Pepito Mendoza es devuelto a su familia
El secuestro del pequeño Pepito Mendoza fué uno de los casos más famosos de la crónica criminal de la ciudad de A Coruña. No sólo conmocionó a toda una pequeña ciudad de provincias, sino que mantuvo en vilo durante días a toda la opinión pública española, angustiada por el destino del niño.
Todo comenzó el lunes 23 de septiembre de 1957, por la tarde. Ese día, como tantos otros, los cinco hijos del comandante de Infantería Luís Mendoza Goñi jugaban en los jardines de Méndez Núñez, próximos a su casa, bajo la atenta mirada de Maruja, la criada de la familia. Hasta que en un momento dado, Maruja se dió cuenta de que faltaba el menor, José María, a quien todos llamaban Pepito, de dos años y medio. Tras buscarlo desesperadamente, dió la voz de alarma y se llamó a la Policía.
Lo primero que se hizo fué vaciar un pequeño estanque cercano; se temía que, en sus juegos, el pequeño se hubiera caído dentro y se hubiera ahogado. Pero Pepito no estaba allí, y los agentes pasaron a la teoría del secuestro.
No tardaron en descubrir las primeras pistas. Poco después de hacerse pública la desaparición, la propietaria de una mercería de la calle Hércules, cercana al lugar de los hechos, identificaba al niño desaparecido como el mismo que, a la misma hora que se daba la alarma, una misteriosa mujer compró un jersey en su establecimiento. Asimismo, un barbero de la misma calle, llamado Lucrecio Mañanes, afirmaba haberle cortado el pelo al pequeño. Las pistas se iban sucediendo y el cerco sobre los sospechosos se cerraba... y el jueves 26 aparecía el infante. Esa noche el niño era entregado por sus captores, bajo secreto de confesión, al superior de la orden de los jesuitas en la ciudad, en las proximidades de la iglesia de Santo Tomás. El religioso inmediatamente llevó al niño a su casa, y a las diez de la noche Pepito se reunía con su familia. El rumor de la aparición del pequeño pronto se extendió por toda la ciudad y varios miles de personas se reunieron frente a la casa del comandante Mendoza, en el número 34 de la céntrica Avenida de la Marina, que queda colapsada. Y cuando el niño hizo su aparición en el balcón de la casa, sostenido por su padre, fué recibido con una atronadora salva de aplausos. La ciudad, y más tarde todo el país, respiraban aliviados tras la vuelta del pequeño.
La aparición de Pepito no detuvo las investigaciones. Apenas unos días después lograban arrestar a la responsable y entonces se conoció su tragicómica historia.
La secuestradora se llamaba Sara Vázquez, tenía 42 años y era natural de la localidad de Melide. Sara trabajaba como maestra en un pequeño pueblo de Teruel, era viuda de un teniente de Artillería y tenía cuatro hijos. Llevaba tiempo en relaciones con un sargento de Intendencia llamado Juan Rodríguez, destinado en Madrid y del que estaba locamente enamorada. Tanto que, para lograr que se casara con ella, le dijo que fruto de sus relaciones habían tenido un hijo, al que había dejado en casa de unos amigos para evitar habladurías. Su novio quiso conocer a su supuesto hijo y entonces Sara salió del paso con el bebé de una vecina, al que llegó a bautizar e inscribir como hijo suyo y de Juan, para prolongar la ficción. Pero llegó el momento en el que se celebró la tan ansiada boda, y el sargento se empeñó en que el niño fuera a vivir con ellos, aunque fuera haciéndolo pasar por su sobrino. La pobre Sara, entre la espada y la pared, temía que su marido la abandonase si se enteraba de su mentira. Necesitaba un niño como fuera... y optó por secuestrar a Pepito Mendoza. Sólo el miedo al sentirse acosada por la Policía le llevó a confesar la verdad y a devolver al infante, tratando quizá de que todo se olvidara.
Los jueces no fueron demasiado severos con Sara, atendiendo a su delicado estado emocional. Tres años de prisión menor por sustracción de un menor, cuatro meses de arresto por suposición de parto y otros ocho por dos delitos de falsedad por bautizar e inscribir como propio al otro bebé.
En cuanto a Pepito Mendoza, el suceso no le dejó trauma alguno. Tiempo después, la familia dejó A Coruña, siguiendo al comandante Mendoza en sus cambios de destino. Finalmente, se asentó en Valencia, donde Pepito residió hasta su muerte, en mayo de 2009.
Una historia bastante truculenta, la verdad. Ahora empiezo a comprender donde se inspiraba Luis Garcia Berlanga para los guiones de sus películas.
ResponderEliminarEn la realidad de la sociedad que tenia a su alrededor, ni mas ni menos.
Saludos