Verba volant, scripta manent
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domingo, 7 de mayo de 2023

El monstruo de Tully



El yacimiento de Mason Creek, cerca de Grundy (Illinois) es un depósito de fósiles de extraordinaria riqueza, por la cantidad y la variedad de estos. Datado en el periodo Carbonífero, hace unos 309 millones de años, fue en tiempos un amplio delta fluvial en una región de clima tropical, cuyos fondos de arena y limo permitieron la formación de lo que se conoce como lagerstätte: un depósito sedimentario con una gran riqueza de fósiles en un excelente estado de conservación, incluyendo a veces las partes blandas del animal.

Fue en Mason Creek, en 1955, cuando un buscador de fósiles aficionado llamado Francis Tully halló en una de sus expediciones el primer ejemplar de un fósil que durante décadas iba a provocar quebraderos de cabeza a los paleontólogos. Cuando lo vio, Tully supo de inmediato que estaba ante algo que no había visto nunca, así que lo llevó al Museo Field de Historia Natural de Chicago, pero los sorprendidos paleontólogos del museo tuvieron que admitir que ellos tampoco tenían la menor idea de qué podía tratarse. Unas dudas que se han perpetuado hasta hoy. En honor a su descubridor se le dio en 1966 el nombre de Tullimonstrum o, como se conoce habitualmente, el monstruo de Tully.

Francis Tully (1912-1987)

El monstruo de Tully era un animal de forma alargada, con una aleta caudal triangular y un par de aletas laterales similares a las de una sepia, y una especie de probóscide o trompa dotada de ocho pequeños dientes. A cada lado del cuerpo presenta un pedúnculo que se cree albergaba algún tipo de órgano sensorial, probablemente un ojo. En Mason Creek se han hallado más de un centenar de ejemplares, todos adscritos a la misma especie, Tullimonstrum gregarium, lo que indicaría que se trataba de una especie relativamente abundante. Los ejemplares más pequeños miden unos ocho centímetros; los mayores, unos 35, que se cree era el tamaño máximo que alcanzaban los adultos. Por sus características, se cree que se trataba de una especie nadadora que vivía en aguas poco profundas y usaba su trompa para remover el limo del fondo, en busca de materia orgánica y pequeños animales de los que se alimentaba.

El misterio que rodea la naturaleza del Tullimonstrum ha generado múltiples teorías sobre su adscripción a uno u otro grupo. No hay ni siquiera un consenso acerca de si se trataba de un vertebrado o un invertebrado ya que, aunque ninguno de los fósiles de esta especie que se han hallado conserva restos de un esqueleto, eso no prueba que no lo tuviera, ya que algunos grupos de vertebrados como los peces cartilaginosos no suelen dejar restos óseos. Así, a lo largo de los años se ha propuesto, entre otras teorías, que el Tullimonstrum era un molusco, un artrópodo, un anélido, un conodonto (un tipo de vertebrados extintos), un tunicado (un cordado no vertebrado, como las ascidias) o algún otro tipo de vertebrado (probablemente un pez).

Tullimonstrum gregarium

En 2016, dos estudios independientes publicados casi a la vez coincidían en identificar al Tullimonstrum como un vertebrado. El estudio de McCoy et al. lo identificaba como un pariente cercano de las modernas lampreas (orden Petromyzontiformes) basándose en el estudio de algunas de sus características anatómicas, como las aletas o los dientes. El de Clemens et al. lo identificaba como un vertebrado de algún grupo extinto, basándose en la anatomía de su ojo. Sin embargo, hace apenas unas semanas, tras examinar con escaners 3D y tomografía microcomputerizada más de 150 ejemplares de este fósil y 70 de otras especies del mismo yacimiento, el estudio de Mikami et al., llevado a cabo por científicos de las universidades de Tokio y Nagoya, descarta ambas posibilidades y lo identifica como un invertebrado, basándose principalmente en la segmentación de la cabeza del Tullimonstrum, que se prolonga desde su cuerpo, una característica que no se conoce en ningún linaje de vertebrados. Y aunque no establece una clasificación alternativa, sugiere que puede tratarse de un cordado no vertebrado o bien de algún tipo de protóstomo (un supergrupo que incluye a moluscos, artrópodos, anélidos y nematodos, entre otros).

Como vemos, la identificación definitiva del monstruo de Tully está lejos de llegar a un consenso general. Solo queda esperar que los avances técnicos nos den una solución definitiva algún día. Dentro de lo anecdótico, el Tullimonstrum gregarium fue elegido en 1989 fósil oficial del estado de Illinois.

domingo, 13 de marzo de 2022

Pequeñas historias (XXVIII)

Se conocen como "Zonas Azules" a una serie de lugares caracterizados por la longevidad de sus habitantes, notablemente superior a la media y con abundancia de centenarios. En la actualidad se reconocen cinco de estas Zonas: la isla de Okinawa (Japón), la región de Barbagia (en la isla italiana de Cerdeña), la península de Nicoya (Costa Rica), la ciudad californiana de Loma Linda (Estados Unidos) y la isla de Icaria (Grecia). Todas estas regiones se caracterizan por una baja incidencia de cáncer, demencia y enfermedades cardiovasculares. Aunque no hay un consenso claro acerca de los motivos de esta longevidad, si se apunta a una serie de factores comunes: dietas bajas en calorías y basadas en vegetales y pescado, con poca carne y alimentos procesados; una actividad física no muy intensa pero diaria; una rutina poco estresante; contacto habitual con la naturaleza; y fuertes lazos entre los habitantes de la comunidad.

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El actor R. Lee Ermey, antiguo militar, no iba a interpretar el papel del sargento Hartman en La chaqueta metálica, sino que iba a ser un asesor, pero el director Stanley Kubrick le dio el papel después de que Ermey se presentara en el plató con 150 páginas de insultos y expresiones malsonantes de su autoría. Además, a Kubrick le gustó que, mientras que el actor que iba a interpretar originalmente el papel solo podía gritar durante 30 minutos seguidos, Ermey era capaz de aguantar gritando mucho más tiempo.

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En 1836 un trabajador de las alcantarillas de Londres descubrió un viejo desagüe abandonado que conducía directamente hasta la cámara principal del Banco de Inglaterra. Envió varias cartas a los directores del banco, pero estos no le hicieron caso, así que les propuso un encuentro en la cámara a la hora que ellos quisieran. A la hora señalada, el trabajador apareció frente a los sorprendidos directores entrando en la cámara a través del suelo. Los directivos del banco de inmediato ordenaron sellar el desagüe y recompensaron generosamente al trabajador por su honradez.

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En 1903 se encontró en una cueva cercana a la localidad inglesa de Cheddar el esqueleto de un hombre del Mesolítico (unos 9100 años a. C.) que recibió el nombre de "Hombre de Cheddar". Cuando se estudió su ADN se descubrió que había vínculos familiares entre él y algunos residentes actuales de Cheddar, y que un profesor local llamado Adrian Targett estaba directamente emparentado con el Hombre de Cheddar.

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Un orangután del zoo de San Diego se escapó hasta tres veces de su jaula. En las tres ocasiones no intentó huir ni se mostró violento hacia nadie; simplemente, se limitó a pasear por el zoo observando a los demás animales en sus jaulas.

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En 2007 los diseñadores de los decorados de la serie The Big Bang Theory visitaron las casas de varios estudiantes y jóvenes graduados para inspirarse y reflejar la forma en la que vivían los jóvenes científicos. Todos sus diseños fueron rechazados por la CBS porque resultaban "demasiado deprimentes".

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Algunas empresas japonesas tienen "habitaciones para excluidos" donde trasladan empleados excedentes o innecesarios. A estos empleados se les encomiendan tareas sin importancia o incluso ninguna en absoluto, intentando que el empleado se sienta deprimido o desanimado hasta que termine por renunciar a su empleo, evitando así la empresa tener que indemnizarlo.

