Panulirus argus |
Hace cosa de seis décadas tuvo lugar en pleno Atlántico uno de los incidentes diplomático-económicos más curiosos de tiempos recientes. Franceses y brasileños estuvieron en un tris de llegar al enfrentamiento armado a causa de un episodio que, en sus últimas causas, fue debido a una disparidad de criterios acerca del modo que emplean las langostas para desplazarse.
A principios de la década de 1960, un grupo de armadores franceses que hasta entonces habían pescado langostas en las costas mauritanas empezaron a buscar caladeros alternativos. Los franceses llevaban desde principios de siglo pescando langostas en aquellas aguas, obteniendo pingües beneficios, pero en los últimos tiempos las cosas habían empezado a cambiar. En la década de los 50 las poblaciones de langosta verde (Panulirus gracilis), que suponía la mayor parte de las capturas, empezaron a dar muestras de agotamiento, mientras que la otra especie presente en el caladero, la langosta rosada (Panulirus mauritanicus) vivía a mayor profundidad y por lo tanto era más complicada de capturar. Además, las importaciones de colas de langosta congeladas procedentes de Sudáfrica les estaban restando mercado. Y por encima, en noviembre de 1960 Mauritania había logrado su independencia de Francia, y las autoridades del recién nacido país se mostraban mucho más estrictas con los pesqueros de lo que lo habían sido las autoridades coloniales francesas. Así que, por precaución, empezaron la búsqueda de nuevas zonas de pesca. Y no tardaron en encontrarlas, justo al otro lado del Atlántico.
Allí, frente a las costas del estado de Pernambuco, había un caladero de langostas espinosas (Panulirus argus) de excepcional riqueza, localizado además a no mucha profundidad, lo que lo hacía fácilmente accesible. Aquel caladero llevaba tiempo siendo explotado por pescadores locales que utilizaban técnicas artesanales como el covo (similar a las nasas) y que luego vendían sus capturas a empresas norteamericanas o japonesas. Y cuando los franceses hicieron su aparición en sus costas, a los brasileños no les gustó nada. No solo porque iban a competir por los mismos recursos, sino por el temor a los daños que las redes de arrastre de los franceses (un arte de pesca prohibida en Brasil, que arrasa los fondos marinos) podían causar en el caladero. Los hechos no tardaron en darles la razón. Los primeros pesqueros franceses llegaron a aguas brasileñas en marzo de 1961, con un permiso temporal de 180 días concedido por la CODEPE (Companhia de Desenvolvimento da Pesca) para tres barcos para llevar a cabo "prospecciones" en la zona; permiso que fue revocado cuando se descubrió que en lugar de tres había cuatro barcos franceses que, lejos de explorar el caladero, se estaban dedicando a pescar tanta langosta como podían. En noviembre de ese año, se solicitó un nuevo permiso, que también les fue concedido, esta vez para seis barcos.
Las protestas de los pescadores brasileños (alentados por una de las compañías norteamericanas asentadas en la zona, que tampoco quería la competencia francesa) no tardaron en comenzar, acusando a los franceses de competencia desleal y exigiendo al gobierno brasileño que los expulsara de la zona. Ante el cariz que tomaba el asunto, el almirante Arnoldo Toscano envió a la zona a dos buques, la corbeta Ipiranga y el destructor Babitonga, cuyos capitanes exigieron a los barcos franceses que se retiraran a aguas más profundas, fuera de la zona de pesca exclusiva brasileña (12 millas) e incluso fuera de las 100 millas que marcaba el límite de sus aguas territoriales. Los pesqueros se negaron y reclamaron la presencia de barcos de guerra franceses para defenderlos. El 2 de enero de 1962 el Ipiranga abordó al pesquero francés Cassiopeia y lo condujo a puerto. Los apresamientos se suceden: el Babitonga aborda al Plomarc'h el 14 de junio y al Lonk-Ael el 10 de julio; en agosto, el Françoise-Christine y el Folgor son apresados por el Ipiranga. En todos los casos, los capitanes franceses son informados de que están de manera irregular en aguas brasileñas, y liberados a condición de que no regresen a la costa brasileña.
Corbeta Ipiranga |
Cada apresamiento es recibido con protestas y quejas oficiales por parte de las autoridades francesas, que reclaman el derecho que tienen sus barcos a pescar en la zona. Brasil justifica sus acciones alegando que las langostas, al desplazarse caminando por el fondo marino, no pueden ser calificadas de pesquería sino que son un recurso de la plataforma continental brasileña, que en ciertas zonas se extiende hasta 180 millas mar adentro. Los franceses responden que, dado que las langostas ocasionalmente se desplazan nadando, si que son equiparables a los peces y, como tales, pueden ser pescadas libremente. El embajador brasileño en Paris, Carlos Alves de Souza Filho, es llamado a consultas por el presidente de Francia, el general Charles de Gaulle. Tras la entrevista, Souza, insatisfecho con las acciones de su gobierno, diría a un periodista brasileño: O Brasil não é um país sério (Brasil no es un país serio); una frase que la prensa brasileña repetiría hasta la saciedad, pero atribuiyéndola erróneamente a de Gaulle, lo que aumentaría el resentimiento de los brasileños.
