"La batalla de Empel" (Augusto Ferrer-Dalmau) |
Corría el año de 1585 y la rebelión de las Diecisiete Provincias de los Países Bajos contra su soberano, el rey español Felipe II, duraba ya casi veinte años. Tras la captura el 15 de agosto de la ciudad de Amberes, largo tiempo sitiada, el Capitán General del Ejército de Flandes, don Alejandro Farnesio, decide enviar ayuda a las islas de Gelanda y Holanda, de población mayoritariamente católica y leal a la corona española, que llevaban tiempo pidiendo ayuda frente a los rebeldes, mayoritariamente protestantes. Farnesio envió en su auxilio a un ejército al mando del conde Carlos de Mansfeld, reforzado por el llamado Tercio Viejo de Zamora o Tercio de Bobadilla (así llamado por estar bajo el mando del Maestre de Campo Francisco Arias de Bobadilla).
Las tropas españolas llegaron a orillas del rio Mosa, donde Mansfeld ordenó al Tercio ocupar la isla de Bommel, en la confluencia del Mosa y el Waal, mientras él se acantonaba con sus hombres en Harpen, a unos 25 kilómetros de allí. Bobadilla y los suyos (unos 5000 hombres) ocuparon Bommel el 2 de diciembre de 1585. Se suponía que en la isla habría víveres suficientes para los españoles, pero sus habitantes la habían abandonado tiempo atrás, llevándose todo el alimento y el ganado, dejando a los soldados con problemas para abastecerse.
Bommel no era una posición estratégica, pero los holandeses no querían dejar escapar la ocasión de conseguir lo que ellos creían una victoria sencilla frente a un ejército español. Así, organizaron a toda prisa una flota bajo el mando del almirante Felipe de Hohenlohe-Neuenstein que bloqueó la isla. El comandante holandés, deseoso de evitar un derramamiento de sangre innecesario, propuso a los españoles una rendición honorable, pero estos respondieron "Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos". Felipe, disgustado con la respuesta, recurrió a una táctica ya usada en otras ocasiones por los holandeses: hizo abrir los diques del Mosa, provocando la subida del nivel del agua. Muy pronto, la mayor parte de la isla estaba cubierta por las aguas, excepto un pequeño monte o elevación llamado Empel, donde los españoles se atrincheraron.
Francisco Arias de Bobadilla, conde de Puñonrostro (1541-1610) |
Esa noche del 7 al 8 de diciembre se desató sobre el Mosa un inusual viento helado del nordeste. La temperatura descendió tan bruscamente que la superficie del río se heló, alcanzando el hielo en algunos puntos hasta un metro de espesor. Bobadilla, al verlo, de inmediato ordenó a sus soldados marchar sobre el hielo para atacar a los barcos holandeses. Y ahora imaginaos a aquellos hombres, hambrientos, sucios, ateridos de frío, pero convencidos de tener el favor divino de su lado, y sobre todo cabreados, tan cabreados como solo un español puede estarlo, y deseosos de desquitarse de todas las penurias sufridas con el primer holandés que se pusiera a su alcance, cargando sobre el hielo como espectros contra sus sorprendidos enemigos. La resistencia que intentaron oponer los holandeses fue inútil. Muy pronto, varios de los barcos de la flota estaban en llamas, mientras el almirante Hohenlohe trataba de guiar a los demás barcos hacia aguas libres, lo que aprovechó Bobadilla para bombardearlos con toda la artillería que les quedaba. Finalmente, los holandeses se vieron obligados a huir dejando atrás la mayoría de la flota, que acabó siendo pasto de las llamas, mientras que los españoles apenas tuvieron bajas. El propio almirante llegó a decir que "Tal parece que Dios es español al obrar tan gran milagro".
Al día siguiente, los españoles completaban su trabajo tomando varias pequeñas fortificaciones construidas por los holandeses en la orilla del Mosa, sin apenas resistencia, ya que la mayor parte de los defensores huyó al verlos aproximarse. Los agotados soldados españoles fueron acogidos por la ciudad de Bolduque, donde fueron curados y alimentados, aunque muchos murieron de enfermedad y otros perdieron miembros por las congelaciones. Después de lo que de en adelante sería conocido como "el milagro de Empel" la Inmaculada Concepción fue proclamada partona de los tercios, y en 1892 la reina María Cristina de Habsburgo la proclamó patrona de la infantería española.
Una helada providencial, sin duda.
ResponderEliminarSaludos
Como para creer en los designios divinos.
EliminarUn saludo.