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El "síndrome del corazón roto" es una afección cardíaca temporal provocada por una situación de estrés intenso o una emoción extrema. Este síndrome afecta a la capacidad de bombeo del corazón y provoca síntomas (dolor en el pecho, dificultad para respirar) que pueden ser confundidos con los de un ataque cardíaco. También se la llama miocardiopatía por estrés o síndrome de abombamiento apical.

domingo, 3 de octubre de 2021

 El thagomizer

Stegosaurus

Cuando en 1877 Othniel Charles Marsh desenterró en Morrison (Colorado) el primer fósil conocido de un Stegosaurus, una de las características que llamó su atención fueron las cuatro gruesas espinas óseas al final de su cola, dispuestas horizontalmente (y no de forma vertical, como se la ha representado a menudo).

Sobre la función de esta estructura ha habido cierta controversia a lo largo de los años. Algunos autores defendieron que, dada la limitada movilidad que se le suponía a la cola del Stegosaurus, la utilidad de las espinas como arma defensiva habría sido más bien escasa, por lo que seguramente habría servido para su exhibición y para intimidar a posibles predadores. Otros en cambio afirmaban que, por su flexibilidad y su musculatura, podría muy bien sido utilizada como arma. El hallazgo de un número inusualmente elevado de ejemplares con daños por trauma en estas espinas, y el de un fósil de Allosaurus (un gran depredador del Jurásico) que presentaba en una de las vértebras de la cola un agujero que parece encajar a la perfección con una de las espinas del Stegosaurus, parecen apoyar esta última hipótesis.

Curiosamente, durante más de un siglo esta parte tan distintiva de la anatomía del Stegosaurus careció de un nombre específico. Cuando alguien se refería a ella hablaba de "las espinas óseas del extremo de la cola del Stegosaurus" o algo parecido. Hasta que en 1982 el dibujante norteamericano Gary Larson publicó una viñeta cómica sobre el tema que se haría famosa.

La viñeta formaba parte de The Far Side, una serie que Larson publicó entre 1979 y 1995, donde con su peculiar sentido del humor trataba temas diversos recurriendo a menudo a dibujar animales y elementos de la naturaleza. The Far Side fue un enorme éxito que llegó a ser traducida a 17 idiomas y publicada en más de 1900 periódicos. La viñeta en cuestión mostraba a un grupo de cavernícolas atendiendo las explicaciones de uno de ellos, quien, mientras señalaba un dibujo de las espinas de un Stegosaurus, decía "Ahora a este extremo se le llama el thagomizer... en honor al difunto Thag Simmons" ("Now this end is called the thagomizer...after the late Thag Simmons"), haciendo una divertida sugerencia de que la condición de "difunto" de Simmons había sido consecuencia de su encuentro con el "thagomizer"(en español su traducción sería algo así como "thagomizador").

La viñeta tuvo de inmediato un gran éxito en el mundo de la Paleontología, hasta el punto de que algunos empezaron a referirse al "thagomizer" como si fuera un nombre científico aceptado. Su uso se fue extendiendo y la palabra fue utilizada por primera vez de manera "oficial" en 1993 por Kenneth Carpenter, paleontólogo del Museo de Historia Natural y Ciencia de Denver, durante una presentación en la reunión anual de la Sociedad de Paleontología de Vertebrados. A partir de entonces, su uso se volvió común entre los paleontólogos e incluso instituciones de prestigio como el Instituto Smithsonian lo han empleado. Lo que comenzó siendo una invención humorística acabó por convertirse en un término anatómico práctico para los paleontólogos.

Como curiosidad, también se emplea en matemáticas el término "gráfica thagomizer" para hacer referencia a un tipo de gráfica que muestra cierto parecido con el thagomizer del Stegosaurus.

domingo, 8 de agosto de 2021

 El Adalatherium

Adalatherium

En abril de 2020 la prestigiosa revista Nature publicaba un artículo titulado Skeleton of a Cretaceous mammal from Madagascar reflects long-term insularity. El artículo describía el hallazgo del esqueleto fósil de un curioso mamífero, el Adalatherium hui, en las rocas de la llamada Formación Maevarano, por parte de un equipo de paleontólogos dirigido por el doctor David Krause, director del Departamento de Paleontología de Vertebrados del Museo de Naturaleza y Ciencias de Denver, y los doctores James B. Rossie y Yaoming Hu, de la Universidad de Stony Brook. La Formación Maevarano es una formación de rocas sedimentarias del noroeste de la isla de Madagascar, datada en el Cretácico superior, más concretamente en la edad Maastrichtiense (hace entre 72 y 66 millones de años), conocida por su abundancia de fósiles. Y cuando digo que el esqueleto que Krause y compañía hallaron en ella es un fósil "curioso" me quedo muy corto.

El Adalatherium pertenece a los gondwanaterios, un orden cuyos restos se han encontrado solo en el hemisferio sur (en lo que un día fue el supercontinente de Gondwana). Sus primeros restos se hallaron en Argentina en la década de 1980, y desde entonces se han hallado también en África, la India, Madagascar y la Antártida. Hasta el hallazgo del esqueleto casi completo del Adalatherium, solo se conocían restos aislados como dientes y fragmentos de cráneo, salvo un cráneo casi entero hallado también por Krause en Madagascar en 2014. Durante algún tiempo se creyó que los gondwanaterios estaban relacionados con los perezosos y osos hormigueros actuales, pero ahora se cree que fueron un "callejón sin salida" evolutivo, y que el grupo desapareció por completo en el Eoceno (hace entre 56 y 34 millones de años) sin dejar descendientes.

El esqueleto de Adalatherium hallado por Krause y su equipo está excepcionalmente bien conservado. Se encuentra íntegro en su práctica totalidad, conservando incluso los huesos más pequeños y los cartílagos intercostales, que pocas veces se fosilizan. El nombre Adalatherium se forma uniendo la palabra malgache "adala" ("loco") y la griega "therium" (bestia). Es bastante comprensible que los paleontólogos hayan optado por ese nombre para este fósil, porque hay que decir que esta "bestia loca" es un auténtico enigma paleontológico. Aunque su reconstrucción artística se asemeje mucho a un tejón, el Adalatherium presenta una suma de características extrañas, inexplicables e incluso contradictorias como pocas veces se ha visto en la historia de la Paleontología.

Para empezar, su tamaño. El Adalatherium medía en torno a unos 60 centímetros de largo y pesaba alrededor de tres kilos, un tamaño similar al de un gato doméstico. En aquella época, con el planeta dominado aún por los dinosaurios, eso le convertía en un auténtico gigante, ya que la mayoría de los mamíferos de entonces tenían el tamaño de ratones. Además, hay indicios de que el ejemplar descubierto estaba todavía en edad juvenil, por lo que probablemente los adultos eran aún mayores.

La parte frontal del cráneo presenta un número anormalmente elevado de forámenes (agujeros que sirven como vía de paso de nervios y vasos sanguíneos), más que cualquier otro mamífero conocido, lo que sugiere que tenía un hocico sensible y cubierto de bigotes. Además, en la parte superior del hocico aparece un agujero de considerable tamaño para el que no hay explicación. No solo no se conoce ninguna estructura ni siquiera parecida en ningún otro mamífero, vivo o fósil, sino que los paleontólogos no tienen ni la más remota idea de cual podría ser su función. Otro punto enigmático son sus dientes; los delanteros son parecidos a los de los actuales roedores y los posteriores son absolutamente inusuales, diferentes a los de cualquier otro mamífero. Los paleontólogos creen que los delanteros se utilizaban para roer y los posteriores para cortar vegetación, lo que indicaría una alimentación herbívora. También algunas características de su oído interno y de la parte posterior del cráneo son únicas y no tienen parangón con nada conocido en la historia evolutiva de los mamíferos. Otro elemento discordante es la presencia del septomaxilla, un pequeño hueso que llevaba cien millones de años ausente de la línea evolutiva que lleva a los mamíferos actuales.

