Daniel Wilson (1840-1919) |
Resulta curioso pensar que uno de los mayores escándalos de corrupción política de la Francia de finales del siglo XIX salió a la luz gracias al rencor de una ex-prostituta hacia sus antiguas madames. Y sin embargo, ese fue el hilo del que fue tirando la policía para descubrir lo que con el tiempo acabaría siendo conocido como "el escándalo de las condecoraciones".
Todo comenzó en septiembre de 1887, cuando una joven llamada Henriette Boissier, que hacía poco que había dejado de ejercer la prostitución, entró en una comisaría parisina para denunciar a dos de sus anteriores madames, las señoras Limouzin y Ratazzi, que dirigían sendos burdeles en la capital francesa y hacia las que Henriette sentía cierto resentimiento por la manera en la que la habían tratado. Según el testimonio de la joven, en aquellos burdeles, además de negociar con lo que todo el mundo se imagina, también se llevaban a cabo negocios más turbios, y algunos clientes habituales, hombres que ostentaban altos cargos políticos, aprovechaban la discreción que les proporcionaban aquellos establecimientos para cerrar tratos que implicaban la venta de distinciones oficiales y propiedades públicas.
Quizá otros agentes no hubieran hecho caso de la denuncia de la joven, pero aquellos con los que habló se sintieron de inmediato interesados por su testimonio. La brigada antivicio se hizo cargo de la investigación y una de sus primeras medidas fue arrestar a Limouzin y Ratazzi para interrogarlas. Ambas, ante la amenaza de ir a la cárcel y ver sus negocios clausurados, no tardan en admitir que altas personalidades cierran esa clase de tratos en los discretos gabinetes privados de sus locales. La policía no tarda en identificar al primero de aquellos personajes: se trata del laureado general Louis Charles Caffarel, jefe adjunto del Estado Mayor y consejero de Estado. Caffarel, veterano de las campañas de Argelia, Crimea, Italia y de la Guerra franco-prusiana de 1870, hombre de moral aparentemente intachable (lo que no le impide ser un cliente habitual de esta clase de establecimientos) se dedica a vender a cambio de grandes sumas de dinero condecoraciones militares y contratos con el ejército. Interrogado por la policía, no tarda en confesar. El entonces ministro de la Guerra, el general Théophile Ferron, temeroso de un escándalo que dañe la imagen de las fuerzas armadas, intenta cerrar el caso en silencio despojando a Caffarel de sus cargos y enviándolo de manera forzosa al retiro.
Legión de Honor |
Sin embargo la investigación policial no se detiene. Todo sale a la luz pública el 7 de octubre de 1887, cuando el periódico Le xixe siècle (republicano, conservador y anticlerical) hace público el caso en un célebre editorial titulado "La Légion d'honneur à l'encan" ("La Legión de Honor a subasta"). Pero cuando de verdad el caso estalla con toda su intensidad es cuando la investigación identifica a Daniel Wilson, diputado por la circunscripción de Indre-et-Loire, como la figura principal de una red que, desde la misma sede del gobierno, se dedicaba a vender todo tipo de nombramientos y condecoraciones (incluida la Legión de Honor, la más alta de todas las distinciones otorgadas por el gobierno francés) a cambio de grandes sumas de dinero (se habla de entre 25000 y 100000 francos de la época), que se disimulan como "donativos" a alguno de los varios periódicos de provincias propiedad de Wilson. El asunto pasa a ser así un escándalo político de primer orden, ya que Wilson no es solo un diputado de provincias corriente; es también el yerno del entonces presidente de la República francesa, Jules Grévy, del partido de los Republicanos moderados.
Jules Grévy (1807-1891) |
Grévy se defiende asegurando desconocer por completo las actividades de su yerno y negando haberlo ayudado jamás a conseguir los nombramientos que vendía. Sin embargo, la presión sobre él se multiplica. La opinión pública, la prensa y sus rivales políticos, tanto de otros partidos (como el socialista Georges Clemenceau) como del suyo propio (Jules Ferry) exigen su dimisión. Finalmente, el 2 de diciembre, tras una votación en la que el Parlamento se muestra mayoritariamente en su contra, Grévy dimite y es sustituido por el hasta entonces ministro de Finanzas, Sadi Carnot, que había visto como su prestigio se había multiplicado tras conocerse que había rechazado en varias ocasiones peticiones y recomendaciones de Wilson.
Los implicados (incluido Wilson, que ve como el Parlamento le retira su inmunidad) son sometidos a un juicio que se celebra entre el 8 de febrero y el 3 de marzo de 1888. El general Caffarel es condenado a una multa de 3000 francos (para entonces, un tribunal militar ya lo había declarado culpable y expulsado del ejército, tras retirarle todas sus condecoraciones) y madame Limouzin a seis meses de prisión por complicidad. Gaston, conde d'Andlau, senador por el departamento de Oise y cómplice de Wilson, es condenado a cinco años de cárcel y multa de 3000 francos, aunque la condena se dicta en rebeldía, ya que el conde había huido nada más estallar el escándalo a Argentina, donde permanecería hasta su muerte en 1892.
En cuanto a Wilson, su condena fue de dos años de cárcel, 3000 francos de multa y cinco años de privación de sus derechos civiles. Sin embargo, sorprendentemente su abogado apeló con éxito la condena. Según argumentaba, Wilson no podía ser condenado por estafa, ya que las condecoraciones que vendía, si bien concedidas de manera irregular, eran auténticas; y tampoco podía ser condenado por corrupción de un funcionario, como pretendía la Fiscalía, ya que un diputado no podía ser considerado un funcionario. Así que el juez, dado que las acciones de Wilson no podían incluirse en ninguna clase de delito existente, se vio obligado a absolverlo. Wilson recuperaría poco después su escaño en el Parlamento, a pesar del encendido rechazo de la opinión pública y a las burlas y el desprecio mostrados por parte de la mayoría de los demás diputados. No parece, sin embargo, que a sus votantes les molestaran en exceso sus actividades, ya que revalidaría su escaño por la misma circunscripción en 1893 y 1898.
La constatación de la inexistencia de una ley castigando explícitamente esta clase de negocios hizo que poco después se incluyera en el Código Civil francés un nuevo tipo de delito: el tráfico de influencias.
El escándalo de las condecoraciones provocó un hondo disgusto entre la opinión pública que inspiró numerosos chistes, caricaturas e incluso canciones, como Ah! Quel malheur d'avoir un gendre (¡Ah! Que desgracia el tener un yerno) de Emile Carré.
La corrupcion en occidente siempre tiene condenas leves. Saludos
ResponderEliminarAlgunas cosas no cambian nunca.
EliminarSaludos.