URSS en el famoso tren Transiberiano. Al llegar a Vladivostok las autoridades soviéticas sospecharon de ella y la arrestaron, pero ella logró escapar con la ayuda de una mujer rusa y subir a un barco japonés que tres días más tarde la desembarcaba en Tokio. En Japón, con la colaboración del cónsul británico, logró pasaje en otro barco que iba a China, y finalmente pudo llegar a la ciudad de Yangcheng, en la provincia de Sanxi, tras varias semanas de viaje.
Yangcheng era por entonces una ciudad con un gran movimiento de personas y mercancías, un punto habitual donde las caravanas solían detenerse a descansar. Lawson y Aylward, como manera más eficaz para extender sus prédicas, decidieron crear una posada, a la que llamaron El albergue de la sexta felicidad, y que pronto se vio frecuentado por comerciantes y arrieros: la comida era buena, el precio asequible, y el trato de las propietarias cordial. Y ellas aprovechaban la numerosa afluencia para hablarles a sus clientes acerca de Jesus y de la Biblia. Poco a poco, Gladys fue familiarizándose con el idioma y adquiriendo más soltura al hablarlo.


Meses después, Lawson murió y Gladis Aylward quedó al frente de la misión con la ayuda del cocinero, Yang, uno de los habitantes de la ciudad que se habían convertido al cristianismo. Poco después, el gobernador de Yangcheng nombró a Gladys "Inspectora de pies". El gobierno chino había prohibido la cruel tradición del vendado de pies o chánzú; la costumbre de vendarles los pies a algunas niñas para evitar que siguieran creciendo, ya que para la tradición china las mujeres con los pies muy pequeños resultaban muy atractivas. Por eso, necesitaban a una mujer (para que pudiera entrar en las habitaciones de otras mujeres) que se asegurara de que ninguna niña era sometida a tal tormento.
En 1934 estalló un motín en la cárcel local y la misionera fue reclamada como intermediaria. Tras entrevistarse con los cabecillas de los presos y lograr que se apaciguaran los ánimos, recomendó al alcaide de la prisión que, para evitar futuros levantamientos, mejorara las condiciones en las que vivían los presos, les facilitara una mejor alimentación y les proporcionara trabajo para no caer en la pereza y el abandono. Gestos como este, además de su amabilidad, su humildad y su falta de pretensiones (comía lo mismo y se vestía igual que los demás habitantes de la ciudad) le valieron un gran prestigio y respeto entre los chinos, que empezaron a llamarla Ai-Weh-Deh, una aproximación a la pronunciación de su apellido que quiere decir "La Virtuosa". Entre el gobernador y ella creció el respeto mutuo y una buena amistad; él no sentía interés alguno por el cristianismo, pero le gustaba conversar con ella, y a menudo la invitaba a su palacio.