Su columna vertebral tiene más vértebras que cualquier otro mamífero conocido del Mesozoico. Y luego está el tema de sus patas, otro de los grandes enigmas del Adalatherium. Las patas delanteras y las traseras parecen tener características contradictorias entre si. Las patas delanteras son similares a las de mamíferos corredores y, como la mayoría de los mamíferos actuales, están situadas bajo el cuerpo. En cambio las traseras son gruesas, musculosas y dotadas de fuertes garras, lo que sugiere un animal excavador, y están desplazadas hacia los lados del cuerpo, de una forma parecida a la de los cocodrilos o los lagartos. Además, uno de los huesos de sus patas aparece extrañamente curvado; otra característica más para la que Krause y su equipo no han hallado todavía justificación. Simone Hoffmann, profesora del Instituto Tecnológico de Nueva York y colaboradora de Krause, explica que "Tratar de describir cómo se movía es casi imposible porque su parte delantera nos cuenta una historia totalmente diferente a la de su parte posterior [...] podría haber sido un animal excavador que también pudo tener la capacidad de correr e incluso tener otras formas de locomoción".

En palabras del propio Krause, "es muy difícil imaginar como un mamífero como Adalatherium podría haber evolucionado; el fósil que hemos hallado retuerce e incluso contradice muchas de las ideas establecidas sobre la evolución de los mamíferos". Krause cree que la explicación de la extraña suma de características insólitas de este animal viene dada por la Tectónica de Placas. Madagascar se separó completamente del continente africano hace unos 88 millones de años. Las rocas en las que se halló al Adalatherium tienen una antigüedad estimada de unos 66 millones de años. Eso deja más de veinte millones de años en los que el Adalatherium evolucionó de forma totalmente independiente, completamente aislado de otros grupos, "tiempo suficiente para desarrollar sus muchas características absurdas". "El Adalatherium es solo una pieza, aunque una pieza importante, en el gran rompecabezas de la evolución temprana de los mamíferos en el hemisferio sur. Lamentablemente, aún no hemos encontrado la mayor parte de las piezas".

lunes, 20 de abril de 2020

Mary Anning

Mary Anning (1799-1847)

En la lista de las mujeres pioneras de la ciencia, mujeres que se atrevieron a desafiar el statu quo que las excluía del mundo de la investigación científica por considerarlo un campo exclusivamente masculino, sobresale el nombre de Mary Anning. Una mujer que fue ignorada y menospreciada mientras vivió, cuyas aportaciones fueron minusvaloradas o desdeñadas, pero cuya aportación a una ciencia entonces nueva como la paleontología resultó fundamental y solo fue reconocida mucho tiempo después de su muerte.

Mary Anning nació en la localidad inglesa de Lyme Regis en 1799, en una familia humilde, hija de un modesto ebanista que se sacaba un sobresueldo vendiendo fósiles a los turistas que visitaban la costa del condado de Dorset, destino habitual de vacaciones de las clases medias-altas del sur de Inglaterra. En aquella época, el trabajo de investigadores como Buffon y Cuvier había logrado que los fósiles fueran aceptados como lo que eran, restos de especies desaparecidas, y el coleccionismo y estudio de estos restos se hacía cada vez más popular. Y en los acantilados calizos de la costa de Dorset, datados en la era mesozoica, existía una gran abundancia de fósiles.

Acantilados de Dorset
A Mary le fascinaban aquellos restos, hasta el punto de que a menudo prefería acompañar a su padre en sus búsquedas antes que quedarse en casa haciendo las tareas del hogar. Después de que su padre muriera en 1810 de tuberculosis, la venta de fósiles se convirtió en el principal sustento de la familia. Mary, acompañada en ocasiones por su hermano Joseph (Joseph y ella fueron los únicos de los diez hijos del matrimonio Anning que llegaron a la edad adulta) recorría los acantilados de la zona (peligrosamente escarpados y con el riesgo siempre presente de derrumbes y corrimientos de tierras) en busca de piezas que luego vendía en un puesto callejero cercano a la parada de la diligencia. Su primer gran hallazgo tuvo lugar en 1810 o 1811, cuando su hermano Joseph halló lo que creían era el cráneo de un cocodrilo, y que resultó ser un ictiosauro. Mary limpió ciudadosamente el cráneo y siguió buscando el resto del esqueleto hasta que lo halló al año siguiente. La espectacular pieza, el primer esqueleto de este tipo hallado completo, fue luego vendida por 27 libras (una pequeña fortuna para los Anning, dados sus problemas económicos) y acabaría expuesto en el Museo Británico. El cirujano y naturalista Everand Home escribió una serie de artículos sobre el ictiosauro por encargo de la Royal Society, aunque en ninguno de ellos menciona a los Anning como sus descubridores.

En los siguientes años Mary continuó con la búsqueda y venta de fósiles, prácticamente en solitario, después de que su hermano comenzara a trabajar como aprendiz de tapicero. Halló varios esqueletos más de ictiosauro, de diferentes especies, algunos del tamaño de peces pequeños y otros grandes como ballenas. No obstante, su familia seguía pasando dificultades financieras y en 1819 uno de sus clientes, un acaudalado coleccionista llamado Thomas Birch, subastó su colección de fósiles para entregarle lo recaudado (unas 400 libras) a Mary, lo que alivió su situación.

En 1820 y 1823 Mary hizo otros dos hallazgos extraordinarios: dos esqueletos casi completos de plesiosaurio, los dos primeros conocidos por la ciencia. Mary limpió, preparó y describió minuciosamente los restos, tan sorprendentes para lo que entonces se conocía que el mismísimo Georges Cuvier expresó sus dudas acerca de la legitimidad de los fósiles (más tarde admitiría su error y se disculparía). Los plesiosaurios fueron examinados y presentados públicamente por el paleontólogo William Conybeare, el cual en ninguno de los dos casos mencionó a Mary como descubridora.

Dibujo de un esqueleto de plesiosaurio, por Mary Anning
Mary Anning no tuvo oportunidad de tener una educación convencional. Aprendió a leer y escribir en su iglesia y no fue al colegio, pero más tarde trataría de subsanar esas carencias devorando toda la literatura científica que caía en sus manos, llegando a copiar a mano artículos que le interesaban especialmente. Llegó incluso a diseccionar animales como peces o calamares, para familiarizarse con su anatomía y entender mejor la estructura de los fósiles con los que trabajaba.

En 1826 Mary logró reunir dinero suficiente para comprar una casa en Lyme con un gran ventanal donde instalar su tienda, a la que llamó Almacén de Fósiles Anning. La tienda y su propietaria muy pronto lograron fama en el mundo de la paleontología, una fama que se extendió más allá de las fronteras inglesas. Numerosos investigadores ingleses frecuentaban a Anning para adquirir nuevas piezas, pero también otros procedentes de América, Francia, Alemania... Incluso el rey de Sajonia Federico Augusto II, dueño de una amplia colección de especímenes de historia natural, fue cliente suyo, y le compró un ictiosauro. Muchos de sus clientes, además, aprovechaban sus visitas para charlar con Mary, quedando asombrados por el conocimiento que tenía sobre los fósiles y su habilidad para caracterizarlos e identificarlos. Pero eso no impidió que sus aportaciones fueran sistemáticamente ignoradas por la ciencia "oficial". En una época en la que la Sociedad Geológica de Londres, la principal autoridad paleontológica de la época, no permitía que las mujeres asistieran a sus reuniones ni siquiera como invitadas, Mary sufrió una triple discriminación: por ser mujer, por ser de origen humilde y por ser de una familia disidente (protestantes no anglicanos). Algunos de sus clientes llegaban incluso a presentar como hallazgos propios los fósiles que Mary les había vendido, apropiándose de sus conclusiones para hacerlas pasar por suyas. Mary se quejaría amargamente en más de una ocasión de cómo algunos científicos se habían aprovechado de su trabajo en su propio beneficio.

