Verba volant, scripta manent

domingo, 4 de agosto de 2019

El desastre de la PEPCON

Perclorato de amonio

El perclorato de amonio (NH4ClO4) es un compuesto químico cristialino, incoloro e inodoro, soluble en agua y que, como otros percloratos, es un poderoso oxidante. Altamente inflamable, se emplea en la fabricación de explosivos y fuegos artificiales, y también como combustible en los cohetes de combustible sólido, como los de los misiles Titán, los transbordadores espaciales de la NASA o la lanzadera Ariane europea.

A finales de los años ochenta, solo había dos empresas autorizadas a producir perclorato de amonio en los EEUU: la Pacific Engineering Production Company of Nevada (PEPCON) y la Kerr-McGee Corporation. Ambas, curiosamente, tenían sus factorías a apenas dos kilómetros de distancia, cerca de la ciudad de Henderson (Nevada), a unos quince kilómetros de Las Vegas.

Tras la explosión del transbordador espacial Challenger el 28 de enero de 1986, la NASA congeló su programa de transbordadores suspendiendo todas las misiones programadas. No obstante, no se tomaron medidas referentes a los suministros para esos vuelos, con lo que la PEPCON, que tenía un contrato para abastecer a la agencia, siguió fabricando perclorato y, dado que la NASA no lo necesitaba ni les había dado instrucciones sobre su almacenaje, lo fue acumulando en sus instalaciones a la espera de recibir nuevas indicaciones. Primero, en depósitos de aluminio, y cuando estos se llenaron, recurrió a guardarlo en bidones de polietileno de alta densidad que fueron acumulando en sus almacenes e incluso en el aparcamiento de la fábrica.


El 4 de mayo de 1988, a eso de las once y media de la mañana, varios operarios de la fábrica se encontraban reparando una estructura dedicada al proceso de secado, fabricada en acero y fibra de vidrio, que había sufrido algunos daños a causa de una reciente tormenta. En un determinado momento, las chispas del equipo de soldadura que estaban utilizando provocaron que la estructura se incendiara. Los trabajadores de la PEPCON trataron de sofocar las llamas con sus medios contra incendios, pero el fuego se extendió con rapidez, alimentado por los residuos de perclorato y alcanzó los bidones; habían pasado apenas 10 o 20 minutos del comienzo del incendio cuando se sucedieron las primeras explosiones. En ese momento, conscientes de la peligrosidad del perclorato, los trabajadores de la PEPCON comenzaron a escapar de la fábrica, y lo mismo hicieron los empleados de Kidd & Co., una fábrica de golosinas distante apenas unas decenas de metros.

Un empleado llamado Roy Westerfield telefoneó de inmediato al 911, solicitando ayuda. Al mismo tiempo, el jefe de bomberos de Henderson avistaba la columna de humo del incendio y movilizaba a todas sus unidades. Él mismo se dirigió hacia la fábrica a bordo de un automóvil particular, encabezando el convoy de bomberos. Conforme se iban acercando a la fábrica, empezaron a cruzarse con empleados de la factoría, que huían despavoridos en automóvil o a pie, tratando de alejarse lo más posible del incendio. Exactamente a las 11:54 de la mañana, cuando el jefe todavía se encontraban a más de una milla, se produjo una gran explosión que zarandeó su automóvil, destrozó sus ventanillas e hirió al jefe de bomberos y a su acompañante. Mientras evaluaba la situación, el ocupante de un último automóvil que escapaba de la factoría, visiblemente dañado, le advirtió que aquella explosión no era sino el preludio de la mayor, que probablemente no tardaría mucho en suceder. Ante esta información, el jefe decidió ordenar a sus hombres regresar a su base.

