Verba volant, scripta manent

sábado, 31 de diciembre de 2011

La neotenia y Mickey Mouse

La neotenia es un proceso evolutivo por el cual una especie mantiene en su fase adulta caracteres propios de su  estado juvenil, a causa de un retraso en el ritmo de su desarrollo. Se engloba dentro de la heterocronía, que comprende todos aquellos procesos por los que los organismos cambian de forma y/o tamaño por culpa de una alteración en la velocidad de crecimiento habitual.
El mítico biólogo evolutivo y paleontólogo Stephen Jay Gould fué uno de los primeros en defender que los seres humanos somos una especie neoténica con respecto a los demás primates, ya que conservamos caracteres (como el rostro pequeño y el cráneo redondeado) que los demás primates pierden en su fase adulta. Según Gould, esto nos permite seguir aprendiendo y adquiriendo nuevas aptitudes toda nuestra vida. Además, Gould escribió el ensayo Homenaje biológico a Mickey Mouse, donde pone al conocido personaje de dibujos animados como ejemplo de la neotenia.
Fijaos en la siguiente imagen:
Así era Mickey Mouse en sus inicios, en 1928. Su aspecto difiere bastante del actual:
También difieren bastante en actitud y personalidad. El Mickey original era un personaje travieso y bastante gamberro. Se pasaba el día cometiendo travesuras y gastándole bromas (algunas muy pesadas) a los personajes que lo rodeaban. Tanto era así que Walt Disney recibía a menudo cartas de espectadores protestando por su comportamiento poco edificante. Como en aquel momento Mickey ya se había convertido en el personaje más popular de su compañía, decidió someter al ratón a una "transformación": Mickey se volvió menos travieso, menos problemático, y cada vez más tierno y adorable. Y el cambio no sólo se produjo en su personalidad, sino también en su aspecto. Los dibujantes de Disney, conscientemente o no, fueron modificando su aspecto físico de acuerdo con su nueva personalidad. ¿Y cómo lo hicieron? Dándole características típicas de las crías de numerosos animales, incluídos los seres humanos: brazos y piernas más cortas, cráneo más prominente, rostro más amplio, ojos de mayor tamaño. Características todas que despiertan sentimientos de ternura y protección en los adultos. Gould tenía toda la razón del mundo: un ejemplo perfecto de neotenia.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

El viaje en el tiempo, más cerca

En 2005 se dió el primer paso para la teleportación (si, lo que hemos visto tantas veces en Star Trek), aunque fué bastante menos espectacular que en el cine. Un equipo de la Universidad de Ginebra dirigido por el doctor Nicolás Gisin lograba transferir las propiedades cuánticas de un fotón a otro fotón situado a dos kilómetros de distancia. Así dicho suena bastante poco emocionante, pero las implicaciones del experimento eran infinitas. Ahora, un nuevo experimento viene a dar un vuelco a la física moderna.
Un equipo mixto de científicos de las universidades de Miskatonic (EEUU) y de Karakura (Japón), dirigidos por las doctoras Hakuna Matata e Inoue Orihime trataban de reproducir el experimento de Gisin como parte de un proyecto llamado Time And Relative Dimension In Space cuando notaron un hecho sorprendente: el fotón B, el que supuestamente debía recibir las propiedades cuánticas del fotón original, parecía transformarse antes de que dichas propiedades fueran transferidas. La diferencia era de apenas unos milisegundos, pero lo suficiente para ser medible. El experimento se repitió varias veces, siempre con el mismo resultado. De alguna manera aún desconocida, la transformación se producía con anterioridad al inicio del experimento.
Las consecuencias de este experimento son inimaginables. La posibilidad de alterar las condiciones del pasado abre la puerta a que éste pueda ser cambiado, al menos en teoría. Las aplicaciones de este descubrimiento permitirían cambiar los acontecimientos ya producidos, pero la investigación está en una fase muy temprana y necesitamos aún hacer muchas pruebas para comprender cómo es posible, señaló la doctora Orihime en la rueda de prensa donde se hizo público el sorprendente hallazgo.

P.D: Para quién no se haya dado cuenta, este post fué publicado el 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes, y es una completa invención.

lunes, 26 de diciembre de 2011

De cómo Ramón María del Valle-Inclán perdió su brazo

Ramón María del Valle-Inclán

Parte del inconfundible aspecto del gran literato español Ramón María del Valle-Inclán tenía que ver con la ausencia de su brazo izquierdo. El propio Valle-Inclán gustaba a menudo de contar diversas versiones, a cual más excéntrica y fabulosa, de la pérdida de dicho miembro. Unas veces contaba que, estando en África y viéndose perseguido por un león hambriento, se lo había dado a la fiera para que, mientras ésta se entretenía devorándolo, le diese tiempo a escapar. Otras veces decía que se lo había regalado a un escritor que acostumbraba a plagiar sus obras, para que pudiera firmarlas con su propia mano. La verdad era mucho más prosaica: había perdido el brazo a resultas de una riña en un café.
Todo ocurrió, si las fuentes son exactas, el 24 de julio de 1899, en el Café de la Montaña, cerca de la madrileña Puerta del Sol. Se reunían de tertulia allí habitualmente, además de Valle-Inclán, otros intelectuales como el poeta Antonio Palomero, el pintor Ricardo Baroja (hermano de Pío Baroja), el dramaturgo Jacinto Benavente (Nobel de Literatura en 1922) o el periodista Manuel Bueno. Aquel 24 de julio la tertulia giró sobre el enfrentamiento que el día anterior habían tenido dos jóvenes conocidos de los tertulianos: Leal da Cámara, pintor y caricaturista portugués, y un joven de buena familia llamado López del Castillo, que habían pasado de los argumentos a los insultos y de ahí, a retarse en duelo. En cierto momento, Bueno intervino en la discusión para decir que el duelo no se celebraría, ya que Leal da Cámara no tenía edad para batirse (contaba sólo 22 años). A lo que Valle-Inclán respondió con su característico ceceo: No zea uzted majadero que uzted no zabe una palabra de ezo.
Viéndose así insultado, Bueno reaccionó echando mano de su bastón para acometer con él a Valle-Inclán, quien a su vez se defendió enarbolando una botella de agua. Bueno propinó a su contrincante un fuerte bastonazo dirigido a su cabeza, que Valle logró detener parcialmente con el brazo izquierdo. Sin embargo, el golpe, además de abrirle una brecha en la cabeza, le fracturó los huesos del antebrazo izquierdo y le clavó en la muñeca el gemelo de la camisa. Los demás miembros de la tertulia lograron entonces separarlos y Valle fué llevado a un médico, que le hizo una cura somera y le vendó el brazo. Sin embargo, el dolor iba en aumento, hasta impedirle incluso dormir, y unos días después Valle volvió al médico, quien encontró que la herida, agravada por la complicada fractura, se había infectado y mostraba signos inequívocos de gangrena, por lo que era necesaria la amputación. Consultado el escritor, dió su permiso, pero pidió que no le anestesiaran para poder contemplar la intervención (dicen que incluso se recortó la barba para no perderse detalle); y cuentan que hasta se fumó un puro mientras observaba. Al final, el dolor le venció y se desmayó.
Al despertarse, ya sin brazo y con el muñón vendado, lo primero que dijo fué: ¡Cómo me duele este brazo!, a lo que Benavente, que había permanecido a su lado durante la operación y el posoperatorio, le contestó: Ese ya no, don Ramón.
Más tarde, sus amigos comunes lograron incluso que Valle y Bueno se reconciliaran. Valle aprovechó su mutilación para presentar un aspecto si cabe más extravagante todavía, y en las tertulias a las que acudía gustaba de compararse con el otro manco ilustre de las letras españolas, Miguel de Cervantes. Tanto lo hacía que más de una vez sus amigos le tuvieron que recordar, burlonamente: ¡Que no fué en Lepanto, don Ramón!.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Las momias de Tarim

El hombre de Cherchen, una de las momias de Tarim más famosas

La cuenca del río Tarim, en el extremo oeste de China, ocupa casi una superficie de un millón de kilómetros cuadrados de la Región Autónoma Uigur de Xinjiang. Más de un tercio de su territorio está ocupado por el desierto de Taklamakán y en tiempos la legendaria Ruta de la Seda la atravesaba.
Desde principios del siglo XX diversos exploradores y viajeros europeos que recorrieron la región hicieron referencia a la existencia en el desierto de Taklamakán de enterramientos con cuerpos extraordinariamente bien conservados, pero la auténtica revelación no llegó hasta 1978, cuando un arqueólogo chino llamado Wang Binghua llegó a la región en busca de antiguos asentamientos y un habitante de la zona le aconsejó visitar un lugar llamado Qäwrighul (en chino, Gumugou). Allí Wang halló la primera de una serie de tumbas excavadas en el desierto que contenían cuerpos momificados. Dos cosas llamaron poderosamente su atención: primero, su excelente estado de conservación. Aunque se trataba de cuerpos muy antiguos (posteriormente se datarían en torno al 1800 aC) aquellos restos estaban perfectamente preservados y sus rasgos eran perfectamente distinguibles. Y segundo, que pese a hallarse en el corazón de Asia, sus rasgos no eran chinos. Se trataba de personas de elevada estatura (muchos alcanzaban el metro ochenta de altura, muy por encima de la media de los chinos, incluso hoy en día), cabellos y barbas rubios o pelirrojos y aspecto indudablemente caucásico. Había hombres, mujeres y niños, y se han hallado más de un centenar de ellas.
¿Qué pintaban personas de rasgos europeos en plena China dos mil años antes de Cristo?. Las autoridades chinas no se mostraron demasiado impresionadas y durante años no se investigó demasiado. Había un trasfondo político, o más bien nacionalista. En efecto, los chinos poseen un gran orgullo por su cultura y su historia, son los inventores del papel y la tinta, de la pólvora y la brújula. Y les daba algo de apuro reconocer que había europeos en la zona en una época tan temprana y que pudieran haber tenido influencia en el origen de la cultura china. De hecho, hoy en día bastantes autores atribuyen a poblaciones procedentes de Europa Oriental la introducción en Extremo Oriente de adelantos tales como la domesticación del caballo, el uso de carros o determinados tipos de metalurgia avanzada. Además, la zona está cerca de la frontera con la antigua URSS y a los políticos chinos no les interesaba hacer público que en ese lugar había tumbas antiguas que se parecían bastante más a sus incómodos vecinos que a ellos.
Pero sigamos con las momias de Tarim. Hay que decir que se trata de momias naturales, no artificiales. No fueron sometidos a ningún complejo proceso de conservación, como las egipcias, sino que el método de enterramiento y el lugar donde fueron sepultadas son los responsables de su conservación. En tumbas poco profundas y en un desierto extermadamente árido como es Taklamakán, los cuerpos se deshidrataron muy rápidamente. Unid a ello un suelo rocoso y ligeramente salino, y obtendreis momias instantáneas.
En seguida surgieron teorías acerca de quienes eran los habitantes de Tarim. Los primeros y más obvios sospechosos fueron los tocarios. Este pueblo, conocido por los chinos como yuezhi o yuechi, eran de origen europeo y aparecen mencionados por los griegos ya en el siglo II a. C. Su idioma, el tocario, era una lengua indoeuropea y tuvieron cierta relevancia en el primer milenio de nuestra era, antes de ser derrotados y asimilados por los uigures en torno al siglo IX d. C. También hubo quién especuló, por el estilo de su artesanía, especialmente la textil, de que se trataba de poblaciones de origen céltico, algo que no tardó en descartarse. Incluso hubo quienes los relacionó con los cumanos, una tribu nómada de Europa Oriental.
Y sin embargo, puede que ninguna de estas posibilidades sea la correcta. Estudios genéticos de las momias parecen mostrar una mezcla de dos linajes genéticos en las momias de Tarim. Uno de ellos parece proceder de Europa Oriental, de las estepas rusas y ucranianas, y el otro al parecer es iranio. Pero en cualquier caso la unión de ambos linajes se produjo antes de la llegada de aquel pueblo a la cuenca del Tarim. Seguramente procedían del norte, de las llanuras siberianas. Las llamadas culturas de Afanasevo y Andronovo parecen haber sido sus antecedentes directos. En el segundo milenio antes de Cristo las condiciones de la cuenca del tarim eran bastante diferentes, no era tan árida y había más vegetación y cursos de agua, con lo que hubieran podido mantener sin dificultad su modo de vida, basado en una rudimentaria agricultura y la ganadería de caballos, ovejas y cabras.
¿Qué fué del pueblo que enterró a sus muertos en Tarim? Seguramente no se fueron a ninguna parte y se fundieron con las sucesivas oleadas de población que fueron llegando a la zona. La etnia han, predominante en la China actual, no llegó a la zona hasta el siglo III a. C. y las etnias centroasiáticas de hoy en día (kazajos, tayikos, kirguís) son según todos los indicios resultado de la unión de poblaciones orientales con otras de origen europeo. Aún hoy en día es frecuente encontrar entre los uigures individuos de características que se apartan notablemente de las características habituales de las poblaciones orientales, con individuos de piel blanca, ojos azules o verdes y rasgos caucásicos, herencia de su mestizaje con los tocarios.

