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domingo, 11 de mayo de 2025

La Gran Conspiración

Restos del Muro de Adriano

La segunda mitad del siglo IV d. C. fue una época turbulenta para la Britania romana. La crisis política, económica y social que desde hacía tiempo azotaba al Imperio se hacía notar con especial intensidad en las provincias periféricas como aquella. Los pagos para los funcionarios (incluidos los soldados) se retrasaban, los suministros escaseaban, el comercio se resentía. Además, los britanorromanos se sentían maltratados por la autoridad imperial. Las purgas llevadas a cabo unos años antes por un delegado imperial llamado Paulo Catena, que habían provocado el juicio y la condena de numerosos ciudadanos acusados de ser partidarios del usurpador Magno Magnencio (303-353), a menudo con pruebas dudosas, habían dejado muy mal sabor de boca entre la sociedad britana y la sensación de que Roma los trataba con una severidad excesiva. Pero la crisis alcanzó nuevas alturas cuando en el invierno del 367 la guarnición que custodiaba el Muro de Adriano desertó masivamente, harta de los impagos y el errático comportamiento de sus superiores.

El Muro de Adriano era una formidable fortificación construida en el siglo II d. C. bajo el gobierno del emperador Adriano, que recorría el norte de la isla de Gran Bretaña de una costa a otra, separando la provincia romana de los territorios de los levantiscos pictos del norte, que tenían por costumbre saquear con cierta frecuencia las fértiles tierras del sur. Durante dos siglos y medio el Muro había contenido a los pictos reduciendo al mínimo sus incursiones. Así que cuando estos lo vieron vacío y sin vigilancia, de inmediato aprovecharon la oportunidad para retomar sus viejas costumbres y caer sobre las tierras de los romanos. Pero lo que nadie esperaba es que no lo iban a hacer solos.

Guerrero picto (ilustración de finales del siglo XVI)

Porque mientras los pictos se desparramaban por el norte de Inglaterra, oleadas de escotos y attacotti procedentes de Irlanda desembarcaban en la costa occidental, y una hueste de sajones procedentes del continente hacía lo propio en el sur. Era evidente que todas estas tribus no habían elegido por casualidad atacar a la vez, sino que existía entre ellas algún tipo de pacto previo; un convencimiento reforzado porque, a la vez que Britania era atacada, el norte de la Galia sufría también una invasión a manos de los francos y otro grupo de sajones. Barbarica conspiratio, la llamó el militar e historiador Amiano Marcelino, contemporáneo de aquellos sucesos, y cuya obra Rerum gestarum libri XXXI es la principal fuente de información sobre la invasión que se conserva. La Gran Conspiración es como se conoce habitualmente al conflicto.

Los romanos habían sido tomados totalmente por sorpresa. Tenían una red de espías en la región, los miles areani, nativos britanos que facilitaban información a las autoridades romanas a cambio de dinero sobre posibles ataques o conspiraciones, pero en esta ocasión no advirtieron a los romanos, probablemente por haber sido sobornados por los invasores. La provincia podría haber hecho frente a cualquiera de aquellos ataques; pero no a los tres a la vez. La superioridad de los atacantes era abrumadora; vencieron con facilidad a las pocas tropas que se les opusieron, provocando que los soldados de muchas pequeñas guarniciones prefirieran desertar, dedicándose al bandidaje para sobrevivir, igual que numerosos esclavos fugados, lo cual aumentó aún más el caos interno en la provincia. Los invasores arrasaban por donde pasaban, saqueando y quemando villas y granjas, y asesinando o esclavizando a los ciudadanos romanos. Las únicas guarniciones romanas que resistieron en condiciones fueron las que estaban acantonadas en las prósperas ciudades del sureste de la isla, tales como Londinium (Londres), Calleva (Silchester), Durnovaria (Dorchester) o Camulodunum (Colchester), que se salvaron así del saqueo; pero su situación distaba de ser ventajosa, rodeadas de enemigos y con dificultades para abastecerse. En las matanzas que se sucedieron perdieron la vida incluso Nectárido, comes maritime tractus (jefe militar de la zona costera) y Fullofaudes, dux Britanniarum (jefe militar de la provincia).

La invasión sorprendió al emperador Valentiniano I en plena campaña para sofocar una sublevación de los alamanes, en un territorio que hoy en día se reparte entre Austria, Suiza, Alsacia y el estado alemán de Baden-Wurtenberg. Imposibilitado para acudir en persona, se vio obligado a nombrar un legado para que tomara las riendas de la operación. Primero designó a Severo, su comes domesticorum (el jefe de su guardia personal), el cual consideró que necesitaba muchas más tropas de las que le habían sido asignadas (es probable que ni siquiera llegara a poner un pie en Britania y se limitara a estudiar la situación desde la costa gala). A Valentiniano no le debió gustar su respuesta, porque lo destituyó de inmediato y nombró en su lugar a Flavio Jovino, su magister equitum (el jefe de la caballería imperial), uno de sus mejores generales y hombre de su total confianza. Jovino derrotó a los francos y devolvió la paz a la Galia, dejando además libres los puertos del norte, esenciales para hacer llegar tropas y suministros a Britania. A continuación Valentiniano lo reclamó de vuelta para ayudarle a terminar con los alamanes, y nombró a Flavio Teodosio.

Flavio Teodosio, apodado el Viejo para distinguirlo de su hijo, también llamado Flavio Teodosio, que sería apodado el Grande y que años más tarde se proclamaría emperador, pertenecía a una de las familias más distinguidas de Roma, la Gens Julia (emparentado lejanamente, pues, con Julio César) y aunque era un militar veterano aquella era la primera vez que ostentaba el rango de comes (general). En la primavera del 368 desembarcó en Rutupiae, un puerto cercano a la actual ciudad de Sandwich. Llevaba con él cuatro legiones, formadas en su mayor parte por veteranos de origen bárbaro (bátavos, victores, hérulos y jovios), y le acompañaban su hijo (por aquel entonces un veinteañero con escasa experiencia en combate) y probablemente también su sobrino Magno Máximo (que se autoproclamaría emperador y gobernaría parte del Imperio Romano de Occidente entre 383 y 388, antes de morir a manos de su primo). 

Sólido de oro con la efigie de Teodosio I

Teodosio se estableció en Londinium y se puso de inmediato en acción, mostrando no solo un gran talento militar, sino también habilidad como diplomático y administrador. Una de sus primeras medidas fue ofrecer una amplia y generosa amnistía a los desertores, a los que perdonó todos sus delitos con la condición de que regresaran a sus guarniciones. Muchos se acogieron a ella, lo que permitió volver a dotar de tropas a los fuertes abandonados, dificultando los movimientos de los invasores por la provincia. A continuación salió al encuentro de los bárbaros; algo que no le fue difícil porque estos, aunque eran guerreros valerosos, tenían muy poco sentido táctico y se comportaban más como bandas de saqueadores que como verdaderos ejércitos. Porque una vez hubieron vencido la escasa resistencia que habían encontrado, se habían disgregado en numerosas bandas dedicadas únicamente a saquear y a acumular botín. Y estos pequeños grupos, entorpecidos por el botín y los prisioneros que transportaban, fueron presa fácil para las disciplinadas tropas de Teodosio.

Antes de que hubiera terminado el año la provincia había sido pacificada. Los pictos fueron arrojados de nuevo más allá del Muro, mientras que escotos y sajones fueron obligados a regresar a sus tierras de origen. Con los attacotti parece ser que se llegó a algún tipo de acuerdo, ya que la Notitia Dignitatum (un documento administrativo datado en torno al año 420 d. C.) menciona la presencia de varias unidades formadas por attacotti luchando en el continente como tropas auxiliares de las legiones romanas. Teodosio devolvió el botín incautado a sus legítimos propietarios, salvo una parte que confiscó para pagar los atrasos a soldados y funcionarios, y restauró la administración local, nombrando un nuevo dux Britanniarum en la persona de Dulcitio, y a Civilis como vicarius (jefe administrativo de la isla). El cuerpo de los miles areani, visto que no se podía confiar en ellos, fue disuelto, y en su lugar Teodosio prefirió llegar a acuerdos con tribus como la de los votadini para asegurar las fronteras. También reorganizó administrativamente la isla, creando una nueva provincia en el norte, a la que llamó Valentia en honor de Valentiniano, y que se sumó a las cuatro ya existentes: Britania Prima, Britania Secunda, Flavia Caesariensis y Maxima Caesariensis.

