Allá por finales de la década de 1880, fué rescatado del Sena, a la altura del Quai du Louvre de París, el cadáver de una joven ahogada. Por la ausencia de señales de violencia, y por la tranquilidad de la expresión de la joven, se supuso que se trataba de un suicidio, quizá por un desengaño amoroso.
Dado que el cadáver carecía de cualquier elemento que permitiera su identificación, fue trasladado a la morgue de París, donde quedó expuesto al público, como se hacía habitualmente con los cuerpos de desconocidos, para ver si alguien podía identificarla. Todos los que la veían quedaban vivamente impresionados por su belleza, su juventud (que se estimó en torno a los 16 años) y su expresión tranquila, incluso con un amago de sonrisa. Estuvo varios días expuesta pero nadie de los cientos de personas que desfilaron ante ella reclamó su cuerpo ni supo decir quién era, con lo que acabó siendo enterrada en una tumba anónima. Pero tanto había impresionado su aspecto a los que la habían visto, que uno de los empleados de la morgue, fascinado por su enigmática sonrisa, había hecho una máscara mortuoria en yeso de la fallecida.
Por aquella época, este tipo de objetos eran muy demandados por el público, y no se consideraban en absoluto de mal gusto. La máscara de la desconocida del Sena sirvió de molde para hacer miles de copias que se vendieron con gran éxito y no sólo se convirtieron en un objeto habitual en los hogares parisinos, sino que sirvieron de inspiración a numerosos artistas a lo largo de los años. Poetas, novelistas, la convirtieron en parte de sus obras, fantaseando sobre quién habría sido, cómo habría sido su vida, qué le había llevado a ponerle fin de manera tan abrupta. Albert Camus la llamaría "la Mona Lisa ahogada", R. M. Rilke y Louis Aragon la mencionaron en sendas novelas, incluso Vladimir Nabokov le dedicó un poema. Hasta el oficial de la marina nazi Herbert Werner menciona en su novela autobiográfica Ataúdes de hierro que sus padres poseían una reproducción de la máscara en su casa. Pero aún ocurriría algo que la haría, si cabe, más famosa.
En la década de 1950, el médico austríaco afincado en los EEUU Peter Safar desarrolló las técnicas de reanimación cardiopulmonar que son básicas en los primeros auxilios: el boca a boca y el masaje cardíaco. Convencido de que esas técnicas podían salvar miles de vidas si se aplicaban correctamente, decidió que debían ser conocidas por la mayor cantidad de personas posible. Para ello, se asoció con Asmund Laerdal, un fabricante noruego de juguetes de plástico, junto al que diseñó el primer muñeco de prácticas de RCP. Ambos coincidieron en que debían dotar al muñeco de facciones, ya que así conseguirían que los aprendices sintieran mayor empatía por el objeto y mostrasen más interés en las prácticas. Y Laerdal decidió que las facciones del maniquí serían las de aquella chica ahogada en el Sena. Ese muñeco recibiría el nombre de Resusci Anne y comenzó a producirse en 1960, y de él se han fabricado miles de unidades (hay varias versiones) a lo largo de varias décadas. No deja de ser curioso que quien fuera una chica anónima en vida, se acabara convirtiendo tras su muerte en una celebridad y, como alguien dijo, "la mujer más veces besada de la historia".
Resusci Anne
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