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lunes, 16 de junio de 2025

Cuando los norteamericanos perdieron 200 soldados tomando una isla deshabitada



Las islas Aleutianas son un archipiélago de islas volcánicas que se extiende a lo largo de más de 1900 kilómetros por el Pacífico Norte, desde Alaska a la península rusa de Kamchatka. Son mas de 300 islas que, descubiertas y exploradas en el siglo XVIII, permanecieron bajo soberanía rusa hasta que en 1867 fueron vendidas, junto con Alaska, a los EEUU por 25 millones de dólares. Los rusos conservaron únicamente la soberanía sobre las islas más cercanas a sus costas, las llamadas Islas del Comandante.

A principios de junio de 1942, apenas seis meses después del ataque a Pearl Harbor, una nutrida fuerza aeronaval japonesa, bajo el mando del vicealmirante Kakuji Kakuta, se dirigió a las Aleutianas, bombardeando las bases norteamericanas en Dutch Harbor (en la isla Unalaska) y Fort Glenn (isla Umnak) los días 3 y 4 de junio, y desembarcando en la isla de Kiska (277 km2) el 6 de junio y en la de Attu (896 km2) al día siguiente. Para entonces la mayoría de sus habitantes habían sido evacuados a Alaska; solo quedaban 42 indígenas aleuts y un matrimonio blanco en Attu, que fueron capturados y llevados a Japón, y diez soldados de la Marina que atendían una estación metereológica en Kiska (dos murieron y ocho fueron tomados como prisioneros).

Tropas japonesas izan la bandera imperial tras tomar Kiska (6 de junio de 1942)

Aún genera dudas el motivo por el que los japoneses atacaron las Aleutianas. Seguramente, fue en parte una maniobra de distracción para desviar la atención de los norteamericanos de su verdadero objetivo: las islas Midway, donde había una importante y estratégica base aeronaval que fue atacada por los japoneses al mismo tiempo y donde se iba a librar una de las batallas decisivas de la guerra en el Pacífico. También hubo cierto componente propagandístico: al tratarse las islas de territorio norteamericano (fueron el único territorio de EEUU ocupado durante la Segunda Guerra Mundial, y la primera vez que una potencia extranjera invadía el país desde la guerra anglonorteamericana de 1812) su conquista se publicitó en Japón como una gran victoria de su ejército.

En un primer momento, la reacción norteamericana fue de indiferencia. Attu y Kiska no tenían valor estratégico, ni económico: eran islas desoladas, demasiado lejos de cualquier objetivo apetecible para un ataque japonés. Durante los primeros meses apenas les prestaron atención más allá de bombardear de vez en cuando las posiciones japonesas desde los aeródromos construidos a toda prisa en las islas de Adak y Atka (a unas 200 millas de Kiska y el doble de Attu). La mayoría de los altos mandos norteamericanos eran partidarios de dejar a los japoneses allí hasta el final de la guerra, si fuera preciso, y concentrar sus esfuerzos en el Pacífico Sur, donde realmente se iba a decidir el destino del conflicto. Pero había otra corriente de opinión, patriótica y nacionalista, para la que la presencia de tropas invasoras en territorio norteamericano era una ofensa y un deshonor al que había que poner remedio de inmediato. También se decía que los japoneses podían usar las islas como cabeza de puente para atacar Alaska o incluso la costa oeste norteamericana; algo sumamente improbable, ya que los japoneses carecían de bombarderos con tanta autonomía.