sábado, 17 de diciembre de 2011

La batalla de Okehazama

          La batalla de Okehazama (tríptico de Yoshitoshi, c.1860)

La batalla de Okehazama está considerada como uno de los momentos cruciales de la historia de Japón. Cimentó el poder del vencedor, Nobunaga Oda, quien posteriormente alcanzaría un papel muy relevante en la política japonesa. Además, de por sí Okehazama es un extraordinario ejemplo de estrategia militar. Si hubiera tenido lugar en Occidente, posiblemente su nombre nos sería tan familiar como los de Cannas, Farsalia o Austerlitz.
Japón, siglo XVI. El país se halla bajo un régimen feudal. Todos reconocen la autoridad del Emperador, pero éste rara vez se aventura fuera de la capital, Kioto, y delega su poder en un jefe militar o shogun. Fuera de allí, quienes controlan el país son los daimyo, señores feudales que gobiernan un determinado territorio gracias a la fuerza de sus ejércitos, y que a menudo se hacen la guerra entre ellos para aumentar sus posesiones.
Nobunaga Oda nació en 1534. A la muerte de su padre, un daimyo llamado Nobuhide Oda, en 1551, se hizo con el control del clan Oda por la fuerza, matando a su hermano Nobuyuki y a su tío Nobutomo, que le disputaban el mando.
Años más tarde, en mayo de 1560, su camino se cruzó con el de Yoshimoto Imagawa. Éste era uno de los daimyo más poderosos de Japón, ambicioso y sin escrúpulos. Tras aliarse con los clanes Matsudaira, Takeda y Go-Hojo, reunió un impresionante ejército de más de 25000 soldados y se encaminó hacia Kioto, teóricamente para apoyar al shogunato del clan Ashikaga, pero seguramente para acabar con él e imponerse a sí mismo como shogun. Y su camino cruzaba por las posesiones del clan Oda. Nobunaga tenía a sus órdenes apenas 3000 hombres, acantonados en un templo llamado Zenshoji. Ante tal desproporción de fuerzas, Nobunaga consideró cuidadosamente su estrategia. Descartado, por supuesto, rendirse o escapar, como le recomendaban algunos de sus consejeros, le quedaban pocas opciones. Sabía que enfrentarse al ejército de Imagawa en campo abierto era un suicidio, con una desproporción de diez a uno. Tampoco era viable resistir en Zenshoji, ya que tarde o temprano las tropas de Imagawa tomarían el lugar o los rendirían por hambre. Por eso determinó que la mejor estrategia era precisamente la más inesperada: tomar la iniciativa y atacar a los invasores. Tenía a su favor dos factores: el elemento sorpresa, ya que Imagawa no esperaría jamás un ataque; y el conocimiento de  su territorio.
Imagawa, convencido de su victoria, había establecido su campamento en un lugar poco apropiado: un  desfiladero conocido como Dengaku-hazama, cubierto por un espeso bosque. Dejando atrás a unos pocos hombres, para hacer creer al ejército invasor que seguían en el mismo lugar, Nobunaga condujo a sus hombres hacia el campamento enemigo, moviéndose con precaución a través de la espesura para no ser descubiertos. Un tercer factor acudió en su auxilio: la climatología. Hasta aquel momento había sido un día de un calor bochornoso, pero justo en ese momento estalló un súbito aguacero que hizo que los hombres de Imagawa buscaran refugio, permitiendo así a Nobunaga y los suyos llegar hasta las proximidades del campamento sin ser vistos.
Pasada la tormenta, a una orden de su líder, los soldados de Nobunaga cayeron sobre sus enemigos tan de improviso, que éstos, pese a su superioridad numérica, apenas pudieron oponer resistencia y acabaron huyendo desordenadamente. Como ya he dicho, era un día de mucho calor y los soldados de Imagawa, seguros de vencer, habían estado celebrando la victoria, por lo que muchos de ellos ni siquiera llevaban puestas sus armaduras. A todo esto, en plena batalla, Imagawa salió de su tienda muy enfadado. ¡Creía que el alboroto que oía eran sus soldados, ebrios, haciendo ruído e iba a ordenarles que se callaran y volvieran a sus puestos! Debió sorprenderse mucho al ver a su ejército en desbandada... al menos hasta que un samurai de Nobunaga, llamado Shinsuke Mori, le decapitó.
Okehazama supuso el fin del dominio del clan Imagawa (que no tardaría en perder sus tierras e influencia) a la vez que el inicio del apogeo del clan Oda. Nobunaga se convirtió en la figura clave del gobierno de Japón, manteniéndose cerca de la corte de Kioto, de la que recibió títulos y homenajes. Aliado del shogun Yoshiaki Ashikaga primero, luego se enemistó con él y lo depuso. El gran sueño de Nobunaga era la unificación efectiva de todo el territorio japonés bajo un mando fuerte, y llegó a controlar directamente gran parte del centro y el oeste del país, antes de que la traición de uno de sus generales, Mitsuhide Akechi, le llevara a cometer suicidio por el ritual tradicional del sepukku el 21 de junio de 1582. Aún así, se le considera uno de los tres precursores de la unificación del Japón, junto a Hideyoshi Toyotomi (que fué general suyo) e Ieyasu Tokugawa (aliado de Imagawa, luego lo fué de Nobunaga).

¡Nacimos para morir! Quien quiera que esté conmigo, que venga mañana al campo de batalla. Quien no, que se quede donde está y me vea vencer (Nobunaga Oda, la víspera de su victoria en Okehazama).