Sir Henry Thomas de la Beche (1796-1855)
No todos los científicos se negaban a reconocer los méritos de Mary Anning. Henry de la Beche, amigo de los Anning desde su adolescencia y que llegaría a ser presidente de la Sociedad Geológica, agradeció más de una vez su ayuda, igual que William Buckland, catedrático de Geología en Oxford, o el matrimonio formado por Roderick y Charlotte Murchison, quienes la pusieron en contacto con reconocidos geólogos de toda Europa. Y el paleontólogo suizo Louis Aggasiz quedó tan impresionado de sus conocimientos y de los de Elizabeth Philpot, paleontóloga amateur y amiga de Anning, que les agradeció a ambas su ayuda en su libro Estudios sobre los peces fósiles.

Duria Antiquior (Henry De la Beche, 1830)
En 1830 la crisis económica, que disminuyó la demanda de fósiles, y la escasez de hallazgos significativos volvió a causar problemas económicos a Mary. De la Beche salió en su ayuda, donándole los beneficios de las ventas de litografías de Duria Antiquior, una acuarela que había pintado en la que hacía una reconstrucción artística de la fauna prehistórica de Dorset.

Los descubrimientos de Mary Anning continuaban: en 1828 halló un esqueleto en perfecto estado de Dapedium politum, un pez de aletas radiales recién descrito, y un pterosaurio, el primero hallado fuera de Alemania. En 1829 halló un ejemplar de Squaloraja, con características intermedias entre un tiburón y una raya, y en 1830 un tercer ejemplar de plesiosaurio. También hizo otros importantes aportes al conocimiento de la Paleontología, como señalar el gran parecido entre las bolsas fósiles de los belemnites con las de calamares y sepias actuales, y resolvió un pequeño enigma paleontológico: las llamadas "piedras bezoar", unos fósiles que se encontraban a veces en algunos yacimientos y cuyo origen se desconocía. Mary Anning se dio cuenta de que esas piedras aparecían a veces en la región abdominal de los esqueletos de ictiosauro, y que si se rompían contenían en su interior huesos, espinas y escamas de otros animales marinos, por lo que concluyó que se trataba de heces fósiles. William Buckland los llamó "coprolitos", y cuando expuso esta conclusión en la Sociedad Geológica mencionó expresamente a Anning, alabando su talento y su habilidad.

Squaloraja
En 1835 Mary volvió a quedar en una situación financiera comprometida tras perder casi todos sus ahorros en una mala inversión. William Buckland logró aliviar sus problemas consiguiendo que le fuera concedida una pensión gubernamental por sus aportaciones científicas. En 1839 escribió al Magazine of Natural History como respuesta a un artículo sobre un fósil de un tiburón del género Hybodus. Un resumen de su carta, publicado por la revista, fue su única publicación en una revista científica, aunque se conservan de ella varios de sus cuadernos de trabajo, llenos de anotaciones e ilustraciones sobre los fósiles que hallaba.

Ictiosauro desubierto por Mary Anning en 1836, propiedad del Museo de Historia Natural de la Universidad de Oxford
En 1845 le fue diagnosticado un agresivo cáncer de mama. Luchó contra él durante dos años, pero acabó sucumbiendo a la enfermedad el 8 de marzo de 1847, a los 47 años de edad. Durante sus últimos tiempos, los efectos del láudano que tomaba para soportar el dolor hicieron que se corriera el rumor en Lyme de que bebía en exceso. Tras su muerte, Henry de la Beche escribió un panegírico que fue publicado en los anales de la Sociedad geológica, en las que se alababan tanto su personalidad como su talento como paleontóloga. Más tarde, miembros de la Sociedad sufragaron la fabricación de una vidriera en su recuerdo, que fue colocada en la iglesia anglicana (Mary se había convertido a dicha religión antes de morir) de San Miguel Arcángel en Lyme. Louis Aggasiz nombró dos especies de peces fósiles en su honor (Acrodus anningiaeBelenostomus anningiae) y el mismísimo Charles Dickens escribió un artículo sobre ella en la revista All the Year Round en el que destacaba todas las dificultades a las que había tenido que sobreponerse, llegando a decir que "la hija del ebanista se ha ganado un nombre merecidamente".

domingo, 17 de julio de 2016

Curiosos nombres científicos

Aha ha
Esta avispa australiana debe su nombre científico al entomólogo Arnold Menke, el cual, según su propio relato, exclamó "ahá" al abrir un paquete con especímenes de insectos enviado por un colega.








Gluteus minimus
Un pequeño fósil, de apenas 11 x 8 mm y datado en el periodo Devónico, hallado en 1902 en Iowa. Todavía no se sabe bien de que se trata, pero se ha propuesto que puede pertenecer a un pez, o bien a un braquiópodo. Su nombre, al parecer, deriva del hecho de que tiene cierto lejano parecido con un trasero.


Abra cadabra
Este bivalvo fósil de agua salada fue hallado en 1918 en la cuenca del Tigris y el Éufrates y nombrado Corbula mesopotamica. En 1957, dos biólogos que trabajaban para la British Petroleum describieron una nueva especie a la que llamaron Abra cadabra, porque, según ellos "lleva tanto tiempo muerta que puede ser descrita como un cadáver" (típico humor británico). En 1995 se determinó que Corbula mesopotamica y Abra cadabra eran la misma especie y se asignó a un nuevo género, Theora, rebautizándola como Theora mesopotamica.


Colum rectum
Un escarabajo de la familia de los Leiodidae.













Bambiraptor feinbergi
Su pequeño tamaño (menos de un metro de largo) le valió su nombre a este dinosaurio hallado en Montana y datado en el Cretácico Superior (lo de feinbergi es por Michael y Ann Feinberg, un acaudalado matrimonio que compró el esqueleto a su descubridor y lo donó a un museo). Algunos expertos sostienen que puede tratarse de un ejemplar juvenil de otra especie, Saurornitholestes.


Montypythonoides riversleighensis
En 1985 se encontraron cerca del cauce del río Leigh (Australia) los restos fósiles de una gran serpiente de algo más de dos metros de largo con unos impresionantes dientes. Dado que se trataba de un ejemplar de la familia de las pitones, a sus descubridores se les ocurrió nombrarla así en homenaje al conocido grupo cómico británico Monty Phyton (humor nerd en estado puro). Más tarde sería renombrada como Morelia riversleighensis.

Parastratiosphecomyia stratiosphecomyioides
Esta mosca de la familia de las Stratiomyidae (conocidas como moscas-soldado), nativa del sudeste asiático, tiene el honor de poseer el nombre científico más largo hasta el momento. Su larguísimo nombre significa "Mosca-avispa casi soldado" y "Avispa similar a una mosca". Y es que esta especie ha imitado la coloración de algunas avispas como método para alejar a los depredadores (mimetismo batesiano).



Scrotum humanum
En 1676 se halló en Inglaterra un fósil correspondiente a la cabeza de un fémur de enorme tamaño que en un principio se atribuyó a un gigante o a un elefante de guerra de la época romana. En 1763 Richard Brookes nombró a la especie desconocida de esta manera por... bueno, por motivos más que evidentes. El fósil se perdió, pero por los dibujos que se conservan se cree que se trataba de un fósil de Megalosaurus, un dinosaurio del periodo Jurásico.

Carmenelectra shechisme
Esta mosca extinta de la familia Mythicomyiidae fue hallada por primera vez en 2002 en un yacimiento de ámbar de la República Dominicana. Su descubridor, Neal Evenhuis, entomólogo del Museo de Historia Natural de Hawai, la nombró así como homenaje a la famosa y exuberante actriz Carmen Electra (el nombre, leído en inglés, se pronuncia algo así como "Carmen Electra she kissed me").