Tropas norteamericanas desembarcando en Massacre Bay (isla de Attu)

Mientras tanto, las tropas japonesas se dedicaban a fortificar ambas islas, construyendo posiciones defensivas, túneles, nidos de ametralladoras, en vistas al contraataque norteamericano, mientras eran abastecidas regularmente por convoyes enviados desde Japón. Los norteamericanos tardaron meses en reaccionar; ni siquiera aprovecharon cuando, entre agosto y octubre de 1942, la guarnición de Attu fue trasladada a Kiska en previsión de un ataque, quedando la isla desocupada. Finalmente, en enero de 1943 los americanos desembarcaron en Amchitka, una isla a solo 50 millas de Kiska, cuyo relieve plano la hacía perfecta para instalar un aeródromo. En marzo de ese año, el contraalmirante Thomas C. Kinkaid decretó un bloqueo naval a las islas; una fuerza naval al mando del contraalmirante Charles McMorris fue desplegada en la zona para interrumpir el envío de convoyes de aprovisionamiento a las islas. El 27 de marzo la escuadra de McMorris interceptaba cerca de las Islas del Comandante a un convoy japonés que llevaba suministros para Attu y Kiska; se trataba de tres buques de carga custodiados por cuatro destructores, dos cruceros pesados y dos ligeros. Los norteamericanos, pese a contar con fuerzas inferiores (cuatro destructores y un crucero pesado y otro ligero) se lanzaron al ataque; tras un intercambio de cañonazos, el vicealmirante Boshiro Hosogaya, al mando de la flota japonesa, decidió retirarse, temeroso de que los americanos recibieran refuerzos (una decisión duramente criticada a su regreso a Japón y que provocó su destitución). La llamada batalla de las islas Komandorski supuso el final de los convoyes de aprovisionamiento a las posiciones japonesas en las Aleutianas, que a partir de entonces tuvieron que ser abastecidas con submarinos, lo que redujo sensiblemente la cantidad de víveres y municiones entregada.

Finalmente, el 11 de mayo de 1943 15000 soldados de las Divisiones 7ª y 17ª, apoyados por tres escuadrones de la Fuerza Aérea canadiense, desembarcaban en Attu en lo que se llamó Operación Landcrab. Eligieron atacar primero Attu, la más lejana de las dos islas, porque en ella la guarnición japonesa era menor y porque así dejaban a Kiska entre dos bases americanas. Los norteamericanos encontraron problemas desde un primer momento. Las rigurosas condiciones climatológicas, agravadas porque muchos de los soldados carecían de ropa y equipos adecuados para el frío, provocaron numerosas bajas por hipotermia, congelación y enfermedad. El suelo de la isla, mayormente blando y encharcado, impedía usar vehículos de carga para desembarcar el material, que tenía que ser llevado a mano, multiplicando el esfuerzo de los soldados y el tiempo necesario para ello. Además los japoneses, en lugar de atacarlos en las playas, prefirieron retirarse y atrincherarse en las zonas más elevadas de la isla, desde donde francotiradores, nidos de ametralladoras y pequeños grupos de soldados con ametralladoras ligeras y morteros convertían en un suplicio el avance de los americanos hacia el interior. La inteligencia americana, además, estimaba en unos 500 los soldados japoneses en la isla; en realidad había cerca de 3000. 

El 29 de mayo, tras 17 días de combates, sin alimentos, sin apenas municiones y habiendo perdido toda esperanza de recibir auxilio, el comandante japonés, el coronel Yasuyo Yamasaki ordenó matar a sus heridos con inyecciones de morfina y se puso al frente de los últimos supervivientes para lanzar un último ataque a la desesperada, con el objetivo (más ilusorio que real) de tomar Engineer Hill, una posición elevada donde los norteamericanos habían instalado una batería de artillería, con el objetivo de usar sus propios cañones para bombardear a las tropas americanas. Muchos de los japoneses iban armados únicamente con sus bayonetas, debido a la carencia de municiones. La carga japonesa tomó por sorpresa a los americanos, sobrepasando sus primeras líneas y llegando hasta la retaguardia, donde se enzarzaron en un brutal combate cuerpo a cuerpo. Fue una de las mayores cargas banzai (ataques suicidas en oleadas) de la guerra, y como era habitual en este tipo de ofensivas, provocó la muerte de la mayoría de los atacantes, incluido Yamasaki y todos sus oficiales. Los que no cayeron en combate se suicidaron luego haciendo explotar granadas pegadas a su pecho.

