Verba volant, scripta manent

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Teutoburgo, el cementerio de las legiones


La Galia pasó a ser provincia romana tras la brillante campaña de Julio César (58-51 a. C.), quedando la frontera establecida en el Rin. No obstante, esta frontera nada significaba para las belicosas tribus germánicas de la otra orilla, que frecuentemente la cruzaban en expediciones de saqueo, atacando a romanos y galos por igual. Ya el mismo César había cruzado el Rin en dos ocasiones con sus legiones para darles un escarmiento: en el 58 a. C. derrotó a los suevos acaudillados por Ariovisto, y en el 55 a. C. volvió a pasar a la otra orilla, aunque en esta ocasión los germanos, más prudentes, no presentaron batalla. Aún así, los germanos siguieron con sus incursiones cada cierto tiempo. En el 16 a. C., una coalición de sicambrios, téncteros y usípetes emboscó y derrotó a un ejército romano a las órdenes del gobernador de la Galia Bélgica, Marco Lolio, en una batalla en la que incluso la Legio V Alaudae perdió su estandarte, un suceso tremendamente humillante, no sólo para la legión, sino para toda Roma.

Germania Magna
Harto de los quebraderos de cabeza que aquellas tribus le ocasionaban, el emperador Augusto envió a sus dos hijastros, Tiberio y Druso, a la región. Ambos combatieron a los germanos y llevaron la frontera del imperio hasta el río Elba, creando así una nueva provincia: Germania Magna. No obstante, el control de los romanos sobre aquellos territorios nunca fue completo, ya que los germanos nunca acabaron de aceptar su derrota.
En el año 9 d. C. Augusto envió como gobernador de la provincia a Publio Quintilio Varo. El retrato que nos han dejado de él los historiadores romanos es bastante negativo: codicioso, vanidoso, lento a la hora de tomar decisiones, más amigo de la vida lujosa de palacio que de los cuarteles militares y poco espabilado a la hora de juzgar a las personas. Aunque es posible que los hechos que protagonizó hayan empeorado su imagen a ojos de sus contemporáneos, lo cierto es que su reputación no era buena. Pero tenía experiencia, ya que había sido procónsul en África y legado en Siria (decían de él que "llegó pobre a una provincia rica, y se marchó rico dejando una provincia pobre"). Y además, estaba casado con Vipsania Marcela, hija del general Marco Agripa y sobrina-nieta del propio Augusto.
Varo no era demasiado diplomático; sus intentos de imponer las leyes romanas por la fuerza y sus elevados impuestos no tardaron en granjearle el rechazo de los germanos. Esta incomodidad, unida a su tradicional belicosidad, fue muy bien aprovechada por un hábil caudillo llamado Arminio para preparar un levantamiento contra el poder de Roma.

Arminio (16 a. C.-21 d. C.)
Arminio era un joven príncipe de los queruscos (su padre era un jefe llamado Segimer), una tribu aliada de los romanos y aparentemente leal. Esta alianza había permitido a Arminio criarse y educarse bajo la tutela de los romanos. Conocía su lengua y su cultura, se había entrenado con sus tropas (y por eso le eran familiares las tácticas y rutinas del ejército romano), y en cuanto tuvo edad suficiente se había puesto al frente de un destacamento de auxiliares queruscos con los que había combatido brillantemente contra la sublevación de los ilirios en Dalmacia. Se había ganado la confianza de los romanos hasta tal punto que incluso le fue concedida la ciudadanía romana, un privilegio al alcance de muy pocos entre los aliados de Roma. Más tarde volvió a su tierra natal, a las órdenes del nuevo gobernador. No podemos saber si siempre había tenido en mente rebelarse contra los romanos, o lo decidió descontento por el trato dado a sus compatriotas y viendo la facilidad con la que podría organizar una revuelta, pero lo cierto es que muy pronto comenzó a negociar en secreto con los jefes de algunas de las principales tribus.
Varo tenía en muy alta estima a los queruscos, y también a Arminio, quien se convertiría en uno de sus hombres de confianza, pese a las advertencias de algunos oficiales romanos y de jefes locales, quienes le advertían que no se fiase de aquel joven ambicioso e intrigante. Pero Varo desoyó esos consejos y siguió confiando en él.
Llegó así el invierno del año 9 y Varo se preparó para retornar a sus cuarteles de invierno, en la orilla izquierda del Rin, donde le esperaba el resto de su ejército. Pero Arminio le comunicó que había estallado una gran revuelta en el norte y era necesario acudir de inmediato a sofocarla, antes de que se extendiese a toda la provincia y provocase una insurrección general. Varo no lo dudó y se puso en camino de inmediato al frente de las tres legiones de las que disponía: la XVII, la XVIII y la XIX, junto a la caballería y varias cohortes de tropas auxiliares. En total, unos 20000 hombres.
El avance de los romanos era lento y trabajoso. Los soldados iban cargados con sus armas e impedimenta, y numerosos civiles (familias de los oficiales, esclavos, prostitutas, mercaderes...) acompañaban la marcha, entorpeciendo su avance. Además, Arminio guiaba a los romanos a través de una región agreste, con bosques espesos, caminos escarpados, pantanos... Llevándolos poco a poco hacia el lugar donde estaba preparada la emboscada: el bosque de Teutoburgo.
Llegó un momento en el que los auxiliares germanos, incluidos los guías, abandonaron la formación, dejando solos a los romanos, que se vieron en la obligación de seguir avanzando a través del bosque por un estrecho sendero cruzado por numerosos arroyos. El sendero rodeaba la cara norte de una colina llamada en la actualidad Kalkriese en cuya ladera aguardaban los germanos, escondidos tras una especie de muro o empalizada camuflada con el accidentado terreno y la vegetación. Unos 15 o 20000 guerreros de varias tribus (queruscos, catos, marsos, brúcteros) aguardaban impacientes la hora de caer sobre los desprevenidos romanos.