La Britania romana a principios del siglo V; Valentia es la provincia más al norte

El último fleco pendiente era una sublevación liderada por Valentino, un militar panonio que había sido desterrado a Britania tiempo atrás como sospechoso de una conspiración, y que aprovechando el caos se había levantado en armas al frente de un ejército de desertores, nativos britanos y mercenarios, llegando a controlar parte del este de la isla. Su ejército fue pronto derrotado y Valentino y sus aliados, ejecutados discretamente. Y así, sin más acciones (aunque el poeta Claudiano sugiere que lanzó varios ataques por mar contra territorios pictos a modo de castigo) Teodosio regresó a la Galia entre grandes alabanzas. Como recompensa, Valentiniano I lo nombró magister equitum en sustitución de Jovino, que acababa de morir. Sirvió brillantemente a sus órdenes contra alamanes, sármatas y mauritanos, pero, lamentablemente, sus notables servicios a Roma no fueron tenidos en cuenta tras la muerte de Valentiniano en el 375: fue arrestado y ejecutado a principios del 376 en Cartago, en medio de las luchas de poder por la sucesión imperial. Su hijo fue forzado a marchar al exilio, pero regresó poco después y en el 379 fue nombrado emperador tras la muerte del emperador Valente a manos de los godos.

miércoles, 1 de enero de 2025

Pequeñas historias (XL)

El célebre programa de televisión Mythbusters (Cazadores de mitos) tenía previsto dedicar un episodio a revelar los numerosos fallos de seguridad que afectan a la mayor parte de las tarjetas de crédito. El programa nunca llegó a realizarse, ya que varias de las principales compañías de tarjetas de crédito amenazaron al canal en el que se emitía el programa, el Discovery Channel, con llevarlo a los tribunales.

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El 15 de enero de 1977 unos senderistas encontraron en una cueva en el Pinnacle (un promontorio muy frecuentado por excursionistas, cercano a la localidad de Albany, Pennsylvania) el cuerpo congelado de un hombre. La autopsia reveló que había muerto por una sobredosis, pero el cuerpo no pudo ser identificado porque carecía de todo documento. Se le tomaron las huellas y radiografías dentales, pero no sirvieron para identificarlo, así que se le enterró en una tumba sin nombre. En 2019 fue exhumado para obtener una muestra de ADN y poder compararlo con dos casos sospechosos, uno en Illinois y otro en Florida, a través de NamUs, una base de datos de ámbito nacional sobre personas desaparecidas, pero resultó ser una pista falsa. En agosto de 2024 un agente de la Policía Estatal de Pennsylvania llamado Ian Keck encontró por casualidad la cartulina con las huellas tomadas al cadáver, y decidió enviarlas a NamUs. Tras casi cincuenta años sin identificar, NamUs tardó menos de una hora en ponerle nombre: el llamado "hombre de Pinnacle" se llamaba Paul Nicholas Grubb, de Fort Washington (Penssylvania) y tenía 27 años en el momento de su desaparición. Una vez identificado, su familia pudo reclamar sus restos para enterrarlos en el panteón familiar.

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Según contaba la tradición romana, en el lugar en el que Rómulo y Remo levantaron lo que con el tiempo se convertiría en Roma existía ya una población llamada Palanteo (nombre del que derivaría el de Palatino, una de las siete colinas de Roma), una colonia griega fundada por Evandro, rey mítico de la región griega de Arcadia, décadas antes de la Guerra de Troya. Historiadores como Dionisio de Halicarnaso, Tito Livio o Estrabón la mencionan en sus obras, e incluso atribuyen a la herencia griega algunas costumbres romanas, como la celebración de las Fiestas Lupercales. No obstante, en ninguna de las innumerables prospecciones arqueológicas llevadas a cabo en el subsuelo de Roma se han encontrado indicios de la existencia de tal ciudad.

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Jean-Gaspard Deburau (1796-1846) fue un célebre mimo francés de origen checo que se hizo muy popular en la primera mitad del siglo XIX interpretando el papel de Pierrot. Un día de 1836, mientras paseaba por París junto a su esposa, un adolescente lo reconoció y comenzó a dirigirse a él como si fuera el personaje y no el actor, burlándose de él e insultándolo. Deburau lo ignoró al principio, pero cuando el joven insultó a su esposa, dejándose llevar por la ira, lo golpeó en la cabeza con su bastón. El joven murió al día siguiente a causa de sus heridas, y Deburau, acusado de asesinato, sería luego absuelto, aunque sentiría un profundo remordimiento por lo sucedido durante el resto de su vida.

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El doctor Paul Shuen fue durante décadas uno de los especialistas en Ginecología y Obstetricia más prestigiosos de la ciudad canadiense de Toronto. Sin embargo, en 2017 se descubrió que Shuen había estado induciendo el parto a algunas de sus pacientes administrándoles medicación sin su consentimiento. ¿El motivo? El servicio de salud pública de la provincia de Ontario paga a los médicos por cada parto que atienden, y paga más si el parto se produce durante el fin de semana. Los registros mostraban que un porcentaje sospechosamente alto de los partos atendidos por Shuen (un 46%) se producían en fin de semana. Como consecuencia, el Colegio de Médicos y Cirujanos de Ontario retiró a Shuen la licencia para ejercer la medicina y le impuso una severa multa.

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El alférez Kazuo Sakamaki fue el primer prisionero de guerra capturado por los norteamericanos en la Segunda Guerra Mundial. Sakamaki tripulaba uno de los submarinos enanos Kō-hyōteki que tomaron parte en el ataque a Pearl Harbor. Cuando su submarino se hundió tras golpear un arrecife, Sakamaki logró llegar a nado a la orilla, donde fue capturado. Permanecería prisionero hasta que fue devuelto a Japón en 1946.

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El escritor Robert Heinlein sacó el título y la idea para una de sus obras más conocidas, Puerta al verano (The door into summer), de una anécdota casera. Vivía en Colorado con su esposa Virginia cuando, el día después de una gran nevada, su gato quiso salir afuera. Heinlein le abrió la puerta, pero el gato siguió maullando, sin decidirse a salir, pese a que Heinlein le abrió también las otras puertas de la casa. Al final su esposa, riendo, le dijo "Está buscando una puerta al verano". En ese momento, el escritor tuvo  la inspiración, se puso manos a la obra y en solo 13 días había terminado la novela.

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El 20 de junio de 1941 un equipo de investigadores soviéticos, liderados por el arqueólogo Mikhail Gerasimov, abrió el sarcófago del legendario caudillo mongol Tamerlán (1336-1405), cuyo mausoleo, el Gur-e Amir, se encuentra en Samarcanda (en la actual Uzbekistán), para estudiar su cadáver.  Supuestamente, en su sarcófago se encontraron dos inscripciones como aviso para posibles ladrones de tumbas, una en el exterior que decía "Cuando me levante de entre los muertos, el mundo temblará", y otra en el interior que decía "Quien abra mi tumba liberará a un invasor más terrible que yo". Solo dos días más tarde, el 22 de junio, tres millones de soldados alemanes invadían la Unión Soviética en lo que se llamaría Operación Barbarroja. Los estudios de los restos se prolongaron hasta 1943; el 1 de febrero de ese año, el cadáver de Tamerlán era sepultado de nuevo en su tumba, siguiendo el rito islámico. Al día siguiente, el VI Ejército alemán, bajo las órdenes del mariscal Von Paulus, se rendía a los soviéticos en las ruinas de Stalingrado.

domingo, 11 de febrero de 2024

Claudio Pompeyano, el hombre que rechazó tres veces ser emperador de Roma

Tiberio Claudio Pompeyano (c. 125-c. 193)

Tiberio Claudio Pompeyano nació en torno al año 125 d. C. en la ciudad siria de Antioquía, en el seno de una familia de origen humilde que había obtenido la ciudadanía romana bajo el gobierno del emperador Claudio (41-54 d. C.). Ingresó muy joven en el ejército y allí comenzó su cursus honorum o carrera política, siendo tribuno laticlavio en la Legión VII Gemina, destinada en la provincia Tarraconense. Más tarde iría asumiendo cargos de mayor relevancia, siendo cuestor, edil y pretor, para finalmente ser nombrado senador en una fecha no determinada.

Marco Aurelio Antonino (121-180)

Tomó parte como legatus (comandante de una legión) en la campaña contra los partos (161-166) a las órdenes del coemperador Lucio Vero. Su brillante desempeño le valió el nombramiento de cónsul sufecto (nombrado en sustitución de otro que había muerto, renunciado o había sido depuesto) en el 162. Tras el consulado, el otro coemperador, Marco Aurelio, lo nombra gobernador militar de la provincia de Panonia Inferior, cargo que ocupará entre los años 164 y 168. Allí tuvo que lidiar con una pequeña incursión de lombardos, a principios del 167, a los que derrotó sin problemas, y más tarde ese mismo año con una invasión mucho más numerosa de marcomanos, victúfalos y cuados. Aunque las fechas no están del todo claras, parece que esta coalición de tribus germánicas llegó a derrotar a un ejército romano y a saquear el norte de la península italiana, y la situación llegó a ser tan grave que los dos emperadores entraron en campaña al frente de los ejércitos de Roma para combatirlos. Sin embargo, sus esfuerzos se vieron frenados por la peste antonina, una epidemia de viruela que causó millones de muertos por todo el imperio, incluido Lucio Vero, muerto en el 169. Marco Aurelio, escaso de soldados, hubo de recurrir a esclavos, gladiadores, bandidos y mercenarios bárbaros para reunir las tropas suficientes para hacer retroceder a los marcomanos a la otra orilla del Danubio.

