Alfonso Graña, junto a un chamán indígena |
Se llamaba Ildefonso Graña Cortizo (aunque todos le llamaban Alfonso) y había nacido el 5 de marzo de 1878, en la aldea de Amiudal, en el municipio ourensano de Avión, hijo de un humilde sastre rural. Como muchos otros jóvenes gallegos, se embarcó rumbo a América huyendo de la pobreza, en busca de un futuro mejor. La fiebre del caucho y las grandes cantidades de dinero que generaba lo atrajeron hacia la selva amazónica; vivió en las ciudades brasileñas de Manaos y Belén de Pará, antes de instalarse en Iquitos (Perú). Allí, Graña hizo amistad con otro expatriado gallego, Cesáreo Mosquera, republicano ferviente, antiguo soldado en las Filipinas y dueño de una librería en el departamento de Loreto. La hermana de Alfonso, Florinda, también se instalaría en Iquitos, donde se casó y aún hoy viven sus descendientes.
Pero en torno a 1920, el esplendor del caucho americano se vino abajo. La llegada a los mercados del caucho procedente de las colonias británicas, más barato y abundante, hundió a la industria cauchera del Amazonas. Miles de personas se quedaron sin trabajo, entre ellas Alfonso. Pero él, hombre decidido y emprendedor, decidió partir en busca de nuevas oportunidades de negocio, adentrándose en la selva acompañado por un compatriota suyo, del que no se sabe su nombre pero si que era natural de la aldea de Abelenda, en el mismo municipio del que Graña era natural.
Al poco de comenzar su viaje, ambos aventureros cayeron en manos de una tribu de huambisas, los temibles jíbaros, feroces guerreros famosos por su costumbre de reducir las cabezas de sus enemigos, que conservaban como trofeos. Su amigo muere a manos de los indios, pero Alfonso tiene la fortuna de que la hija del cacique local queda prendada de él y ruega a su padre que se lo entregue como esposo. Y así, casado con la hija del jefe, Alfonso se queda a vivir con la tribu. Muy pronto se gana el respeto y la admiración de los indios por su fortaleza y valor; no lo afectan las enfermedades de la selva, ni la picadura de las tarántulas, y a la hora de descender por los rápidos del temible Pongo de Manseriche ni se molesta en amarrarse a la canoa. Tal es la fascinación que sienten por él, que cuando poco después fallece su suegro, los indios le reconocen como su sucesor y su nuevo rey, con gobierno sobre 5000 indígenas.
Años después de haber dejado la civilización, sin que hasta entonces se hubiera sabido nada de éll, el rey Alfonso hace su espectacular aparición en Iquitos, al frente de dos grandes canoas cargadas de mercancías y varios indios, para gran alegría de su amigo Mosquera quien ya lo daba por muerto. A partir de ese momento, el rey Alfonso viaja hasta Iquitos una o dos veces al año, para comerciar con los productos de la selva (tortugas, monos, carne curada, pescado). Durante sus visitas, enseñaba la ciudad a sus súbditos jíbaros, a los que compraba helados o paseaba en el Ford descapotable de su amigo Mosquera. Éste, a su vez, aprovecha las visitas de Graña para poner por escrito las historias y aventuras que su regio amigo le cuenta de su vida en la selva. Esos documentos son hoy en día la principal fuente de información sobre Graña y su reinado.
Graña (izquierda) junto a Mosquera (derecha) |
A principios de los años 30, Mosquera se entera, a través de un artículo periodístico de Víctor de la Serna en el periódico El Sol de la existencia del proyecto de una expedición española al Amazonas, liderado por el conocido piloto Francisco Iglesias Brage, y que contaba con el apoyo del gobierno republicano y numerosos intelectuales de la época. El librero escribe a Brage ofreciéndole su colaboración y la de Alfonso, y Brage responde entusiasmado. Comienza entonces un intercambio epistolar que dura cuatro años, entre 1931 y 1935, en el que Graña y Mosquera envían todo tipo de datos al piloto sobre la selva (fauna, flora, costumbres de los indígenas) además de muestras de agua, animales, insectos y fotografías tomadas por el propio Graña. Es por aquel entonces que el nombre de Alfonso Graña comienza a hacerse célebre, gracias a los artículos publicados por de la Serna, en los que le llama Alfonso I del Amazonas. La famosa expedición no llegaría a realizarse, frustrada, como tantas otras cosas, por el estallido de la Guerra Civil.
En 1933 tiene lugar uno de los hechos que más contribuyeron a acrecentar la fama del rey gallego de los jíbaros. El 22 de febrero de ese año, tres hidroaviones de la Fuerza Aérea peruana, que participaban en la guerra entre Colombia y Perú, se veían obligados a amarar de emergencia en el Amazonas por culpa de una tormenta. Uno de los aviones se estrella y fallece su piloto, Alfredo Rodríguez Ballón, y otro se avería. El tercer aparato logra despegar llevando consigo a las tripulaciones de ambos aviones. El rey Alfonso, entonces, ordena embalsamar el cadáver del piloto muerto y cargar en varias canoas los dos hidroaviones siniestrados, y desciende con ellos por el peligroso cauce del río Nieva, plagado de rápidos, hasta Iquitos, donde entrega el cadáver a la familia del muerto y los hidroaviones al ejército peruano. En agradecimiento, la Fuerza Aérea peruana lo condecora y el gobierno del país lo reconoce oficialmente como rey de los huambisas y le otorga el derecho de explotación de las salinas de la selva.
Alfonso Graña y su hijo |
Gracias por la excelente información. Alguien podria ayudarme con información sobre la descendencia de Alfonso Graña Cortizo. Alguien sabe algo mas sobre uno de los nietos Kefren Graña (Líder de la Federación de Comunidades Wampis de Río Santiago). Mi email es danny.tuestag@gmail.com
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