domingo, 3 de mayo de 2020
Anna Delvey, la impostora
En julio de 2017 la policía de Nueva York arrestaba a Anna Delvey, un rostro habitual de la alta sociedad neoyorquina, acusándola de haber dejado a deber varios miles de dólares en facturas en varios hoteles y restaurantes de la ciudad. Aunque fue puesta en libertad poco después, volvió a ser arrestada en octubre de ese mismo año por acusaciones bastante más graves de hurto y estafa. Salía de esta manera a la luz pública la verdadera identidad de una de las impostoras más osadas de los últimos años.
Anna Vadimova Sorokina había nacido en Domodedovo, una ciudad-dormitorio a unos 40 kilómetros de Moscú, en 1991. Hija de un camionero y una tendera, su familia emigró en 2007 a Alemania, instalándose en la ciudad de Eschweiler. Sus compañeros de instituto la recuerdan como una chica callada a la que le costaba expresarse en alemán. Tras su graduación se marchó a Londres para matricularse en la Escuela de Artes Central San Martins, pero acabó regresando a Alemania poco después para trabajar en una empresa de relaciones públicas. Más tarde se mudó a París, donde trabajó como becaria en la revista de moda Purple. Fue entonces cuando empezó a utilizar el nombre de Anna Delvey.
A finales de 2013, Anna Delvey viajó a Nueva York. Durante algún tiempo trabajó en la delegación neoyorquina de Purple, pero no tardó en dejarlo y empezó a hacerse pasar por una rica heredera alemana. Presumiendo de un fideicomiso de sesenta millones de euros, comenzó a alojarse en hoteles de lujo, a comer en restaurantes elegantes, a visitar con frecuencia boutiques de marcas caras, dejando a menudo generosas propinas. Con este estilo de vida, no tardó en hacerse conocida en los ambientes más selectos de la ciudad. Atractiva, aparentemente rica y con don de gentes, encajaba perfectamente en aquel ambiente. Sobre el origen de la fortuna de su familia, dio varias versiones. que su padre era diplomático, que era un ejecutivo de una petrolera, o que era un magnate de la fabricación de paneles solares.
Delvey se las arregló para mantener el engaño durante años. Mientras sus deudas se iban acumulando, seguía manteniendo un tren de vida fastuoso sin que nadie pareciera sospechar que ella no era quién decía ser. A menudo pedía a sus nuevos amigos que pagaran alguno de sus gastos, poniendo como excusa que su tarjeta había sido rechazada o que la burocracia le ponía dificultades para sacar su dinero de Alemania, comprometiéndose a que más adelante les devolvería el dinero. Algo que, por supuesto, nunca ocurría. Cuando alguno de ellos le recordaba su deuda, ella simplemente se reía y le echaba la culpa a su mala memoria, asegurándole que no tardaría en saldarla. Y así, una y otra vez. Una de sus víctimas fue Rachel Williams, una editora de la revista Vogue, que acabó pagando 60000 dólares por unas vacaciones en Marrakech a las que Anna la invitó en 2017, y que nunca recuperó su dinero.
Uno de los proyectos de los que Delvey solía presumir era el de alquilar el histórico edificio del Church Missions House, en Park Avenue, y transformarlo en un exclusivo club de arte, con exposiciones y eventos, bajo el nombre de Anna Delvey Foundation. Llegó a contactar con varios fondos de inversión y bancos para conseguir que le prestasen el dinero necesario, sin éxito.
A finales de 2016, Anna Delvey regresó brevemente a Alemania, donde falsificó una serie de documentos bancarios que confirmaban su supuesta riqueza. Al regresar a Nueva York, trató una vez más de conseguir un préstamo de 25 millones de dólares de un fondo de inversiones. No consiguió el préstamo, por las dudas que empezaba a despertar su historia, pero si logró engatusar a un crédulo ejecutivo para lograr un adelanto de 100000 $.
Finalmente, el entramado de mentiras y falsedades que había montado se vino abajo. Varios hoteles y restaurantes, hartos de no poder cobrar lo que Anna les debía, la denunciaron. Tras su primer arresto salió en libertad, pero la investigación policial sacó a la luz la verdadera identidad de Anna y las muchas cuentas impagadas que había dejado por toda la ciudad. Fue nuevamente arrestada y enviada a la prisión de Rykers Island.
Anna Delvey compareció ante los tribunales el 18 de diciembre de 2018. Aunque la fiscalía le ofreció un trato bastante generoso (una sentencia reducida, una multa y la deportación a Alemania), Anna prefirió ir a juicio, donde se la acusó de varios cargos de hurto, hurto mayor y robo de servicios. Durante el proceso, que comenzó el 20 de marzo de 2019, su defensa trató de presentarla no como una estafadora, sino como una emprendedora, alegando que siempre había tenido la intención de pagar sus deudas una vez hubiera puesto en marcha sus negocios, pero que no había conseguido la financiación necesaria. Finalmente, el 25 de abril fue declarada culpable por el jurado y el 9 de mayo le fue impuesta una pena de 4 a 12 años de cárcel, una multa de 24000 dólares y a pagar más de 200000 dólares en deudas. Una vez cumpla su condena, será deportada a Alemania.
En el juicio llamó la atención el poco interés que Delvey mostró por el discurrir del proceso. Parecía más preocupada por que le dejaran llevar la ropa que quería que por las declaraciones de los testigos y las alegaciones de la acusación y la defensa, hasta el punto de que la juez llegó a reprenderla y recordarle que aquello era "un tribunal y no un desfile de modas".
Tras ser condenada, Delvey admitió que no sentía lo que había hecho, que solo "lamentaba la manera en la que había hecho algunas cosas", y que probablemente si le dieran la oportunidad volvería a hacer lo mismo. No podrá salir en libertad como mínimo hasta octubre de 2021. Ha anunciado que, mientras permanezca en prisión, piensa escribir al menos dos libros de memorias sobre el tiempo que pasó fingiendo ser una rica heredera y sobre su estancia en la cárcel. Además, hay en marcha dos proyectos de filmación de series basadas en su vida: uno de Shonda Rhimes (Anatomía de Grey) para Netflix y uno de Lena Dunham (Girls) para HBO.
Etiquetas:
Crimen,
Personajes
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Posiblemente tenga algún tipo de trastorno mental. Salvando las distancias,me recuerda al pequeño Nicolás.
ResponderEliminarGracias por contarnos historias tan interesantes.
Yo diría más bien que lo que tiene es mucha cara y muy pocos escrúpulos.
EliminarGracias a ti por visitar mi blog. Saludos.