Annia Aurelia Galeria Lucila (c. 148-182)

El mandato de Pompeyano en la Panonia había expirado, pero continuó en campaña como uno de los generales del emperador. Su brillante desempeño durante los combates hizo que se ganara el aprecio de Marco Aurelio, de quien acabó siendo uno de sus principales colaboradores. Hasta tal punto confiaba el emperador en él, que llegó a considerar seriamente la posibilidad de nombrarlo César y designarlo heredero suyo. Incluso lo casó con su hija Lucila, viuda de Lucio Vero, con la que tendría dos hijos, Lucio Aurelio Cómodo Pompeyano y Lucio Clodio Pompeyano. Y sin embargo, por no sentirse preparado o por ser demasiada responsabilidad, Pompeyano rechazó el ofrecimiento. Aún así, no perdió el favor de Marco Aurelio. Fue nombrado cónsul en el año 173 y posteriormente general en jefe de los ejércitos imperiales, al frente de los cuales combatió a los marcomanos hasta obligarlos a cruzar el Danubio de vuelta a sus antiguos territorios.

Marco Aurelio falleció en el año 180 en la Panonia, combatiendo todavía a los germanos, y fue sucedido por su hijo Cómodo, de 18 años, al que había nombrado Augusto (en la práctica, heredero y co-regente) tres años antes. Tras su nombramiento, los generales de Marco Aurelio, con Pompeyano a la cabeza, trataron de convencer a Cómodo para que continuara con la campaña y permaneciera en Panonia algún tiempo más, hasta derrotar definitivamente a los marcomanos y culminar así la obra de su padre llevando los límites del imperio más allá del Danubio y eliminando para siempre aquella amenaza para sus fronteras. Pero Cómodo, que ansiaba regresar a las comodidades y placeres de Roma, prefirió negociar un acuerdo de paz que los marcomanos, exhaustos y diezmados tras mas de diez años de guerra, aceptaron de buen grado.

Lucio Aurelio Cómodo (161-192)

Cómodo regresó, pues, a Roma, acompañado de Pompeyano, que trató de servirle como había servido a su padre. Pero Cómodo no se parecía en nada al sereno, humilde y reflexivo Marco Aurelio. Cómodo era cruel, ególatra, despótico y amoral. Las tareas del gobierno le aburrían soberanamente; a él lo que le entusiasmaba eran las peleas de gladiadores (llegó a combatir en numerosas ocasiones en el Coliseo, contra hombres y contra animales), la caza y su nutrido harén de amantes de ambos sexos. Su narcisismo llegó a tal punto que se proclamó la reencarnación de Hércules y quiso cambiarle el nombre a Roma por el de Colonia Commodiana y el de los meses del año por variantes del suyo. El descontento creció con rapidez y en el año 182 se descubrió un complot para asesinarle del que formaban parte varios importantes senadores y la propia Lucila. Como era de esperar, Cómodo no tuvo escrúpulos a la hora de castigar a los conspiradores y los hizo asesinar a todos, incluida a su hermana. En cuanto a Pompeyano, no había tenido nada que ver en el complot, pero la prudencia le hizo renunciar a la vida pública y se retiró a sus posesiones en la localidad de Terracina, sin pisar apenas Roma durante años.

Finalmente, un nuevo complot acabó con la vida de Cómodo en el 192. Al no haber herederos legítimos, el senador Publio Helvio Pertinax, prefecto de Roma, acudió a Pompeyano ofreciéndole ser nombrado emperador. Pertinax y Pompeyano eran viejos amigos; habían combatido juntos a los partos y a los marcomanos, y Pompeyano había intercedido por él ante Marco Aurelio en un momento en el que su prestigio y honorabilidad habían sido puestos en entredicho por las intrigas de sus enemigos. Pertinax sabía que, pese a sus años de retiro, Pompeyano conservaba el suficiente prestigio y autoridad como para convertirse en un emperador que diera estabilidad al imperio. Pero, por segunda vez en su vida, Pompeyano rechazó el ofrecimiento, escudándose en su avanzada edad y en una enfermedad en la vista que le estaba dejando casi ciego. Aún así, aceptó regresar a Roma y reasumir su labor en el Senado, eligiendo de manera muy elocuente sentarse en el mismo banco que Pertinax.

Publio Helvio Pertinax (126-193)

Tras la negativa de Pompeyano y la de Manio Acilio Glabrión, otro ilustre senador al que se le ofreció el gobierno, el Senado decidió nombrar al propio Pertinax como emperador. Sin embargo, solo pudo reinar 87 días, ya que el 28 de marzo de 193 fue asesinado por un grupo de soldados pretorianos, descontentos porque Pertinax no les había pagado la generosa recompensa que les había prometido. Tiene lugar entonces uno de los momentos más bochornosos de la historia de Roma, ya que los pretorianos, sabiéndose amos de la ciudad, deciden directamente vender el cargo de emperador al mejor postor. El ganador de la puja fue Didio Juliano, senador y miembro de una de las familias más ilustres de Roma, pero escasamente popular. Juliano les ofreció a los pretorianos 25000 sestercios por cabeza, el equivalente a diez años de sueldo, y fue nombrado emperador.

Lucio Septimio Severo (146-211)

Juliano fue emperador incluso menos tiempo que Pertinax. La manera en la que había llegado al poder le había granjeado numerosos enemigos, tanto en el ejército como entre el pueblo llano. Poco después de su nombramiento, tres de sus generales se rebelaron contra él, proclamándose a si mismos emperadores: Pescenio Níger, gobernador de Asia Menor; Clodio Albino, gobernador de Britania; y Septimio Severo, comandante de las legiones de Panonia. Desesperado, Juliano acudió a Pompeyano ofreciéndole ser coemperador junto a él. Y, por tercera vez, Pompeyano rechazó la oferta, alegando una vez mas su mala salud. Juliano no tuvo tiempo para mucho más: las tropas de Severo entraron en la península italiana y ocuparon Roma sin demasiada dificultad, ejecutando a Didio Juliano tras haber sido emperador durante 66 días. El Senado reconoció a Severo como emperador y este expulsó a los pretorianos de Roma (salvo a los asesinos de Pertinax, a los que hizo ejecutar), sustituyéndolos por soldados de las legiones de Panonia leales a él, y derrotaría luego en sendas campañas a Níger y a Albino.

Pompeyano moriría poco después, en una fecha desconocida, pero muy probablemente ese mismo año de 193. Sus hijos también llegarían a ser cónsules: Clodio Pompeyano en el 202 y Lucio Aurelio en el 209 (moriría asesinado en el 211, por orden del emperador Caracalla, hijo de Septimio Severo). Igualmente alcanzarían el consulado dos de los hijos de Lucio Aurelio, Lucio Tiberio Claudio Pompeyano (231) y Tiberio Claudio Quintiano (235).


domingo, 11 de junio de 2023

Esponsiano y Silbanaco

Áureo con la efigie de Esponsiano

La numismática siempre ha sido una importante fuente de información para los arqueólogos. Pocas cosas han sido tan constantes en la historia moderna de la humanidad como la circulación de dinero y pocas han reflejado tan bien los cambios sociales y políticos.

En el año 1713 se halló en Transilvania un pequeño tesoro de monedas romanas de curiosa factura. Las monedas, que a primera vista parecían un tanto toscas, estaban datadas a mediados del siglo III d. C. y acuñadas con las imágenes de emperadores como Filipo el Árabe (244-249) y Gordiano III (238-244). Pero de entre ellas destacaban cuatro, cuatro áureos con la imagen de un emperador desconocido y la inscripción IMP SPONSIANI (Emperador Esponsiano). Lo extraño era que nadie había oído hablar jamás de un emperador llamado Esponsiano. No aparece en ninguna de las listas conocidas de emperadores romanos, ni se menciona su nombre en ninguna de las crónicas o libros de historia de la época que se conservan. Ni siquiera se le menciona como un usurpador o un rebelde. Nada... salvo aquellos cuatro inexplicables áureos.

Los expertos de la época concluyeron que probablemente no se trataba de monedas romanas legítimas, sino de imitaciones acuñadas fuera de las fronteras del imperio. Sin embargo, a mediados del siglo XIX los áureos volvieron a ser examinados y pasaron a ser consideradas falsas. El numismático francés Henri Cohen las calificó en 1868 de "falsificaciones modernas de muy baja calidad": no solo por su aparente tosquedad; además estos áureos estaban fabricados con un oro de menor pureza que otros áureos de la misma época, parecían haber sido fundidos en un molde en lugar de estampados, que era lo habitual en las monedas romanas de oro y plata; y el reverso de las monedas había sido copiado de un denario republicano del siglo II a. C. Como consecuencia, los áureos fueron ignorados y olvidados.

