Verba volant, scripta manent

lunes, 5 de enero de 2015

El misterio del L-8


Después del ataque japonés contra la base hawaiana de Pearl Harbor, las autoridades militares de los Estados Unidos se encontraron con que debían vigilar sus casi 20000 kilómetros de costa en previsión de nuevos ataques o incluso un desembarco, pero para ello necesitaban un número elevadísimo de barcos y aviones del que no disponían. Por eso, movilizaron todas las unidades que pudieron, incluidas algunas que parecían decididamente obsoletas, como los dirigibles.
Por aquel entonces, la U. S. Navy disponía de sólo ocho dirigibles de helio a su disposición. Mientras la empresa Goodyear fabricaba más (proporcionaría a la Marina otros 150 dirigibles entre 1942 y 1945), aquellos ocho fueron enviados inmediatamente a patrullar las costas. Cuatro, de la clase K, fueron asignados a la base de Lakefield (Nueva Jersey) y otros cuatro, de la clase L, a la de Moffet Field (California). Al final de la guerra, los dirigibles de la Marina sumaban 37000 misiones (fundamentalmente, de patrulla antisubmarinos y de escolta de convoyes cerca de la costa), con casi 400000 horas de vuelo.
La mañana del domingo 16 de agosto de 1942, uno de aquellos dirigibles, el L-8 (un antiguo dirigible publicitario que la Goodyear había cedido a la Marina), partió del aeródromo de la isla Treasure (dependiente de la base de Moffet Field), en la bahía de San Francisco. La tripulación estaba formada por dos hombres: el teniente Ernest Dewitt Cody y el alférez Charles Ellis Adams. Ambos tenían experiencia pilotando dirigibles y el L-8 había llevado a cabo ya un buen número de misiones, sin que hasta entonces hubiera dado problemas. El mecánico J. Riley Hill se había encargado de ponerlo a punto sin encontrar ningún defecto. El recorrido que debían seguir en busca de posibles submarinos enemigos iba de isla Tresaure hasta el archipiélago rocoso de las Farallon y luego hasta Point Reyes, para luego dirigirse al sur hacia Montara y de allí, de nuevo a la isla Treasure. El recorrido debía durar unas cuatro horas y media, y debían repetirlo por la tarde, después de repostar.


El L-8 partió de Treasure a las seis de la mañana y a eso de las 7:50 hizo su primera y última comunicación con la base, informando de que estaban investigando una mancha de aceite a cinco millas al este de las islas Farrallon. Durante algo más de una hora, el dirigible exploró la zona en círculos, como atestiguaron más tarde las tripulaciones de dos barcos que pasaban cerca: un barco pesquero llamado Daisy Grey y un carguero artillado de la clase Liberty, el SS Albert Gallatin. Posiblemente, estaba buscando submarinos enemigos utilizando su MAD o Magnetic Anomaly Detector, un magnetómetro capaz de detectar grandes masas de metal bajo el agua, aunque su precisión dejaba bastante que desear.
A eso de las nueve de la mañana, el L-8 cesó su búsqueda, pero en lugar de seguir hacia el norte, hacia Point Reyes, como tenía previsto, se dirigió de vuelta hacia San Francisco. Sobre las 10:30, la base trató de ponerse en contacto con el dirigible, sin conseguirlo. Su posición fue comunicada a las 10:49 por un avión de la Pan Am que se dirigía a San Francisco; a las 10:53 por un caza P-38 Lightning; y a las 11:00, por otro avión de la Marina. Poco después, varios testigos le vieron variar repentinamente de rumbo y elevarse hasta perderse entre las nubes.
Algo más tarde, el dirigible reapareció cerca de la autopista que bordea la costa. Pero ahora, el dirigible se mostraba parcialmente desinflado ("con forma de V", dirían los testigos) y su navegación era errática. Un marinero de permiso llamado Richard Quam, que se dirigía en su coche a pasar el día en la playa, le sacó una fotografía.


