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domingo, 11 de enero de 2015

La batalla de Tigranocerta


Mitrídates VI Eupator (el Grande) , rey del Ponto, en Asia Menor, había heredado de su padre Mitrídates V Evergetes la ambición y el afán de conquista de nuevos territorios. Pero mientras Mitrídates V había sido un buen aliado de Roma, a su revoltoso hijo no le importaba agrandar sus posesiones con tierras conquistadas a sus vecinos, como Bitinia y Galatia, que por aquel entonces eran protectorados romanos. Estas acciones molestaban sobremanera a los romanos, pero lo que verdaderamente colmó la patientia de Roma fue la campaña que en el 88 a. C. llevó a cabo por la península de Anatolia. Bitinia, Galatia, Capadocia y la provincia romana de Asia (lo que vendría a ser la mitad occidental de la Turquía de hoy) fueron arrasadas y saqueadas, y 80000 ciudadanos romanos, pasados por las armas.

Mitrídates VI (132-63 a.C.)
De inmediato, los romanos enviaron tropas para combatir a Mitrídates, quien contaba con el apoyo de su yerno, Tigranes II (también llamado el Grande), rey de Armenia. Un ejército romano, al mando del cónsul Lucio Cornelio Sila, desembarcó en Grecia para combatir a las polis que se habían posicionado a favor del rey del Ponto (especialmente, Atenas, que fue sitiada y conquistada) y derrotó a las tropas de Arquelao, comandante de los ejércitos de Mitrídates, en Queronea (86 a.C.), a la vez que Lucio Licinio Lúculo, legado de Sila, derrotaba a la flota pontina en Ténedos. Mientras, un ejército romano a las órdenes de Cayo Flavio Fimbria derrotaba a los ejércitos de Mitrídates a orillas del río Rhyndacus, en el noroeste de Anatolia, cerca del mar de Mármara. Forzado a negociar, Mitrídates firmó en el 85 a. C. el Tratado de Dárdanos, por el que se veía obligado a devolver todos los territorios ocupados y a pagar una indemnización de dos mil talentos, aunque conservaba su reino. A este enfrentamiento se le llamó la Primera Guerra Mitridática.
La Segunda Guerra Mitridática fue breve (apenas dos años, entre el 83 y el 81 a. C.) y de escasa relevancia. El general romano Lucio Licinio Murena, legado de Sila, invadió el Ponto y atacó a Mitrídates con la excusa de que estaba reorganizando su ejército para volver a atacar a los romanos; pero, tras la victoria de Mitrídates, Murena se retiró a territorio romano.
La Tercera Guerra Mitridática (74-65 a. C.)  estalló en el 74 a. C. y tuvo como desencadenante la muerte del rey de Bitinia Nicomedes IV. Éste, en su testamento, legaba su reino a Roma; pero Mitrídates, con la excusa de que el testamento era falso, invadió Bitinia. Por aquel entonces Roma estaba ocupada con sus propios problemas internos; las luchas entre el partido de los aristócratas y el de los populares y las sucesivas dictaduras de Cayo Mario y Lucio Cornelio Sila habían provocado un abundante derramamiento de sangre y el caos y la confusión reinaban en las instituciones romanas. Por si fuera poco, un antiguo pretor llamado Quinto Sertorio se había sublevado en Hispania y llevaba años combatiendo a las tropas enviadas por Roma. Por todo ello, los romanos tardaron en reaccionar y Mitrídates no encontró al principio demasiada oposición. Casi un año después, por fin, Roma envió tropas a Asia al mando de dos generales que acababan de cesar como cónsules: Lucio Licinio Lúculo, el que había combatido a Mitrídates a las órdenes de Sila quince años atrás, y Marco Aurelio Cotta. Lúculo llegó a Asia y organizó, con sus tropas y las legiones que encontró allí, un ejército de treinta mil soldados y dos mil quinientos jinetes.