Polemistus chewbacca, P. vaderi y P. yoda
En 1983 dos entomólogos apellidados Menkes y Vincent descubrieron tres especies nuevas de avispas a las que nombraron como sus personajes favoritos de la saga Star Wars, Chewbacca, Darth Vader y Yoda. También existe un trilobite fósil cuyo nombre científico es Han solo.

Cortana carvalhoi
Un caracol fósil, de un género totalmente nuevo, catalogado en 2013 por los paleontólogos brasileños Luiz Ricardo Lopes de Simone y Rodrigo Brincalepe Salvador, quienes tomaron su nombre de Cortana, un personaje del videojuego Halo, debido a que las marcas que tenía el caracol en su superficie les recordaban a las del personaje.

sábado, 25 de junio de 2016

El alce irlandés


El Megaloceros giganteus, también conocido como alce irlandés o megalocero, fue el mayor cérvido que jamás haya pisado la Tierra. Lo de "irlandés" viene dado porque es relativamente frecuente encontrar restos fósiles suyos en las turberas y las zonas lacustres de la Isla Esmeralda, aunque en su época de mayor esplendor el megalocero se extendía por toda Europa, buena parte de Asia y el norte de África. Tampoco lo de "alce" es demasiado acertado; más que con un alce, el megalocero tenía un notable parecido con los actuales gamos. Exceptuando, claro, su colosal tamaño: los machos podían superar con holgura los dos metros de altura y pesar cerca de una tonelada. Además, presentaban unas impresionantes cornamentas que en algunos casos alcanzaban los tres metros y medio de largo de punta a punta y un peso de unos cincuenta kilos. Con ese tamaño, pocos depredadores suponían una amenaza para los ejemplares adultos: el poderoso león de las cavernas y los individuos del género Homo (neandertales y sapiens).


Los megaloceros vivían en los amplios espacios abiertos de llanuras, estepas y tundras, donde podían hallar con facilidad la hierba y los arbustos de los que se alimentaba. Presentaban un marcado dimorfismo sexual: las hembras eran notablemente más pequeñas que los machos. Las impresionantes cornamentas de los machos no eran permanentes; como en algunas especies de ciervos modernos, se caían tras la época de apareamiento y se regeneraban al año siguiente, lo que para los machos suponía un considerable gasto de energía y minerales (a algunos ejemplares la regeneración de las astas les provocaba osteoporosis). Del estudio de pinturas rupestres se ha deducido que mudaba el pelo según la estación; en verano tenía un pelaje corto y de color parduzco, mientras en invierno era más denso y de un color oscuro en el dorso y más claro en vientre y garganta. Las mismas pinturas lo representan con una especie de joroba entre los hombros, que posiblemente fuese una reserva de grasa para periodos de escasez.
En cuanto a sus hábitos reproductivos, dada la diferencia de tamaño entre machos y hembras se supone que en época de celo los machos dominantes reunían harenes de hembras, por cuyo control peleaban con otros machos. Dado el elevado número de restos de machos jóvenes que se han hallado, se supone que durante el celo había una muy elevada mortalidad entre los machos, bien por causa de las peleas, bien por el hambre y el agotamiento, ya que muchos ejemplares dejaban de alimentarse, concentrados en el apareamiento. El resto del año, machos y hembras vivían por separado, encargándose las hembras en solitario del cuidado de las crías.

Cráneo de alce irlandés
Los primeros ejemplares de esta especie aparecieron en las estepas de Asia central hace aproximadamente medio millón de años, y de ahí se extendieron hacia Europa, siguiendo el avance de los hielos durante las glaciaciones. Se estima que poblaron las islas Británicas hace unos 37000 años, cuando ambas islas aún estaban conectadas con el continente. Siendo un animal de climas fríos, su distribución variaba según la temperatura, extendiéndose en los periodos fríos y reduciéndose en los cálidos. Por ello, su época de mayor esplendor coincide con el apogeo del periodo glaciar, y el final de este y la subida de las temperaturas marcan el inicio de su declive.
La primera descripción científica de esta especie data de 1697 y se debe al irlandés sir Thomas Molyneux, médico y miembro de la Royal Society. No sería catalogado taxonómicamente, sin embargo, hasta 1799, por el naturalista y antropólogo alemán Johann Friedrich Blumenbach, quien le dio el nombre de Megaloceros (Gran cuerno). No obstante, ya aparecía mencionado en algunos documentos tiempo antes; en el Museo Nacional de Irlanda se conserva un dibujo de un cráneo de megalocero, obra de Adam Loftus, arzobispo de Armagh, datado en 1588, y en los registros públicos ingleses hay constancia de que uno de estos cráneos, con sus cuernos, fue llevado en 1596 a Hatfield House, en Hertfordshire (Inglaterra), antigua residencia real y entonces propiedad del conde de Salisbury.

Esqueleto completo de Megaloceros hallado en Sapozhka (Rusia) y conservado en el Instituto de Paleontología de Moscú
El final de la época glaciar marcó el principio de su decadencia, al igual que ocurrió con otras especies de la llamada megafauna, como el rinoceronte lanudo (Coelodonta antiquitatis), el bisonte estepario (Bison priscus), el elasmoterio (Elasmotherium sibiricum) o el oso de las cavernas (Ursus spelaeus). Todas estas especies desaparecieron en un periodo de tiempo relativamente breve, y los motivos aún son objeto de discusión. Aunque hay quien dice que la presión de los cazadores humanos sobre ellos tuvo bastante que ver, lo más probable es que fueran incapaces de adaptarse a los cambios en su hábitat producidos por la subida de las temperaturas. Y de hecho, el registro fósil muestra que los megaloceros desaparecieron antes en las zonas más afectadas por el cambio climático. La tesis del exterminio por la caza es poco plausible; lo cierto es que los humanos y la megafauna llevaban miles de años conviviendo, y los primeros tenían otras fuentes alternativas de alimento. Algunos autores apuntan a que, debido a los elevados requerimientos de minerales de los machos de esta especie, debido a sus grandes cuernos, un cambio en las especies vegetales de las que se alimentaban pudo haber causado un déficit nutricional que habría contribuido a la desaparición del Megaloceros.

Elasmotherium
Durante mucho tiempo, se creyó que esta especie había desaparecido hace unos 10600 años. Pero en el año 2000 se encontraron fósiles de Megaloceros en el sur de Escocia y en la isla de Man datados en torno al 7500 a.C., que demuestran que tras la retirada de los hielos hubo un grupo que quedó aislado en las islas Británicas y se las arregló para sobrevivir durante algún tiempo; se cree que fue la llegada de cazadores humanos procedentes del sur la que finalmente los hizo desaparecer. Y en 2004, nuevos hallazgos en los montes Urales datados en el 5000 a.C. confirmaron que en aquella fecha todavía había Megaloceros en Siberia y que la especie había sobrevivido al final de las glaciaciones y resistido hasta entonces.

lunes, 13 de junio de 2016

El bunyip


El bunyip o kianpraty es una de las criaturas más populares de la mitología de los aborígenes australianos. Se trataría, según la tradición, de un gran animal que vive en hábitats acuáticos: ríos, pantanos, ciénagas, lagunas, riberas... Las descripciones del aspecto del bunyip varían mucho de unas regiones a otras: unos le atribuyen una cabeza como la de un perro, otros dicen que se asemeja más a la de un cocodrilo. Hay quien lo representa con el cuerpo cubierto de pelo, quien dice que se parece a una morsa, y quienes le adjudican cuernos, colmillos, una cola como la de un caballo e incluso un pico de pato. También dicen que posee un característico y espeluznante grito, que se oye a grandes distancias. En lo que si coinciden todos es en que se trata de un feroz depredador, que mata y devora a cuanto animal se adentra en su dominios, incluidos seres humanos.