domingo, 11 de diciembre de 2011

La catástrofe de Vajont

                   La presa de Vajont, hoy


Poderoso caballero es Don Dinero, dice un antiguo refrán español. Que como la mayoría de los refranes, suele tener razón. A menudo resulta sorprendente ver cómo los intereses económicos o políticos a menudo priman sobre las demás consideraciones, incluída (lamentablemente) la vida humana.
Italia, devastada por la Segunda Guerra Mundial, había sufrido una posguerra igualmente dura. Privada de recursos, obtenía la mayor parte de su energía eléctrica (hasta un 80% en los años cincuenta) de las instalaciones hidroeléctricas, especialmente las situadas al Norte, en la región de los Alpes. En este contexto hay que situar el proyecto de Vajont.
El proyecto de la presa de Vajont comenzó a gestarse a principios de los años cincuenta. Era sin duda uno de los proyectos más ambiciosos de la historia de la ingeniería civil italiana: una inmensa presa que embalsaría el río Vajont en un desfiladero bajo el monte Toc, a unos 100 kilómetrtos al norte de Venecia, con una altura de más de 260 metros (la segunda más alta del mundo) y una capacidad de 170 hectómetros cúbicos.
Pero el proyecto contó con detractores desde su inicio. Muchos alertaban de la inestabilidad geológica de la zona escogida por la empresa promotora, SADE (Società Adriatica di Elettricità), posteriormente absorbida por la ENEL. A pesar de que los responsables afirmaban tener estudios e informes detallados de geólogos e ingenieros que respaldaban el proyecto, mucha gente creía que el riesgo era demasiado alto. Entre los críticos destaca un nombre: Tina Merlin, antigua partisana y periodista del periódico comunista L'Unità, quien batalló incesantemente para denunciar el peligro que corrían los que vivían cerca de la presa. No sólo no le hicieron caso, sino que incluso fué procesada por divulgación de información falsa (aunque fué absuelta). Pese a las presiones, siguió denunciando la amenaza.
Las obras de la presa comenzaron en 1957 y duraron tres años. En 1959, SADE contrató a Leopold Müller, un prestigioso geólogo austríaco, para que desmintiera de una vez por todas los supuestos peligros de la construcción. Les salió el tiro por la culata: el exhaustivo informe de Müller alertaba de la inestabilidad de la ladera izquierda del desfiladero y desaconsejaba el llenado de la presa. Pero los responsables prefirieron ocultarlo y seguir adelante con el proyecto. Igualmente ignoraron los repetidos avisos producidos: grietas, pequeños desprendimientos y movimientos de tierras, incluso un aumento de la actividad sísmica. Dichos avisos se multiplicaron con las primeras pruebas de llenado, a partir de 1960. Pero nadie hizo nada. Había demasiados intereses en juego, demasiado dinero cambiando de manos (se habló de que la mismísima mafia tenía parte en el negocio), y los que podían hacer algo prefirieron callar.
Así llegamos a 1963. La tercera prueba de llenado se inicia en abril y se suspende el 4 de septiembre, dado que la amenaza de derrumbe es ya más que evidente. Se planea vaciar totalmente la presa para acometer nuevas obras de consolidación de la problemática ladera, pero ya es demasiado tarde.
El 9 de octubre, a las 22:39 horas, un estruendo como nunca antes habían oído sacude a los habitantes de una amplia zona alrededor de la presa. La tristemente famosa ladera izquierda del Monte Toc se ha venido abajo. Doscientos setenta millones de metros cúbicos de tierra y rocas se derrumban a más de 80 km/h sobre la presa aún medio llena. La presa resiste el embate; estaba muy bien construída. Pero el efecto de semejante masa sobre el embalse... fué como arrojar un ladrillo en un cubo de agua. Una gigantesca ola de varias decenas de metros de altura sobrepasa la presa desplazándose río abajo y río arriba con una furia imparable. Río arriba, el agua (y también la onda expansiva generada por el gigantesco movimiento de agua) afecta a varias pequeñas localidades del municipio de Erto e Casso, como Le Spesse, San Martino, Cristo, Prada, Pineda o Marzana, causando más de 150 muertos. Pero el mayor daño se produce río abajo. Allí, una ola cuyo frente medía más de 100 m. al sobrepasar la presa, recorre 40 km. por el valle del Piave hasta llegar al mar, arrasando a su paso las localidades de Longarone, Rivalta, Villanova, Faè y Pirago, causando cerca de 1500 muertos, y arrastrando numerosos cadáveres hasta el lago de Venecia.
El número de muertos seguramente nunca se sabrá con certeza. Las cifras oficiales hablan de 1972 (1458 en Longarone, 158 en Erto e Casso, 111 en el ayuntamiento de Castellavazzo y 183 en otros ayuntamientos, además de 62 trabajadores de la presa).
Tras la espantosa tragedia es hora de pedir responsabilidades. Once personas son procesados como responsables de lo sucedido: Alberico Biadene (ingeniero y director de la obra), Mario Pancini (ingeniero, jefe de obra), Pietro Frosini (ingeniero del Consejo de Obras Públicas, presentó el proyecto para su aprobación), Francesco Sensidoni (ingeniero jefe del Servicio de Presas), Curzio Batini (ingeniero del Consejo de Obras Públicas, sustituyó a Frosini en el cargo), Francesco Penta (geólogo, asesor de SADE y miembro del Consejo Superior de Obras Públicas), Luigi Greco (presidente del Consejo de Obras Públicas, autorizó el proyecto de la presa), Almo Violin (ingeniero, jefe del Servicio de Ingenieros Civiles de la provincia de Belluno), Dino Tonini (ingeniero de la SADE), Roberto Marin (ingeniero y director general de la SADE) y Augusto Ghetti (ingeniero, jefe del Instituto de Hidráulica de la Universidad de Padua, realizó un estudio descartando la posibilidad de un desprendimiento). Sólo diez se sentaron en el banquillo de los acusados al comenzar el juicio, en febrero de 1967, ya que Francesco Penta murió por causas naturales en 1965. Y sólo nueve escucharían la sentencia en marzo de 1971, ya que Mario Pancini se suicidó en 1968. Dicho veredicto fué, como era de esperar, decepcionante para las víctimas y sus familias: de todos los juzgados, sólo Biadene y Sensidoni fueron condenados, a cinco años y tres años y ocho meses de prisión, respectivamente, aunque luego recibirían un indulto que rebajó en tres años ambas condenas. El acuerdo para indemnizar a las víctimas llevaría más tiempo y no se cerraría definitivamente hasta el 2000.
La presa de Vajont sigue en pie hoy en día, como un homenaje a la insensatez y la codicia humanas.

Si queréis saber más sobre el asunto, aquí tenéis un exhaustivo informe sobre el caso:
http://oph.chebro.es/DOCUMENTACION/Congresos_Seminarios/Laderas2007/Ponencias/8%20Vaiont%20.pdf

sábado, 3 de diciembre de 2011

Raoul Walsh, Errol Flynn y el cadáver de John Barrymore

John Barrymore


Errol Flynn

                                                 Raoul Walsh




John Barrymore, abuelo de la actriz Drew Barrymore, fué un extraordinario actor y miembro de una de las más ilustres sagas de actores del Hollywood clásico. Lamentablemente para él, compartía con casi todos los miembros de dicha saga un problema que les llevaría a una muerte prematura: el alcoholismo. En su caso, fué una agresiva cirrosis, complicada al final con una neumonía, la que le llevó a la tumba. Sus últimos meses los pasó internado en un hospital, donde todavía iban a visitarle algunos de sus amigos más cercanos, entre ellos, el actor Errol Flynn (otro ilustre crápula) y el director Raoul Walsh. Ambos fueron protagonistas de una chocante aventura cuyo tercer vértice fué el cadáver de Barrymore.
John Barrymore murió el 29 de mayo de 1942. Rápidamente se avisó a los allegados, entre ellos Walsh y Flynn, que estaban en casa de éste último. Parece ser que ambos habían estado bebiendo y se encontraban algo "perjudicados". Se pusieron a recordar y a brindar por el buen amigo, hasta que Flynn tuvo que irse. Walsh se enteró poco después de que el cuerpo de Barrymore estaba en la funeraria de los hermanos Malloy. Casualmente, él conocía a uno de los Malloy, que había sido actor y había trabajado a sus órdenes. Esta coincidencia, ayudada por la generosa cantidad de alcohol ingerido, le inspiró una idea un tanto alocada. Se presentó en la funeraria y le pidió a su conocido llevarse un par de horas el cadáver de John, diciendo que era para que pudiera despedirse de él un amigo muy querido. El tal Malloy, que al parecer también había estado bebiendo, no le puso impedimento alguno, y Walsh cargó el cuerpo en su camioneta y lo llevó a casa de Flynn, donde con ayuda del mayordomo de éste (al que le dijo que el señor Barrymore estaba "algo indispuesto") lo metió en casa y lo sentó en un sillón, colocándole una copa en una mano y un cigarrillo en la otra, y se sentó esperando el regreso del actor. Cuando Errol Flynn, triste y cabizbajo por la pérdida de su amigo, entró en el salón, lo primero que vió fué el cuerpo de Barrymore, sentado donde había estado tantas otras veces. El propio Walsh cuenta que Flynn se quedó paralizado un segundo y luego saltó por una ventana al jardín (por suerte estaba en la planta baja), negándose a volver a entrar en la casa (pese a que Walsh le decía que viniera a saludar a John) hasta que que el director se llevó el cadáver de vuelta a la funeraria. Una vez allí, Malloy le preguntó: ¿Adonde se lo ha llevado, señor Walsh?. A lo que él respondió: A casa de Errol Flynn. Y el funerario le respondió: ¿Por qué demonios no me lo dijo antes? Le hubiera puesto un traje mejor.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

¿Cuantos eran los hermanos Marx?

Cuando se hace referencia a los geniales y disparatados hermanos Marx, lo más normal es que nos vengan a la memoria los tres a los que estamos acostumbrados a ver en sus películas más conocidas: Chico (nacido Leonard Marx, 1887-1961), Harpo (Adolph Marx, 1888-1964, aunque en 1911 se cambió el nombre por Arthur) y Groucho (Julius Henry Marx, 1890-1977). Ellos tres alcanzaron una enorme popularidad con filmes legendarios como Sopa de ganso o Un día en las carreras. Pero lo que mucha gente no sabe es que los hermanos Marx no eran sólo tres, sino cinco, y todos pasaron por el mundo del espectáculo.
El cuarto de los hermanos se llamaba Milton (1892-1977), aunque su nombre artístico era Gummo. Gummo actuó con sus hermanos en el teatro de variedades, pero no llegó a hacerlo en el cine: convencido de que su talento era muy inferior al de sus hermanos, dejó la troupe en 1916 y se alistó en el ejército (fué el único de los hermanos que combatió en la Primera Guerra Mundial) y posteriormente trabajó como representante de sus hermanos y empresario.
Y el más joven de los hermanos era Herbert (1901-1979), alias Zeppo. Sustituyó a Gummo cuando éste dejó el grupo, y actuó con sus hermanos en sus primeros filmes, como Los cuatro cocos o Plumas de caballo. Al igual que Gummo, decidió dejar la actuación, oscurecido por el talento de sus hermanos. Trabajó como agente de artistas junto a Gummo y posteriormente aprovechó su habilidad como mecánico para fundar una empresa de ingeniería, Marman Products, que fabricó, entre otros aparatos, un reloj de pulsera que controlaba el ritmo cardíaco de quien lo llevaba o el mecanismo de sujección de las bombas atómicas que fueron lanzadas sobre Japón.
Los cinco hermanos Marx: de arriba a abajo, Groucho, Zeppo, Harpo, Chico y Gummo.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Las otras lunas de la Tierra

Empecemos con una aclaración para los despistados: la Tierra tiene sólo un satélite (entendiendo satélite con su definición clásica, es decir, un objeto que orbita en torno a un planeta), nuestra querida Luna, inspiración de poetas y confidente de enamorados. Pero a lo largo de los años no han faltado quienes han afirmado la existencia de otros satélites en torno a nuestro planeta.

Lilith
En 1898, un astrónomo alemán llamado Georg Waltemath propuso la existencia de varios pequeños satélites orbitando alrededor de la Tierra cuya gravedad, según él, afectaba a la órbita lunar. Siempre según su teoría, estos satélites eran demasiado oscuros como para ser observados por los telescopios, salvo en determinadas condiciones. Llegó incluso a describir con lujo de detalles a una de aquellas lunas: 700 kilómetros de diámetro, orbitando a algo más de un millón de kilómetros de distancia de la Tierra. Por supuesto, sus teorías no tardaron en ser desacreditadas, sobre todo cuando nadie más halló indicios de su existencia y las supuestas predicciones de su aparición acabaron en rotundos fracasos.
En 1918, un astrólogo llamado Walter Gornhold anunció públicamente haber visto la luna descrita por Waltemath, a la que llamó Lilith, cuando cruzaba por delante del sol. Nadie le hizo demasiado caso.
En 1926, otro astrónomo alemán, esta vez un aficionado llamado W. Spill, afirmó haber visto un segundo satélite alrededor de la Tierra. Tampoco fué capaz de probarlo.

La luna de Petit
En marzo de 1846 Frederic Petit, director del Observatorio de Toulouse, afirmó haber descubierto una segunda luna en órbita elíptica alrededor del planeta. En 1861 publicó sus observaciones en las que aportaba como pruebas de la existencia de esa segunda luna diversas irregularidades en el movimiento lunar, que según él estarían causados por la gravedad de esta segunda luna. Una teoría que obviamente jamás fué confirmada, pero que se hizo bastante popular, hasta el punto de que Julio Verne la aprovechó para su novela de 1865 Viaje a la Luna.