Tetradracma de plata con la efigie de Tigranes II
Al principio, Mitrídates llevaba la iniciativa. Tras derrotar al ejército de Cotta y hundir su flota, lo obligó a refugiarse tras los muros de Calcedonia, A continuación, sitió la ciudad de Cícico, en Anatolia. Lúculo, hábil estratega, no se enfrentó a él de inmediato; permaneció a cierta distancia, hostigando a sus tropas y atacando sus líneas de abastecimiento. Y cuando la escasez de alimentos forzó a las tropas del Ponto a retirarse, Lúculo los atacó y exterminó a quince mil de ellos, persiguiéndolos en su desordenada huida y destrozando una y otra vez su retaguardia. Pero no se detuvo ahí; siguió avanzando, invadió el Ponto, destruyó la flota de Mitrídates en dos grandes batallas navales en Ilium y Lemnos, y ocupó la mayor parte de su reino, forzando al rey a refugiarse en Cabeira, una fortaleza en las agrestes montañas del norte, con buena parte de su ejército. Durante un tiempo, Lúculo dejó tranquilo a Mitrídates y se encargó de pacificar el territorio ocupado. Pero cuando intentó el asalto a Cabeira, hubo de retirarse sin conseguirlo. Poco después, en el 72 a. C., parte del ejército real cayó derrotado en una batalla contra tropas romanas y Mitrídates juzgó oportuno retirarse más al norte. Pero la retirada se hizo de manera desorganizada y la caballería romana aprovechó la ocasión para caer sobre ellos. Mitrídates se vio obligado a huir y buscar refugio en la corte de Tigranes II, quien se negó a entregarlo cuando los romanos lo reclamaron. Lúculo esperó tres años, que empleó en sofocar los últimos reductos de resistencia en el Ponto y en poner orden en las finanzas de la provincia de Asia. Y cuando tuvo sus asuntos en orden Lúculo optó por un audaz golpe de mano, y al frente de un pequeño ejército, cruzó el Éufrates y el Tigris e invadió Armenia.

Licio Licinio Lúculo (118-56 a. C.)
Lo cierto es que la estrategia de Lúculo era muy arriesgada. Con él llevaba apenas 24000 infantes y 15000 jinetes, mientras que el ejército armenio y sus aliados y vasallos rondaban el cuarto de millón de soldados. Al principio, Tigranes se sorprendió de la incursión y se lo tomó a broma, diciendo que aquellos romanos eran "muy pocos para ser un ejército, pero demasiados para ser una embajada". Sin darle mayor importancia, envía contra ellos a un ejército de 3000 hombres, que es exterminado sin problemas por los romanos. Un segundo contingente, más numeroso, sufre la misma suerte poco después. Lúculo avanza con rapidez por territorio enemigo, y antes de que Tigranes logre reaccionar, se presenta a las puertas de la capital, Tigranocerta. Tigranes huye con su familia para reunirse con sus tropas, que se estaban concentrando en el interior, mientras Lúculo sitia la ciudad.
Tigranes no tarda en regresar al frente de su imponente ejército: 25000 armenios y 80000 aliados georgianos, medas, asirios y kurdos. Lúculo no vacila; dejando 6000 hombres atrás para mantener el sitio de la capital, acude al encuentro de Tigranes. Ambos ejércitos se encuentran, cada uno en una orilla del río Batman-Su; Tigranes se coloca en el centro de la formación con sus tropas; en ambos flancos, las tropas de los reyes vasallos; tras los armenios, una colina; y en primera línea de batalla, el orgullo de Tigranes, sus divisiones de catafractos, caballería pesada en la que tanto las monturas como los jinetes llevaban una sólida armadura. Frente a ellos, los romanos, un tanto dubitativos; los supersticiosos soldados se muestran reacios a presentar batalla. Es el 6 de octubre del 69 a. C., el 36º aniversario de la derrota de Arausio, en la que un ejército romano de 120000 hombres había sido exterminado por las hordas de cimbrios y teutones, y los legionarios lo consideran un pésimo augurio. Lúculo desprecia sus temores: Yo haré de este un día glorioso para Roma. Ordena a parte de su infantería dar un rodeo para cruzar el río por un vado cercano. Tigranes ve este movimiento, pero cree equivocadamente que los romanos se retiran. Para evitar el ataque de los catafractos, Lúculo ordena a su caballería de tracios y galos que los hostiguen para distraerlos. Y así, tras cruzar el río, dos cohortes (1200 hombres) rodean el ejército armenio y suben la colina en la retaguardia del enemigo, para luego descender a la carrera, para así minimizar los daños causados por los arqueros, y caer sobre los sorprendidos armenios. Lúculo dirige personalmente el ataque, al grito de ¡El día es nuestro, mis compañeros soldados!. El ejército armenio se sume en el caos. Los catafractos intentan sumarse al combate pero sólo logran aumentar la confusión entre sus filas. Los auxiliares del ejército armenio no tardan en huir. La batalla deriva en una espantosa matanza.
Es difícil hacer un cálculo aproximado de las cifras definitivas de la batalla. Plutarco, en sus Vidas paralelas, exagera notablemente los números para aumentar la gloria de las tropas romanas. Así, dice que se midieron 12000 romanos frente a más de 220000 armenios, aunque seguramente fueron más bien 30000 frente a 100000. También dice que los romanos tuvieron solamente cinco muertos y un centenar de heridos, frente a más de 100000 muertos armenios, algo difícil de creer. Pero a pesar de la exageración, parece claro que hubo una enorme desproporción entre las bajas de ambos contendientes, y que las disciplinadas y experimentadas legiones romanas provocaron una terrible carnicería entre los armenios, que perdieron como mínimo 10000 hombres.