La leyenda del bunyip pasó pronto de los aborígenes a los primeros colonos de origen europeo quienes, enfrentados a una naturaleza totalmente desconocida para ellos, no dudaron de su existencia. Uno de los primeros hombres blancos que afirmó haber visto un bunyip fue William Buckley, un presidiario inglés fugado en 1803 que se pasó los siguientes 32 años viviendo en compañía de los aborígenes. Tras volver a la civilización, en 1852 publicó sus memorias, en las cuales decía haber visto uno de estos seres, al que describía como "del tamaño de un ternero y con la espalda cubierta de una especie de plumas de color gris oscuro". También de cómo los aborígenes le habían aconsejado mantenerse apartado de los bunyips, a los que consideraban seres sobrenaturales.
Como ocurre con otras muchas leyendas, es posible que en el origen del mito del bunyip haya un poso de verdad. Algunos expertos opinan que este mito se basa en la existencia de grandes marsupiales, como el Diprotodon o el Zygomaturus. Estas especies, si bien eran herbívoras y no especialmente agresivas, si alcanzaban grandes tamaños; el Diprotodon podía llegar a medir dos metros de altura y cuatro de largo, y pesar cerca de tres toneladas. Los marsupiales gigantes se extinguieron hace entre 50 y 45000 años, poco después de la llegada de los primeros humanos a Australia, y es posible que el mito del bunyip sea una suerte de eco, transmitido a través de la memoria colectiva, de la época en la que los humanos convivían con estos grandes y amenazadores (al menos en su aspecto) animales.

Diprotodon 
Otra teoría habla de que en realidad la leyenda del bunyip se originó por la presencia de focas, que en ocasiones se sabe que han llegado a remontar ríos como el Murray o el Darling hasta puntos muy tierra adentro. Curiosamente, hay muy pocas representaciones del bunyip en el arte aborigen (seguramente por ser considerado un ser sobrenatural o de mal agüero) pero una de las pocas es el llamado "bunyip de Challicum". En torno a 1840, cuando los primeros colonos llegaron a las cercanías de donde hoy se asienta la ciudad de Ararat (a unos 200 kilómetros al oeste de Melbourne), se encontraron con que la tribu local de los Djapwurrong tenía un lugar de culto en la orilla del Fiery Creek, un arroyo cercano, porque según contaban muchos años atrás habían encontrado un bunyip muerto en aquel lugar. A lo largo del tiempo, los aborígenes habían dibujado la silueta de aquel animal año tras año como parte de su ritual. Cuando los europeos llegaron hicieron bocetos de aquella silueta (hoy desaparecida) que, a pesar de la inevitable distorsión por el tiempo transcurrido, recordaba poderosamente la imagen de una foca.

El "bunyip de Challicum"
A lo largo de los años, muchas personas dijeron haber visto a este animal, o escuchado su grito (que suele ser en realidad el grito del avetoro australiano o Botaurus poiciloptilus). Uno de los avistamientos más espectaculares tuvo lugar en marzo de 1847 cuando numerosas personas afirmaron haber visto un bunyip o un ornitorrinco gigante a orillas del río Yarra, en Melbourne. El animal desapareció sin dejar rastro, pese a que varias personas trataron de perseguirlo en un bote. También en varias ocasiones se han hallado restos óseos que han sido atribuidos a esta especie. La primera vez, en 1818, cuando el explorador Harrison Hume afirmó haber hallado grandes huesos parecidos a los de un hipopótamo o un manatí a orillas del lago Bathurst. Aquellos restos no llegaron a ser estudiados; pero se piensa que eran fósiles de Diprotodon, cuyos esqueletos han sido comparados en ocasiones con los del hipopótamo. En la década de 1830, en las llamadas Cuevas de Wellington fueron hallados huesos de gran tamaño atribuidos a bunyips en un principio, que más tarde se identificaron como pertenecientes a ejemplares de Diprotodon y Nototherium (un pariente cercano, de similares características).
Posiblemente, el supuesto resto de bunyip que más expectación causó fue un cráneo hallado en la ribera del río Murrumbidgee en enero de 1847, con unas características únicas. Mientras algunos defendían que se trataba de un animal desconocido para la ciencia (posiblemente un bunyip), otros expertos concluyeron que se trataba de una aberración y que seguramente era el cráneo de un animal doméstico (un potro o un ternero) nacido con una malformación. El Australian Medical Journal llegó a publicar que "hablar de un cráneo de bunyip sólo puede ser visto como una ostentación de ignorancia y credulidad". En medio de las discusiones, el cráneo (al que posteriormente se le perdería la pista) llegó a estar expuesto en el Museo Australiano de Sydney.

El cráneo del río Murrumbidgee
La popularidad del mito del bunyip ha llegado a influir hasta en el lenguaje de los australianos. Mientras que para los aborígenes la palabra "bunyip" se ha convertido en un sinónimo de demonio o espíritu maligno, entre los australianos de origen europeo es muy habitual su uso con el significado de impostor o farsante (hasta todo un primer ministro utilizó el término para referirse a los miembros de la oposición)