            La gran explosión de la fábrica PEPCON, grabada por un equipo de ingenieros 
                   que reparaban un repetidor de televisión a unos dos kilómetros de allí

La anunciada gran explosión se produjo apenas cuatro minutos después de la primera. Estudios posteriores estimaron su fuerza comparándola con la de unas 1000 toneladas de TNT. La explosión arrasó completamente las instalaciones de PEPCON y las aledañas de Kidd & Co., creando un cráter de 61 metros de diámetro y 4'6 de profundidad. Fue tan intensa que los sismógrafos en lugares tan distantes como Colorado la registraron como un terremoto de 3'5 en la escala de Richter. La potencia de la onda expansiva causó daños graves en un radio de 2'4 kilómetros alrededor de la factoría (los edificios residenciales más cercanos estaban a unos 3 kilómetros) y serios (ventanas destrozadas y daños estructurales leves) en un radio de 5 kilómetros. Además, se informó de ventanas rotas, puertas desencajadas y personas heridas por golpes y cortes con cristales hasta a 16 kilómetros de la factoría. En el Aeropuerto Internacional McCarran de Las Vegas (a unos 11 kilómetros) se informó de ventanales rotos y puertas abiertas de golpe, e incluso un Boeing 737 que se disponía a aterrizar fue zarandeado por la onda expansiva. Asimismo, se produjo un gran incendio, con llamas de cerca de cien  metros de altura, al romperse una canalización de gas que discurría justo por debajo de la PEPCON, que no fue sofocado hasta la una de la tarde, cuando se consiguió cortar el flujo de gas en una subestación cercana.

A pesar de la magnitud de la explosión, solo se produjeron dos víctimas mortales, ambos empleados de la PEPCON (en la fábrica trabajaban un total de 77 personas): Bruce Halker, que iba en silla de ruedas y no pudo huir a tiempo de las instalaciones, y Roy Westerfield, el que había llamado al 911, que había padecido poliomielitis siendo niño y caminaba con dificultad, con lo que se cree que prefirió quedarse y dar la alarma a las autoridades. Además, unas 400 personas resultaron heridas de distinta consideración (entre ellos 15 bomberos), en su mayor parte debido a caídas y cortes con cristales rotos. También hubo algunos casos leves de irritaciones e intoxicaciones debidos a los productos químicos dispersados por el incendio. La nube de humo provocada por el incendio era visible desde cientos de kilómetros de distancia.


Tras el desastre, se desató una gran batalla judicial para dirimir las responsabilidades del accidente. El seguro de responsabilidad civil suscrito por la PEPCON alcanzaba solo un millón de dólares, cifra claramente inferior al montante total de los daños. PEPCON trató por todos los medios de eludir su responsabilidad e incluso acusó a la Southwest Gas, propietaria del gasoducto, alegando que había sido un escape de gas el responsable del incendio. Tras un farragoso proceso que involucró a decenas de compañías de seguros y medio centenar de bufetes de abogados, la compañía química aceptó un acuerdo extrajudicial que le suponía el pago de 71 millones de dólares a los afectados.

En la actualidad, en el lugar que ocupaba la PEPCON hay una zona comercial que incluye varios concesionarios y una universidad privada. La compañía Kidd & Co. reconstruyó sus instalaciones en el mismo lugar en el que se encontraban, mientras que PEPCON, que cambiaría su nombre por el de Western Electrochemical Co. (WECCO), construyó una nueva factoría a 23 kilómetros de Cedar City (Utah), consiguiendo además que se restringiera el derecho de construcción en una amplia zona alrededor de ella. El 30 de julio de 1997 un accidente en esta nueva planta provocó una explosión en la que murió un trabajador y resultaron heridos otros cuatro.

2 comentarios:

  1. Una buena entrada. Como de costumbre en estos casos, se mezcla la estupidéz y la avaricia. Lo lógico, habría sido suspender la producción hasta aclarar las necesidades de la NASA.

    Saludos.

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    1. La falta de previsión suele llevar a estos resultados. Un placer volver a verte por aquí, Rodericus. Saludos.

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