Las lunas de Tombaugh
Clyde Tombaugh, el astrónomo que descubrió al ex-planeta Plutón, dirigió a principios de los años 50 un programa para el Ejército de los EEUU encaminado a buscar asteroides cercanos a la Tierra. En agosto de 1954, la revista Aviation Week publicó que el programa había localizado dos pequeños satélites naturales de la Tierra a tan sólo 600 y 970 kilómetros de distancia. Tombaugh no quiso hacer declaraciones, salvo para desmentir categóricamente tal hallazgo (y para negar también que su programa tuviese alguna relación con la búsqueda de platillos volantes). En 1957, durante una conferencia en Los Ángeles, declaró públicamente que los cuatro años que había durado su búsqueda habían sido infructuosos. Y lo mismo decía el informe final del proyecto, publicado en 1959.

Los satélites de Bargby
A finales de los años sesenta, el astrónomo norteamericano John Bargby afirmó haber observado entre 1966 y 1969 al menos diez pequeños objetos orbitando alrededor de la Tierra, que él creía eran fragmentos de un objeto mayor que se habría desintegrado la década anterior. Sin embargo, muchos de los datos que utilizó para calcular sus órbitas son erróneos, y nadie los ha observado, a pesar de que por su cercanía deberían ser fácilmente visibles.

Cruithne y Toro
El caso de Cruithne es particular. Cruithne es un asteroide que orbita alrededor del Sol y cuyo nombre oficial es "asteroide (3753) Cruithne". Su órbita comparte parcialmente la de la Tierra y por eso algunos la han denominado "la segunda luna de la Tierra", pero no es un auténtico satélite, ya que ambas no estan gravitacionalmente unidas. Descubierta en 1986, Cruithne tiene un diámetro de apenas 5 km. y su órbita, vista desde la Tierra, tiene forma de herradura. En su momento de mayor proximidad, se acerca hasta 12 millones de kilómetros de nosostros (unas 30 veces la distancia de la Tierra a la Luna). Un caso parecido es Toro (1685 Toro), un asteroide descubierto en 1948, cuya órbita está influída por la Tierra y por Venus.

Y luego, claro. están los casos de asteroides errantes que son atraídos por la gravedad terrestre y alteran su tránsito, llegando en algunos casos a permanecer orbitando alrededor de nuestro planeta durante períodos más o menos prolongados; es el caso del 6R10DB9, un diminuto asteroide de apenas cuatro metros de diámetro, que durante 2007 orbitó alrededor de la Tierra antes de sseguir con su viaje interestelar.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Alejandro Dumas y los negros

                       Alejandro Dumas padre (1802-1870)


Es bien sabido que el gran escritor francés del siglo XIX Alejandro Dumas, autor entre otras de El conde de Montecristo o Los tres mosqueteros, recurría con cierta frecuencia a los servicios de "negros", escritores a sueldo que realizaban parte del trabajo necesario para sus obras, especialmente de documentación, además de redactar partes de las novelas (aunque luego, al parecer, Dumas las revisaba y reescribía para darles su "toque" personal). De otro modo, no le hubiera dado tiempo de mantener su elevado ritmo de publicación (se le atribuyen hasta 257 novelas, además de relatos cortos, libros de viajes, artículos periodísticos, diccionarios de cocina y obras de teatro) sin desatender su agitada vida privada, marcada por sus dos grandes pasiones: la gastronomía y las mujeres. De hecho, pese a su inmenso éxito literario y a la gran fortuna que acumuló, murió prácticamente arruinado, todo se lo gastó en comidas y mujeres (excuso decir que, aún gastándose mucho dinero en comer, se gastó mucho más en mujeres).
Este uso de los llamados "negros" (el más conocido de los cuales fué Auguste Maquet) dió lugar a algunas divertidas anécdotas. Cuentan que, hablando un día con su hijo Alejandro Dumas jr. (Dumas tuvo al menos seis hijos naturales conocidos, aunque sólo reconoció a dos: a Alejandro jr. y a Marie-Alexandrine), también escritor (su obra más conocida es La dama de las camelias), se le ocurrió preguntarle:
- ¿Has leído mi última novela?
A lo que su hijo, con mucho descaro, contestó:
- Yo no. ¿Y tú?.
En otra ocasión, cuentan que se hallaba en su casa, preocupado porque su "negro" de turno acababa de morir, lo que le ponía en la tesitura de ponerse atrabajar de firme, al menos mientras no encontraba un sustituto. Pero entonces alguien llamó a su puerta y fué llevado a su presencia un hombre desaliñado y pobremente vestido, quien le dijo:
- Señor Dumas, he venido a decirle que no tiene que preocuparse, todo va a seguir como hasta ahora.
Dumas, muy sorprendido, pues no conocía de nada al recién llegado, le preguntó:
- Pero, ¿quién es usted?
- Yo -le respondió el otro, sonriendo- era el "negro" de su "negro".

sábado, 12 de noviembre de 2011

La fauna de Ediacara

                             Ejemplar del género Charnia
En ciencia no existe una fórmula infalible para lograr un gran hallazgo. Un científico puede pasarse toda su vida investigando sin que sus descubrimientos merezcan más que una nota a pie de página en la historia de su disciplina. Y otras veces un golpe de inspiración, un rapto de genialidad, puede hacer inmortal al que hasta entonces era un investigador gris e insignificante. Unas veces un trabajo largo y pesado no obtiene apenas resultados. Y otras una disciplina al completo se ve sorprendida por un descubrimiento que empieza con un gesto tan sencillo como darle la vuelta a una piedra.
En 1946, un joven geólogo australiano llamado Reginald Claude Sprigg (conocido como Reg) se hallaba haciendo un estudio sobre unas minas abandonadas en una formación llamada Ediacara Hills, perteneciente a la cordillera de Flinders Ranges. Dicho lugar se halla a unos 650 kilómetros al norte de la ciudad australiana de Adelaida. Un buen día, mientras almorzaba tranquilamente, se le ocurrió volver una piedra que le llamó la atención. Y la Paleontología se conmocionó por la sorpresa.
Lo que había al otro lado de la piedra era un fósil. Reg se quedó muy sorprendido. Las rocas de Ediacara estaban datadas en uno 600 millones de años, anteriores incluso al período Cámbrico (cuyo comienzo se sitúa mas o menos hace 540 millones de años). Y nadie tenía noticias de fósiles tan antiguos. Y además aquel fósil era de un organismo pluricelular complejo. Aquel fósil era una anomalía que retrasaba millones de años la historia evolutiva.
Todavía confuso por su descubrimiento, Reg Sprigg comenzó a buscar más fósiles. Y los encontró a docenas: se trataba de seres de forma discoidal, de pluma o de hoja, en su mayoría. Toda una fauna del Precámbrico, cuando nadie esperaba que la hubiera. Pero no fué eso lo único que llamó la atención a nuestro geólogo. Sin ser un experto en fósiles, por su formación conocía los principales grupos de fósiles. Pero no era capaz de identificar lo que estaba hallando. Algunos tenían cierta similitud con medusas o gusanos, pero la mayoría eran completamente nuevos. Era a la vez el sueño y la pesadilla de un paleontólogo. Como si hubiera encontrado la puerta a otro mundo, allí tenia una fauna totalmente desconocida para la ciencia. Y otra cosa extraña: mientras en la fauna posterior a esa época predomina la simetría bilateral (el cuerpo puede ser dividido por una sóla línea en dos partes aproximadamente iguales), en estos seres esta simetría es la excepción, y la mayoría presentan simetría radial o espiral.
Sprigg tardó algún tiempo en dar a conocer su hallazgo. Y con razón: pese a que presentó sus descubrimientos en diversos congresos y los envió a revistas científicas, apenas despertó interés. Lo que proponía se salía demasiado de lo establecido y todos pensaban que tenía que haber algún error en la datación o en la interpretación de los fósiles. Hubo quien incluso negó que fueran fósiles, sino que eran formaciones rocosas originadas por algún proceso geológico desconocido (irónicamente, esa había sido la tesis que habían defendido los críticos que, en el origen de la Paleontología, negaban que los fósiles fueran restos de seres vivos).
Hasta que en 1957 un niño inglés halló un fósil con forma de pluma en Inglaterra que fué datado inequívocamente en el Precámbrico. Esto despertó mayor interés sobre los fósiles de Ediacara e hizo que se revisaran con mayor cuidado. Posteriormente se han hallado más yacimientos con esta fauna, en China y Canadá. Y también se encontró que no eran los primeros fósiles de la época que se hallaban: ya habían sido hallados en Canadá en 1868 y en Namibia en 1933, pero se los dejó "apartados" por lo mismo por lo que no hicieron caso a Briggs: porque admitir su datación suponía una incongruencia con lo que se aceptaba entonces.
Por lo que se sabe, la mayoría de los organismos de Ediacara son sésiles, vivían adheridos al fondo marino o se desplazaban muy poco. Carecen de sistema digestivo o de órganos diferenciados, por lo que muchos defienden que no son auténticos animales, sino colonias de bacterias o algas unicelulares.
La fauna de Ediacara desaparece bruscamente del registro fósil hace más o menos 550 millones de años. Hay varias hipótesis sobre los motivos de esta desaparición. Para algunos, la aparición de un nuevo tipo de fauna, la cámbrica, más rápida y activa, fué lo que precipitó su fin, bien por culpa de la competencia o bien porque, directamente, los predadores cámbricos se los comieran. También se especula con un cambio en las condiciones ambientales al que no pudieron adaptarse, o incluso que las nuevas condiciones ambientales dificultaran su fosilización, por lo que a nosostros nos parece un final abrupto fuese en realidad mucho más prolongado.
La mayoría de los expertos considera a estos seres como un "callejón sin salida" o un "experimento" de la evolución. Uno de los muchos caminos que tomó la vida en la Tierra, antes de que se impusiera tal y como nosotros la conocemos.

