Verba volant, scripta manent

sábado, 10 de octubre de 2020

El robo del City Bank de Nueva York de 1831

El City Bank en la década de 1830, sito en el número 55 de Wall Street


La mañana del 30 de marzo de 1831 los empleados del City Bank (embrión de lo que con el paso de los años se convertiría en Citibank) situado en la neoyorkina Wall Street se llevaron una desagradable sorpresa al llegar al banco y descubrir que había sido asaltado durante la noche. Ninguna puerta ni ventana había sido forzada, pero los cajones abiertos y las cajas vacías daban buena fe de la actividad de los ladrones. Y tras hacer un rápido recuento, el banco echó en falta más de 245000 $ en bonos, billetes y monedas de oro, una auténtica fortuna equivalente a unos 50 millones de dólares de los de hoy.

Muy pronto las noticias del robo llegaron a oídos de Jacob Hays, alguacil mayor de la ciudad. Hays es una figura mítica de las fuerzas del orden en Norteamérica; nombrado jefe de policía en 1802, con apenas 30 años, se mantendría en el cargo durante décadas y es considerado por muchos como el primer detective que tuvo la ciudad. Aunque en un primer momento hubo quien sugirió que, dada la limpieza y eficacia con las que había sido llevado a cabo el robo, este debía haber sido cometido por alguno de los empleados, Hays estaba seguro de que el responsable era un criminal con experiencia. Es más, él ya tenía a un sospechoso principal: James Honeyman, un conocido delincuente de origen británico, al cual había arrestado poco tiempo atrás por un robo en una tienda de Brooklyn, aunque Honeyman había quedado en libertad por falta de pruebas. De hecho, Hays llegó a ordenar un registro en el apartamento de Division Street donde Honeyman vivía con su esposa y sus dos hijos, sin resultado.

Jacob "Old Hays" Hays (1772-1850)
Jacob "Old Hays" Hays (1772-1850)

Unos días más tarde, el casero de una casa de huéspedes del Lower Manhattan acudió a la oficina de Hays para denunciar el extraño comportamiento de uno de sus huéspedes. El sujeto, que había alquilado una habitación unos días antes bajo el nombre de Jones, había despertado las sospechas del casero por su actitud huidiza, por sus continuas idas y venidas, y también por tres pesados cofres de madera que el casero le había ayudado a llevar a su cuarto, y en los que sospechaba que se escondía el botín del robo.

Lo cierto es qu por aquellos días, ante la gran repercusión del robo (y también por la recompensa de 5000 $ ofrecida por el banco a cualquiera que facilitara información que permitiera recuperar el dinero robado), las fuerzas de la ley recibían numerosas denuncias parecidas sobre sujetos sospechosos. Pero algo en el relato del casero llevó a Hays a interesarse por él. Decidió hacer unas discretas averiguaciones y cuál sería su sorpresa al descubrir que el tal Jones no era otro que el mismísimo Honeyman. Convencido de que allí estaba la respuesta, esperó a que Jones/Honeyman saliera de la habitación para registrarla. Aunque en un principio no halló nada, por insistencia del casero registró los famosos cofres de madera y halló escondidos en ellos 185718 dólares. Era toda la evidencia que Hays necesitaba: cuando Honeyman regresó a su habitación, varias horas más tarde, se encontró al alguacil esperándolo, quien lo arrestó, lo esposó y lo condujo ante un juez.

Una vez arrestado, Honeyman no tuvo problemas en admitir el robo y confesar como lo había hecho. Él y su cómplice habían hecho moldes de cera de las cerraduras del banco, que les habían servido para fabricar unos duplicados de las llaves con los que habían entrado sin problemas, aprovechando la noche. Habían cogido todo el dinero que habían podido llevar y se habían marchado ocultando bajo sus amplias capas las bolsas con el botín. Honeyman en un principio no confesó la identidad de su socio, pero cuando su casero describió a un hombre al que había visto en varias ocasiones acompañando a Honeyman, Hays identificó sin dudarlo a William J. Murray, un colaborador habitual suyo. Ambos se habían conocido años atrás siendo huéspedes involuntarios de la colonia penal británica de Botany Bay (Australia), de donde habían logrado escapar y regresar a Gran Bretaña, antes de buscar nuevos horizontes en los Estados Unidos.


Pero cuando quisieron buscarlo, Murray, alertado por el arresto de Honeyman, se había esfumado, y su socio no quiso decir a las autoridades donde se había ocultado. A todo esto, como todavía no se había recuperado una parte importante del dinero robado, hubo quien empezó a extender el malicioso rumor de que Hays se había guardado lo que faltaba. Enterado del rumor, Hays se sintió profundamente ofendido y se dedicó con todo su empeño a cerrar el caso. Y así, en septiembre de ese año, un hombre apellidado Parkinson fue arrestado tras intentar canjear en el City Bank varios billetes que uno de los cajeros reconoció como parte de lo robado meses atrás. Hays averiguó que Parkinson era cerrajero y además era cuñado de Honeyman. Tras ser interrogado, admitió que había sido él el que había fabricado los duplicados de las llaves del banco con los que se había cometido el robo y que Honeyman le había pagado 37000 dólares. Finalmente, las autoridades no presentaron cargos contra Parkinson a cambio de que devolviera el dinero (que fue encontrado en su tienda, oculto en un escondrijo bajo las tablas del piso) y de su colaboración para localizar a Murray, del cual Parkinson solo sabía que se ocultaba en Philadelphia. Finalmente, casi un año después del robo, Hays localizaba y arrestaba a Murray y recuperaba otra parte del botín, que Murray había enterrado bajo un árbol.

Doblón español de oro 

El arresto de Murray y la recuperación de la mayor parte de lo robado acallaron los rumores contra Hays. Hay que decir que, cuando Honeyman y Murray, ya encarcelados, supieron de las acusaciones contra Hays, se mostraron escandalizados y declararon al New York Post que era imposible que Hays se hubiera quedado con dinero alguno, ya que lo que no se había recuperado estaba oculto "en un lugar más allá del alcance de Hays". Y de hecho, una parte de lo robado jamás llegó a aparecer, incluyendo varios miles de dólares en billetes y casi 400 doblones españoles de oro.

Honeyman y Murray serían condenados a cinco años de trabajos forzados en el célebre penal de Sing Sing. Hays seguiría siendo alguacil mayor varios años más. Moriría en 1850, entre la admiración y el agradecimiento de sus conciudadanos por sus servicios.

El robo del City Bank aún se menciona, erróneamente, como "el primer robo a un banco de la historia de los Estados Unidos", aunque no lo fue; ya en septiembre de 1798 un avispado ladrón se había llevado más de 160000 dólares que el Banco de Pennsylvania guardaba en el histórico Carpenter's Hall de Philadelphia.

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