sábado, 8 de junio de 2013

El hombre de Piltdown

El cráneo de Piltdown
La publicación en 1859 del libro de Charles Darwin El origen de las especies provocó en su época un auténtico terremoto no sólo en lo científico sino también el lo social. La idea de que lo que hasta entonces se consideraba "obra de Dios" no era inmutable, sino cambiante (lo que suponía que la Creación no era perfecta) era poco menos que una blasfemia para muchos. Y no menos reacciones provocó la idea de que el ser humano tampoco había sido creado como tal, sino que descendía de los simios, un concepto que muchos encontraban humillante.
Pero, por otro lado, numerosos científicos acogieron con entusiasmo las teorías de Darwin. La evolución y la selección natural explicaban muchos puntos oscuros, incoherencias y datos aparentemente sin sentido con los que se encontraban en sus investigaciones. Por ejemplo, los fósiles, que solían ser atribuídos a especies desaparecidas tras el diluvio universal. Ahora, bajo este nuevo punto de vista, su existencia podía ser explicada de otra manera. Incluídos, por supuesto, los fósiles de los antepasados del hombre.
Una de las consecuencias de las teorías de Darwin fue que empezó a hablarse del "eslabón perdido", la especie teóricamente intermedia entre el hombre y el mono. Una teoría hoy descartada, pero que por entonces parecía perfectamente lógica. Y no tardaron en aparecer candidatos: el hombre de Neandertal en Alemania (que había sido descubierto en 1856 y llegaron a decir de él que era un hombre "normal" que había sufrido raquitismo, artritis y varias fracturas craneales), el hombre de Cro-Magnon en Francia (1868), el hombre de Java (1891)...
En Inglaterra, sin embargo, no se habían hallado fósiles humanos de relevancia. Algo que hería un poco el orgullo nacional de los investigadores ingleses. Todo cambió a principios del siglo XX. En 1908, un grupo de obreros que reparaban un camino en Fletching (Sussex) encontraron en una cantera cercana a la localidad de Piltdown, de donde obtenían la piedra para su trabajo, varios fragmentos de hueso. Uno de ellos se los llevó a Charles Dawson, un abogado de la zona que era también paleontólogo y geólogo aficionado. Dawson acudió a la cantera y halló más fragmentos de un cráneo y una mandíbula casi completa. Posteriores excavaciones hallarían un canino, que fue atribuído al mismo espécimen, además de restos de animales y piedras de sílex toscamente talladas.
El 18 de diciembre de 1912, Dawson y el prestigioso paleontólogo Arthur Smith Woodward presentaban el hallazgo en la Sociedad Geológica de Londres. Alcanzó enseguida gran popularidad y su autenticidad se aceptó sin demasiadas reservas. Sus características coincidían con lo que la mayoría de los paleontólogos de la época esperaban: un cerebro relativamente grande y unos rasgos simiescos, ya que se creía que el aumento de tamaño del cerebro había sido previo a la pérdida de los rasgos mas simiescos (ahora se sabe que fue al contrario). Se trataba sin duda del eslabón perdido: era tal y como lo habían descrito... ¡y además era inglés! Lo cierto es que apenas se hicieron análisis y estudios exhaustivos sobre él. Se le llamó Eoanthropus dawsoni.
Si bien muchos paleontólogos aceptaron el hallazgo sin cuestionarlo, lo cierto es que desde su descubrimiento hubo algunas voces críticas. El antropólogo Arthur Keith, aunque siempre defendió la autenticidad del hallazgo, sugirió que el cráneo y la mandíbula procedían de dos especies diferentes; el cráneo era indudablemente humano, pero la mandíbula parecía corresponder mas bien a algún tipo de simio. Lo mismo defendió en 1913 el antropólogo británico David Waterston, en 1915 el francés Marcellin Boule o más tarde el alemán Franz Weidenreich. Por lo general, los escépticos hablaban de una confusión accidental, aunque el norteamericano G. S. Miller fue el primero en hablar claramente de fraude. Es significativo que, mientras los científicos británicos defendían mayoritariamente el hallazgo, los europeos y americanos se mostraran mucho más escépticos y cautelosos. En 1915, Dawson afirmó haber hallado nuevos fragmentos de un segundo individuo a un par de millas de distancia del yacimiento original, pero se negó a revelar su localización exacta.
En las décadas posteriores se encontraron por todo el mundo nuevos fósiles de prehumanos. Estos fósiles no hacían más que aumentar las dudas sobre los restos de Piltdown, porque marcaban una línea evolutiva en la que los fósiles británicos parecían no tener sitio. Para los escépticos era un motivo más para dudar de su autenticidad, e incluso sus defensores empezaban a considerar la posibilidad de que el hombre de Piltdown fuera en realidad una "aberración" o un callejón evolutivo sin salida, más que un auténtico antepasado del hombre.
En 1935, Alvan T. Marston, dentista y arqueólogo aficionado, halló en Swanscombe (condado de Kent), a orillas del Támesis, un cráneo fósil datado en el Paleolítico inferior. Algunos expertos afirmaron que el cráneo de Swanscombe era un antepasado del de Piltdown; otros, sin embargo, defendían que era su descendiente. Marston dedicó varios meses a estudiar los restos hallados por Dawson, guardados en el Museo Británico de Historia Natural; y tras examinarlos concienzudamente, concluyó que la mandíbula pertenecía a un mono, basándose en que las raíces de sus dientes eran curvas y no rectas como las de los humanos. También le llamó la atención la peculiar coloración de los restos, de un color marrón oscuro muy peculiar, que Marston consideró que no se debía al proceso natural de fosilización, sino a algún tipo de tratamiento químico que habían recibido los restos. Sus conclusiones fueron publicadas en 1936 en el British Dental Journal y en el Journal of the Royal Anthropological Institute.
En 1948, el cráneo de Piltdown fue sometido a un análisis químico para averiguar sus índices de flúor. Se concluyó que dichos niveles eran muy dispares comparados con otros fósiles, como el de Swanscombe, cuya autenticidad estaba fuera de toda duda. La suma de indicios llevó a que se solicitara de una vez por todas un estudio pormenorizado de los restos, con técnicas modernas.
Las pruebas se llevaron a cabo en 1953. Su conclusión inapelable era la que ya casi todos sospechaban: el cráneo de Piltdown era un monumental y completo fraude. El análisis químico demostró que cráneo y mandíbula pertenecían a individuos distintos. Un examen microscópico reveló señales de abrasión en los dientes, que al parecer habían sido limados para encajar mejor con el cráneo. La misteriosa coloración marrón era superficial, y tal como había propuesto Marston, fruto de un baño químico con bicromato potásico y óxido de hierro, seguramente con el fin de enmascarar la distinta coloración de los fragmentos de hueso. Finalmente, se concluyó que el cráneo pertenecía a un humano moderno (posiblemente de la Edad Media), mientras que la mandíbula era de un orangután y el canino atribuído a ella pertenecía a alguna especie indefinida de simio. No se trataba de ninguna broma; había sido un fraude muy bien planeado y llevado a cabo para engañar a todo el mundo.
¿Quién estaba detrás del engaño? Muchos señalaron a Charles Dawson. Por ser el descubridor de los fósiles, porque no se hallaron más restos tras su muerte (acaecida en 1916) y porque más tarde se descubrió que buena parte de las piezas de su colección de antigüedades, fósiles y objetos curiosos eran falsas. Pero no fue el único sospechoso. James A. Douglas, profesor de Geología en Oxford, atribuyó el engaño en una cinta grabada poco antes de morir a su predecesor W. J. Sollas, con el objeto de burlarse de Smith Woodward, con quien estaba enemistado. También se mencionaron al propio Woodward o al jesuita y paleontólogo francés Pierre Teilhard de Chardin, que había participado en las excavaciones. Muchos opinan que el fraude se trató en realidad de una auténtica conspiración entre varios científicos británicos con un trasfondo político. Incluso hay quien apunta a la figura del escritor Arthur Conan Doyle, creador del personaje de Sherlock Holmes, quien casualmente vivía en Piltdown cuando los restos fueron hallados.

jueves, 3 de mayo de 2012

El misterioso Godzillus

                                             Godzillus


Muchas preguntas se ciernen en torno al fósil denominado Godzillus. Y la principal es... ¿qué demonios es?
Todo empezó en la primavera de 2011. Ron Fine, un buscador de fósiles perteneciente a los Dry Dredgers, una asociación de paleontólogos aficionados que colabora con la Universidad de Cincinnati, buscaba fósiles en una región del estado norteamericano de Kentucky famosa por su abundancia en estos restos cuando encontró eso.
La mayoría de los fósiles que se encuentran en la zona son de pequeño tamaño, pero aquel en concreto era enorme. Fine realizó una docena de expediciones al lugar hasta que logró extraerlo completamente: midió en total unos dos metros de largo por uno de ancho, con un peso de cerca de 70 kilos. Su forma es elíptica, con numerosos lóbulos cubiertos de pequeñas ondulaciones. El propio Fine, sin ser un experto, si posee un notable conocimientos de los fósiles, y enseguida se dió cuenta de que nunca había visto nada ni remotamente parecido a aquello.
Los científicos de la Universidad de Cincinnati (donde se guarda el especimen en la actualidad) quedaron igualmente perplejos cuando lo vieron. Indudablemente confirmaron que se trataba de algo de origen orgánico, pero nada más. Ni siquiera pudieron determinar con seguridad si se trataba de un animal o un vegetal. Por eso le pusieron ese nombre, haciendo referencia al monstruo clásico del cine japonés: Godzillus.
Se sabe que el fósil tiene unos 450 millones de años de antigüedad, y que en esa época la región donde fué encontrado estaba cubierta por un océano de aguas poco profundas. Expertos de todo el mundo que han podido echarle un vistazo se hallan igualmente desconcertados. Ninguno ha podido establecer un paralelismo con ningún otro organismo conocido anterior o posterior a él. Hace apenas unos días, la Universidad organizó una reunión de la Sociedad Norteamericana de Geología, para que sus miembros pudieran examinar los restos, sin resultado.
Por supuesto, hay muchas hipótesis, que van desde que se trate de un cnidario (del mismo grupo que las medusas) a un tapete microbiano (un agregado de múltiples capas de microorganismos), pasando por alguna clase de alga desconocida. Quizá la teoría más interesante es la que dice que puede tratarse de una colonia microbiana deformada en el proceso de fosilización, con lo que habría llegado hasta nosotros con una forma totalmente diferente a la que tenía en origen. O incluso que pudiera tratarse de restos de un coral cubiertos por esponjas o briozoos.