Hasta que recientemente uno de aquellos áureos de Esponsiano fue "redescubierto" formando parte de los fondos del Museo Hunterian, en la Universidad de Glasgow (en la actualidad, solo se conoce el paradero de otro de aquellos áureos, expuesto en el Museo Brukenthal de la ciudad rumana de Sibiu). Un grupo de investigadores del University College de Londres, llevados por la curiosidad, decidieron someter la moneda a un análisis profundo con las técnicas más modernas, comparándola con otras monedas romanas de la colección, incluidas varias que eran auténticas fuera de toda duda. Los resultados se publicaron en noviembre de 2022: según este estudio, el patrón de desgaste de la moneda demuestra que estuvo en circulación durante algún tiempo, y los minerales hallados en su superficie confirmarían que la moneda estuvo enterrada durante un período prolongado. La conclusión es que, a pesar de su apariencia, los áureos de Esponsiano son auténticos (aunque algunos expertos siguen creyendo que es probable que sean falsificaciones del siglo XVIII). Lo cual abre de nuevo la cuestión: ¿quién fue Esponsiano y por qué se acuñó moneda con su imagen?.

Marco Julio Filipo, Filipo el Árabe (204-249)

La respuesta quizá haya que buscarla en el lugar y la época en los que supuestamente fueron acuñados. El siglo III d. C. fue en extremo turbulento y caótico para el Imperio Romano. En el medio siglo que transcurrió entre la muerte del emperador Alejandro Severo (235) y la llegada al poder de Diocleciano (284) se sucedieron cerca de una treintena de emperadores y co-emperadores, además de un buen número de usurpadores, la mayoría de los cuales murieron asesinados o en combate. Los conflictos internos, las guerras fronterizas y las revueltas fueron una constante. La situación llegó a ser tan crítica que el imperio acabó por perder el control de algunas provincias, al no disponer de tropas y dinero para gobernarlas, quedando poco menos que abandonadas a su suerte. La provincia de Dacia, que corresponde a la actual Rumanía, fue una de ellas, quedando aislada del resto del imperio en torno al año 260, durante el reinado de Galieno. Según la teoría propuesta, Esponsiano habría sido un comandante romano que habría asumido el control de la provincia para mantener el orden y defenderla de amenazas externas, como los godos y los carpos. Habría sido entonces cuando se habrían acuñado los áureos, algo necesario para mantener la actividad comercial después de que se interrumpieran los envíos de monedas acuñadas desde Roma. Probablemente procederían de una ceca que Filipo el Árabe había creado en Dacia para acuñar monedas de bronce para pagar a sus tropas (la fabricación de monedas de oro y plata había sido un privilegio exclusivo de Roma durante siglos).

¿Por qué, entonces, ningún historiador menciona a Esponsiano? Lo más probable es que Esponsiano nunca hubiera pretendido escindirse del imperio. Su toma del poder no fue considerada una rebelión, sino una medida necesaria debido a las circunstancias. En el año 270 el emperador Aureliano retomó el control de la Dacia, pero, consciente de que no tenía recursos para mantenerlo, decidió retirarse de ella y trasladar a las tropas y a los ciudadanos romanos al sur del Danubio, creando una nueva provincia, Dacia Aureliana. El traslado se prolongó hasta el 275 y ninguna de las crónicas menciona a Esponsiano, probablemente porque no lo consideraron digno de ello; no se trató de una rebelión, sino de un tema de la administración de una provincia, algo menor para los historiadores. Existe otra teoría, defendida por algunos historiadores como el finlandés Ilkka Syvänne, que sugiere que Esponsiano era en realidad el líder de una rebelión, identificándolo con un oscuro personaje llamado Severo Hostiliano, que según algunas crónicas bizantinas habría liderado una revuelta en la provincia de Panonia en tiempos de Filipo el Árabe, aunque parece mucho menos probable.

Antoniniano de Silbanaco

El caso de Silbanaco tiene muchos puntos en común con Esponsiano. Todo comenzó en 1937, cuando el Museo Británico compró a un tratante suizo de monedas antiguas un ejemplar singular, hallado supuestamente en un yacimiento de la región francesa de Lorena: un antoniniano (una moneda de plata o bronce, de dos denarios de valor, así llamada por haber sido emitida por primera vez bajo el reinado del emperador Caracalla, cuyo nombre real era Marco Aurelio Antonino) con la imagen de un emperador desconocido y la leyenda IMP MAR SILBANNACVS AVG (Emperador Marcio o Mario? Silbanaco Augusto). Nadie había oído hablar jamás del tal Silbanaco, y para aumentar el misterio, el prefijo -aco de su nombre es de origen celta, lo que indicaría que Silbanaco era de origen galo o incluso britano. Además, en el reverso de la moneda aparecía el dios Mercurio, un dios muy popular en la Galia pero infrecuentemente representado en monedas. Algunos expresaron sus dudas sobre la legitimidad de la pieza, aunque los estudios a los que fue sometida concluyeron que, por su factura y composición, era indudablemente romana y datada a mediados del siglo III d. C. Entonces, ¿quién era Silbanaco? 

El historiador Flavio Eutropio habla en su obra de una rebelión sofocada en la Galia por el emperador Decio (249-251), que probablemente habría empezado en tiempos de su predecesor Filipo el Árabe. La teoría que se propuso era que Silbanaco habría sido un comandante romano de las legiones de Germania que se habría autoproclamado emperador con el apoyo de sus tropas tras una victoria contra las tribus germánicas, iniciando así una guerra civil que se prolongó varios años hasta que fue sofocada, y en la que le dio tiempo a acuñar monedas con su efigie.

Emiliano (207-253)

No obstante, lo que se creía saber sobre Silbanaco cambió en 1996. Ese año se hizo pública la existencia de un segundo antoniniano de este desconocido emperador, que llevaba dos décadas en poder de un coleccionista privado de París. Esta segunda moneda era diferente; por su estilo, se dedujo que había sido acuñada en Roma (lo que descartaría que pudiera haber sido acuñada por un usurpador galo) y además el reverso era distinto: en lugar de Mercurio, aparecía Marte con la leyenda MARTI PROPVGT (A Marte el protector). Ahora bien, esta imagen del reverso era idéntica a la de varias monedas ya conocidas que habían sido acuñadas durante el breve reinado del emperador Emiliano (agosto-octubre de 253). Marco Emilio Emiliano era un respetado general y político que tras derrotar a los godos en la primavera del 253 se rebeló contra el emperador Treboniano Galo (251-253) y se proclamó emperador, conduciendo a sus tropas hacia Roma para enfrentarse a Galo; pero antes de llegar este y su hijo y co-emperador Volusiano fueron asesinados por sus propios soldados. Emiliano, reconocido como emperador por el Senado, reinó apenas tres meses; Valeriano, comandante de las tropas del Rin, fue proclamado emperador por sus tropas y se dirigió a Roma. Emiliano salió a su encuentro, pero sus soldados, no queriendo combatir, lo asesinaron y aclamaron a Valeriano como emperador.

¿Donde encaja Silbanaco en esta historia? Los expertos opinan que pudo haber sido uno de los lugartenientes de Emiliano y que probablemente fue el oficial que quedó al mando de la guarnición de Roma cuando Emiliano partió a enfrentarse con Valeriano. Al enterarse de la muerte de Emiliano, Silbanaco habría intentado proclamarse emperador, en una aventura que, dada la inmensa superioridad numérica de las tropas de Valeriano, solo habría durado unos días o semanas y habría acabado con Silbanaco muerto o huido, pero durante la que tuvo tiempo de acuñar un puñado de monedas con su efigie.

domingo, 12 de abril de 2020

Pequeñas historias (XXI)