Esa carga supuso el final de la resistencia japonesa en Attu, aunque los informes de la Marina norteamericana hablan de pequeños grupos aislados que siguieron hostigando a los americanos hasta principios de julio, y que el último japonés abatido en la isla lo fue el 8 de septiembre. Oficialmente, los japoneses tuvieron 2351 muertos (probablemente fueron muchos más; esos fueron únicamente los cadáveres enterrados por los americanos) y solo 28 prisioneros, ninguno de ellos oficiales, y casi todos demasiado heridos como para seguir combatiendo. Por su parte, los norteamericanos tuvieron 549 muertos y cerca de 1200 heridos, además de otras 1800 bajas por enfermedad y congelaciones. Una gran fuerza naval, formada por más de una veintena de unidades, había comenzado a reunirse en la Bahía de Tokio para acudir en ayuda de Attu, pero la isla había caído antes de que la flota estuviera dispuesta para zarpar.

Soldados norteamericanos disparan fuego de mortero contra posiciones japonesas en Attu

La feroz resistencia japonesa supuso un shock para los soldados norteamericanos. Sabían de la combatividad de los nipones, pero en modo alguno esperaban una resistencia tan encarnizada y suicida. También sus superiores estaban hondamente preocupados por el elevado número de bajas que habían tenido. Y en Kiska había muchos más japoneses que en Attu, entre 5000 y 6000 soldados. Así que en lugar de lanzarse inmediatamente a su conquista, prefirieron tomarlo con más calma y preparar el ataque con más precauciones. En las siguientes semanas, Kiska fue sometida a intensos bombardeos por mar y aire, como preparativo para el desembarco.

Sin embargo, a partir del mes de junio las fotografías tomadas por los aviones norteamericanos que sobrevolaban la isla mostraban una extraña actividad. Los japoneses parecían haber desmantelado algunos edificios, desmontado parte de su artillería antiaérea y había una inusual actividad en el puerto. La inteligencia norteamericana informó a Kincaid de que todo indicaba que los japoneses se preparaban para evacuar Kiska; pero el contraalmirante creyó que se trataba de una estratagema y que sus enemigos les estarían esperando ocultos en el interior de la isla, como en Attu. Y el plan para el desembarco, denominado Operación Cottage, siguió como estaba previsto, pese a que las fotografías aéreas mostraban nuevos indicios: vehículos que parecían llevar días sin moverse, falta de respuesta a los daños causados por los bombardeos, incluso los pilotos americanos informaban que ya no recibían fuego de la artillería antiaérea, solo disparos aislados de armas de menor calibre. El 28 de julio cesaron por completo las transmisiones de radio procedentes de Kiska; pero una vez mas Kincaid creyó que todo era parte de un plan de los japoneses.

Aviones de la USAF bombardean Kiska

Mientras las tropas norteamericanas se preparaban para el asalto definitivo a Kiska tuvo lugar un extraño incidente que pasaría a la historia como la Batalla de los pips. El 27 de julio la fuerza naval norteamericana que patrullaba la zona detectó en sus radares una serie de pips (contactos) de origen desconocido a unos 80 millas al oeste de Kiska. Creyendo que se trataba de una flota japonesa, se ordenó abrir fuego contra ellos. Los acorazados USS Mississippi y USS Idaho dispararon más de 500 proyectiles de 360 milímetros hacia aquella zona. Los contactos acabaron por desaparecer y se creyó que habían hundido a todos los barcos enemigos; pero, al registrar la zona no encontraron ningún indicio que indicara que allí se habían hundido barcos, ni restos a la deriva, ni cadáveres, ni manchas de combustible. Mas tarde se confirmaría que no había ningún barco japonés en más de 300 kilómetros a la redonda. Los contactos se han explicado como errores del radar (una tecnología entonces aún muy moderna) o bien, más recientemente, como bandadas de pardelas sombrías (Ardenna grisea) o pardelas de Tasmania (Ardenna tenuirostris), aves migratorias que suelen pasar por las Aleutianas en torno a julio.

