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lunes, 8 de abril de 2024

Spider-Man: Turn Off the Dark, el gran fracaso del musical de Spider-Man




A finales de la primera década del siglo la popularidad de Spider-Man estaba en auge. La trilogía sobre el personaje dirigida por Sam Raimi y protagonizada por Tobey Maguire había tenido un gran éxito, y se estaba preparando el reboot (The Amazing Spider-Man) que protagonizaría Andrew Garfield. Fue por esa época cuando a alguien se le ocurrió que sería una buena idea estrenar un musical basado en él. Una idea que apuntaba alto pero que acabó originando uno de los fracasos más estrepitosos de la historia de Broadway.

La idea de los productores no era simplemente crear un musical sobre Spider-Man. Su intención era que su musical fuera el más grandioso y deslumbrante de la historia, que fuera un espectáculo apabullante que hiciera historia. Y como tal, no repararon en gastos. Como directora contrataron a Julie Taymor, que había cosechado un éxito rotundo con El rey león, y la rodearon de nombres de prestigio en el mundo del teatro: Daniel Ezralow como coreógrafo, George Tsypin como diseñador de decorados, la diseñadora japonesa Eiko Ishioka como responsable del vestuario y Donald Holder (ganador de catorce premios Tony) como responsable de la iluminación. Interpretando a los protagonistas, Peter Parker y Mary Jane Watson, se contaba con Alan Cumming (X-men 2) y Evan Rachel Wood (Westworld). Y como autores de las canciones, se contrató nada menos que a los miembros de U2 Bono y The Edge.

Del guión se encargaron Taymor y el escritor Glen Berger (ganador de dos premios Emmy). En él se mezclaban las aventuras del personaje con elementos de las películas y el mito griego de Aracne, una tejedora a la que la diosa Atenea transformó en una araña por haberla desafiado. Muchos vieron ahí el primer error de la producción; el guión parecía un tanto confuso y enrevesado. Las primeras lecturas tuvieron lugar en 2007, pero problemas con la financiación retrasaron el inicio de los preparativos hasta 2009. Lo cierto es que era una producción técnicamente muy compleja, porque entre otras complicaciones los actores se pasaban parte de la obra literalmente volando sobre el escenario, sujetos a unos arneses especiales. Y con varios actores a la vez era una pesadilla coordinar sus movimientos: las cuerdas se enredaban, los actores chocaban unos con otros, había golpes y caídas...


El preestreno de la obra estaba previsto para el 18 de febrero de 2010, pero los problemas en los ensayos provocaron un aplazamiento. Poco después, Wood y Cumming abandonaban el proyecto, obligando a buscar nuevos protagonistas. El 28 de noviembre se hicieron los primeros pases, para críticos y periodistas; por aquel entonces el coste de la producción se elevaba ya a la desorbitada cifra de 65 millones de dólares. El estreno, previsto para el 21 de diciembre, tuvo que ser de nuevo pospuesto, primero hasta febrero y luego hasta marzo. 

Todos estos problemas habían provocado a la vez una gran expectación y un buen número de críticas a la producción. Los críticos teatrales, basándose solo en los preestrenos parciales y en los numerosos retrasos, eran de la opinión de que la obra iba a ser un fiasco de dimensiones épicas. Llegó marzo de 2011 y, una vez más, el estreno fue pospuesto, esta vez hasta el verano. Para aquel entonces Taymor había abandonado la obra (aunque acordó con los productores que su nombre siguiera figurando en los carteles), sustituida por Philip William McKinley, y se había contratado a un nuevo guionista, Roberto Aguirre-Sacasa (que había trabajado como guionista de comics para la Marvel, incluyendo varios del propio Spider-Man) para que reescribiera algunas partes. 

Al final, el estreno definitivo de Spider-Man: Turn Off the Dark tuvo lugar el 14 de junio de 2011, con Reeve Carney y Jennifer Damiano en los papeles principales. Para aquel entonces, el coste de la obra ascendía a 75 millones de dólares (lo normal para una producción de Broadway era entre 5 y 15 millones), a lo que había que sumar otro millón a la semana de gastos ordinarios. La factura incluía casi diez millones en gastos de vestuarios y decorados, más de cuatro millones en alquilar durante dos años el teatro Foxwoods de Broadway y más de dos millones en equipos para el "vuelo" de los actores. Y también varias multas que le había impuesto la Administración de Seguridad y Salud Ocupacional (OSHA) por violaciones de las normativas de seguridad en el trabajo; durante los ensayos, hasta seis miembros del reparto habían resultado heridos, incluyendo un doble de acción que se había roto las muñecas, otro que se había fracturado ambos pies, un actor que había caído desde seis metros de altura en el foso de la orquesta y una actriz con una conmoción cerebral tras ser golpeada por una parte del equipo del que colgaban los actores.

Después de todas las vicisitudes de la obra, el estreno levantó gran expectación. A pesar de lo que muchos auguraban (un columnista de The New York Post llegó a pronosticar que se cancelaría antes de acabar septiembre), no fue el fiasco que se esperaba. La obra en si era bastante buena, las interpretaciones eran correctas, la música más que aceptable, etc. Incluso toda la publicidad que había rodeado la obra desde sus principios había favorecido la afluencia de público. Consiguió excelentes resultados de taquilla; incluso batió el record de Broadway de la mayor recaudación en una sola semana, más de 2'9 millones de dólares en la última semana de 2011. ¿El problema? Que con los disparatados costes de producción, habría sido necesario que la obra permaneciera en cartel con ese ritmo de recaudación al menos cinco años para que los productores recuperaran su dinero. 

A finales de 2013 el número de espectadores ya había decrecido sensiblemente, y la recaudación apenas llegaba a cubrir los costes de mantener la obra en cartel. El 4 de enero de 2014 se canceló de manera definitiva la exhibición del musical. Se habló de modificar la obra, de añadir nuevas escenas y canciones para que aquellos espectadores a los que le había gustado volvieran a verla, pero la idea no prosperó. También se intentó llevarla a otras ciudades de EEUU, como Las Vegas, o incluso a Europa, a Londres o Hamburgo; pero los elevadísimos costes que habría supuesto echaron para atrás a los interesados. Finalmente, el musical de Spider-Man terminó su carrera en los escenarios con unas pérdidas estimadas de unos 60 millones de dólares, convertido en el mayor fracaso económico de la historia de Broadway.


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