El primer asalto llegó sin avisar: aprovechando una fuerte tormenta, los germanos hicieron caer sobre las filas romanas gran cantidad de árboles cuyos troncos habían previamente serrado. A continuación, una lluvia de flechas cayó sobre los legionarios, que en medio del caos y la confusión no tuvieron tiempo de formar una defensa cuando los germanos se lanzaron contra ellos. El pesado equipamento y las armas que portaban resultaban un estorbo en esas condiciones, dejándolos en clara desventaja en la lucha cuerpo a cuerpo con los rápidos y feroces germanos, cuyo armamento ligero era mucho más eficaz.
Aunque tuvieron muchas bajas en este primer choque, los disciplinados legionarios romanos no se dejaron derrotar tan fácilmente y buscaron terreno despejado en el que reagruparse. Pero en cuanto volvieron a penetrar en la espesura, de nuevo los germanos cayeron sobre ellos.
La lucha se prolongó a lo largo de al menos tres días. La caballería romana, mandada por Numonio Vala, trató de huir hacia el Rin, pero fue alcanzada y exterminada. Varo, para no caer en manos de sus enemigos, se suicidó. Arminio hizo quemar su cuerpo y envió su cabeza al poderoso caudillo Marbod, rey de los marcómanos, tratando de pactar una alianza con él. Marbod, quien no estaba por la labor de enfrentarse a los romanos, la envió a su vez a Roma, donde fue enterrada en el panteón familiar.
La batalla desembocó en una espantosa matanza. Las tropas romanas, dispersas y desordenadas, fueron presa fácil para los germanos, quienes durante días dieron caza a los supervivientes que huían. Un grupo de legionarios, bajo el mando de un joven oficial llamado Casio Querea, logró alcanzar territorio romano y dar aviso de lo sucedido. En los días siguientes, pequeños grupos de supervivientes fueron llegando a la retaguardia. No hay una estimación exacta de sus bajas, pero se cree que al menos 15000 romanos murieron en ese bosque. Los germanos apenas tomaron prisioneros; la mayoría de los romanos capturados fueron sacrificados en honor a sus dioses, como tenían por costumbre. Las bajas germanas no se pueden calcular, pero sin duda fueron mínimas comparadas con las de los romanos.
La tremenda derrota provocó una enorme consternación en Roma. La clades Variana (la derrota de Varo) causó un gran trastorno al mismo emperador, quien, llevado por la desesperación, llegaba a golpearse contra las paredes gritando Quintili Vare, legiones redde! (¡Quintilio Varo, devuélveme mis legiones!). El suceso provocó que Augusto dejase de confiar en los germanos: prescindió de aquellos que servían en su guardia personal e incluso expulsó de Roma a representantes y embajadores de tribus aliadas. Sin las legiones de Varo para defender la frontera, se temió una invasión masiva de la Galia que al final no se llegó a producir; ebrios con la victoria, los germanos prefirieron retornar a sus aldeas. Para recomponer las defensas fronterizas, se tomaron medidas extraordinarias: nuevas levas, extensión del periodo de servicio en el ejército de 16 a 25 años, e incluso la compra de esclavos que luego eran liberados a condición de que se alistasen.