El 15 de agosto de 1943 35000 soldados norteamericanos, de varias unidades como la 7ª División y la 10ª División de Montaña desembarcaban en la costa este de Kiska, en medio de una intensa niebla que imposibilitaba la acción de la artillería. Al día siguiente, una fuerza de 5300 soldados de la 6ª División canadiense hacían lo propio en la parte opuesta de la isla. Algunos habían vivido los combates de Attu, y otros habían oído hablar de ellos; todos tenían los nervios a flor de piel, esperando el inminente ataque japonés de un momento a otro. Pero los japoneses no acababan de aparecer. Sin embargo, los soldados, altamente sugestionables, informaban de voces hablando japonés entre la niebla y de escondites donde habían encontrado comida aún caliente, como si acabaran de haber sido abandonados. Y empezaron a sucederse los tiroteos fortuitos y los casos de fuego amigo: el nerviosismo general hacía que los soldados disparasen al menor indicio, creyendo ver enemigos por todas partes. 

Y para colmo de males, los canadienses, igualmente nerviosos, habían comenzado a avanzar hacia el interior de la isla sin coordinarse con los norteamericanos ni asegurarse de su posición. Una avanzadilla canadiense tomó contacto con una norteamericana y cada una creyó que los otros eran japoneses; en el tiroteo que se desató a continuación murieron cuatro canadienses y veintiocho norteamericanos, con medio centenar de heridos por cada bando. El número de bajas seguía aumentando antes de que nadie hubiera visto a un solo japonés; al fuego amigo se sumaban los accidentes, las minas y las bombas trampa instaladas por los japoneses. El 18 de agosto el destructor USS Abner Read chocó con una mina cuando entraba al puerto; la explosión le arrancó parte de la popa y causó la muerte de 71 marineros y heridas a otros 47.

Tropas americanas desembarcando en Kiska

El 24 de agosto Kiska fue declarada segura sin que se hubiera informado de ningún contacto con tropas japonesas. ¿Donde estaban? Lo que los americanos habían tomado como una estratagema para hacerles creer que los japoneses abandonaban la isla resultó que era real. Una vez hubo caído Attu, los japoneses sabían que su situación en Kiska era insostenible y el alto mando ordenó la evacuación total de la isla. Después de varias semanas de preparativos, el 28 de julio, el día que habían cesado las comunicaciones de radio, una flotilla japonesa, amparada en la densa niebla que envolvía la isla, había evacuado a la mayor parte de los soldados y de su equipo, llevándolos a un puerto seguro en las islas Kuriles. Atrás había quedado únicamente un reducido número de soldados, que eran los responsables del fuego de ametralladoras contra los aviones americanos, para completar el desmantelamiento e instalar trampas y minas; habían sido evacuados unos días más tarde a bordo de un submarino. 

Como resultado final de la Operación Cottage, los norteamericanos habían tenido unos 200 muertos y 400 heridos. Un número indudablemente elevado para tomar una isla en la que no quedaba nadie, aunque a la opinión pública se le vendió como un éxito la reconquista de la isla.

2 comentarios:

  1. Una de las tantas postales, en todo su esplendor. de la locura de las guerras. Sobrecogedora historia, amigo; gracias por tomarte el tiempo de compartirla y, una vez más, éxitos a tu maravilloso blog.

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  2. Episodios de fuego amigo los hay en todas las guerras, pero este se lleva la palma. Supongo que la minas y trampas causarían la mayor parte de las bajas, pero el fallo de información de los norteamericanos es de traca. Muy interesante, como siempre.

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