Martín I de Aragón, el Humano o el Viejo (1356-1410) |
El 25 de julio de 1409, poco después de haber completado la conquista de Cerdeña, la malaria acababa con la vida de Martín I el Joven, rey de Sicilia. Martín se había casado dos veces y había tenido dos hijos, Pedro y Martín, pero ambos habían muerto a muy corta edad, por lo que, sin herederos legítimos, sus posesiones pasaron a su padre, Martín I de Aragón, el Humano. Pero este, viudo y ya talludito, se encontraba también sin herederos, ya que sus otros tres hijos, Jaime, Juan y Margarita, habían muerto jóvenes sin dejar descendencia. De su progenie sólo quedaba un nieto ilegítimo, Fadrique de Luna, hijo natural de Martín y la noble siciliana Tarsia Rizzari, al que el rey de Aragón llamó a su lado, pensando en nombrarlo heredero; pero se encontró con la oposición de buena parte de la nobleza aragonesa, que veía con malos ojos a un descendiente ilegítimo, y por encima extranjero, en el trono (además, por aquel entonces Fadrique era apenas un niño de nueve años).
Así que el rey buscó un sucesor por otra vía. Y, pese a contar ya 53 años y llevar tres viudo, volvió a casarse con Margarita de Prades, una joven de 21 años, buscando el tan ansiado heredero. Al mismo tiempo, solicitó la ayuda del antipapa Benedicto XIII, el Papa Luna, para legitimar a Fadrique, a la vez que negociaba apoyos y alianzas para llevarlo al trono. Pero el heredero nunca llegó y Martín I murió el 31 de mayo de 1410, justo la víspera del día en que tenía previsto proclamar ante las cortes aragonesas a Fadrique como descendiente legítimo y sucesor.
Pedro Martínez de Luna, Benedicto XIII (el Papa Luna), 1328-1423 |
Fernando de Trastámara o de Antequera (1380-1416) |
Los partidarios de Urgel y Anjou, los más numerosos, no tardaron en llegar a las manos en su defensa de sus respectivos candidatos. Violentos enfrentamientos entre ambas facciones impidieron la formación de los parlamentos de Aragón y Valencia. El enfrentamiento llegó a su máxima expresión cuando García Fernández de Heredia, arzobispo de Zaragoza y uno de los más destacados defensores de la candidatura de Luis de Anjou, murió asesinado por Antón de Luna, uno de los pilares del bando urgelista.
Ante tamaña afrenta, vista la falta de escrúpulos de los seguidores del conde de Urgel, los partidarios de Anjou pidieron a Luis II que les enviara tropas para defenderlos, pero sus soldados estaban en Nápoles y la Provenza, demasiado lejos para ser de utilidad, con lo que muchos de sus aliados abandonaron su partido. Esto fue aprovechado hábilmente por Fernando para ganar adeptos. Fernando no solo era un hombre joven y valiente, de gran prestigio militar y con experiencia como regente de Castilla, sino que tenía dinero en abundancia y había acantonado en la frontera aragonesa numerosas tropas, con la excusa de proteger al arzobispado. Haciendo uso de todos sus recursos, económicos, diplomáticos y militares, supo presentarse como el único candidato capaz de plantarle cara a Jaime de Urgel, lo que le valió atraer a su bando a la mayoría de antiurgelistas de Aragón, incluidos muchos de los partidarios de Luis de Anjou.
Con el reino al borde de una guerra civil, con los dos bandos convocando parlamentos por su cuenta (en Aragón, en Alcañiz los fernandinos y en Mequinenza los urgelistas; en Valencia, en Traiguera los fernandinos y en Vinaroz los urgelistas; en Cataluña, sólo hubo uno, el de Tortosa, pero profundamente dividido), y habiendo pasado casi dos años sin rey, Benedicto XIII decidió intervenir y, con el apoyo de la iglesia, promulgó una bula que excomulgaba a los parlamentarios de Mequinenza y reconocía como único válido al parlamento de Alcañiz. Allí se decidió, en acuerdo con el parlamento de Tortosa, que fuese un grupo de nueve compromisarios, tres de cada reino, el que se encargase de examinar los méritos de cada uno de los pretendientes y decidiese cuál era merecedor de ceñir la corona aragonesa. El acuerdo, conocido como la Concordia de Alcañiz, se firmó el 15 de febrero de 1412, y fue ratificado por representantes de Alcañiz y Tortosa (quienes también representaban al reino de Mallorca); más tarde sería ratificado por los parlamentos valencianos. Aunque este acuerdo no templó los ánimos de los más exaltados; el 27 de febrero, partidarios de Fernando y de Jaime se enfrentaban en Murviedro (Sagunto), con victoria para los primeros.
Quedó establecido que cada uno de los reinos enviase a tres compromisarios, cada uno perteneciente a un "grado" o estamento diferente (un eclesiástico, un representante político y un experto en leyes), y que el candidato elegido debía recibir como mínimo seis votos y al menos uno de cada grado y de cada reino. Los nueve compromisarios fueron:
- Por el reino de Aragón, Domingo Ram (obispo de Huesca); Francisco de Aranda (consejero real y enviado de Benedicto XIII); y Berenguer de Bardají, jurista y letrado general de las Cortes de Aragón.
- Por el reino de Valencia, Vicente Ferrer, predicador de gran fama y confesor de Benedicto XIII; Bonifacio Ferrer, su hermano, prior de Portaceli y consejero de Benedicto; y Ginés Rabassa, experto en derecho que por razones de salud fue sustituido posteriormente por Pedro Beltrán.
- Y por el principado de Cataluña, Pere de Sagarriga, arzobispo de Tarragona; Bernardo de Gualbes, síndico de Barcelona; y Guillem de Vallseca, letrado general de las Cortes catalanas.
San Vicente Ferrer (1350-1419) |
Como era de esperar, Jaime de Urgel no se tomó demasiado bien la decisión y se levantó en armas contra Fernando. Sin embargo, sus tropas fueron derrotadas por las del Trastámara y Jaime, refugiado en el castillo de Balaguer, fue capturado en 1413 y pasaría el resto de su vida como prisionero, hasta su muerte en 1433. Los demás aspirantes aceptaron el fallo y reconocieron a Fernando como rey; incluso Fadrique de Luna pasó algún tiempo a su servicio (aunque años más tarde conspiraría para hacerse con el trono de Sicilia a espaldas de Alfonso V y ello le costó el exilio y luego la muerte en prisión).
El reinado de Fernando sería, sin embargo, bastante corto. Moriría el 2 de abril de 1416, con apenas 35 años, y fue sucedido por su hijo, Alfonso V el Magnánimo, quien pacificaría Sicilia y Cerdeña y conquistaría Córcega y Nápoles para la corona aragonesa.
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