Poco después, el dirigible sobrevoló la playa de Ocean Beach, sin rumbo, empujado por el viento, volando a muy baja altura. Dos bañistas trataron de detenerlo tirando de las cuerdas que colgaban de la góndola del globo, pero pesaba demasiado y no fueron capaces de detener su avance. Tras golpear las dunas de la playa y rebotar varias veces contra el suelo en un campo de golf cercano (sufriendo diversos daños), pareció detenerse. Pero una repentina ráfaga de viento lo hizo elevarse una vez mas e internarse en las calles de Daly City, una ciudad a apenas 15 kilómetros de San Francisco, donde tras golpear varios tejados y líneas eléctricas, acabó estrellándose en plena Bellevue Avenue.


La primera persona en llegar al lugar del accidente fue William Morris, un bombero voluntario que vivía justo enfrente de donde se había estrellado el dirigible y que corrió a ayudar a la tripulación. Pero al llegar junto al aparato estrellado, se llevó una sorpresa al ver que la góndola tenía las puertas abiertas y no había nadie en ella. De inmediato el cuerpo de bomberos voluntarios de Daly City, con numerosos colaboradores espontáneos, empezaron a buscarlos. Recorrieron el camino seguido por el L-8 desde que llegó a tierra, temiendo que hubiesen caído al vacío, e incluso rasgaron el globo por si de alguna manera los tripulantes habían quedado atrapados en su interior. Pero no obtuvieron resultado alguno; no había rastro de Cody ni Adams. En el interior del aparato, todo parecía estar en orden. Los libros de códigos y señales estaban en su sitio, igual que los paracaídas, la balsa de emergencia y las armas (una pistola, una ametralladora Browning y dos cargas de profundidad Mark 17, por si localizaban algún submarino). Incluso varios documentos clasificados que Cody había llevado a bordo seguían allí. Faltaban, eso si, dos chalecos salvavidas, pero no era extraño; en misiones en las que se sobrevolaba el mar era corriente que los miembros de las tripulaciones los llevaran puestos. E igualmente se echaron en falta dos bombas de humo para señalizar objetivos en el mar, que debían usarse en caso de que fuera necesario indicar el lugar de avistamiento de algún objetivo. El equipo de radio y los altavoces externos funcionaban perfectamente.