En 1976 a un inmigrante griego residente en Estados Unidos llamado Stamatis Moraitis le diagnosticaron un cáncer de pulmón terminal, con una esperanza de vida menor de un año. Varios médicos refrendaron ese diagnóstico, y Moraitis decidió regresar a su pueblo natal, en la isla de Ikaria, para pasar sus últimos días junto a su esposa y sus padres. En 2001 Moraitis, con ochenta y cinco años cumplidos, regresó a Estados Unidos para que aquellos médicos le explicasen por qué no había muerto. No pudo ser; los médicos que le habían tratado habían muerto todos. Los exámenes a los que se sometió no hallaron rastro alguno del cáncer que le habían diagnosticado y Moraitis regresó a Grecia, donde murió en 2013 a los 98 años de edad.
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Mientras se documentaba para escribir su célebre novela El hombre en el castillo, el escritor Philip K. Dick leyó los diarios escritos durante la Segunda Guerra Mundial por varios agentes y oficiales de la Gestapo. En uno de ellos un oficial nazi se quejaba de que los niños hambrientos no le dejaban conciliar el sueño por las noches; no por remordimientos o sentimiento de culpa, sino porque literalmente los gemidos de los niños le impedían dormir. Esto le inspiró al escritor para desarrollar el concepto de "androide", que emplearía en varias de sus obras: una máquina que externamente era idéntica a una persona, pero que carecía de toda empatía.
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Durante la Primera Guerra Mundial, la Armada alemana disfrazó uno de sus barcos, el SMS Cap Trafalgar, un trasatlántico artillado y convertido en crucero auxiliar, para hacerlo parecerse a otro trasatlántico británico, el RMS Carmania, con el objetivo de tender emboscadas a navíos británicos. Desafortunadamente para él, el primer buque británico con el que se cruzó era el mismísimo Carmania, que a su vez también había sido convertido en un crucero auxiliar y que, tras un violento combate, acabó hundiendo al navío alemán.
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Alejandro I, rey de Yugoslavia, tenía la superstición de evitar aparecer en público los martes, después de que tres miembros de su familia hubieran muerto ese día. Sin embargo, el martes 9 de octubre de 1934 tuvo que hacer una excepción, ya que se encontraba de visita oficial en Francia para estrechar las relaciones entre el país galo y la Entente de los Balcanes (Yugoslavia, Rumanía, Turquía y Grecia). Ese día, mientras viajaba por las calles de Marsella, fue asesinado a tiros por un terrorista búlgaro miembro de una organización independentista macedonia, en un atentado en el que también murieron el ministro francés de Exteriores Louis Barthou, un general yugoslavo, un gendarme francés, dos mujeres que presenciaban la comitiva y el propio asesino, linchado por la multitud.
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El militar y escritor romano Marco Terencio Varrón advertía en su libro De re rustica (36 a.C.) que las personas debían mantenerse alejadas de pantanos y marismas ya que en dichos lugares "hay una cierta clase de diminutas criaturas que no pueden ser vistas con los ojos, pero que flotan en el aire y entran en el cuerpo a través de la boca y la nariz y causan graves enfermedades", anticipándose así en casi 1900 años a la teoría microbiana de las enfermedades.
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Troy Leon Gregg era un preso condenado a muerte en el estado norteamericano de Georgia por un doble asesinato. El 28 de julio de 1980, la noche antes del día fijado para su ejecución, Gregg huyó de la prisión de Reidsville junto a otros tres prisioneros también condenados a muerte. Gregg moriría esa misma noche, al recibir una brutal paliza durante una pelea en un bar de moteros en Carolina del Norte.
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En 1807 Napoleón Bonaparte creó el estado títere del Reino de Holanda, al frente del cual puso a su hermano Louis como rey. Louis, cuyo dominio del holandés era más bien escaso, cometió un llamativo error al presentarse ante sus súbditos como Konijn van 'Olland ("El conejo de Olanda") en lugar de Koning van Holland ("El rey de Holanda"), lo que le valió el apodo de "El rey de los conejos". No obstante, su voluntad de aprender el idioma local y su defensa de los intereses de sus súbditos le granjeó un relativo aprecio por parte de los holandeses, que acabaron llamándolo "Luis el Bueno".
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El 26 de julio de 1959, el teniente coronel del ejército norteamericano William Rankin sufrió problemas mecánicos en el F-8 Crusader que pilotaba que lo obligaron a saltar en paracaídas a casi 15000 metros de altitud, justo en el centro de una violenta tormenta. Sacudido por las violentas ráfagas de viento, golpeado por el granizo y a punto de ahogarse por la intensidad de la lluvia, se mantuvo en el aire durante cuarenta minutos antes de poder aterrizar. Sufrió un principio de congelación, hematomas y daños a causa de la súbita descompresión.

miércoles, 14 de febrero de 2018

Pequeñas historias (XV)

John L. Sullivan disputó el título de los pesos pesados de boxeo sin guantes el 8 de julio de 1889 en Richmond (Mississippi). Sullivan llegó al combate, según él mismo confesó, tras 36 horas sin dormir y habiendo pasado la noche anterior bebiendo y alternando en distintos locales. Durante el combate se dedicó a beber whisky y té en su rincón entre asalto y asalto, e incluso llegó a vomitar durante el asalto 44. Sin embargo, acabó proclamándose campeón en el asalto 75, cuando su rival, Jake Kilrain, se retiró, demasiado agotado y magullado como para seguir peleando.
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En 1787, un grupo de amigos de George Washington celebró una fiesta de despedida en su honor después de que dejara la presidencia de la Convención Constitucional de Philadelphia, unos días antes de que la Constitución norteamericana fuera firmada. En dicha fiesta se consumieron 54 botellas de vino de Madeira, 60 botellas de vino de Burdeos, 22 botellas de cerveza porter, 12 botellas de cerveza corriente, 8 botellas de sidra, 8 botellas de whisky y ocho grandes poncheras de ponche alcohólico. Los asistentes, incluido el propio Washington, fueron solo 55 personas.
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A mediados del siglo III d. C. un mercader romano que había sido sorprendido vendiendo joyas falsas fue condenado por el emperador Galieno a enfrentarse a un león sobre la arena del circo. Pero cuando las puertas de la jaula del supuesto león se abrieron, solo apareció un pequeño pollo. Entonces Galieno proclamó que el mercader "había practicado el engaño, y ahora el engaño había sido practicado sobre él".
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En 1767, durante su segunda circunnavegación, la fragata británica HMS Dolphin hizo escala en Tahití. Cuando sus marineros descubrieron que las mujeres locales estaban dispuestas a intercambiar sexo por hierro, comenzaron a arrancar los clavos de la estructura del barco. Este "intercambio" llegó a ser tan intenso que la pérdida de clavos llegó a poner en peligro la integridad estructural del barco.
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Vladimiro I el Grande (958-1015), príncipe de Nóvgorod y Gran Príncipe de Kiev, pasó la primera parte de su vida siendo pagano hasta que, ya cerca de la treintena, decidió convertirse. Dudando si hacerlo al cristianismo o al islam, envió a varios emisarios a estudiar las religiones de sus países vecinos, y finalmente decidió hacerse cristiano, en buena parte debido a que el islamismo prohíbe el alcohol. "Beber -dijo- es la alegría de todos los rusos. No podemos existir sin ese placer".
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El ex-jugador de la NBA Reggie Harding, que medía 2'13 metros, atracó una vez una gasolinera de Detroit, cubierto con una máscara. El dependiente le dijo "Sé que eres tú, Reggie" a lo que Harding contestó "No, tío, no soy yo".
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En 2009, el físico Stephen Hawking celebró una fiesta de puertas abiertas, pero sólo lo hizo público después de celebrarla, de modo que sólo los viajeros en el tiempo podían haber asistido a ella. Como esperaba, nadie acudió.
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El primer gobernante que se convirtió al budismo fue el emperador Ashoka, que reinó en la India entre el 268 y el 232 antes de Cristo. Durante su reinado prohibió la esclavitud y la pena de muerte, abogó por el entendimiento entre las diferentes religiones, defendió la igualdad de ambos sexos en la educación y las instituciones religiosas, ordenó cavar pozos y plantar árboles al borde de los caminos para beneficio de los viajeros, donó grandes sumas de dinero para que personas y animales de su reino y de los reinos vecinos recibieran tratamiento médico y promulgó edictos contra la crueldad con los animales.

sábado, 20 de mayo de 2017

La revuelta de Niká

Reconstrucción virtual del Hipódromo de Constantinopla

En la Constantinopla del siglo VI el gran entretenimiento popular eran las carreras de carros. Prácticamente cada día el Hipódromo de la ciudad (con capacidad para 40000 espectadores) se llenaba con una multitud enfervorizada dispuesta a apoyar al grito de Niká (Victoria) a los carros de su equipo. Había cuatro de estas "escuderías" o factiones, que se identificaban por el color de la ropa que vestían sus aurigas: los Azules, los Verdes, los Rojos y los Blancos. Colores que servían también para identificarse a los partidarios de cada equipo, especialmente los de los dos primeros, los más numerosos.
Y como es frecuente en fenómenos de masas, la pertenencia a uno o a otro grupo acabó teniendo un significado que iba más allá de lo meramente deportivo. Determinados grupos sociales, políticos e incluso religiosos pasaron a identificarse con un grupo concreto de aficionados. Así, los Azules eran los favoritos de las clases altas y aristocráticas, y también de los cristianos ortodoxos; mientras, los Verdes contaban con el apoyo de comerciantes y artesanos, mayoritariamente monofisistas (una doctrina que negaba la naturaleza humana de Jesús). Los frecuentes enfrentamientos y peleas entre ambos grupos (en los que solía haber heridos y muertos) a menudo tenían un trasfondo de rencillas previas que se resolvían camuflados como "rivalidad deportiva".