                                                            Dickinsonia

sábado, 5 de noviembre de 2011

La historia del San Telmo

El San Telmo
El San Telmo era un imponente navío de línea de dos puentes y 74 cañones, botado en 1788 en el Real Astillero de Esteiro (Ferrol). Tuvo cierta fortuna durante las guerras napoleónicas: no participó en la batalla del Cabo San Vicente, ni en Trafalgar, y luego pasó bastante tiempo bloqueado en puerto y patrullando en el Mediterráneo, sin enfrentamientos de consideración.
Damos un salto en esta historia hasta 1819. Las colonias españolas de Sudamérica están en ebullición y a punto de declararse independientes (algunas ya lo han hecho). La corona española no tiene medios, ni económicos ni militares para evitarlo. Pero aún así, el rey Fernando VII decide enviar una fuerza militar para reforzar a las tropas españolas que combaten los levantamientos. Este contingente, al que se denomina de manera gandilocuente División Naval del Sur, está formado por cuatro barcos: además del San Telmo, el Alejandro I (otro navío de línea recientemente comprado a Rusia), la fragata Prueba, de 34 cañones, y el mercante Primorosa Mariana. En ellos viajan 1400 soldados, además de una importante cantidad de dinero para pagar a las tropas.
Los cuatro buques están en un estado deplorable debido al deficiente mantenimiento. Tal es así que resulta difícil encontrar voluntarios para mandar el convoy. Al final, el mando es encomendado al brigadier Rosendo Porlier, veterano marino perfectamente consciente de lo peligroso de la misión y de lo que suponía doblar el cabo de Hornos en invierno con esos barcos (se dice que antes de partir se despidió para siempre de sus amigos).
El convoy parte de Cádiz el 11 de mayo de 1819. El estado de los buques es tal que el Alejandro I se ve obligado a volver a puerto antes de cruzar el Ecuador, ya que sus numerosas averías y vías de agua lo ponían en serio peligro de hundimiento. Los otros tres navíos continuan hacia el sur y, tras hacer escala en Río de Janeiro y Montevideo, llegan en agosto al paso de Drake. Comienzan a sufrir entonces los fortísimos temporales invernales de la región, que los hacen separarse. El 2 de septiembre, el Primorosa Mariana avista por última vez al San Telmo, alejándose en dirección Sur en medio de una terrible tempestad, con graves averías, en las coordenadas 62º S 70 º O.
La Prueba llega a duras penas al puerto peruano de El Callao el 9 de octubre; la Primorosa Mariana arriba a Guayaqui (Ecuador) una semana más tarde. Ambas con numerosos desperfectos y buena parte de su tripulación enferma o herida. Se espera en vano la llegada del San Telmo. No se vuelven a tener noticias de él y el 6 de mayo de 1822 se le da oficialmente por perdido, a él y a su tripulación (642 soldados y marineros, además de dos oficiales del Real Cuerpo de Artillería): En consideración al mucho tiempo que ha transcurrido desde la salida del navío San Telmo del puerto de Cádiz el 11 de mayo de 1819 para el Mar Pacífico y a las pocas esperanzas de que se hubiera salvado este buque, cuyo paradero se ignora, resolvió el Rey, que según propuesta del Capitán General de la Armada fuera dado de baja el referido navío y sus individuos...
Podríamos pensar que ese es el final de la historia: desidia, incompetencia, corrupción, y 644 hombres que pagan con su vida. Pero aún queda un curioso epílogo por escribir. En febrero de ese mismo año de 1819 el capitán inglés William Smith, al mando del bergantín Williams, se sorprende al descubrir tierras desconocidas por debajo de los 61º S, mientras buscaba una nueva ruta para cruzar el cabo de Hornos. Intrigado, realiza nuevos viajes explorando esos nuevos territorios. Descubre así el archipiélago de Nueva Bretaña del Sur. Y en su cuarto viaje, desembarca en la isla Livingston. En su costa norte halla con sorpresa los restos de un naufragio, que el identifica como un navío español. Y lo que es más importante: numerosos restos de animales, sobre todo focas, que parecen haber sido cazadas. De vuelta en el continente, lo convencen para que no divulgue el hallazgo y así atribuírse el mérito del descubrimiento (aunque el primero en avistar la Antártida fué el capitán español Gabriel de Castilla en 1603). Posteriormente, tras la muerte de Smith, el Gobierno británico envía para continuar las exploraciones al capitán James Wedell, quien hace público el hallazgo. Y no sólo eso, sino que identifica los restos como los de un navío español de 74 cañones, seguramente perdido en travesía hacia Lima.
¿Se trataba del San Telmo? ¿Fueron acaso sus náufragos los primeros europeos en pisar suelo antártico? ¿Y qué fué de ellos? ¿Sobrevivieron alimentándose de aquellas focas cuyos restos hallaron los británicos, esperando en vano un  rescate, hasta que el frío y la enfermedad acabaron con ellos? Sin embargo, los ingleses no hallaron cadáveres. ¿Acaso constuyeron balsas utilizando los restos del naufragio e intentaron sin éxito volver por sus medios? Se han realizado diversas prospecciones arqueológicas en la zona, hallándose abundantes restos, pero ninguno que se haya comprobado fehacientemente que proceda del San Telmo. Quién sabe si en un futuro se hallarán pruebas definitivas, pero por el momento el destino final del desdichado navío y su tripulación permanecen sumidos en las tinieblas.

lunes, 31 de octubre de 2011

El hombre de Tollund

El hombre de Tollund

Era el día 6 de mayo de 1950. En las cercanías de la ciudad danesa de Silkeborg dos campesinos del cercano pueblo de Tollund, los hermanos Emil y Viggo Højgaard trabajaban afanosamente cortando turba para utilizarla como combustible en una turbera llamada Bjaeldskovdal cuando hicieron un sorprendente descubrimiento. Enterrado entre la turba hallaron el cuerpo de un hombre, en un estado de descomposición aparentemente no muy avanzado. Inmediatamente dieron aviso a la policía, creyendo que podía tratarse del cadáver de un estudiante desaparecido hacía unas semanas. Los policías examinaron el cadáver y confirmaron que no se trataba del joven desaparecido, ni de nadie que hubiera faltado en la zona, y que probablemente era mucho más antiguo. Uno de aquellos policías era, además, miembro de la junta directiva del museo local, y sospechó que podía tratarse de un hallazgo arqueológico relevante. De hecho, en esa misma turbera habían aparecido otros dos cuerpos en las mismas condiciones, uno en 1927, y a menos de 100 metros de donde había sido hallado este nuevo cuerpo había aparecido en 1938 el cuerpo de la llamada Mujer de Elling, datado en la Edad de Hierro. Por ello, tomó medidas para que el cuerpo fuera extraído junto a la tierra que lo rodeaba y llevado al museo y, posteriormente, al Museo Nacional de Copenhague, donde fué examinado cuidadosamente por su director, el arqueólogo Peter Vilheim Globb, quien determinó que aquel cuerpo tenía no menos de... ¡2200 años!
El cuerpo había sido hallado desnudo (se supone que su ropa se pudrió con el tiempo) salvo por un pequeño gorro de piezas de cuero cosidas y un cinturón. Estaba en posición fetal y su rostro, extraordinariamente bien conservado, mostraba una expresión de calma y tranquilidad. Sólo un detalle llamaba la atención: una correa de cuero trenzado atada a su cuello, probable causa de su muerte.
El examen minucioso del cuerpo desveló una serie de curiosos datos sobre el cadáver. Tenía al morir entre 30 y 40 años, medía 1'60 metros y, por el cuidado de sus manos y uñas, parecía tratarse de una persona de clase alta. Estaba totalmente momificado y la mayoría de los huesos habían desaparecido.  La datación lo situaba aproximadamente entre los siglos III y IV a.C. Había muerto as la correa de su cuello, pero no ahorcado sino estrangulado, lo que contrastaba con la expresión plácida y tranquila de su rostro. Su última comida había sido una especie de pasta de semillas, que incluía cereales cultivados como la cebada y el centeno con otras silvestres, de lino o manzanilla. Se da la circunstancia de que el centeno mostraba trazas de un hongo llamado cornezuelo, cuyo consumo tiene efectos alucinógenos (de él se obtiene el LSD), por lo que pudiera haber sido drogado deliberadamente.
¿Se trataba acaso de un criminal ajusticiado y arrojado al pantano? No parece ser el caso. Quizá la respuesta esté en las crónicas del historiador romano Tácito, quien señala en su Germania Magna que los habitantes del norte de Europa ofrecían sacrificios rituales a la diosa Nerthus para asegurarse sus favores, en ceremonias donde las víctimas eran ahogadas. Por toda Europa se han hallado cuerpos en turberas pertenecientes a esa época (al menos 700 conocidos, de los cuales 170 sólo en Dinamarca). Si se trató de un sacrificio, eso explicaría las extrañas circunstancias de su muerte.
Un último detalle: ¿por qué los cuerpos hallados en turberas muestran un grado de conservación tan extraordinario? La respuesta es el medio único que generan las propias condiciones de las turberas. La escasez de oxígeno, la elevada acidez y las bajas temperaturas reducen la actividad microbiana al mínimo y permiten que los restos se conserven tanto tiempo sin apenas descomponerse.
Actualmente, el hombre de Tollund descansa en el Museo de Silkeborg.
Para más información, http://www.tollundman.dk/default.asp

sábado, 29 de octubre de 2011

Saint-Amant el aventurero

Pierre de Saint-Amant

No cabe duda de que el siglo XIX fué un siglo pródigo en aventureros y personajes curiosos. Pierre Saint-Amant seguramente no es de los más conocidos, pero sin duda alguna es uno de los más polifacéticos.
Pierre Charles Fournier de Saint-Amant nació en Monflanquin (Francia) el 12 de septiembre de 1800, en el seno de una familia aristocrática arruinada tras la Revolución. Desde muy joven mostró un temperamento inquieto y una gran vocación por los viajes y las aventuras. Siendo apenas un adolescente se incorpora a la administración colonial francesa y en 1819 es nombrado secretario del gobernador de la Guyana francesa. Pero no duraría mucho en el cargo: en 1821 es cesado por sus reiteradas protestas contra el tráfico de esclavos. De vuelta en Francia, sobrevive algún tiempo como actor y periodista, hasta que la fortuna le sonríe cuando se hace comerciante de vinos y logra amasar una respetable fortuna.
Su buena situación económica le permite dedicarse más profundamente a otra de sus grandes pasiones: el ajedrez. Alumno de los maestros Schlumberger y Deschapelles, ya era reconocido como uno de los mejores jugadores de Francia. Pero ahora, y tras la muerte en 1840 del mítico Louis-Charles de La-Bourdonnais, pasa a ser considerado el mejor ajedrecista de Francia, y uno de los mejores del mundo. En diciembre de 1841 revive Le Palamède, considerada la primera revista dedicada al ajedrez, que La-Bourdonnais y el escritor y ajedrecista Joseph Méry habían fundado en 1836 y que había dejado de publicarse en 1839 por problemas económicos.
En 1843 llega uno de los momentos álgidos de su carrera como ajedrecista: su doble enfrentamiento con el inglés Howard Staunton, considerado el mejor jugador del Reino Unido. Saint-Amant vence en Londres por 3.5-2.5, pero pierde la revancha, en París y con un suculento bote de 100 libras para el ganador, por 13 a 8. Un tercer encuentro hubo de ser suspendido por la repentina enfermedad de Staunton, que se vió obligado a volver a Inglaterra.
Pero Saint-Amant no era hombre de quedarse mucho tiempo parado, ni de concentrar su interés en una sola actividad. La Revolución de 1848 le sorprende siendo capitán de la Guardia Nacional, una milicia ciudadana encargada de mantener el orden, que apoya a los revolucionarios y se encarga posteriormente de restablecer la calma tras la caída de la monarquía. Saint-Amant, al mando de un destacamento que defiende el palacio de las Tullerías, se distingue especialmente, evitando heroicamente que la masa fuera de control arrase el palacio. Como recompensa, el gobierno provisional le nombra gobernador del palacio.
Pero un puesto administrativo como aquel no era el sueño de Saint-Amant. Y desde el otro lado del mar le llegan pronto los cantos de sirena de una nueva aventura: nada menos que la fiebre del oro en California. Con sus influencias logra el nombramiento de cónsul de Francia en Sacramento, donde reside entre 1851 y 1852. Como tantos otros, se fué de vacío, sin encontrar la mina de oro con la que soñaba.
De nuevo en Francia, vuelve a dedicarse al ajedrez. En 1857 participa en el torneo de Birmingham y en 1858 es uno de los anfitriones del campeón norteamericano Paul Morphy, de gira por Europa, con quien sólo acepta disputar algunas partidas en privado. Pero no es el ajedrez en lo único que gasta su tiempo: prueba de ello es una patente, junto a su socio Jean-Baptiste Augier, de un método para la conservación de la yema de huevo.
En 1861 se compra un castillo en Argelia, donde pasa sus últimos años, planeando quién sabe qué. Muere en un accidente en Hydra en 1872.