Tigranes se dio a la fuga abandonando incluso su equipaje, que quedó como botín de guerra para los romanos. Tigranocerta no tardó en caer; desguarnecida y sin posibilidad de recibir auxilio, se rindió a los romanos. Éstos saquearon la ciudad y la incendiaron, pero no se cebaron con la población, que pudo escapar y volver a sus lugares de origen (la mayoría de los habitantes habían sido obligados a instalarse allí cuando Tigranes construyó la ciudad). Por orden de Lúculo cada legionario recibió 800 dracmas del tesoro real, que suponían el equivalente a casi cuatro años de sueldo.
A pesar de la contundente victoria romana, la guerra continuó. Tigranes se retiró a la antigua capital, Artaxata, donde reorganizó los restos de sus ejércitos para seguir combatiendo. Lúculo volvió a derrotarlo cerca del río Arsanias, pero tuvo que enfrentarse a un motín entre sus propias tropas, hartas de combatir sin descanso en regiones hostiles (muchos de aquellos legionarios ya habían sobrepasado con creces su tiempo de servicio, que eran veinte años, y querían ser licenciados). Además, Lúculo, distante y poco comunicativo, no se había ganado el aprecio de sus soldados, pese a su generosidad.
El general romano se dirigió entonces al sur, donde conquistó Nisibis, defendida por Gouras, hermano de Tigranes, y allí acantonó sus tropas. Pero en el 67 a. C. estalló entre ellas un nuevo motín y los soldados se negaron a combatir, lo que fue aprovechado por Mitrídates y Tigranes para reconquistar la mayor parte de sus reinos. Finalmente, el Senado romano depuso a Lúculo y dio el mando de sus tropas a Cneo Pompeyo Magno, quien llegó al frente de su propio ejército. ya en el año 66 a. C. y derrotó sin demasiados problemas a Mitrídates y Tigranes. Mitrídates huyó al Reino del Bósforo, donde reinaba su hijo Macares, al que hizo asesinar por haberse aliado con los romanos. Intentó organizar un nuevo ejército para combatir a Pompeyo, pero otro de sus hijos, Farnaces II, se rebeló contra él y lo forzó a suicidarse. En cuanto a Tigranes, tras rendirse a Pompeyo, éste le permitió conservar parte de su antiguo reino a cambio de una compensación de 6000 talentos de plata. Reinó pacíficamente hasta su muerte, el 55 a. C., a los 85 años de edad, con la consideración de "amigo y aliado de Roma". El Ponto y parte de Armenia pasaron a ser provincias romanas.

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