Flavius Petrus Sabbatius Iustinianus, Justiniano I el Grande (483-565)
En el año 527 subió al trono del Imperio Romano de Oriente el emperador Justiniano I. Justiniano, nacido en el seno de una humilde familia de pastores tracios, había llegado al trono sucediendo a su tío, Justino I, el cual a su vez había accedido al trono a la muerte sin herederos del emperador Anastasio I, gracias al poder e influencia que le otorgaba el desempeñar el cargo de comandante de los excubitores, la guardia personal de los emperadores. Justiniano, hombre enérgico y pragmático, heredó de su tío varios problemas graves que comprometían la estabilidad del imperio: guerras en las fronteras, una corrupción rampante (sobre todo en las provincias), tensiones religiosas entre las distintas ramas del cristianismo... Trató de ponerles remedio con decisión, pero en sus primeros años no le acompañó la fortuna. Para poner fin a la Guerra de Iberia (referida al reino caucásico de Iberia, en la actual Georgia, y no a la península Ibérica) acordó un tratado de paz con el rey de los persas sasánidas Cosroes I, a cambio de once mil libras de oro (unas cinco toneladas). Para reunir tal cantidad de dinero, no tuvo otro remedio que elevar enormemente los impuestos, provocando un descontento general entre los habitantes del imperio. Además, sus intentos de mediar entre cristianos ortodoxos y monofisistas no consiguieron suavizar las diferencias entre ambas corrientes, sino que molestaron a los fieles de una y otra. Lo mismo ocurrió cuanto trató de poner orden en la administración del imperio y poner coto a la corrupción: su Código de Justiniano, una serie de normas y leyes que buscaban agilizar y simplificar la administración, tampoco gustó a casi nadie. Por todo ello, en el año 532 abundaban en Constantinopla los descontentos con el emperador.
A finales del 531, a raíz de una violenta pelea que había terminado con varios muertos, cierto número de miembros de los Azules y los Verdes habían sido arrestados y condenados a muerte. Varias de las sentencias se cumplieron, pero dos de los acusados, uno de cada bando, lograron huir y refugiarse en una iglesia, frente a la que se congregó una enorme muchedumbre que pedía que ambos fueran perdonados. Justiniano, para calmar los ánimos, decidió conmutar las sentencias de muerte por penas de prisión y celebrar el día 13 de enero del 532 una gran carrera en el Hipódromo, a la que él mismo asistiría (el emperador, al igual que su esposa Teodora, era un seguidor de los Azules).
Pero la multitud que acudió aquel día al Hipódromo estaba lejos de estar calmada. Muy pronto comenzaron las peticiones de perdón para los presos, seguidas casi de inmediato por insultos al emperador y gritos pidiendo su renuncia. Ante el cariz que tomaba el asunto, Justiniano abandonó su palco y regresó a su palacio (comunicado directamente con el palco imperial a través de un pasadizo). Azules y Verdes, unidos por una vez en una causa común, y seguramente incitados y dirigidos por senadores y otros políticos opuestos a Justiniano, salieron del Hipódromo al grito de Niká!, asaltaron la prisión y liberaron a los dos presos. Pero eso no tranquilizó al gentío, que llevado por la furia, y pese a los gestos pacificadores del emperador, se entregó a una orgía de fuego y destrucción que duró cinco días. Numerosos edificios de la ciudad fueron saqueados y quemados, entre ellos la primitiva iglesia de Santa Sofía (que luego Justiniano reconstruiría), las termas de Zeuxipo e incluso algunas estancias del palacio imperial, donde el emperador resistía atrincherado con su guardia, asediado por los amotinados, que incluso aclamaron como nuevo emperador a Hipatio, sobrino de Anastasio I.

Teodora (500-548)
Con la ciudad fuera de control, Justiniano empezó a considerar seriamente la posibilidad de huir. Pero no llegó a hacerlo por la intervención de su esposa. Teodora fue una de las grandes reinas de la antigüedad. De origen plebeyo (era hija de un entrenador de osos y una actriz) y mucho más joven que su marido, era inteligente, valerosa, y tenía un talento para la política y la diplomacia como mínimo a la altura de su marido. Antigua actriz y cortesana, su boda con Justiniano en el 525 había supuesto todo un escándalo para la sociedad bizantina. Nunca un heredero al trono se había atrevido a desposarse con una mujer plebeya, y menos con los antecedentes de Teodora. De hecho, para que el casamiento se llevara a cabo, Justino I tuvo que derogar una antigua ley romana que prohibía a las actrices casarse con oficiales gubernamentales. Teodora logró convencer a su marido de que no escapara, diciéndole que si quería huir, que huyera, pero que ella prefería quedarse, y citando un antiguo proverbio romano que decía "la púrpura (el color que simbolizaba el poder imperial) es la mejor de las mortajas". Así que, siguiendo el consejo de Teodora, Justiniano convocó a sus generales Flavio Belisario, Ilírico Mundo y Narsés, quienes acudieron al frente de una fuerza de curtidos soldados bizantinos y mercenarios hérulos. Fingiendo que acudían a parlamentar, los generales de Justiniano lograron rodear a los rebeldes en el Hipódromo y, acto seguido, los atacaron, desencadenando una espantosa matanza en la que murieron en torno a 30000 personas.
Hipatio y su hermano Pompeyo, aunque no habían participado de manera directa en la revuelta, fueron arrestados. Justiniano se mostraba favorable a perdonarles la vida, pero Teodora lo convenció de que, si se mostraba inflexible a la hora de aplicar el castigo, habría menos posibilidades de que más adelante se produjera otro levantamiento, así que ambos fueron ejecutados. Flavio Probo, primo de ambos y colaborador de Justino I y de Justiniano, fue enviado al exilio, aunque más tarde sería perdonado.
La afición a las carreras de carros se fue debilitando con el paso de los años. Los grupos de aficionados se mostraron a partir de entonces mucho más comedidos. En el siglo IX, los Azules se habían unido con los Blancos, y los Verdes con los Rojos, y ambos grupos acabaron por transformarse en milicias municipales encargadas de mantener el orden en la ciudad.
Tras el fin de la revuelta, Justiniano se puso manos a la obra para reconstruir Constantinopla. La iglesia de Santa Sofía, la de San Sergio y San Baco, o la Cisterna Basílica datan de esta época. Justiniano pasaría a la historia con el apodo de "el último de los romanos", siendo recordado como uno de los más grandes emperadores del Imperio Romano de Oriente, que llevaría al imperio a uno de sus momentos de mayor esplendor político y artístico (la reconstrucción de Constantinopla marca el inicio de la llamada Primera Edad de Oro del arte bizantino). Un esplendor cimentado sobre una de las más pavorosas carnicerías que había vivido la capital del imperio.

lunes, 12 de diciembre de 2016

Cincinato

Lucio Quincio Cincinato (519-430 a. C.)

La figura de Cincinato, envuelta en la bruma de lo legendario, ha trascendido a lo meramente histórico hasta convertirse en una figura mítica, admirada y tomada como modelo e ideal de honradez e integridad durante generaciones enteras.
Lucio Quinto Cincinato (así llamado por su pelo ensortijado) nació en torno al año 519 a. C., cuando en Roma todavía gobernaba el último de sus reyes, Tarquinio el Soberbio, y fue testigo de la llegada de la República. Miembro de la clase más elevada de la sociedad romana, los patricios, entró en política de la mano de su pariente Tito Quincio Capitolino Barbato, quien fue cónsul nada menos que en seis ocasiones, y tomó parte activa en el conflicto que entonces sacudía Roma y que enfrentaba a los patricios, que hasta entonces habían ostentado el poder político en la ciudad, y los plebeyos, cada vez más numerosos, que reclamaban poder elegir cargos propios que les defendieran y representaran; al final, los patricios, para evitar un estallido social, se vieron obligados a renunciar a algunos de sus privilegios y a crear los llamados tribunos de la plebe. Cincinato era un convencido defensor de la causa de los patricios; se opuso a la labor de los tribunos y a las concesiones a la plebe, pero mostrándose dialogante y apaciguador por el bien de Roma. No obstante, acabó desencantado de la política y disgustado porque su hijo Cesón había tenido que exiliarse en Etruria por un enfrentamiento con los tribunos, y decidió retirarse a su granja a orillas del Tíber para llevar una sencilla vida de campesino. En el año 460 a. C. fue elegido consul suffectus (nombrado en sustitución de otro muerto o incapacitado) tras la muerte del cónsul Publio Valerio Publícola y, pese al rechazo de los plebeyos, llevó a cabo una gran labor; pero, tras concluir su mandato, regresó de nuevo a cultivar sus tierras.
Sin embargo, dos años después, en el 458 a. C., la seguridad de Roma se vio comprometida. Los romanos llevaban décadas en una guerra intermitente contra sus vecinos del Lazio, los ecuos y los volscos. Ese año el cónsul Lucio Minucio Esquilino, al frente de un ejército romano, se dirigió a enfrentarse contra ellos, estableciendo un campamento en el monte Álgido, cerca de la ciudad de Tusculum. Pero Esquilino, haciendo alarde de una terrible falta de iniciativa, se mantuvo a la espera en lugar de atacar. La alianza de ecuos y volscos aprovechó este error y puso sitio al campamento romano. En situaciones extremas la ley romana permitía el nombramiento de un dictador, una autoridad suprema que ostentase, de forma temporal, la mayor parte del poder político y militar de Roma, y eso fue lo que exigieron los romanos, temerosos de lo que podía pasar si su ejército era derrotado. Y a la hora de elegir a quién dar ese poder, muchos pidieron que fuera nombrado Cincinato, que había dado buena muestra no sólo de su talento como gobernante y militar, sino también de su honradez a toda prueba.
Dice la tradición que cuando los emisarios del Senado llegaron a casa de Cincinato para comunicarle su nombramiento, él se encontraba arando sus campos. Tratándose de la seguridad de su patria, no lo dudó: dejó a su esposa al frente de la granja y a la mañana siguiente se presentó en el Foro, vestido con la toga de dictador orlada de púrpura, e hizo un llamamiento a todos los romanos para acudir en defensa de su ciudad. Rápidamente organizó un ejército a cuyo frente se puso y acudió en ayuda de las tropas de Esquilino. Al amparo de la noche, los hombres de Cincinato levantaron una empalizada alrededor de los sitiadores, los cuales, al verse atrapados entre dos fuegos, solicitaron negociar la paz, y Cincinato se la concedió a cambio de que entregaran a sus jefes como rehenes para prevenir otros ataques.
Tras su gran victoria en la batalla del monte Álgido, Cincinato fue recibido en Roma con vítores y alabanzas, desfilando como era tradición al frente de sus tropas. Acto seguido hizo destituir a Esquilino por su incompetencia. Y a continuación, pese a que el nombramiento de dictador se daba por seis meses, que incluso podían prorrogarse, Cincinato renunció al cargo y se volvió a su granja para seguir arando, tras sólo dieciséis días llevando la toga purpurada. No sólo eso, también renunció a cualquier sueldo o recompensa que le pudiera corresponder por sus servicios; le bastaba con haber servido a su patria cuando fue necesario.

