Verba volant, scripta manent

martes, 26 de julio de 2016

Los últimos días de Oliveira Salazar

António de Oliveira Salazar (1889-1970)

António de Oliveira Salazar llegó al poder aprovechando el caos político y económico en el que estaba sumido el Portugal de principios del siglo XX. Primero, como ministro de Finanzas, donde su buen hacer le granjeó prestigio y fama ante el pueblo y las élites sociales y económicas, y luego, en 1932, como primer ministro, cargo que aprovecharía para promulgar una nueva Constitución en 1933, que le otorgaba prácticamente todos los poderes y que marcaría el inicio del Estado Novo, un régimen ultraconservador y autoritario, del que Oliveira sería su cabeza visible durante casi cuarenta años.
Mientras ostentó el cargo de primer ministro, Oliveira Salazar gobernó el país con mano de hierro, ahogando todo signo de oposición, y utilizando a su temible policía política, la PIDE, para arrestar, torturar e, incluso, asesinar, a aquellos que osaban oponerse al Estado Novo, ya fueran socialistas, comunistas, independentistas de las colonias o salazaristas desencantados (como el general Humberto Delgado, secuestrado y asesinado por la PIDE en Badajoz en febrero de 1965). Oliveira no dudaba incluso en utilizar a la Guardia Nacional Republicana (GNR) para disolver, a veces de manera sangrienta, las protestas populares, provocando el pánico en buena parte de la sociedad portuguesa. Incluso sus colaboradores más cercanos tenían miedo de desairarlo de alguna manera y ser víctimas de las represalias del dictador.
Es en 1968 cuando el poder de Oliveira toca a su fin, más concretamente, el día 3 de agosto. Oliveira tiene ya 79 años, pero mantiene una notable lucidez. Pero ese día, estando de vacaciones en el Forte de Santo António (Estoril), un accidente doméstico le provocaría unas secuelas inesperadas. Sobre el accidente hay dos versiones: una dice que resbaló en la bañera; la otra, que se sentó de golpe en una silla de lona que cedió bajo su peso, haciendo que se golpeara la cabeza contra el suelo. Lo cierto es que, pese al fuerte golpe, Oliveira se negó a recibir asistencia médica y ordenó que se mantuviera en secreto el incidente, siguiendo con su vida normal. Tras retornar a Lisboa, empieza a quejarse de dolores y malestar. El 6 de septiembre es evacuado de urgencia y trasladado desde el Palacio de São Bento, residencia oficial del primer ministro, hasta el Hospital de São José, donde los médicos le diagnostican un hematoma intracraneal con trombosis cerebral y le operan de urgencia la madrugada del día 7.
Los médicos logran salvar su vida, pero Oliveira se enfrenta a una larga convalecencia y a más que posibles secuelas. Ante la evidencia de que el dictador ya no está en condiciones de seguir ostentando el mando del gobierno, el almirante Américo Tomás, presidente de la República, reclama al profesor Marcelo Caetano, catedrático de Derecho en la Universidad de Lisboa y antiguo colaborador de Oliveira, caído en desgracia y apartado de la política desde 1958, para que lo sustituya. Caetano implantaría una serie de tímidas reformas aperturistas, antes de ser depuesto en abril de 1974 por la Revolución de los Claveles y marcharse al exilio en Brasil.

Marcello José das Neves Alves Caetano (1906-1980)
Lo estrambótico del caso es que nadie se atrevió a decirle a Oliveira que ya no era primer ministro. Era tal el temor casi supersticioso que aquel anciano, aún con sus facultades mentales y físicas mermadas, infundía a los que lo rodeaban, que nadie se atrevió a comunicarle la noticia de su relevo. En cambio, Oliveira fue rodeado de una burbuja cuidadosamente aislada del mundo exterior y preparada para que de ninguna manera llegara a él la noticia del nuevo gobierno. Y así, rodeado como en sus buenos tiempos de secretarios, ayudantes, funcionarios y guardias de seguridad, aquel anciano medio chocho seguía firmando decretos, dictando leyes, nombrando y destituyendo ministros, concediendo audiencias y recibiendo los informes de sus colaboradores, sin saber que todo era una farsa, una ridícula pantomima que se prolongó durante casi dos años, hasta la muerte de Salazar el 27 de julio de 1970.

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