domingo, 23 de octubre de 2011

Los soldados japoneses que no se rindieron (y IV): casos especiales

En los tres post anteriores os he hablado de los soldados japoneses que siguieron luchando tras el final de la II Guerra Mundial. Soldados que no sabían del final de la guerra y siguieron cumpliendo las órdenes que tenían de sus superiores (que casi siempre eran esconderse y resistir a la espera de refuerzos). Pero también hubo casos de soldados que no regresaron a su patria porque no pudieron o no quisieron.
En China, se calcula que al finalizar la guerra quedaban al menos 140000 soldados japoneses. Sólo unos pocos lograron volver a su hogar. El resto murió, se involucró en la guerra civil que enfrentó a comunistas con nacionalistas, se hizo mercenario o simplemente se instaló donde pudo iniciando una nueva vida. 20000 de ellos se rindieron en 1948 en las montañas de la región de Manchuria.
El teniente Hideo Horiuchi se incorporó al ejército independentista indonesio. Fué capturado por las tropas holandesas el 13 de agosto de 1946.
Los comandantes Sei Igawa y Takuo Ishii y el teniente Kikuo Tanimoto se incorporaron al Viet Minh, el ejército independentista vietnamita. Igawa fué abatido por los franceses en 1946, Ishii lo fué en 1950 y Tanimoto regresó a Japón en 1954, una vez proclamada la independencia de Vietnam.
Kiyoaki Tanaka y Shigeyuki Hashimoto se unieron a la guerrilla comunista thailandesa; se entregaron en 1989.
Y luego está también el curioso caso de Ishinosuke Uwano. Este soldado japonés, capturado por los soldados soviéticos en la isla de Sajalín en 1945, fue enviado a un campo de prisioneros y su pista se pierde en 1958. Declarado oficialmente muerto en el 2000, para sorpresa de todos fue encontrado por personal de la embajada japonesa en Ucrania viviendo en Kiev. Al parecer, llevaba en Ucrania desde 1965, se había casado y tenido hijos, pero no se sabe por qué no trató de volver a su país ni de ponerse en contacto con su familia. En 2006 viajó con su hijo mayor a Japón para reencontrarse con su familia, pero hubo de hacerlo como ciudadano ucraniano, ya que oficialmente figura como muerto y su nombre ha sido borrado del Registro Civil.

Casos falsos


Oficialmente, Teruo Nakamura es el último combatiente japonés en rendirse (diciembre de 1974). Pero desde entonces han saltado a los medios periódicamente noticias de supuestos resistentes japoneses, pero ninguna de ellas ha sido confirmada, o bien se ha demostrado que eran montajes.
En 1980 se informó que un tal capitán Fumio Nakahara se había entregado en Filipinas. Las investigaciones de las autoridades japonesas no dieron con ninguna prueba de que fuera cierto.
En 1997 se anunció el descubrimiento de un antiguo soldado japonés viviendo en la isla filipina de Mindoro, en el seno de la tribu de los mangyan. El supuesto soldado, que respondía al nombre de Sangrayban, se negaba a volver a Japón y a separarse de su esposa mangyan y sus cuatro hijos. Resultó ser un fraude.
Lo mismo ocurrió en 2005, cuando se dijo que los octogenarios Yoshio Yamakawa y Tsuzuki Nakauchi se habían entregado a los filipinos. Todo resultó ser un engaño.
En numerosas islas del Pacífico existen leyendas de este tipo; entre otras, en Nueva Guinea, Guadalcanal (Marianas), Kolombangara (Nueva Georgia), Vella Lavella (Salomón) e incluso en la isla japonesa de Okinawa. Pero ninguna de ellas con confirmación oficial, y en muchos casos se trata de montajes con objetivos turísticos.

sábado, 22 de octubre de 2011

Los soldados japoneses que no se rindieron (III): los demás

Los casos de Teruo Nakamura e Hiroo Onoda, de los que he hablado, no son excepcionales en absoluto. Los casos de soldados japoneses que siguieron combatiendo o escondidos tras el final de la guerra, los llamados Zan-ryu Nippon hei (en japonés, soldados japoneses dejados atrás) son sorprendentemente numerosos. La conocida combatividad de los soldados nipones, su rígida disciplina, su peculiar código de honor, y también el hecho de que muchos de ellos luchaban en regiones remotas y aisladas sin posibilidad de comunicarse con sus superiores, son las causas de ello. Voy a repasar algunos de los principales.

- Diciembre de 1945: El capitán Sakae Oba, al mando de medio centenar de soldados y doscientos civiles japoneses, se rinde a los americanos en la isla de Saipán (Islas Marianas) tres meses después de concluir la guerra. Permanecían escondidos desde que los americanos habían reconquistado la isla, en julio de 1944.
En la isla de Corregidor (Filipinas) es capturado un soldado japonés que llevaba nueve meses escondido en los túneles construidos por los japoneses para defender la isla, tomada por los norteamericanos en marzo.
- 25 de enero de 1946: Tropas norteamericanas y filipinas se enfrentan a un pelotón de unos 120 soldados japoneses a unos 200 km. al sur de Manila. Los japoneses que no mueren son hechos prisioneros.
- 22 de febrero de 1946: Combates en la isla filipina de Lubang entre tropas locales y un grupo de no menos de 30 soldados japoneses. Ocho soldados aliados (seis norteamericanos y dos filipinos) mueren durante el choque.
- Marzo de 1946: Seis soldados norteamericanos de una patrulla muertos en la isla de Guam en una emboscada de soldados japoneses.
- Abril de 1946: 41 soldados japoneses se entregan en Lubang, ignorando que la guerra había terminado.
- Abril de 1947: 33 soldados del Segundo regimiento de Infantería, al mando del teniente Ei Yamaguchi, se rinden en la isla de Peleliu (República de Palaos). Llevaban ocultos desde noviembre de 1944, sin dejar de atacar a las tropas americanas. Un almirante japonés tuvo que viajar hasta la isla para convencerlos de que se rindieran.
Ese mismo mes, siete japoneses se rinden en Palawan (Filipinas) y otros 15 en Luzon.
- 27 de octubre de 1947: Un soldado japonés se entrega a los americanos en la isla de Guadalcanal, tomada a los japoneses en febrero de 1943.
- Enero de 1948: 200 soldados japoneses se entregan en Mindanao (Filipinas).
- 12 de mayo de 1948: Dos soldados japoneses se entregan a las tropas estadounidenses estacionadas en la isla de Guam (ex-colonia española).
- 6 de enero de 1949: Se entregan a las tropas norteamericanas Yamakage Kufuku y Matsudo Linsoki, los dos últimos defensores de Iwo Jima. Habían sobrevivido hasta entonces ocultándose en los túneles de la isla y robando suministros a los soldados yanquis.
- 1949: Ocho soldados japoneses son encontrados en Papúa-Nueva Guinea; habían sobrevivido gracias a la ayuda de una tribu local.
- Junio de 1951: Una treintena de japoneses se rinden en la isla de Anahatan (Islas Marianas). Eran náufragos supervivientes de un convoy japonés hundido por submarinos norteamericanos en junio de 1944. Su presencia era conocida desde febrero de 1945, pero todos los intentos de contactar con ellos habían resultado infructuosos.
- 1953: Murata Susumu es capturado en la isla de Tinian (Islas Marianas). Había vivido oculto en una cabaña en mitad de un pantano.
- 1954: Policías indonesios capturan a cuatro soldados japoneses del 18º Ejército a los que se buscaba desde 1951.
- Noviembre de 1955: El marinero Noburu Kinoshita es capturado en Luzón por el ejército filipino. Se ahorcó en prisión para evitar la humillación de volver a Japón derrotado.
- 1956: El teniente Shigeichi Yamamoto y tres soldados se entregan en la isla filipina de Mindoro. Llevaban ocultos en la selva desde marzo de 1944, y habían perdido a otros once compañeros durante esos años, algunos por enfermedad y otros asesinados por las tribus locales. Durante este tiempo, habían construído varios edificios en el interior de la selva y poseían más de 4000 m2 de cultivos y numerosos pollos y cerdos.
- Mayo de 1960: El 21 de mayo es capturado por dos pescadores nativos de la isla de Guam el cabo Bunzo Minagawa, que llevaba oculto desde julio de 1944. El día 23 se entregaba a los americanos el sargento Mashashi Ito, que había vivido con Minagawa todo ese tiempo. Tardaron días en convencerlos de que la guerra había terminado, sólo lo creyeron cuando fueron repatriados a Japón.
- 1965: Un antiguo combatiente japonés se entrega en la isla de Vella Lavella (Islas Salomón) al enterarse del fin de la guerra.
- Enero de 1972: El sargento Shoichi Yokoi es capturado en Guam mientras pescaba. Es el último superviviente conocido de los aproximadamente 300 japoneses que se calcula se escondieron en la selva de Guam tras la llegada de los americanos. La mayoría se entregaron o fueron abatidos en los dos años posteriores.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Los soldados japoneses que no se rindieron (II): Hiroo Onoda