Julio César Claudiano Germánico (15 a. C. -19 d. C.)
Roma no iba a olvidar tal humillación. En el año 13 d. C. el emperador Augusto envió a Germania a Julio César Germánico, el hijo de Druso, quien pese a su juventud ya había demostrado ser un gran general, al frente de ocho legiones, con órdenes de derrotar a los germanos, localizar el lugar de la batalla y asegurarse de dar un entierro digno a los caídos, y recuperar las águilas de las tres legiones, capturadas como botín por Arminio.
Germánico cruzó el Rin con sus tropas y alcanzó el lugar de la batalla, encontrando el horrendo espectáculo de miles de cadáveres mutilados e insepultos, con numerosas cabezas clavadas en los árboles cercanos y no muy lejos de allí, los altares en los que numerosos prisioneros romanos habían sido sacrificados. El general romano hizo enterrar los restos y rindió un último homenaje a aquellos soldados, y luego partió en busca de Arminio, quien se había convertido en el principal caudillo de la región y se había aliado con Marbod. Pero Arminio evitó el enfrentamiento directo y Germánico decidió, tras varias escaramuzas, regresar a Galia. Para ello dividió a sus tropas: él se embarcó con parte de ellas en el Rin, mientras que el resto, a las órdenes de Aulo Cecina Severo, continuó camino a pie. Esto fue aprovechado por Arminio para atacar a las tropas de Cecina mientras cruzaban una ciénaga. Pudo haber sido otra gran victoria germana, pero la frustró la veteranía y experiencia de las tropas romanas y la precipitación de Inviomero, tío de Arminio, que asaltó demasiado pronto el campamento romano.
Germánico volvió a cruzar el Rin el año 15. Con decisión, acosó a Arminio y a sus aliados, llegando a capturar a su esposa, Thusnelda, que fue enviada a Roma como cautiva (siendo prisionera tuvo a un hijo de Arminio, Tumélico, que fue entrenado como gladiador y murió joven en la arena del circo). Pese a que Arminio trataba de evitar un enfrentamiento en campo abierto, el insistente Germánico acabó forzando la batalla en el poblado de Idistaviso, ya en el año 16, que terminó con una contundente victoria del ejército romano (que perdió apenas 1000 soldados, la mayoría tropas auxiliares, frente a los 15000 muertos que hubo en las filas germanas). Además, los romanos pudieron recuperar los estandartes de dos de las tres legiones exterminadas en Teutoburgo, restaurando al menos en parte el honor de Roma. No obstante, los romanos jamás volvieron a bautizar a ninguna legión con los números de las legiones allí perdidas.
Arminio logró huir con vida, pero su prestigio quedó severamente dañado. Marbod rompió su alianza y le declaró la guerra. Finalmente, en el año 21, Arminio murió asesinado por la familia de su esposa, aliados de Roma. Contaba entonces 37 años.
Germánico permaneció algún tiempo en la región, hasta que Tiberio, ya nombrado emperador, le ordenó que abandonase aquellos parajes, por considerarlos inhóspitos e improductivos, y se retirase a la Galia. Roma sólo conservó en la orilla derecha del Rin algunos puestos avanzados y cabezas de puente, pero, salvo alguna incursión temporal, no volvió a aventurarse en Germania. Es más, décadas más tarde se construyó el llamado Limes Germanicus, una serie de murallas y fortalezas para evitar nuevas invasiones.

Hermannsdenkmal (monumento en honor a Arminio), erigido cerca de Teutoburgo en 1875
La figura de Arminio fue recuperada en el siglo XIX y convertida por el nacionalismo alemán en un símbolo de la lucha de los nobles y valerosos germanos contra los pérfidos y sibilinos enemigos del sur de Europa. Incluso germanizaron su nombre llamándolo "Hermann".
En 1987 un arqueólogo aficionado halló en Kalkriese un gran número de monedas romanas, así como varias bolas de plomo de las que utilizaban los honderos romanos como proyectiles. Excavaciones posteriores demostraron que aquel era sin duda el lugar donde se había producido la batalla, sacando a la luz una ingente cantidad de restos: no sólo armas, también todo tipo de objetos romanos de uso cotidiano. Todos estos hallazgos se exponen en un museo construido ex-profeso en las proximidades: el Museum und Park Kalkriese: http://www.kalkriese-varusschlacht.de/

2 comentarios:

  1. Hace poco estuve leyendo algún articulo sobre la fascinación que ejercía Arminio sobre los nazis, como prototipo del germano genuino y valeroso. Aunque parece ser que a Hitler no le hacia demasiada gracia reivindicar a las tribus germánicas. Los consideraba unos salvajes oscuros y sucios, y envidiaba la herencia italiana del pasado de la roma imperial.

    Un saludo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Arminio se convirtió en un referente del nacionalismo alemán en la segunda mitad del siglo XIX, coincidiendo con las guerras franco-prusianas. Era fácil hacer el paralelismo con los guerreros germanos y los invasores romanos. Hitler sentía admiración por el imperio romano, pero también sentía orgullo del pasado guerrero de los germanos (al igual que admiraba a los vikingos) e incluso adoptó la esvástica por considerarla un símbolo ario heredado de las tribus germánicas.
      Un saludo, Rodericus.

      Eliminar