Quintus Cincinnatus (Pierre Lacour, c.1800)
No sería la última vez que Roma necesitase a Cincinato. En el 439 a. C. la situación en la ciudad volvía a ser complicada. A los habituales enfrentamientos entre patricios y plebeyos se sumó una serie de malas cosechas que hicieron escasear los alimentos causando una gran hambruna, con consecuencias especialmente trágicas en las clases más humildes. La crisis fue aprovechada por un plebeyo llamado Espurio Melio, dueño de una inmensa fortuna, para intentar hacerse con el poder. En primer lugar, importó grandes cantidades de trigo desde Etruria, que luego repartía de forma gratuita entre los más necesitados, acción que le valió ganarse el apoyo y la admiración de las clases populares, que lo eligieron tribuno. A continuación, aprovechándose de sus nuevos poderes, comenzó a conspirar, preparando un gran levantamiento contra el Senado para así hacerse con el poder. Cuando el Senado tuvo pruebas de la conspiración, juzgaron que la amenaza era tan grave que sólo el nombramiento de un dictador podía resolverla. Y así, un ya octogenario Cincinato fue de nuevo convocado para sacar a Roma del atolladero. Cincinato no se andó con rodeos: envió a Cayo Servilio, su magister equitum (jefe de la caballería y, en la práctica, mano derecha del dictador) para convocar a Melio a su presencia. El conspirador, sospechando de aquella llamada, se negó a acudir y trató de huir buscando la protección de sus seguidores. Servilio lo persiguió, lo alcanzó y le dio muerte. Cincinato aprobó sus acciones diciéndole: Cayo Servilio, ¡gracias por tu valor!¡El Estado se ha salvado! En casa de Melio se hallaron numerosas pruebas de su conspiración, así como una gran cantidad de armas que había ido acumulando para cuando sus seguidores se levantasen. Cincinato, para evitar que la plebe se amotinara por la muerte de Melio, hizo repartir entre ellos la fortuna del difunto. Y luego, como ya había hecho antes, renunció a su cargo y regresó a sus tierras.
Emblema de la Sociedad de los Cincinnati
Cincinato murió aproximadamente en el 430 a. C. y fue despedido con grandes honores, convertido ya en una figura de leyenda. Más tarde, durante las épocas más turbulentas de la República, su figura fue a menudo citada como ejemplo de las virtudes de la Roma clásica, la honradez, la rectitud, la integridad, la frugalidad, el deseo de servir a la patria por encima de las ambiciones personales. A lo largo de los siglos, su nombre se siguió empleando como ejemplo de hombre honrado y gobernante intachable (aparece mencionado, entre otras muchas, en las obras de Dante y Petrarca). En 1783 se fundó en los recién independizados Estados Unidos la llamada Sociedad de los Cincinnati, una sociedad patriótica formada por antiguos combatientes del ejército norteamericano que querían preservar los ideales y la hermandad que habían guiado a las tropas que habían logrado la independencia, y que recibió tal nombre por la admiración que sus fundadores sentían hacia el político romano (así lo refleja su lema, Omnia reliquit servare rempublicam, "Renunció a todo por salvar a la República"). Entre aquellos miembros fundadores estaba el mismísimo George Washington, confeso admirador de Cincinato, hasta tal punto que muchos sugieren que fue el ejemplo del romano lo que lo llevó a renunciar a presentarse candidato a un tercer mandato presidencial, puesto que no quería aferrarse al poder. En 1790 la ciudad de Losantiville fue renombrada como Cincinnati (en el actual estado de Ohio) por el general Arthur St. Clair, gobernador del Territorio del Noroeste y uno de los fundadores de la Sociedad de los Cincinnati.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Teutoburgo, el cementerio de las legiones


La Galia pasó a ser provincia romana tras la brillante campaña de Julio César (58-51 a. C.), quedando la frontera establecida en el Rin. No obstante, esta frontera nada significaba para las belicosas tribus germánicas de la otra orilla, que frecuentemente la cruzaban en expediciones de saqueo, atacando a romanos y galos por igual. Ya el mismo César había cruzado el Rin en dos ocasiones con sus legiones para darles un escarmiento: en el 58 a. C. derrotó a los suevos acaudillados por Ariovisto, y en el 55 a. C. volvió a pasar a la otra orilla, aunque en esta ocasión los germanos, más prudentes, no presentaron batalla. Aún así, los germanos siguieron con sus incursiones cada cierto tiempo. En el 16 a. C., una coalición de sicambrios, téncteros y usípetes emboscó y derrotó a un ejército romano a las órdenes del gobernador de la Galia Bélgica, Marco Lolio, en una batalla en la que incluso la Legio V Alaudae perdió su estandarte, un suceso tremendamente humillante, no sólo para la legión, sino para toda Roma.

Germania Magna
Harto de los quebraderos de cabeza que aquellas tribus le ocasionaban, el emperador Augusto envió a sus dos hijastros, Tiberio y Druso, a la región. Ambos combatieron a los germanos y llevaron la frontera del imperio hasta el río Elba, creando así una nueva provincia: Germania Magna. No obstante, el control de los romanos sobre aquellos territorios nunca fue completo, ya que los germanos nunca acabaron de aceptar su derrota.
En el año 9 d. C. Augusto envió como gobernador de la provincia a Publio Quintilio Varo. El retrato que nos han dejado de él los historiadores romanos es bastante negativo: codicioso, vanidoso, lento a la hora de tomar decisiones, más amigo de la vida lujosa de palacio que de los cuarteles militares y poco espabilado a la hora de juzgar a las personas. Aunque es posible que los hechos que protagonizó hayan empeorado su imagen a ojos de sus contemporáneos, lo cierto es que su reputación no era buena. Pero tenía experiencia, ya que había sido procónsul en África y legado en Siria (decían de él que "llegó pobre a una provincia rica, y se marchó rico dejando una provincia pobre"). Y además, estaba casado con Vipsania Marcela, hija del general Marco Agripa y sobrina-nieta del propio Augusto.
Varo no era demasiado diplomático; sus intentos de imponer las leyes romanas por la fuerza y sus elevados impuestos no tardaron en granjearle el rechazo de los germanos. Esta incomodidad, unida a su tradicional belicosidad, fue muy bien aprovechada por un hábil caudillo llamado Arminio para preparar un levantamiento contra el poder de Roma.

