Verba volant, scripta manent

sábado, 12 de marzo de 2011

Los mamertinos


Allá por el siglo III a.C., una época convulsa donde, más o menos, todo el mundo estaba en guerra con todo el mundo, la isla de Sicilia estaba repartida entre colonias griegas y cartaginesas, las cuales, como enemigas acérrimas que eran, estaban continuamente en guerra unas con otras. Durante uno de estos conflictos Agatocles, tirano de la ciudad griega de Siracusa, decidió enrolar en su ejército a mercenarios traídos de la península italiana, fundamentalmente de la región sureña de Campania. Entre estos había de todo: bandidos, desertores, aventureros, etc. Como se suele decir, lo mejor de cada casa.
Los mercenarios sirvieron a sus órdenes hasta que, el 289 a.C., Agatocles fué asesinado en una conjura palaciega instigada por su propio nieto. Entonces, fueron licenciados y muchos optaron por volver a sus hogares. Pero otros prefirieron quedarse; muchos sabían que no serían bien recibidos a su vuelta, y además se habían acostumbrado a vivir en el fragor del combate y a enriquecerse con el pillaje y el saqueo. Así que formaron una banda y se instalaron en la ciudad griega de Messana (hoy Mesina), cuyos habitantes, pacíficos granjeros y comerciantes, pensaron que les protegerían. Nada más lejos de la realidad: un buen día, aquellos mercenarios tomaron por la fuerza el control de la ciudad, exterminaron a la población masculina y se proclamaron amos de la ciudad, otorgándose ese nombre un tanto presuntuoso de "mamertinos", que significa "hijos de Marte".
A partir de ahí, Messana se convirtió en lo que un par de milenios más tarde sería la isla caribeña de Tortuga: una auténtica base pirata. Se hicieron fuertes en ella, atrayendo además a muchos otros delincuentes y soldados de fortuna ávidos de botín, y la usaron de base para sus razzias. No tenían otra forma de vida. Saqueaban los territorios de cartagineses y griegos, sin miramientos. Incluso, aprovechando la estratégica posición de Messana al norte de Sicilia, armaron una flota con la que capturaban barcos que navegaban por el estrecho que separa la isla de la península italiana, que también cruzaban para atacar las costas peninsulares. A lo largo de veinte años habían incordiado a los griegos, a los cartagineses, a los romanos; su audacia era tal que, cuando Pirro dejó Sicilia y volvió a la península, los mamertinos salieron a su encuentro y le presentaron batalla.
Así hasta que, en el 270 a. C. Hierón II, nuevo tirano de Siracusa, decidió que ya estaba bien de aguantar tal incordio, y armó un ejército contra ellos. Los derrotó contundentemente en Mylae y los obligó a refugiarse en su base. Ya en 265 a.C., Hierón sitió Messana, dispuesto a acabar con los mamertinos para siempre. Estos, visto que la situación era desesperada, recurrieron a la diplomacia y pidieron ayuda a los cartagineses, quienes enviaron una flota al mando del general Annón, que ocupó la ciudad. Los griegos optaron prudentemente por retirarse. Mientras, los mamertinos, viendo que los cartagineses no tenían prisa por irse, decidieron repetir la jugada y enviaron una embajada a Roma, pidiendo ayuda para liberarse de sus "liberadores".
Las relaciones entre Roma y Cartago no eran en absoluto malas. Un tratado entre ambas llevaba en vigor más de dos siglos. Por él, los romanos se comprometían a que sus naves no arribaran a Sicilia, Córcega o Cerdeña (todas posesiones cartaginesas) más que por motivos de fuerza mayor. La vigencia del tratado era total, hasta el punto de que sólo unos años antes tropas cartaginesas habían luchado contra Pirro con los romanos.
Pero Sicilia era una presa muy apetitosa para Roma. Todos hablaban de sus riquezas, de la fertilidad de sus tierras y la belleza de sus paisajes. Aún así, el Senado romano seguramente hubiera declinado la oferta de unos tipos tan dudosos como los mamertinos y habría respetado el tratado. Pero el pueblo de Roma, reunido en la Asamblea Centuriada, votó masivamente a favor de la invasión, y el cónsul Apio Claudio fué puesto al frente del ejército. Poco después, un destacamento al mando del tribuno Cayo Claudio logró desembarcar en las inmediaciones de Messana, cogiendo por sorpresa a los cartagineses (con ayuda de los mamertinos) y capturando al general Annon, quien se vió obligado a retirarse junto a sus tropas.
Ese fué el inicio de la Primera Guerra Púnica, que enfrento durante más de veinte años a romanos y cartagineses y terminó con Roma dueña de la práctica totalidad de Sicilia.
¿Y los mamertinos? Los romanos tenían aún menos ganas de irse que los cartagineses, y no permitían bromas. Los mamertinos se vieron obligados a convertirse en aliados de Roma y acabaron asimilados por sus tropas, lo que les garantizó un retiro tranquilo.


Monedas acuñadas por los mamertinos

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