sábado, 12 de noviembre de 2011

La fauna de Ediacara

                             Ejemplar del género Charnia
En ciencia no existe una fórmula infalible para lograr un gran hallazgo. Un científico puede pasarse toda su vida investigando sin que sus descubrimientos merezcan más que una nota a pie de página en la historia de su disciplina. Y otras veces un golpe de inspiración, un rapto de genialidad, puede hacer inmortal al que hasta entonces era un investigador gris e insignificante. Unas veces un trabajo largo y pesado no obtiene apenas resultados. Y otras una disciplina al completo se ve sorprendida por un descubrimiento que empieza con un gesto tan sencillo como darle la vuelta a una piedra.
En 1946, un joven geólogo australiano llamado Reginald Claude Sprigg (conocido como Reg) se hallaba haciendo un estudio sobre unas minas abandonadas en una formación llamada Ediacara Hills, perteneciente a la cordillera de Flinders Ranges. Dicho lugar se halla a unos 650 kilómetros al norte de la ciudad australiana de Adelaida. Un buen día, mientras almorzaba tranquilamente, se le ocurrió volver una piedra que le llamó la atención. Y la Paleontología se conmocionó por la sorpresa.
Lo que había al otro lado de la piedra era un fósil. Reg se quedó muy sorprendido. Las rocas de Ediacara estaban datadas en uno 600 millones de años, anteriores incluso al período Cámbrico (cuyo comienzo se sitúa mas o menos hace 540 millones de años). Y nadie tenía noticias de fósiles tan antiguos. Y además aquel fósil era de un organismo pluricelular complejo. Aquel fósil era una anomalía que retrasaba millones de años la historia evolutiva.
Todavía confuso por su descubrimiento, Reg Sprigg comenzó a buscar más fósiles. Y los encontró a docenas: se trataba de seres de forma discoidal, de pluma o de hoja, en su mayoría. Toda una fauna del Precámbrico, cuando nadie esperaba que la hubiera. Pero no fué eso lo único que llamó la atención a nuestro geólogo. Sin ser un experto en fósiles, por su formación conocía los principales grupos de fósiles. Pero no era capaz de identificar lo que estaba hallando. Algunos tenían cierta similitud con medusas o gusanos, pero la mayoría eran completamente nuevos. Era a la vez el sueño y la pesadilla de un paleontólogo. Como si hubiera encontrado la puerta a otro mundo, allí tenia una fauna totalmente desconocida para la ciencia. Y otra cosa extraña: mientras en la fauna posterior a esa época predomina la simetría bilateral (el cuerpo puede ser dividido por una sóla línea en dos partes aproximadamente iguales), en estos seres esta simetría es la excepción, y la mayoría presentan simetría radial o espiral.
Sprigg tardó algún tiempo en dar a conocer su hallazgo. Y con razón: pese a que presentó sus descubrimientos en diversos congresos y los envió a revistas científicas, apenas despertó interés. Lo que proponía se salía demasiado de lo establecido y todos pensaban que tenía que haber algún error en la datación o en la interpretación de los fósiles. Hubo quien incluso negó que fueran fósiles, sino que eran formaciones rocosas originadas por algún proceso geológico desconocido (irónicamente, esa había sido la tesis que habían defendido los críticos que, en el origen de la Paleontología, negaban que los fósiles fueran restos de seres vivos).
Hasta que en 1957 un niño inglés halló un fósil con forma de pluma en Inglaterra que fué datado inequívocamente en el Precámbrico. Esto despertó mayor interés sobre los fósiles de Ediacara e hizo que se revisaran con mayor cuidado. Posteriormente se han hallado más yacimientos con esta fauna, en China y Canadá. Y también se encontró que no eran los primeros fósiles de la época que se hallaban: ya habían sido hallados en Canadá en 1868 y en Namibia en 1933, pero se los dejó "apartados" por lo mismo por lo que no hicieron caso a Briggs: porque admitir su datación suponía una incongruencia con lo que se aceptaba entonces.
Por lo que se sabe, la mayoría de los organismos de Ediacara son sésiles, vivían adheridos al fondo marino o se desplazaban muy poco. Carecen de sistema digestivo o de órganos diferenciados, por lo que muchos defienden que no son auténticos animales, sino colonias de bacterias o algas unicelulares.
La fauna de Ediacara desaparece bruscamente del registro fósil hace más o menos 550 millones de años. Hay varias hipótesis sobre los motivos de esta desaparición. Para algunos, la aparición de un nuevo tipo de fauna, la cámbrica, más rápida y activa, fué lo que precipitó su fin, bien por culpa de la competencia o bien porque, directamente, los predadores cámbricos se los comieran. También se especula con un cambio en las condiciones ambientales al que no pudieron adaptarse, o incluso que las nuevas condiciones ambientales dificultaran su fosilización, por lo que a nosostros nos parece un final abrupto fuese en realidad mucho más prolongado.
La mayoría de los expertos considera a estos seres como un "callejón sin salida" o un "experimento" de la evolución. Uno de los muchos caminos que tomó la vida en la Tierra, antes de que se impusiera tal y como nosotros la conocemos.

                                                            Dickinsonia

miércoles, 3 de agosto de 2011

El fascinante Xiaotingia zhengi

El reciente descubrimiento en China del fósil de un dinosaurio con plumas echa por tierra creencias que se tenían por seguras desde hace décadas en Paleontología.
El dinosaurio, que ha recibido el nombre de Xiaotingia zhengi, era un animalejo del tamaño de un pollo y unos 800 gramos de peso. Lo verdaderamente destacable es que este animal muestra un indudable parentesco con el Archaeopteryx. Pero a la vez, este dinosaurio tiene características en sus garras y dientes que lo vinculan invariablemente a los Deinonychosauria, un grupo de dinosaurios de los que forma parte, entre otros, el célebre Velociraptor. Ahora bien, tradicionalmente se ha considerado al Archaeopteryx como el ave más antigua conocida del registro fósil. Pero si se confirma esta teoría, publicada en la revista Nature por Xing Xu, profesor de la Academia China de Ciencias y descubridor del Xiaotingia, no quedará otro remedio que desposeer al Archaeopteryx de su título honorífico y reasignarlo al grupo de los dinosaurios, quedando así reducido a ser otro pequeño dinosaurio con plumas de los que por entonces correteaban por la superficie del planeta.
Esta es una reconstrucción aproximada de nuestro amigo el Xiaotingia:

Ah, y si alguien se lo pregunta, si, a mi también me parece un personaje sacado de Barrio Sésamo o de los Muppets.

domingo, 24 de octubre de 2010

El segundo cerebro del Stegosaurus


Cuando se describió por primera vez un fósil de Stegosaurus, allá por 1877 en Morrison (Colorado), su descubridor, O. C. Marsh, hizo notar, entre otras peculiaridades, la existencia de un notable agrandamiento del canal neural en la zona de la cadera. Esto originó la teoría de que esta especie poseía un segundo cerebro en la parte posterior de su cuerpo, que le servía para controlar las patas traseras y la cola. Una idea que hoy parece ridícula, pero que durante décadas, mientras persistió la visión de los dinosaurios como seres lentos, torpes y rematadamente estúpidos, fué seriamente considerada.
Posteriormente, el mismo agrandamiento se halló en otros géneros de saurópodos, como los Camarasaurus o los Brachiosaurus. Hoy hay dos teorías principales sobre su función: que se tratase de una zona que regulaba una importante cantidad de actividad nerviosa refleja; o bien que albergase una estructura afín al llamado cuerpo de glucógeno, una estructura descrita en aves que se cree que sirve para mantener un suministro constante de glucosa al sistema nervioso.