Jack y James Wilde |
A finales del siglo XIX, a los viajeros del ferrocarril que conectaba las ciudades sudafricanas de Cape Town y Port Elizabeth les resultaba familiar la figura de James Wilde, un guardagujas de la estación de Uitenhage al que apodaban "Jumper" ("Saltador") por su costumbre de saltar de un vagón a otro de los convoyes, incluso estando en marcha. Esta costumbre le saldría cara; en 1877 resbaló en una de sus acrobacias y cayó bajo un tren en marcha. Salvó la vida por poco, pero perdió ambas piernas en el accidente.
Tras una larga y dolorosa recuperación, Wilde regresó a su puesto en Uitenhage. Se había fabricado unas toscas piernas de madera sobre las que era capaz de desplazarse distancias no muy grandes, y un carrito para cuando debía recorrer trayectos mayores, pero aún así tenía limitaciones y no era capaz de llevar a cabo su trabajo con la presteza y rapidez que a él le habría gustado.
Una tarde Wilde se hallaba visitando el mercado de Uitenhage cuando fue testigo de un peculiar espectáculo que atraía la atención de numerosas personas: un babuino del Cabo o papión chacma (Papio ursinus) conduciendo un carro de bueyes. Sorprendido por la inteligencia del primate, y convencido de que podía serle útil en su trabajo, Wilde rogó insistentemente al dueño del animal que se lo vendiera. Y, aunque a éste no le hacía demasiada ilusión desprenderse de su mascota, sentía lástima por Wilde y acabó accediendo.
Wide se llevó a Jack (así se llamaba el babuino) a su hogar, una cabaña cercana a la estación, y comenzó su peculiar entrenamiento. Cada mañana Jack empujaba el carrito de Wilde hasta la estación y una vez allí observaba atentamente los distintos cometidos de su amo. Uno de estos cometidos era llevarle a los conductores la llave de los depósitos de carbón cuando así lo requerían. Jack no tardó en aprenderse la señal (cuatro pitidos del silbato de la locomotora) y cada vez que lo escuchaba corría a tomar la llave de Wilde y llevársela al conductor.
Otro de los labores que James Wilde enseñó a Jack era la de accionar las palancas de señales cada vez que un tren se aproximaba. Primero, Jack aprendió a accionar cada palanca según un gesto que Wilde le hacía con la mano, y siempre buscando la confirmación de su amo antes de mover cada palanca. No obstante, con su gran inteligencia el simio aprendió a accionar la palanca adecuada en cada momento, sin esperar la señal de Wilde; y aunque éste nunca perdía de vista a Jack, el babuino jamás se equivocó de palanca, ni hizo falta que le repitieran una orden. De la misma manera, Wilde le enseñó a realizar tareas domésticas en su hogar, como tirar la basura o barrer el suelo.
La presencia de tan peculiar trabajador en la estación no tardó en atraer la atención de la gente. Muchos habitantes de Uitenhage acudían a la estación para poder ver a Jack trabajando, e igualmente los pasajeros de los trenes que pasaban por allí quedaban asombrados al ver al simio. A menudo, lo recompensaban lanzándole trozos de comida, que Jack aceptaba gustoso. También se había aficionado a recibir cada noche un traguito de licor que su amo le daba como recompensa por su trabajo, hasta el punto de que cuando a Wilde se le olvidaba, al día siguiente Jack se mostraba enfurruñado y de mal humor.
Y así, la peculiar pareja siguió trabajando junta hasta que una elegante dama de Port Elizabeth fue testigo del trabajo de Jack y quedó horrorizada al ver al animal encargándose de las señales de la estación. De inmediato, elevó una queja a las autoridades del ferrocarril, los cuales hasta aquel momento desconocían que Wilde tuviera a un babuino como ayudante. Y no la creyeron hasta que el gerente y varios directivos de la compañía visitaron la estación. De inmediato, Wilde y Jack fueron despedidos.
Wilde no se conformó, y reclamó a la compañía la devolución de su puesto, defendiendo su profesionalidad y la de Jack. El gerente estuvo de acuerdo en poner a prueba las habilidades del babuino. Cuando el primer tren se acercó a la estación, Jack, sin ningún tipo de orden, accionó las palancas adecuadas según las señales de la locomotora, e incluso se quedó observando su llegada para asegurarse de que había hecho lo correcto. Impresionado, el gerente no solo devolvió a Wilde su puesto, sino que contrató a Jack, que se convirtió de esta manera en el único empleado no humano del ferrocarril, con un sueldo de veinte céntimos diarios y media botella de cerveza a la semana, además de raciones de comida.
Jack trabajó en el ferrocarril durante nueve años, hasta su muerte en 1890 a causa de una tuberculosis. Durante todo ese tiempo, jamás cometió ningún error que provocara un accidente. Su cráneo forma parte de la colección del Museo Albany de Grahamstown.
Impresionante.
ResponderEliminarUn abrazo.
Un abrazo, Rodericus.
Eliminarimpresionate lo vi en video, pero queria saber mas muchas gracias. saludos.
ResponderEliminarasombroso
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