En 1963 se repiten los apresamientos. El Françoise-Christine (por segunda vez), el Banc-d'Arguin y el Gotte son retenidos por la marina brasileña. El presidente brasileño João Goulart accede a petición del embajador francés a permitir que los barcos franceses sigan pescando mientras se negocia un acuerdo amistoso; pero, ante el rechazo popular, Goulart se retracta y ordena a los franceses abandonar las aguas brasileñas.
João Belchior Marques Goulart (1919-1976) |
Es entonces cuando de Gaulle decide dar un golpe sobre la mesa llevando el conflicto a otro nivel. En febrero de 1963 una flotilla compuesta por un portaaviones (el Clemenceau), un crucero, tres destructores, cinco fragatas, una corbeta y un buque de aprovisionamiento, parte de la base mediterránea de Toulon hacia el Atlántico, haciendo escala en Dakar primero y en Abidjan más tarde. Ante el temor de que esta flotilla cruce el Atlántico y se dirija a las costas de Brasil (algo que el gobierno francés niega, argumentando que se trata simplemente de una misión de rutina en las costas africanas), la armada brasileña reúne en el puerto de Recife al portaaviones Minas Gerais y al crucero Almirante Barroso, así como varios aviones de patrulla, por si fuera necesario interceptar a los franceses. Pero se encuentra con la oposición de los Estados Unidos, que le prohíbe expresamente utilizar el material militar que le ha vendido contra Francia, aliada suya y miembro de la OTAN.
De improviso, uno de los componentes de la flotilla francesa, el destructor Tartu, abandona la formación y aparece por sorpresa a finales de febrero frente a las costas brasileñas. Buscando su protección, los pesqueros franceses se reúnen a su alrededor, mientras los aviones brasileños vigilan todos sus movimientos. Más tarde el Tartu es sustituido por la corbeta Paul Goffeny. Finalmente, para rebajar la tensión, el gobierno francés ordena a los seis pesqueros y al Paul Goffeny abandonar aguas brasileñas, apostando por una salida dialogada. El 10 de marzo todos los barcos franceses regresan a Francia. El destructor brasileño Paraná se despide del Paul Goffeny enviándole humorísticamente un mensaje de Boa viagem! (¡Buen viaje!).
A partir de entonces se empieza a hablar de como afrontar las negociaciones. Francia intenta recurrir a la Convención de Ginebra sobre Alta Mar, firmada en 1958; pero ni Francia ni Brasil la han firmado todavía, y ni siquiera había entrado en vigor (lo haría en junio de 1964). Se habla entonces de recurrir a Estados Unidos o la ONU como mediadores, o presentar el caso en el Tribunal Permanente de Arbitraje, con sede en La Haya. Finalmente, es la iniciativa brasileña la que resuelve el conflicto. El 1 de abril de 1964 un golpe de estado depone a Goulart dando lugar a una dictadura militar que perduraría hasta 1985. Los nuevos gobernantes extienden unilateralmente sus aguas territoriales hasta las 200 millas marítimas, reclamando la posesión de todos los recursos, pesqueros y no pesqueros, en ellas. Pero, para contentar a los franceses, acceden a concederle licencias de pesca a 26 de sus barcos, si bien por un periodo limitado de tiempo (nunca más de cinco años) y obligándoles a entregar parte de sus capturas a los pescadores locales para compensarlos. En octubre de 1964, el presidente de Gaulle visita Brasil durante una gira por varios países sudamericanos, recibiendo una calurosa acogida y mostrando su buena sintonía con los nuevos gobernantes y que la polémica de las langostas había quedado atrás. El acuerdo definitivo se firma el 10 de diciembre de ese año.
Aún quedaban, sin embargo, un par de flecos sueltos. Varios armadores franceses habían presentado una demanda ante el Tribunal Administrativo de Rennes, que no emitiría un veredicto hasta el 6 de julio de 1966 (más de dos años después de terminado el conflicto), admitiendo la versión francesa de que las langostas pueden asimilarse a los peces y no a los recursos naturales del fondo marino. El almirante Paulo Moreira, reputado oceanógrafo, que actuaba como consejero del comité diplomático brasileño, diría después que "si se acepta la teoría francesa de que una langosta es un pez porque a veces salta en el fondo del mar, según la misma lógica Francia debería aceptar que un canguro cuando salta es un ave". El mismo Tribunal también resolvió una demanda de dos de los armadores que reclamaban una indemnización del estado francés por las pérdidas económicas de la campaña de 1963, alegando que el gobierno francés no los había autorizado explícitamente a faenar en la zona en disputa.
Para evitar más incidentes de este tipo, en 1973 la Asamblea General de las Naciones Unidas convoca la III Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, cuyo trabajo dio lugar a la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, un tratado que regula aspectos como las aguas territoriales, las Zonas Económicas Exclusivas o los derechos sobre la plataforma continental de cada país. Fue aprobada el 30 de abril de 1982 y entró en vigor el 16 de noviembre de 1994. En la actualidad ha sido firmada por 167 países (aunque no por países como Estados Unidos, Israel o Venezuela).
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