  Teniente Hiroo Onoda


Os he hablado de Teruo Nakamura, considerado oficialmente el último soldado japonés de la Segunda Guerra Mundial en dejar de combatir, y del triste trato que recibió de vuelta a Japón. Hoy os hablaré del penúltimo, Hiroo Onoda, cuya suerte fué radicalmente distinta.
Onoda era un joven teniente de inteligencia que a finales de 1944 fué enviado a la isla filipina de Lubang, ante la llegada inminente de las tropas americanas, con órdenes de organizar una guerra de guerrillas una vez hubiese sido ocupada la isla. Tras el desembarco, en febrero del 45, sólo Onoda y tres compañeros (Yukio Akatsu, Shoichi Shimada y Kinshichi Kozuka) se libraron de morir o ser capturados y se internaron en la selva de Lubang, para seguir combatiendo. En octubre de 1945 encontraron un panfleto que anunciaba el final de la guerra, pero creyeron que se trataba de un ardid de los americanos. Ya en marzo de 1950, Akatsu se entregó al ejército filipino en el pueblo de Looc, revelando la existencia de sus tres compañeros. Desde ese momento, empezó una campaña para intentar que se entregaran, con panfletos, periódicos japoneses, incluso cartas de sus familias y amigos. Pero Onoda y los suyos seguían creyendo que se trataba de argucias para capturarlos y no quisieron rendirse. A todo esto, seguían con su misión guerrillera, atacando patrullas de la policía y ejército filipinos, saboteando comunicaciones y quemando suministros.
Shimada murió en mayo de 1954 abatido por la policía y sus compañeros fueron declarados muertos en 1959, pero seguían con vida y Kozuka murió en octubre de 1972 durante un enfrentamiento con la policía. Onoda, que se había convertido en un personaje muy popular en Japón, seguía sin creerse que la guerra había terminado. Es aquí cuando hace su aparición un curioso personaje: un joven japonés llamado Norio Suzuki, quien había decidido recorrer el mundo hasta encontrar, en sus propias palabras, "al teniente Onoda, a un oso panda y al Abominable Hombre de las Nieves". Ignoro cómo le fué con el panda y el Yeti, pero tuvo éxito con Onoda y tras adentrarse en la selva de Lubang dió con él en febrero de 1974. Tras intentar convencerlo, sin éxito, de que volviera a casa, Onoda le dijo que sólo volvería si así se lo ordenaban sus superiores. Tras informar a las autoridades japonesas, éstas corrieron a buscar al que era el superior directo de Onoda, el mayor Taniguchi, que ahora era un tranquilo y respetable librero. Taniguchi viajó con Suzuki a Lubang y el 5 de marzo logró dar con Onoda. Sólo entonces Onoda aceptó salir de la selva (en sus memorias, Onoda sigue defendiendo que él nunca se rindió, sino que fué relevado de su misión). Lo hizo con su uniforme, su espada, su fusil de reglamento Arisaka Tipo 99 en perfecto estado, abundante munición y varias granadas de mano. Estaba en perfecto estado de salud y ni siquiera tenía caries. Sólo siete meses después sería capturado Teruo Nakamura en Morotai.
Aunque Onoda y sus hombres habían abatido desde el fin de la guerra a al menos treinta personas y causado importantes daños, el gobierno filipino decidió, por las especiales circunstancias del caso, no juzgar a Onoda y el propio presidente Ferdinand Marcos le concedió un indulto especial.
Onoda volvió a Japón convertido en un héroe nacional, recibiendo numerosos homenajes y una generosa compensación económica del Gobierno. Pero, incómodo por toda la atención que despertaba (llegaron a pedirle que se presentara como candidato a la presidencia), decidió emigrar en 1975 a Brasil, donde ya vivía su hermano mayor, Tadao, y se dedicó a la ganadería. Se casó en 1976 con una mujer japonesa y volvió a Japón en 1984 para fundar el Onoda Shizen Juku, una organización dedicada a educar a los niños y adolescentes japoneses en los valores tradicionales y el respeto a la naturaleza. En 1996 volvió a Lubang. Visitó los lugares donde había permanecido esos treinta años, incluído su refugio, y dono 10000 $ a una escuela local. Hoy en día, con 89 años, vive entre Japón y Brasil.
Hiroo Onoda publicó su autobiografía con el título No Surrender: My thirty year war. En él hay un párrafo muy revelador sobre su determinación: Cada minuto de cada día, durante treinta años, serví a mi país. Nunca consideré siquiera si ello era bueno o malo para mí como individuo.
Norio Suzuki e Hiroo Onoda, en la selva de Lubang en 1974


Hiroo Onoda, inmediatamente después de deponer las armas (marzo de 1974)

sábado, 15 de octubre de 2011

Los soldados japoneses que no se rindieron (I): Teruo Nakamura

                                         Teruo Nakamura

El 18 de diciembre de 1974, soldados del ejército indonesio capturaron a un extraño personaje en el recóndito interior de la selva de la isla de Morotai, en el archipiélago de las Molucas. Era un hombre ya de edad madura, prácticamente desnudo y con síntomas de padecer la malaria. Se llamaba Teruo Nakamura y se había convertido en el último combatiente japonés de la Segunda Guerra Mundial en rendirse.
La unidad de Nakamura, el 4º Regimiento de Voluntarios de Takagaso, había ocupado Morotai en 1943. En septiembre de 1944, las tropas aliadas tomaron la isla y la mayoría de los defensores japoneses murieron o fueron capturados. Los supervivientes recibieron la orden de resisitir, y así lo hicieron. En enero de 1945 los que quedaban lanzaron una ofensiva suicida contra los americanos, que acabaron con casi todos. Los que sobrevivieron se refugiaron en la selva, y eso es lo que hizo Nakamura. Primero solo, luego en compañía de otros soldados, de los que se separó en 1956 (alegó que había sido amenazado de muerte por sus compañeros, cosa que éstos negaron) para continuar en soledad hasta que en 1974 se tropezó con un aldeano que dió aviso a las autoridades, quienes a petición del gobierno japonés organizaron una misión de captura para devolver al viejo soldado a su hogar.
Cabría pensar que la resistencia de Nakamura recibiría alabanzas a su vuelta a casa, pero en realidad fué todo lo contrario. Lo cierto es que había habido ya varios casos como el suyo en los últimos años y la sociedad japonesa se preguntaba incómoda cuántos veteranos habría todavía por esas selvas esperando órdenes del Emperador. Además había un pequeño detalle que convertía a Nakamura en un problema diplomático, más que en un héroe nacional. Nakamura no era "exactamente" japonés. Era un amis, un nativo de Taiwán, y había nacido en dicha isla bajo la ocupación japonesa. Para buena parte de la sociedad japonesa más conservadora Nakamura ni siquiera podía ser considerado japonés. Y el gobierno nipón se veía en un brete, ya que temía que el viejo soldado provocase un incidente diplomático con China (que seguía considerando a Taiwán parte de su territorio) o con Taiwan, donde la ocupación japonesa había dejado un pésimo recuerdo (igual que en China, Corea, Filipinas y los demás territorios del sureste asiático que habían estado bajo su dominio).
La decisión del gobierno nipón fué cobarde y lamentable. Sin ni siquiera reconocer los casi treinta años pasados por Nakamura en Morotai como tiempo de servicio, le concedieron una pequeña indemnización y una exigua pensión de ex-combatiente, y le enviaron de vuelta a Taiwan. Que los taiwaneses se encargasen de los suyos.
Retornado a su país natal, Nakamura se convirtió en una presencia molesta para el gobierno y la sociedad taiwanesas. Con el sentimiento anti japonés de los taiwaneses, resultaba incómodo encontrar a un taiwanés que había servido heroicamente en el ejército imperial y que se consideraba japonés. Trataron de aprovecharlo publicitariamente. Le cambiaron su nombre por uno chino, pasando a llamarle Liu Kwan Hei, y quisieron presentarlo como una víctima del imperialismo japonés: había sido enrolado a la fuerza y sólo el miedo al castigo le llevó a permanecer tanto tiempo escondido. Algo que el propio Nakamura se encargaba de desmentir: seguía haciéndose llamar Nakamura, proclamando su fidelidad al Emperador y hablando japonés. Al final, todos se desentendieron de él. Solo y rechazado por casi todos (su esposa se había vuelto a casar tras haber sido declarado muerto en 1945), y con su salud deteriorada por su vida al aire libre, Teruo Nakamura murió a causa de un cancer de pulmón en 1979, menos de cinco años después de haber salido de la selva.

miércoles, 12 de octubre de 2011

El hundimiento del Britannic


HMSH Britannic

No, no me han bailado los dedos en el teclado. Es exactamente lo que quería escribir: Britannic. Es el barco de cuyo hundimiento os voy a hablar hoy.
El Britannic fué un buque de pasajeros de la armadora británica White Star Lane. Botado en febrero de 1914, era el tercero de la célebre clase Olympic, tras el Olympic y el celebérrimo Titanic. El Britannic era (por poco) el mayor de los tres (más de 269 metros de eslora y 48518 toneladas de registro bruto), pero, a diferencia de sus hermanos, nunca llegó a utilizarse para el fin que había sido construído. Según cuentan, iba a llamarse originariamente Gigantic, pero tras la catástrofe del Titanic se buscó otro nombre menos parecido.
En agosto de 1914 estalla la Primera Guerra Mundial y el Britannic, que todavía no estaba acabado, se ve obligado a cancelar su proyectado viaje inaugural. En 1915 el Gobierno británico requisa el barco y lo convierte en buque-hospital, repintándolo y realizándole algunas mejoras para acoger 3300 camas para heridos. Durante el año siguiente realiza varios viajes al Mediterráneo para evacuar soldados heridos. Su último viaje tiene lugar en noviembre de 1916. El 21 de noviembre, a las 8:12 de la mañana, mientras cruzaba el canal de Kea, en el archipiélago griego de las Cícladas, una enorme explosión abrió un boquete en el costado de estribor provocando su rápido hundimiento. El capitán Charles A. Bartlett trató de evitar el hundimiento embarrancando el buque en las costas de la cercana isla de Kea, pero no fué posible. Afortunadamente, y a diferencia de lo ocurrido con el Titanic, el Britannic llevaba a bordo suficientes botes salvavidas y la evacuación se llevó a cabo de manera rápida y eficiente. De las 1125 personas que iban a bordo, entre tripulantes, personal médico y heridos, sólo murieron 29, a consecuencia de un desafortunado accidente: dos botes arriados sin permiso de los oficiales fueron alcanzados por las hélices del barco. 
La causa oficial del hundimiento se atribuyó a una mina. Pero durante mucho tiempo circuló el rumor de que el responsable había sido un torpedo disparado por un submarino alemán. Por aquel entonces, la guerra conservaba una ligera pátina de honorabilidad y la mayoría de los combatientes de ambos bandos se abstenían de atacar al personal médico, sus instalaciones y sus transportes, siempre y cuando no se utilizaran para otros fines. Un ciudadano austríaco había informado erróneamente a las autoridades austrohúngaras de que el Britannic había embarcado soldados en El Cairo. Supuestamente, el alto mando alemán habría ordenado entonces atacar al trasatlántico. La prensa inglesa llegó a especular incluso con que los alemanes querían eliminar a un poderoso competidor en las líneas de transporte entre Europa y América.
Los restos del Britannic fueron localizados en 1975 por el mítico oceanógrafo Jacques Cousteau. En 1995 Robert Ballard, el descubridor del Titanic, exploró los restos con robots submarinos y halló el boquete de la explosión, que parecía sugerir una explosión interna, reabriendo el debate del motivo real de su hundimiento (algunos expertos afirmaron que el aspecto del boquete podía deberse a la deformación del casco al chocar con el fondo marino). En 2003, un nuevo equipo bajo el mando de Carl Spencer exploró el interior del barco y halló en las cercanías los restos de varios anclajes de minas, lo que parece refrendar la teoría oficial sobre el hundimiento.
El hundimiento del Britannic dió mas argumentos al rumor de que la mala suerte perseguía a los barcos de la serie Olympic. El Titanic y el Britannic se hundieron y el Olympic, tras varios choques, abordajes y averías, fué retirado del servicio en 1935 y desguazado.