Fue por esta época en la que Gladys comenzó a acoger a huérfanos y niños abandonados. La primera fue una niña de unos cinco años, enferma y malnutrida, a la que una mujer utilizaba para mendigar. A esta niña la llamó "Nine Pence" (Nueve Peniques) porque esta era la cantidad que le había pagado a la mujer por su liberación. Un año más tarde, Nine Pence apareció con un niño abandonado, diciendo "Comeré menos, para que él pueda comer algo". Gladys llamó a aquel niño Less (Menos) y siguió recogiendo niños necesitados. En 1936 Gladys adquirió la nacionalidad china.
Y en 1937 estalló la Segunda Guerra Sino-japonesa, cuyos efectos no tardarían en llegar a Yangcheng. En la primavera de 1938, la aviación japonesa bombardeó la ciudad, causando numerosos muertos. Pocos días después, las tropas niponas la ocuparon, se fueron, volvieron a ocuparla y volvieron a irse. Buena parte de la población buscó refugio en las montañas, incluido el gobernador, pero Gladys se quedó cuidando de sus niños, que eran ya más de un centenar. El gobernador, antes de irse, pidió a Gladys consejo acerca de qué hacer con los presos de la cárcel. Lo habitual en estos casos habría sido ejecutarlos, pero, por sugerencia de la misionera, los amigos y parientes de los convictos depositaron una fianza por cada uno para responder de su comportamiento, y fueron liberados.
Gladys Aylward continuó en Yangcheng, atendiendo a los huérfanos y colaborando como podía (fundamentalmente, recogiendo información sobre los movimientos de las tropas japonesas) con las autoridades chinas. Hasta que un amigo suyo, un sacerdote católico europeo que ahora se hacía llamar General Ley y lideraba una partida guerrillera, le envió un mensaje de advertencia anunciándole que las tropas japonesas se acercaban de nuevo a Yangcheng, acompañado de un pasquín en el que los japoneses ofrecían una recompensa por la captura, vivos o muertos, de una serie de prominentes habitantes de la ciudad, entre los que estaba ella. Ya había logrado evacuar a parte de sus niños con la ayuda de otro misionero, pero en su misión todavía quedaba un centenar y no estaba dispuesta a dejarlos desamparados. Así que tomó la decisión de dirigirse a pie con ellos hacia la ciudad de Sian, a casi 200 kilómetros de distancia, situada en territorio seguro y donde había un orfanato del gobierno chino.
Gladys Aylward y sus huérfanos caminaron durante doce días, cruzando parajes agrestes y montañosos, durmiendo a veces al raso y otras en casas de personas amistosas y solidarias. Al final, tras cruzar el río Amarillo gracias a la ayuda providencial de un oficial chino al que encontraron por casualidad, lograban llegar a Sian, donde Gladys pudo dejar a sus niños en manos de las autoridades. Una vez hecho esto, la misionera, exhausta y enferma de tifus, sufrió un colapso que la hizo permanecer hospitalizada durante semanas.
Tras recuperarse, Gladys Aylward continuo incansable con su labor, que incluyó la construcción de una iglesia cristiana en Sian y una leprosería en la provincia de Sichuan. No obstante, su salud había quedado gravemente afectada, y en 1947 se vio obligada a retornar a Inglaterra para recibir atención médica. En 1958, tras la muerte de su padre, trató de regresar a China, pero las autoridades comunistas se lo prohibieron, así que se instaló en Taiwan, donde fundaría el Orfanato Gladys Aylward, en el que acogería a más de 200 niños, y en el que trabajó hasta su muerte, en enero de 1970, siendo enterrada en el cementerio del Colegio de Cristo del barrio de Guandu (Nuevo Taipei). Tras su muerte, un instituto de su barrio natal de Edmonton fue renombrado como Gladys Aylward School.


En 1957 se publicó un libro sobre su vida, The Small Woman, escrito por Alan Burgess. El libro sirvió de base para una película titulada El albergue de la sexta felicidad, dirigida por Mark Robson y estrenada en 1958. A Gladys, sin embargo, no le gustó nada la película. Le molestaban las muchas inexactitudes del filme con respecto a su vida real, la elección de Ingrid Bergman (con la que no tenía parecido alguno) como protagonista, y el final, totalmente ficticio, en el que Bergman abandona su misión para casarse (Gladys Aylward no se casó nunca). Como respuesta, Carol Purves escribió Chinese Whispers: The Gladys Aylward History, mucho más riguroso y veraz.

2 comentarios:

  1. Toda una ironía que los comunistas prohibieran la entrada de alguien que luchó por dignificar a los mas humildes.

    Ejemplo como el de esta mujer son los que me hacen seguir teniendo fé en el ser humano, y el de multiples personas anónimas que ahora mismo están cuidando de refugiados abandonados en tierra de nadie, curando enfermedades endémicas en lugares remotos, etc.

    Un abrazo.

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    1. Teniendo en cuenta la autarquía en la que vivía por aquel entonces el régimen comunista, resulta entendible que no aceptara la entrada de extranjeros, más si eran religiosos.
      Desde luego, Gladys Aylward fue un ejemplo de entrega y sacrificio por los demás, auténticamente admirable.
      Un saludo, Rodericus.

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