El teniente Cody y el alférez Adams
De inmediato, se organizó una misión de búsqueda a lo largo de la costa. Se registró minuciosamente toda la línea de la costa, los guardacostas registraron a fondo las aguas de la bahía de San Francisco durante días y los buques de la armada que navegaban por la zona estaban alerta por si encontraban algún indicio, pero no se consiguió resultado alguno.
La Marina retiró el dirigible apenas unas horas después. Dos días más tarde, se formó una comisión de investigación para tratar de aclarar las circunstancias de la desaparición de los dos tripulantes. Se recabaron pruebas, testimonios, fotografías y documentos. El personal de mantenimiento declaró que todos los sistemas del dirigible funcionaban perfectamente, incluida la radio. Se descartó que el clima tuviera algo que ver; la mañana había sido tranquila, con algo de niebla, pero sin lluvia ni vientos fuertes.
Las tripulaciones del Daisy Grey y el Albert Gallatin declararon que, al dirigirse hacia San Francisco, el L-8 volaba con total normalidad sin dar muestras de tener problemas. Cody y Adams no habían enviado ningún mensaje por radio, ni habían pedido ayuda a través de los altavoces, ni habían intentado evacuar el dirigible. Se manejaron diversas hipótesis, pero todas ellas fueron descartadas una a una.
Lo primero que se investigó fue una caída accidental, ya que una de las puertas de la góndola estaba abierta. Pero, dado que esas puertas tenían un sistema de cierre especial precisamente para evitar accidentes, se descartó. Se habló también de un sabotaje; hipótesis tampoco válida, ya que los sistemas de la nave funcionaban perfectamente y el motor estaba en posición de encendido aunque sin combustible. Las baterías, extrañamente, estaban descargadas; pero luego fueron recargadas y funcionaron perfectamente.
Otra teoría que se manejó fue la de un polizón, que se habría escondido en el interior del dirigible y habría matado a los dos hombres. Pero siendo así, ¿qué había sido de él? ¿Y cómo se las había arreglado para burlar la seguridad del aeródromo? Además, el personal de la base opinaba que se habrían dado cuenta al despegar de que llevaban más peso del habitual.
También se especuló con que alguno de los dos tripulantes hubiera sido un espía que hubiera tratado de sabotear la nave. Algo improbable; los dos eran militares expertos, veteranos, condecorados y ambos tenían familia. Además, el dirigible era un blanco de muy escasa entidad para justificar una acción contra él. Se descartó igualmente que hubieran sido capturados por la tripulación de algún submarino japonés; no había ninguna prueba de ello.
La teoría de la pelea entre ambos también fue considerada: ambos hombres se habrían enzarzado y luego, o bien uno arrojó al otro al mar y luego se tiró él, o bien se habrían caído mientras forcejeaban. Igualmente se descartó; Cody y Adams se llevaban bien y no había motivo alguno que hiciera pensar que pudieran llegar a odiarse hasta el punto de querer matarse el uno al otro.
Otra conjetura que se discutió fue que uno de los dos tripulantes hubiese caído al agua mientras revisaban la mancha de aceite en las Farallon, quizá al asomarse buscando una mejor vista. El otro tripulante habría señalado el lugar con las bombas de humo y luego a su vez habría caído al tratar de rescatar a su compañero. Pero tampoco se podía explicar que no hubiese avisado por radio ni pedido ayuda.
Un aspecto que no se llegó a aclarar fue el del origen de la fuga de helio del globo. Aunque algunos especularon con que pudiera haber sido por un disparo (procedente del exterior o bien del arma de alguno de los dos marinos), los expertos señalaron como causa probable que el dirigible hubiera ascendido a una considerable altitud (al menos 750 metros) y el aumento de presión habría entonces provocado la apertura de una válvula automática que liberó parte del helio, para evitar que el globo reventase. El mal estado del globo no permitió saber si había algún daño previo a haberse estrellado.
Finalmente, la investigación concluyó que ambos hombres habían desaparecido por causas desconocidas. Aunque se señalaba a la caída accidental como causa más probable, no había evidencias suficientes como para llegar a ninguna conclusión definitiva. Sus nombres fueron incluidos en la lista de desaparecidos en combate y un año más tarde se les declaró oficialmente muertos. Y aunque han pasado más de 70 años desde aquel suceso, sigue sin saberse cuál fue el destino del teniente Cody y del alférez Adams.
El L-8 fue reparado y seguiría realizando misiones hasta el final de la guerra. Posteriormente, la U. S. Navy lo devolvió a la Goodyear, que lo utilizó para retransmisiones deportivas hasta 1982. Su góndola se exhibe hoy en día en el Museo Nacional de la Aviación Naval en Pensacola (Florida).

12 comentarios:

  1. Buena historia, muy bien documentada.
    Es increíble como a lo largo de la historia han ocurrido casos sin resolver y las autoridades solo las desclasifican cuando han pasado varias décadas.

    Felicitaciones, seguiré buscando tus relatos.
    Saludos desde Santiago de Chile 🇨🇱.

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    1. Gracias, siempre serás bienvenido a este modesto blog.

      Saludos.

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  2. Excelente narración, esperemos que algún día se descubra que pasó con ambos sujetos. Gracias por la narración. Saludos desde Lima Perú

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  3. nunca se les ocurrió pensar de que fueron abducidos?

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  4. Buena ,para pensar seriamente en ovnis

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  5. San Diego es zona de avistamientos y también de formaciones extrañas en el fondo marino.

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