sábado, 8 de octubre de 2011

Las semiesferas de Magdeburgo


Otto von Guericke (1602-1686) fué un jurista y político alemán que estudió derecho y matemáticas y además fué juez y alcalde de su ciudad natal, Magdeburgo. Sin embargo, debe su fama a su labor como científico, especialmente en el campo de la astronomía y de la física. En astronomía fué de los primeros en defender que se puede pronosticar el retorno de los cometas. Y en física fué uno de los pioneros en el estudio del vacío.
Guericke, conocedor de los trabajos de Pascal y Torricelli sobre la presión atmosférica, dió un empujón fenomenal al estudio de la neumática con un invento fundamental: la bomba de vacío, que ideó en 1649. Pudo así comprobar las fenomenales presiones que el aire podía alcanzar, y demostró que la luz se transmite en el vacío, pero no así el sonido.
Pero lo que le dió mayor popularidad fué una desmostración práctica de las aplicaciones de sus investigaciones. Guericke construyó dos semiesferas de cobre de unos cincuenta centímetros de diámetro que se encajaban herméticamente y dotadas de una válvula. En 1654, durante la celebración de la Dieta de Ratisbona, ante los miembros de la Dieta, incluído el mismísimo emperador Fernando III, y un gran número de curiosos, Guericke unió ambos hemisferios e hizo el vacío en su interior. A continuación, demostró que los esfuerzos combinados de dos tiros de ocho caballos cada uno eran incapaces de separar ambas mitades, pero que si se dejaba entrar de nuevo el aire en su interior, una persona normal podía separarlas con facilidad. Al hacer el vacío en el interior, la presión atmosférica ejerce sobre las semiesferas una fuerza tal que resulta muy difícil separarlas.
El experimento tuvo un éxito enorme entre los espectadores, aunque la mayor parte de ellos no fueron capaces de entender su base científica y lo atribuyeron a un truco de magia. Guericke, lejos de enfadarse, empezó a realizar exhibiciones del mismo tipo en distintas ciudades alemanas. En 1672 publicaría Experimenta nova (ut vocantur) Magdeburgica de vacuo spatio, impreso en Amsterdam, donde exponía los resultados de sus experimentos, incluída célebre demostración de las semiesferas.
Las semiesferas originales construídas por Guericke están hoy en el Deutsches Museum de Munich.

sábado, 1 de octubre de 2011

La guerra más larga de la historia

El archipiélago de las Sorlingas

Si anteriormente os he hablado de la guerra anglozanzibariana, considerada la más corta de la historia, no está de más que ahora mencione a la que es considerada la más larga, la llamada Guerra de los Trescientos Treinta y Cinco Años. Una guerra totalmente atípica: se prolongó efectivamente a lo largo de 335 años pero no hubo ninguna víctima y, de hecho, no llegó a dispararse un sólo tiro. Ni siquiera enfrentó a dos países como tales, sino que enfrentó a los Países Bajos contra el archipiélago británico de las islas Sorlingas.
Todo comenzó con la Guerra civil inglesa, que desde 1642 hasta 1652 enfrentó a los realistas, partidarios del rey Carlos I, y a los parlamentarios, defensores del Parlamento y favorables, por lo tanto, a establecer límites al poder real. Tras varios enfrentamientos y treguas, Carlos I se rindió y fué decapitado el 30 de enero de 1649. Pero los combates continuaron, especialmente en Escocia e Irlanda. La flota realista, al mando de sir John Grenville, se vió obligada a trasladar su base de operaciones al pequeño archipiélago de las Sorlingas (en inglés, Scilly), al oeste de Cornualles. Desde allí continuó hostigando a las tropas comandadas por Oliver Cromwell, Capitán General del ejército parlamentario y lord Protector.
Mientras el resto de Europa se mantenía al margen de los problemas internos ingleses, los Países Bajos habían decidido apoyar al bando parlamentario. Interesados en mantener su estratégica alianza con los ingleses, habían empezado a enviar suministros a los hombres de Cromwell, a los que consideraban los más probables vencedores. Cuando los realistas se enteraron, consideraron que el hecho era una declaración de guerra, y su flota comenzó a atacar a los barcos holandeses. A su vez, los holandeses, argumentando la inexistencia de una declaración oficial de guerra, exigieron la devolución de los barcos capturados y de sus cargamentos. El 30 de marzo de 1651, el almirante jefe de la flota holandesa, Maarten Harpertszoon Tromp, desembarcaba en las Sorlingas para negociar, sin éxito. Por lo tanto, los neerlandeses pasaron a declarar la guerra. El problema era que, tratándose de un país envuelto en una guerra civil, resultaba difícil hallar una fórmula para declarar una guerra a un bando sólo, y más cuando se apoyaba a uno de los contendientes, así que optaron, muy prudentemente, por declarársela, no a Inglaterra, sino específicamente al archipiélago de las Sorlingas. Pero en junio de ese año la flota realista se rindió a las tropas parlamentarias y los holandeses se retiraron sin disparar ni un sólo tiro... pero olvidando el "detalle" de declarar el final de la guerra.
La historia de la supuesta guerra declarada por los holandeses quedó como una leyenda local hasta que en 1985, Roy Duncan, historiador y presidente del Consejo de las Islas Sorlingas decidió escribir al embajador holandés en el Reino Unido para averiguar de una vez por todas la veracidad de la historia. Las investigaciones llevadas a cabo en Holanda demostraron que la historia era cierta: había existido la declaración oficial de guerra pero no había rastro de que se hubiera dado oficialmente por concluída, con lo que, al menos formalmente, la guerra continuaba. El 17 de abril de 1985, justo cuando se cumplían 335 años de la declaración de la guerra, Rein Huydecoper, embajador de los Países Bajos en el Reino Unido, inivitado por las autoridades locales, firmaba en Hughtown, capital del archipiélago, el tratado de paz que restablecía definitivamente la concordia entre ambas partes, añadiendo humorísticamente que "para los habitantes de las Sorlingas debía de haber sido terrible vivir tantos años sabiendo que podíamos haberles atacado en cualquier momento".

sábado, 10 de septiembre de 2011

La guerra más corta de la historia

Las islas de Zanzíbar y Pemba, en la costa este africana, pertenecen hoy en día a Tanzania, pero a lo largo de la historia su posesión ha pasado por diversos gobiernos. Habitadas desde el Paleolítico, se convirtieron a comienzos de la era cristiana en un enclave comercial estratégico entre la costa oriental africana, la península Arábiga y la India. Posteriormente, fueron ocupadas por los árabes y a principios del siglo XVI por los portugueses, quienes las mantuvieron bajo su control hasta 1698, en que fueron conquistadas por el sultanato de Omán. En 1861, como resultado de una lucha fraticida por el poder entre los hijos del fallecido sultán Seyyid Said, Zanzíbar pasó a ser un sultanato independiente. Y en 1890, como resultado del tratado Heligoland-Zanzíbar a tres bandas entre ingleses, alemanes y el sultán de Zanzíbar, las islas quedaron convertidas en un protectorado británico; o sea, que en teoría era el sultán quien ostentaba el poder, pero las decisiones importantes las tomaba un visir o primer ministro leal a los ingleses (posteriormente, los ingleses pasaría a nombrar directamente gobernadores).
Cuando se firma el tratado, gobernaba Alí bin Said, cuarto sultán de Zanzíbar, quien murió en 1893, siendo sucedido por su sobrino Hamad ibn Thuwaini. Éste murió "misteriosamente" el 25 de agosto de 1896, y su primo Khalid ibn Barghash (que se sospecha pudo haberlo envenenado) se apresuró a ocupar el trono por la fuerza. Ahora bien, los ingleses ya tenían su propio candidato designado para tal eventualidad, otro primo suyo llamado Hamud ibn Muhammad, a quien consideraban más de fiar. Así que ordenaron a Khalid renunciar al trono. Éste no sólo no les hizo caso, sino que, muy arrogante, se apresuró a fortificar el palacio real y a reunir un ejército, formado por unos 3000 hombres y el HHS Glasgow, el yate privado del difunto Hamad, que contaba con un par de piezas de artillería de pequeño calibre. Los ingleses, poco dados a perder el tiempo, al día siguiente, 26 de agosto, ya habían situado frente el palacio cinco buques de guerra y preparado, con soldados ingleses y nativos, dos batallones con casi un millar de hombres. Y enviaron a Khalid un ultimátum: si a las nueve de la mañana del día siguiente, 27, no había abdicado del trono, le declararían la guerra y procederían a atacar.
Al día siguiente, a las nueve en punto, con exquisita puntualidad británica, el almirante Harry Rawson dió orden de comenzar el ataque, mientras Khalid, que había perdido su fanfarronería, trataba desesperadamente de llegar a un acuerdo con el cónsul británico sir Basil Cave, con la intermediación del cónsul norteamericano. Los navíos ingleses abrieron fuego contra el palacio del sultán a las nueve y dos minutos. Unos 45 minutos después, los mandos ingleses ordenaron detener el ataque y dieron la fugaz guerra por concluída. El palacio estaba en ruinas; el Glasgow, hundido; de los soldados de Khalid, 500 habían muerto y el resto habían huído; y el propio Khalid había buscado refugio en el consulado alemán, donde le otorgaron asilo. Posteriormente, huyó al África Oriental alemana, donde fué capturado por los ingleses en la ciudad de Dar-es-Salaam en 1916. Tras varios años de exilio, moriría en la ciudad keniata de Mombasa en 1927. ¿Y las bajas británicas? Un marinero herido.
Esta es la historia de la que es considerada la guerra más corta de la historia. Pronto hablaré de la más larga (al menos, oficialmente).

Galería de protagonistas
 Hamad ibn Thuwaini, el muerto



Khalid ibn Barghash, el aspirante


Hammud ibn Muhammad, el favorito de los ingleses


Sir Basil Shillito Cave, el cónsul británico en Zanzíbar


Sir Harry Holdsworth Rawson, almirante al mando de las tropas inglesas