Arminio (16 a. C.-21 d. C.)
Arminio era un joven príncipe de los queruscos (su padre era un jefe llamado Segimer), una tribu aliada de los romanos y aparentemente leal. Esta alianza había permitido a Arminio criarse y educarse bajo la tutela de los romanos. Conocía su lengua y su cultura, se había entrenado con sus tropas (y por eso le eran familiares las tácticas y rutinas del ejército romano), y en cuanto tuvo edad suficiente se había puesto al frente de un destacamento de auxiliares queruscos con los que había combatido brillantemente contra la sublevación de los ilirios en Dalmacia. Se había ganado la confianza de los romanos hasta tal punto que incluso le fue concedida la ciudadanía romana, un privilegio al alcance de muy pocos entre los aliados de Roma. Más tarde volvió a su tierra natal, a las órdenes del nuevo gobernador. No podemos saber si siempre había tenido en mente rebelarse contra los romanos, o lo decidió descontento por el trato dado a sus compatriotas y viendo la facilidad con la que podría organizar una revuelta, pero lo cierto es que muy pronto comenzó a negociar en secreto con los jefes de algunas de las principales tribus.
Varo tenía en muy alta estima a los queruscos, y también a Arminio, quien se convertiría en uno de sus hombres de confianza, pese a las advertencias de algunos oficiales romanos y de jefes locales, quienes le advertían que no se fiase de aquel joven ambicioso e intrigante. Pero Varo desoyó esos consejos y siguió confiando en él.
Llegó así el invierno del año 9 y Varo se preparó para retornar a sus cuarteles de invierno, en la orilla izquierda del Rin, donde le esperaba el resto de su ejército. Pero Arminio le comunicó que había estallado una gran revuelta en el norte y era necesario acudir de inmediato a sofocarla, antes de que se extendiese a toda la provincia y provocase una insurrección general. Varo no lo dudó y se puso en camino de inmediato al frente de las tres legiones de las que disponía: la XVII, la XVIII y la XIX, junto a la caballería y varias cohortes de tropas auxiliares. En total, unos 20000 hombres.
El avance de los romanos era lento y trabajoso. Los soldados iban cargados con sus armas e impedimenta, y numerosos civiles (familias de los oficiales, esclavos, prostitutas, mercaderes...) acompañaban la marcha, entorpeciendo su avance. Además, Arminio guiaba a los romanos a través de una región agreste, con bosques espesos, caminos escarpados, pantanos... Llevándolos poco a poco hacia el lugar donde estaba preparada la emboscada: el bosque de Teutoburgo.
Llegó un momento en el que los auxiliares germanos, incluidos los guías, abandonaron la formación, dejando solos a los romanos, que se vieron en la obligación de seguir avanzando a través del bosque por un estrecho sendero cruzado por numerosos arroyos. El sendero rodeaba la cara norte de una colina llamada en la actualidad Kalkriese en cuya ladera aguardaban los germanos, escondidos tras una especie de muro o empalizada camuflada con el accidentado terreno y la vegetación. Unos 15 o 20000 guerreros de varias tribus (queruscos, catos, marsos, brúcteros) aguardaban impacientes la hora de caer sobre los desprevenidos romanos.


El primer asalto llegó sin avisar: aprovechando una fuerte tormenta, los germanos hicieron caer sobre las filas romanas gran cantidad de árboles cuyos troncos habían previamente serrado. A continuación, una lluvia de flechas cayó sobre los legionarios, que en medio del caos y la confusión no tuvieron tiempo de formar una defensa cuando los germanos se lanzaron contra ellos. El pesado equipamento y las armas que portaban resultaban un estorbo en esas condiciones, dejándolos en clara desventaja en la lucha cuerpo a cuerpo con los rápidos y feroces germanos, cuyo armamento ligero era mucho más eficaz.
Aunque tuvieron muchas bajas en este primer choque, los disciplinados legionarios romanos no se dejaron derrotar tan fácilmente y buscaron terreno despejado en el que reagruparse. Pero en cuanto volvieron a penetrar en la espesura, de nuevo los germanos cayeron sobre ellos.
La lucha se prolongó a lo largo de al menos tres días. La caballería romana, mandada por Numonio Vala, trató de huir hacia el Rin, pero fue alcanzada y exterminada. Varo, para no caer en manos de sus enemigos, se suicidó. Arminio hizo quemar su cuerpo y envió su cabeza al poderoso caudillo Marbod, rey de los marcómanos, tratando de pactar una alianza con él. Marbod, quien no estaba por la labor de enfrentarse a los romanos, la envió a su vez a Roma, donde fue enterrada en el panteón familiar.
La batalla desembocó en una espantosa matanza. Las tropas romanas, dispersas y desordenadas, fueron presa fácil para los germanos, quienes durante días dieron caza a los supervivientes que huían. Un grupo de legionarios, bajo el mando de un joven oficial llamado Casio Querea, logró alcanzar territorio romano y dar aviso de lo sucedido. En los días siguientes, pequeños grupos de supervivientes fueron llegando a la retaguardia. No hay una estimación exacta de sus bajas, pero se cree que al menos 15000 romanos murieron en ese bosque. Los germanos apenas tomaron prisioneros; la mayoría de los romanos capturados fueron sacrificados en honor a sus dioses, como tenían por costumbre. Las bajas germanas no se pueden calcular, pero sin duda fueron mínimas comparadas con las de los romanos.
La tremenda derrota provocó una enorme consternación en Roma. La clades Variana (la derrota de Varo) causó un gran trastorno al mismo emperador, quien, llevado por la desesperación, llegaba a golpearse contra las paredes gritando Quintili Vare, legiones redde! (¡Quintilio Varo, devuélveme mis legiones!). El suceso provocó que Augusto dejase de confiar en los germanos: prescindió de aquellos que servían en su guardia personal e incluso expulsó de Roma a representantes y embajadores de tribus aliadas. Sin las legiones de Varo para defender la frontera, se temió una invasión masiva de la Galia que al final no se llegó a producir; ebrios con la victoria, los germanos prefirieron retornar a sus aldeas. Para recomponer las defensas fronterizas, se tomaron medidas extraordinarias: nuevas levas, extensión del periodo de servicio en el ejército de 16 a 25 años, e incluso la compra de esclavos que luego eran liberados a condición de que se alistasen.

Julio César Claudiano Germánico (15 a. C. -19 d. C.)
Roma no iba a olvidar tal humillación. En el año 13 d. C. el emperador Augusto envió a Germania a Julio César Germánico, el hijo de Druso, quien pese a su juventud ya había demostrado ser un gran general, al frente de ocho legiones, con órdenes de derrotar a los germanos, localizar el lugar de la batalla y asegurarse de dar un entierro digno a los caídos, y recuperar las águilas de las tres legiones, capturadas como botín por Arminio.
Germánico cruzó el Rin con sus tropas y alcanzó el lugar de la batalla, encontrando el horrendo espectáculo de miles de cadáveres mutilados e insepultos, con numerosas cabezas clavadas en los árboles cercanos y no muy lejos de allí, los altares en los que numerosos prisioneros romanos habían sido sacrificados. El general romano hizo enterrar los restos y rindió un último homenaje a aquellos soldados, y luego partió en busca de Arminio, quien se había convertido en el principal caudillo de la región y se había aliado con Marbod. Pero Arminio evitó el enfrentamiento directo y Germánico decidió, tras varias escaramuzas, regresar a Galia. Para ello dividió a sus tropas: él se embarcó con parte de ellas en el Rin, mientras que el resto, a las órdenes de Aulo Cecina Severo, continuó camino a pie. Esto fue aprovechado por Arminio para atacar a las tropas de Cecina mientras cruzaban una ciénaga. Pudo haber sido otra gran victoria germana, pero la frustró la veteranía y experiencia de las tropas romanas y la precipitación de Inviomero, tío de Arminio, que asaltó demasiado pronto el campamento romano.
Germánico volvió a cruzar el Rin el año 15. Con decisión, acosó a Arminio y a sus aliados, llegando a capturar a su esposa, Thusnelda, que fue enviada a Roma como cautiva (siendo prisionera tuvo a un hijo de Arminio, Tumélico, que fue entrenado como gladiador y murió joven en la arena del circo). Pese a que Arminio trataba de evitar un enfrentamiento en campo abierto, el insistente Germánico acabó forzando la batalla en el poblado de Idistaviso, ya en el año 16, que terminó con una contundente victoria del ejército romano (que perdió apenas 1000 soldados, la mayoría tropas auxiliares, frente a los 15000 muertos que hubo en las filas germanas). Además, los romanos pudieron recuperar los estandartes de dos de las tres legiones exterminadas en Teutoburgo, restaurando al menos en parte el honor de Roma. No obstante, los romanos jamás volvieron a bautizar a ninguna legión con los números de las legiones allí perdidas.
Arminio logró huir con vida, pero su prestigio quedó severamente dañado. Marbod rompió su alianza y le declaró la guerra. Finalmente, en el año 21, Arminio murió asesinado por la familia de su esposa, aliados de Roma. Contaba entonces 37 años.
Germánico permaneció algún tiempo en la región, hasta que Tiberio, ya nombrado emperador, le ordenó que abandonase aquellos parajes, por considerarlos inhóspitos e improductivos, y se retirase a la Galia. Roma sólo conservó en la orilla derecha del Rin algunos puestos avanzados y cabezas de puente, pero, salvo alguna incursión temporal, no volvió a aventurarse en Germania. Es más, décadas más tarde se construyó el llamado Limes Germanicus, una serie de murallas y fortalezas para evitar nuevas invasiones.

Hermannsdenkmal (monumento en honor a Arminio), erigido cerca de Teutoburgo en 1875
La figura de Arminio fue recuperada en el siglo XIX y convertida por el nacionalismo alemán en un símbolo de la lucha de los nobles y valerosos germanos contra los pérfidos y sibilinos enemigos del sur de Europa. Incluso germanizaron su nombre llamándolo "Hermann".
En 1987 un arqueólogo aficionado halló en Kalkriese un gran número de monedas romanas, así como varias bolas de plomo de las que utilizaban los honderos romanos como proyectiles. Excavaciones posteriores demostraron que aquel era sin duda el lugar donde se había producido la batalla, sacando a la luz una ingente cantidad de restos: no sólo armas, también todo tipo de objetos romanos de uso cotidiano. Todos estos hallazgos se exponen en un museo construido ex-profeso en las proximidades: el Museum und Park Kalkriese: http://www.kalkriese-varusschlacht.de/